Soy una mujer sin corazón
Una mujer, que estaba detrás del vidrio de una vitrina, escribió esta frase con un labial rojo. La escribió de adelante para atrás, para que las personas que pasaban al frente de la vitrina pudieran leerla al derecho.
Era una de varias frases.
Era uno de los versos de un poema.
La escritora era la artista performática colombiana María Teresa Hincapié (Armenia, 1954-Bogotá, 2008), quien en 1989, en una vitrina de la Avenida Jiménez de Bogotá -que hoy hace parte de la Librería Lerner-, se vistió con un uniforme azul y durante catorce horas interpretó la coreografía de acciones cotidianas que jornada tras jornada ejecuta una empleada de limpieza. De tanto en tanto, en esos movimientos rutinarios se colaba alguna acción transgresora, como la escritura invertida de ese poema.
Soy una mujer azul
Aquella acción inclasificable, que caminaba entre los límites del arte plástico y la representación teatral, tenía como título Vitrina y se terminaría convirtiendo en un hito fundacional del lenguaje del performance en Colombia.
“Ella (Hincapié) no encajaba en las convenciones culturales del teatro ni de la actividad artística. Parecería que desconfiaba de esa formalidad de la representación histriónica del teatro o de la representación naturalista de las artes plásticas”, cuenta el artista y curador Jaime Cerón, que en aquel tiempo en que se estrenó la pieza era estudiante de Hincapié y fue, además, uno de los pocos -muy pocos espectadores- que presenciaron las catorce horas que duró el performance.
Veinticinco años después, un video que documenta Vitrina se proyectará durante la muestra artística con la que se lanzará este jueves 14 de marzo, a las 6 p. m., el Plan Nacional de Cultura 2024-2038, ‘Cultura para el cuidado de la diversidad de la vida, el territorio y la paz’.
Aquella creación mítica de Hincapié descenderá unas cuadras de su epicentro original y llegará a la calle 11 con 5, en la plazoleta del Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella, donde se presentará esta hoja de ruta que definirá las políticas culturales de los próximos quince años en el país.
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Será una nueva oportunidad para apreciar una creación que estremeció la escena del arte contemporáneo colombiano. Cerón, por ejemplo, recuerda que algunos transeúntes incautos se detenían a ver a Hincapié durante quince o veinte minutos porque no sabían muy bien lo que estaba pasando detrás de esa vitrina.
“Ella parecía una empleada de limpieza, que hacía cosas de empleada de limpieza, pero también cosas raras, como pegar en la ventana papel periódico, humedecido con agua, y luego hacer huecos en el papel y mirar por ahí a los espectadores, interpelándolos de una manera siniestra desde el otro lado de la ventana”, apunta Cerón.
Soy una mujer q’ vuela
Además de 'Vitrina', Hincapié trabajó con esa filosofía de la poética de lo cotidiana en su performance 'Una cosa es una cosa'. Foto: Cortesía Santiago Zuluaga y Galería Casas Riegner, Bogotá.
Para la crítica de arte y editora ejecutiva de la revista ArtNexus, Ivonne Pini, uno de los aspectos más importantes de Vitrina fue la relación que Hincapié estableció con sus espectadores. Esto se logró por la sorpresa de transitar por la Jiménez y encontrarse con semejante acontecimiento, porque no eran sólo las acciones de limpieza, sino otros actos del día a día como peinarse y maquillarse.
Además, según Pini, la artista rompió la filosofía de este tipo de espacios, que usualmente están reservados para mostrar productos y generar deseo de consumo. “El espectador era invitado a reflexionar e incluso a politizar acerca de ese mundo de lo cotidiano. Entonces, los actos cotidianos ya no eran una acción mecánica a la que nadie le da mayor importancia y se convertían de alguna forma en elementos con cierta ritualidad”, asegura Pini.
María Teresa Hincapié tuvo una cercana relación con el teatro, trabajando con grupos colombianos como Acto Latino y desarrollando experiencias de danza ritual inspiradas en técnicas ancestrales. La artista incluso aprendió del italiano Eugenio Barba, director del Odin Teatret de Noruega, las claves de la llamada antropología teatral, una búsqueda que revertía la concepción occidental de la interpretación actoral.
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En la década de 1980, Hincapié formó dupla con el artista José Alejandro Restrepo, junto a quien creó varios proyectos. En su camino en solitario, además de Vitrina también es recordada por Una cosa es una cosa, en la que también planteó una acción performática que bebía de la poética de lo cotidiano a través de un perpetuo ordenar de elementos como colchones, ollas, ropas y cosméticos.
Con esta obra, Hincapié ganó el premio del Salón Nacional de Artistas de 1990. “Es uno de los primeros premios que se da al performance. Incluso, había gente que lo cuestionaba, se preguntaba ¿qué es eso? Porque era algo que rompía con las técnicas y con las formas de expresión tradicionales a partir de ese trabajo performático que ella proponía”, explica Pini.
Soy una mujer
Hincapié nació en Armenia (Quindío) en 1954 y falleció en Bogotá en 2008. Foto: Cortesía Santiago Zuluaga y Galería Casas Riegner, Bogotá.
Para Cerón, la artista nacida en Armenia sembró una serie de semillas en los jóvenes artistas del país, pues también desarrolló una actividad educativa muy importante, especialmente en la Academia Superior de Artes de Bogotá. Allí, por ejemplo, fue profesora de María José Arjona, una de las figuras más destacadas de la escena contemporánea colombiana.
“Ella le dio realmente un piso a la práctica del performance, lo hizo ver como un camino posible. Antes hubo un conjunto enorme de ‘performeros’ en Colombia, pero era una práctica tan frágil, tan vulnerable, que no parecía una opción (...) María Teresa le dio esperanza a la gente de que podía ser viable”, añade Cerón.
Por su parte, Pini asegura que en los trabajos de Hincapié era fundamental la continuidad del tiempo, pues sus obras requerían de muchas horas -en el caso de Vitrina fueron catorce- y, de alguna manera, construían un tiempo subjetivo.
“Era un tiempo propio, que de alguna manera muestra acciones que no llamaban mucho la atención. Justamente ese carácter permitía manejar la noción de cotidianidad con otras características, porque hay un interés por interiorizarla y también el cuerpo se vuelve el protagonista y les da otro sentido”, añade.
Cerón complementa que, justamente, a Hincapié le interesaba instalar la idea de que el cuerpo se basaba en dimensiones anti-canónicas de la realidad. Sus acciones buscaban entonces que el cuerpo fuera usado de forma anticonvencional y que viviera en una lentitud del tiempo.
En Vitrina, por ejemplo, la artista tenía como cimientos cinco o seis acciones que se repetían todo el tiempo, pero, luego aparecían gestos totalmente inquietantes, como plasmar sus labios pintados de rojo en la ventana.
“Tal vez éramos dos espectadores que sabíamos que era eso, pero durante esas catorce horas había un montón de gente que se paraba a mirar, lo que era muy interesante para lo que estaba buscando ella”, añade Cerón.
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