Por: Vera Grabe*
“La misma especie que ha inventado la guerra también es capaz de inventar la paz", dice la Conferencia General de la UNESCO de 1989. Se trataba de cuestionar el mito de la naturaleza violenta del ser humano y demostrar que el ser humano es ante todo un ser social y cultural, y que por tanto la violencia se aprende y en esa medida se puede desaprender. Para nosotros como país, esto significa en primer lugar aprender a vernos de otro modo y desmontar el mito de que en Colombia somos violentos por naturaleza y estamos condenados a serlo.
Por ahí empieza la cultura de paz: por reconocer nuestras violencias, pero igualmente nuestras paces. No todo es violencia: en Colombia, en medio o al lado de una historia de violencias, también hay una historia de paz y de resistencias no violentas, de la cual hay que tomar conciencia y darle un lugar. Significa entender que la paz es mucho más que un fin, una utopía deseable. Aun conviviendo con la violencia, la paz está presente en nuestras vidas, y nuestra tarea es abrirle un lugar cada vez más protagónico.
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La necesidad de una “cultura de paz" se ha abierto paso en la medida en que hemos tomado conciencia de que la paz es más que la negociación del conflicto armado y que la paz existe en un sentido plural con muchas maneras de trabajar sobre y para ella. Sin embargo, la cultura de paz, por lo general, aún no pasa de ser un enunciado y una buena intención, una prédica de buenas maneras y pautas de comportamiento.
Reiterar la paz como un deber ser, un gran objetivo, tolerancia y buen trato, no es suficiente. Es necesario contribuir a desarticular los prejuicios, miedos, ignorancias, prevenciones, odios, por supuesto, instrumentalizados, alimentados y atizados por algunos medios de comunicación y sectores políticos.
La violencia no solamente está en nuestros actos y nuestras relaciones, sino que es una manera de pensar que se traduce en acciones, en decisiones políticas, en dispositivos culturales y en reacciones a las crisis. Está incrustada en nuestra mentalidad. Por eso todas estas violencias culturales arraigadas no se resuelven solo con prédicas, leyes, castigos y sanciones, sino con acciones y tratamientos pedagógicos y educativos.
La pregunta de fondo sigue siendo qué entendemos por paz, si seguimos pensando que la paz es la firma de unos actores armados con el Estado para darle fin a la guerra, o si comprendemos que también nos corresponde darle a la paz un sentido en nuestra vida cotidiana como oportunidad de transformación de la sociedad, para superar las violencias culturales inoculadas que definen nuestra visión del mundo, del ser humano, de nuestra historia y de nosotros mismos. Es este complejo campo de la cultura el que representa una amplia posibilidad de actuar y darle un sentido a la paz, transformando la cultura en la vida de las personas, la escuela, la familia, la comunidad, el trabajo, la empresa. Es allí donde hay mucho que cambiar, desde cada uno de nosotros.
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No ayuda seguir diciendo que los que deben ser educados para la paz son los niños, niñas y jóvenes porque con los adultos no hay nada qué hacer. ¡Qué manera tan cómoda de bajarnos de nuestra propia responsabilidad y posibilidad de transformación! Docentes, rectores, padres y madres, líderes políticos, sociales y comunitarios, funcionarios, sacerdotes y monjas, todos aquellos que inciden en la formación de creencias y prácticas sociales cotidianas, tienen algo que ver con la paz. Ni hablar de los medios de comunicación: ¿tienen claro su papel pedagógico como formadores en paz o reproductores de violencia en sus lenguajes, su manejo de la información, sus producciones audiovisuales y su manera de contar la historia?
La paz es más que una cátedra, una materia o un tema. Es la necesidad y posibilidad de generar cambios de mentalidad desde las personas en su entorno para desaprender violencias culturales y fortalecer prácticas de paz y no violencia. El mejor ámbito para aterrizar la cultura de paz es la vida cotidiana en cualquiera de los ámbitos en que nos movemos y actuamos. Todas las personas llevamos “un pedagogo por dentro", y todas las personas son susceptibles de ser sujetos de aprendizaje y de su propia transformación.
Así, la paz puede ser algo posible hoy y siempre. Deja de ser un gran anhelo y se convierte en camino, en una posibilidad y realidad en nuestra vida.
*Jefa de la delegación del Gobierno en los diálogos de paz con el ELN