Por Yuliana Narváez
Durante varios días el cielo bogotano estuvo cubierto con algodones grises, apretados, rechonchos. No fue así el 28 de junio cuando el sol salió de su escondite y acompañó a Julieta Toledo en su recorrido hasta Casa Alternativa, un espacio creado por firmantes de paz y ubicado en la calle 36 con carrera 17, en Teusaquillo. Eran las nueve de la mañana.
Al llegar, Julieta encontró un círculo de sillas blancas de plástico en el patio y un mural de una niña pelirroja sosteniendo una planta en la mano que decía "siembra esperanza para cosechar reconciliación". También se encontró con Johanna Marín, la mujer que durante cuatro sábados le enseñó yoga y actividades de arteterapia, como parte de los talleres 'Terapias para sanar' del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes.
"Fueron cuatro sesiones para la transformación y el autoconocimiento, por una cultura de paz. Queremos brindar espacios donde la gente pueda hacer procesos de sanación y, eventualmente, la sociedad también sane", dijo Marín al inicio del taller. Después, guio algunos ejercicios de respiración y les dio paso a las participantes.
Julieta, en ese momento, sacó de una bolsa una carta escrita a mano y dos cartulinas: una negra con un hueco en forma de corazón y una blanca con un corazón lleno de bolitas de papel crepé. Las puso junto a sus pies. Muy cerca de ella, otra participante, María Consuelo García, confesó que a través de cada terapia pudo empoderarse como mujer, valorar su proceso y aprender a sanar situaciones en las que se sintió vulnerable en su niñez.
Julieta contó que sus obras reflejaban el luto por la pérdida de su esposo y el alivio que poco a poco ha encontrado en la vida a través del arte como un vehículo de sanación, porque después de años de maltrato, encontró un amor al que se llevó la pandemia en 2020. Su homenaje sobre papel era también a la vida y a su manera de renacer ante del dolor.
Después de su presentación, Julieta se eonvolvió en abrazos de sus compañeras. Foto: Lina Rozo.
En las sesiones, la mayoría de estas mujeres entre los 40 y 60 años volvieron a abrirle la puerta a recuerdos no gratos. Una dijo: "mi papá nos pegaba, él decía que la mujer solo servía para lavar". Varias la observaron y asentían con la cabeza porque se sintieron identificadas.
Otra mujer, cuyo nombre no será revelado, denunció que víctima de abuso sexual en su niñez. Al principio, hubo silencio, como si no pensaran encontrar ese testimonio. Aquella mujer reconoció que aún tenía secuelas, pero se dio la oportunidad de crear nuevos pasos en su vida a partir de la sanación. Su caso también dio lugar a reflexiones sobre el cuidado y la protección que necesitan las niñas y los niños en el país.
Todas rompieron el silencio para contar sus historias, escribirlas, pintarlas. Para que sus memorias se resignificaran estando juntas en un espacio seguro y de confianza. Johanna les dijo “es necesario vaciar la copa para llenarla con cosas buenas".
Las sesiones acabaron pero sus procesos de sanación continúan. Foto: Lina Rozo.
Allí, en medio del patio, una fogata consumió pacientemente las cartas y las cartulinas negras que las participantes crearon sobre su dolor silencioso, silenciado. "Hay mucho sufrimiento, pero aquí aprendí que nuestra situación no es la única que nos hace vulnerables. Es importante abrir la mente, escuchar a los demás. Estoy segura de que desde el amor podemos lograr el cambio en el mundo", dijo María Consuelo.
Y Luz Ángela secundó: "cuando uno recibe espinas afuera debe tener el corazón abierto para perdonar". Las cenizas luego servirían para abonar la tierra.
Ese sábado, a Julieta, a Johanna, a María Consuelo, a Luz Ángela los abrazos les recordaron que el arte era capaz de unir a 16 personas desconocidas, de verse frágiles y comprender que solo al sanar el dolor en colectividad es posible pensar en un país en paz.
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