En pleno río Atrato, en medio de la ruta que lleva de Bellavista Nuevo a Bellavista Viejo -casco urbano de Bojayá-, la panga de un motor hace una parada.
Atrás, en el muelle, quedaron la mayoría de las personas que acompañaron la peregrinación que salió de la nueva iglesia y que tiene como destino final la vieja, esa en la que hace 22 años ocurrió una de las más dolorosas masacres del conflicto colombiano.
Es 2 de mayo y la lancha lleva uno de los símbolos más importantes de Bojayá. Adentro de una urna de madera con puerta de vidrio está el Cristo Negro mutilado, que sobrevivió a la pipeta que las FARC lanzaron contra la iglesia de Bellavista en 2002, dejando más de ochenta muertos, a los que se sumaron otras víctimas por los enfrentamientos de la guerrilla con los paramilitares.
“Nosotros, como emberas, pedimos no más muerte acá por el río Atrato, ni de blancos, ni de afros, ni de indígenas", traduce al español, después de leer una oración en su lengua, el mamo de los embera dobida (hombres del río). Esta comunidad indígena tiene una población de alrededor de 7.800 habitantes en la zona, repartidos en diez resguardos.
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Tras la oración, el mamo, que tiene escrito su discurso en una paloma de papel blanco, introduce una rama en un balde azul que lleva agua y la agita sobre la urna de madera y también a los costados de la panga. Las gotas que caen de la rama se reúnen con la corriente ocre del Atrato.
Este ritual de sanación, que mira al pasado con recogimiento y clama por un futuro de esperanza, es una metáfora de cómo la comunidad de Bojayá busca darle una nueva dimensión a ese río. Es un llamado a que no vuelvan a transitarlo lanchas llenas de ataúdes, como pasó en los días posteriores a ese doloroso 2 de mayo de 2002, sino que por allí pasen los saberes y tradiciones que definen a esta tierra.
Uno de los pangueros que suele atravesar el Atrato, que en 2016 fue declarado por la Corte Constitucional como sujeto de derechos, es Darío Caicedo Mosquera, que el día anterior al acto de conmemoración llevaba una camiseta blanca y una gorra que lo cubre del sol.
“Para mí, el Atrato significa muchas cosas. Es una belleza, nosotros tratamos de verlo así, y hay mucho sentido de familia", dice Caicedo.
Darío Caicedo Mosquera, panguero, suele hacer el recorrido entre Quibdó y Bojayá.
Sus manos gruesas y firmes condujeron su panga desde Quibdó, la capital del Chocó, hasta Bojayá, con unos pasajeros que por primera vez hacían este recorrido de más de tres horas: los 40 músicos de la Banda Sinfónica Nacional.
La agrupación, que pertenece a la Asociación Nacional de Música Sinfónica, llegó por primera vez a Bojayá para acompañar la conmemoración del 2 de mayo. La visita, que se enmarcó en el programa presidencial Sonidos para la Construcción de Paz, fue una manera de aportar a la reconciliación a través de la música y la formación artística.
Bombardinos y trombones por el río
Los instrumentos de la Banda Sinfónica, entre los que se cuentan oboes, saxofones, tubas, trompetas, trombones, bombardinos y marimbas, hicieron el recorrido en cuatro pangas un día antes que los músicos. Ellos, tras tomarse una foto en el colorido letrero de Quibdó en el malecón de la capital del Chocó, empezaron a bajar las escaleras del muelle para iniciar el recorrido.
“Muchos de nosotros no habíamos tenido la oportunidad de estar por el río. Compartir esta realidad a veces tan dura y tan dolorosa nos enseña las mil maneras que tienen las personas de vivir, lo que tenemos nosotros para valorar y lo que tenemos para enseñarle al mundo sobre cómo debemos vivir en comunidad", afirma Marinela Galvis Mesa, flautista de la Banda.
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Tras la danza de maletas cubiertas con bolsas de plástico negro -para evitar que se mojen-, los 40 músicos de la Banda, junto a 18 jóvenes del Centro de Formación Batuta de Quibdó, se dividieron también en cuatro pangas y comenzaron el trayecto de 187 kilómetros por el Atrato.
El maestro de los jóvenes de Quibdó es Indalecio Sánchez Mosquera, quien además es el director de la Orquesta Sinfónica Libre de la capital del Chocó. Él, que nació en Bellavista y tuvo que separarse de sus padres y huir hacia Quibdó por amenazas de reclutamiento, ve en ese diálogo con la Banda Sinfónica una oportunidad clave para enseñarles a los niños de su municipio otra cosa que no sea la violencia.
Indalecio Sánchez Mosquera nació en Bellavista, casco urbano de Bojayá.
“Es la oportunidad que da el arte para poder crecer. Además, en un municipio que ha estado cargado de violencia, la música ha sido aliciente para esa reconciliación entre nosotros", añade Sánchez, una reconocida figura de la música tanto en Quibdó como en Bojayá.
El río y la comunidad
En la panga que condujo Darío Caicedo Mosquera, los músicos llevaban salvavidas con nombres como Niño Maicol, Ana Cristina y El Niño Andrés. De tanto en tanto, de la parte de adelante saltaba alguna broma o se desenfundaba un celular para registrar el viaje, pero en las más de tres horas de recorrido lo que prevaleció fue el silencio.
Por el Atrato, a cada tanto aparecían casas palafíticas en las que se podía comprar una botella de viche por 15.000 pesos y también iban entrando a escena botes de un solo motor o únicamente impulsados por las manos de sus tripulantes, además de desechos y alguna garza que se posa imponente sobre un tronco de madera.
Los saltos acompasados de la panga sobre el lecho del río, y las cortinas de gotas de agua que se levantaban tras su paso, creaban de alguna manera su propia partitura de sonidos. Los músicos de la Banda, que ya habían practicado sus propias partituras, compartieron el escenario en sus dos presentaciones -un concierto didáctico y el concierto en el acto del 2 de mayo- con 25 estudiantes de la Institución Educativa César Conto y los 18 de Batuta Quibdó.
En el concierto del acto de conmemoriación a las víctimas, participaron jóvenes músicos de Quibdó y de Bojayá.
El repertorio incluyó temas tradicionales como Parió la luna, una canción de cuna del folclor chocoano compuesta por Alfonso Córdoba Mosquera. Esta selección de temas fue otra manera de interactuar con la riqueza cultural de Bojayá y del Pacífico.
Detrás de todo ese andamiaje estaba Germán Hernández Castro, director general de la Banda Sinfónica Nacional; una especie de metrónomo humano que marcaba los tiempos para que todo el cronograma avanzara con la menor cantidad de retrasos e inconvenientes posibles.
Para Hernández Castro, este viaje a Bojayá por el Atrato es una manera de cumplir con la misión para la cual nació la agrupación: llegar a esa Colombia profunda y dialogar con la riqueza cultural de los territorios.
“Esto indica que estamos acercando la música y la cultura sinfónica a los territorios (…) Queremos hacer un homenaje a las víctimas y a todos los que sobrevivieron y tuvieron esa capacidad de resiliencia y de reiniciar sus vidas", asegura.
El muelle de Bojayá
Unos 40 minutos antes de llegar a Bojayá, Darío Caicedo se detuvo en un muelle del centro poblado de El Tigre. La parada no sólo sirvió de descanso, sino para que los pasajeros compraran botellas de agua para refrescarse y hasta algún ejemplar de la pesca del día.
Al llegar a Bellavista Viejo, mientras su panga se acercaba al atracadero, Caicedo agarró con su mano derecha la de uno de los jóvenes que le ayudaría a bajar las maletas de los músicos. Ese apretón de manos, gracias al que los artistas pudieron poner pie en las maderas del muelle, es un símbolo del sentido de comunidad de Bojayá y del Atrato.
El Tigre es uno de los centros poblados de Bojayá.
Una comunidad que clama por la no repetición y que también se quiere erigir como el centro de la reconciliación del país.
Un río cuyas orillas crispadas de verde son una muestra de que allí donde atacó el dolor, también puede florecer la esperanza y la vida.
“Gracias a Dios el viaje estuvo bueno y no pasó nada en el camino, así que seguimos para adelante", se despidió Darío Caicedo, mientras su panga se embarcaba de regresó a Quibdó.
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