Uno de los vecinos grita “¡Luiiiiiiiiiis!” cuando se acerca un hombre alto, de mocasín, boina y gafas. Hace ese bochorno que impide al visitante de tierra ajena camuflarse. Luis Carlos Garnica Márquez camina erguido, fresco y recién bañado por el barrio San José, en Ayapel, Córdoba, con la velocidad del contemplador y la alegría del niño que juega a las escondidas creyendo que nadie lo ve. Algunos lo llaman ‘el poeta del pueblo’, casi todos le dicen ‘maestro’.
En esa calle, las casas pintadas de colores vivos se asoman entre los árboles que dan sombra. Entre la casa de Luis —que es amarilla y en la que ladra un Shih Tzu— y la muy blanca Casa de la Cultura, hay una cuadra. Allí, donde se alberga la Biblioteca Municipal, él llega y se detiene en los instrumentos musicales que acaban de recibir: maracas, gaitas, tambores, un acordeón…
Desde que nació, el 7 de diciembre de 1953, hasta este momento, su inspiración ha sido el lugar a donde llegó, de donde se fue, a donde volvió. Fotos: Alberto Sierra
Durante 51 años (se jubiló en diciembre), Luis fue maestro musical de niñas, niños, jóvenes y adultos de la región. Una vez, cuenta, estaba dando clases los sábados en el corregimiento de Santa Cecilia y encontró el sentido de su oficio. “Yo le pregunté a un señor que por qué no había estudiado cuando debía haberlo hecho y me respondió: profe, sencillamente, yo me puse a sacar cuentas y con la pesca estaba ganando más dinero que el alcalde. Lo que yo no pensé es que el pescado se fue acabando, ahora ni tengo pesca, ni tengo barqueta, ni tengo trasmallo, y ahora sí tengo la necesidad de estudiar”.
Luis recuerda a su papá, también de nombre Luis Carlos, como el guía en su camino, “porque de música no, ese era mi abuelo”. Le compró su primera guitarra cuando tenía 15 años. Lo llevó al guitarrista del pueblo para que le diera la primera clase. Lo mandó a Cartagena para estudiar su bachillerato y poder encontrarse con ‘Pitty’ Dueñas. “Tuve la oportunidad de hacer amistad con él por ser mi compañero de estudio, un guitarrista chocoano profesional que ya había tenido incursión con varios grupos profesionales, como Beto Zabaleta, Los Corraleros de Majagual, Juan Piña”, dice.
Los versos de canciones como Quiero cantarle a mi pueblo, ahora se han convertido en poemas publicados. “De los Garnica tengo la música; de los Márquez, la poesía”, afirma. Sus días, ya lejos de los salones de clases, están cerquita de los alumnos, de los músicos de Ayapel que lo siguen buscando para asesorar sus composiciones, de palabras que danzan en su boca.
Desde que nació, el 7 de diciembre de 1953, hasta este momento, su inspiración ha sido el lugar a donde llegó, de donde se fue, a donde volvió. Fotos: Alberto Sierra
Desde que nació, el 7 de diciembre de 1953, hasta este momento, su inspiración ha sido el lugar a donde llegó, de donde se fue, a donde volvió. “Ayapel, además de ser mi pueblo, tiene una belleza natural, una hermosa ciénaga, el gran humedal, que me han servido de fuente de inspiración”, cuenta Luis. “Su cultura, como todas las culturas de los pueblos de La Costa, es bastante sui generis. El ayapelense es una persona alegre, o como uno llama acá: ‘mamador de gallo’, siempre bullista”. Como Luis.
“La gran familia Zenú
que habitaba en mi región
Antes de llegar Colón
tuvo su época de luz.
Zenúfana, Finzenú,
renombrado emporio aquel
que desempeñó un papel
valioso como un Perú
y también la Panzenú
donde se fundó Ayapel”
Etrofa de 'Ayapel es un poema', Luis Carlos Garnica.
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