Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes de Colombia
Conferencia Mundial de la UNESCO sobre Educación Artística y Cultural
Abu Dabi febrero 2024
Juan David Correa
Ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes de Colombia
Es el momento de una nueva actitud frente a las crisis que vivimos como humanidad. Desde hace treinta años, como lo constatan filósofos como Jacques Ranciére, se nos ha querido convencer de que oponerse los valores de las democracias neoliberales es una aventura de un grupo de entusiastas nostálgicos de las ideas de mayo del 68 que, como lo sostiene el historiador Fernand Braudel, no han hecho más que comenzar una nueva revolución cultural, y son un punto de partida y no de claudicación.
Durante estos treinta años hemos experimentado una profunda crisis mediante la cual se nos quiso desproveer de los sentidos profundos de la política: de la cultura y la educación como escenarios del disenso, condición esencial de una verdadera práctica social mediante la cual podamos organizar, de nuevo, una vida en común. Al despolitizar las prácticas educativas y culturales, y convertirlas en asuntos utilitarios que podían servir como acicate tranquilizador de las conciencias y los intereses neoliberales, olvidamos que el tiempo comenzaba a correr y que el fin de la historia, según Fukuyama, no era sino la manera de instalar una nueva sensibilidad basada en formas de control hoy evidentes como el enaltecimiento del narcisismo, el empobrecimiento de millones frente a la obscena riqueza de unos pocos, la idea del otro como “alguien al que hay que ayudar”, el emprendimiento individual como meta y la privatización de las prácticas artísticas “en un aparato de compensación de los estragos que han causado dichas políticas en el tejido social”, según escribe SalonKritik, en el portal Esfera Pública.
De ahí en adelante, en muchos rincones del mundo, como mi país, Colombia, se han sucedido violencias innombrables que contradicen aquellas ideas del desarrollo sostenible. La verdad, hoy, tras constatar que estamos atravesando una verdadera emergencia climática que amenaza a toda la humanidad; un ataque ominoso y brutal contra la población Palestina; acciones terroristas mortuorias como las de Hamás; confrontaciones como las de Rusia y Ucrania; el ascenso de discursos desarticulados que defienden un supuesto libertarismo a ultranza que busca quebrar los lazos sociales; ascensos de movimientos de extrema derecha; y la instalación de realidades paralelas basadas en grandes viralizaciones de mentiras que contribuyen a sembrar más odio y cargar de pasiones monstruosas al ejercicio de la política, debemos preguntarnos con seriedad y audacia cuál es el lugar de la educación y la cultura en este mundo convulso que vivimos, y cuál es nuestro papel como instituciones que las representamos.
En primer lugar, es necesario que volvamos a reconsiderar por qué no incidimos con mayor fuerza en las acciones de los gobiernos y estados del mundo. Es el momento de decir que la educación y la cultura son la llave para la transformación de nuestras sociedades en verdaderas comunidades del conocimiento sensible que recuperen la premisa de que la libertad es, ante todo, responsabilidad sobre el bien común.
Es por ello, que el cambio cultural que proponemos es un cambio de sensibilidad y de mentalidad y eso no ocurre de la noche a la mañana. Nadie nos garantizará resultados inmediatos como quieren los defensores de la velocidad de una sociedad hiperconectada en algunos centros de poder, y completamente desconectada en los lugares más pobres del mundo. Por ello, hoy se hace urgente la creación de un fondo mundial para hacer grandes inversiones en educación pública integral, que considere todas las expresiones de nuestras culturas como parte de nuestra crianza y cuidado: sólo así podremos aspirar a no desaparecer y quizás, a ser mejores seres humanos. Esto nos garantizará avanzar hacia sociedades más justas, que defiendan la idea del bien común sobre la idea neoliberal del individualismo y el mercado. La burocracia cultural del mundo debe asumir una tarea mucho más política que técnica. Mucho más activa que consultiva.
Para todo esto será definitivo crear nuevas relaciones del buen vivir, o del vivir sabroso, como lo afirma la vicepresidenta de mi país, Francia Márquez, para poner en el centro de cualquier acción política pública el cuidado del otro. Necesitamos esforzarnos en crear una nueva generación de seres capaces de imaginar a través de la educación artística, cultural, científica, ambiental y económica, un mundo que considere unas nuevas relaciones con la naturaleza, con los otros seremos humanos, y con el universo.
Hoy mi país vive una profunda transformación no exenta de tensiones y presiones desde sectores hegemónicos y conservadores que no aceptan este cambio de sensibilidad basado en la cultura y la educación. Por primera vez en nuestra historia, la educación ha sido puesta por nuestro presidente Gustavo Petro como el primer renglón de inversión pública del país para insistir en la necesidad de que sea un derecho humano gratuito. Así mismo, el sector cultural, aumentó más del 70% del presupuesto asignado durante toda su historia. Este dinero irá a un gran programa de educación artística y cultural, que tiene programas como Sonidos para la construcción de paz, que llegará a 5000 de los más de 10.000 establecimientos educativos de Colombia, como formadores y músicos; y tendrá una inversión en miles de agrupaciones de artistas que de manera extracurricular serán reconocidos como formadores con fondos del estado, para que fortalezcan sus comunidades con niñas, niños, y podamos darle un sentido distinto al tiempo fuera de la escuela. Así mismo, hemos transformado nuestro modelo de gobernanza y más del 70% del presupuesto del ministerio lo invertiremos en los territorios excluidos del país, muchos de ellos, sin necesidades básicas satisfechas.
Hoy es urgente hacer un llamado a la UNESCO para que a través de mecanismos multilaterales las grandes inversiones del mundo prioricen la cultura y la educación de manera seria y decidida. La emergencia climática es ya una realidad. El terrorismo y los genocidios también. Las mafias criminales y corporativas que arrastran a millones de jóvenes hacia el fentanilo, y los opiáceos son los grandes asesinos silenciosos de nuestro tiempo. Las grandes migraciones en busca de condiciones económicas menos precarias. Hay decenas de problemáticas con las cuales no podemos relacionarnos de manera inteligible o sensible debido a la propagación de millones de datos descontextualizados que corren ante los ojos de niños del mundo, de manera desorganizada y aprovechada por quienes aún creen en que el crecimiento es individual. La cultura y la educación han sido las grandes organizadoras de nuestras vidas y de la humanidad y por eso necesitamos insistir en un nuevo un relato que cree y nos apropie de una relación menos abstracta con la naturaleza; que insista en crear un nuevo pacto basado en la confianza y el trabajo colectivo; que teja relaciones entre los saberes y la ciencia; que le devuelva al cuerpo su dimensión de gozo y mortalidad y que le arrebate la precaria dimensión virtual, farmacéutica y tecno-cultural; que corra el velo sobre la productividad de las artes y a las culturas en términos capitalistas; en fin, que devolvamos la esperanza y creamos en que aún hay tiempo para imaginar. Es el momento de la acción. La paz no es un punto de llegada, es el punto de partida: la educación y la cultura en estos términos saben qué quiere decir eso.