En marzo, el Gobierno nacional anunció la instalación de la primera Región de Paz establecida en la subregión de Abades en Nariño, que prioriza los municipios de Samaniego, Santa Cruz y La Llanada. Samaniego, de hecho, ha sufrido históricamente por el conflicto armado; entre otras, quedó en medio de enfrentamientos entre guerrilla y paramilitares, su alcalde, Cesar Ordoñez, fue asesinado por paramilitares el 13 de agosto de 2002, y, de acuerdo con la base de datos del programa Descontamina Colombia, allí se registran 119 víctimas de minas antipersona.
En contraposición a ese historial, en Samaniego hay una larga tradición de liderazgos sociales e iniciativas que tienden puentes hacia la paz a través de la cultura.
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Hace unos años, en el patio del Instituto Educativo Policarpa Salavarrieta solían caer casquetes de proyectiles. Por allí solían desplegarse las pisadas desesperadas de estudiantes que buscaban un refugio y desde allí se podían escuchar gritos y golpes contra las puertas de padres desesperados que buscaban a sus hijos.
“Ese era el diario vivir”, asegura la profesora Martha Cecilia Andrade Acosta, quien recuerda que, ante las tomas guerrilleras o los enfrentamientos entre guerrillas y paramilitares, en el colegio solían ubicar a los niños en sitios seguros ya preestablecidos.
Ellos ya sabían, entonces, que debían agruparse y dirigirse hacia determinado salón dependiendo de su grado -en el Instituto hay un promedio de 900 estudiantes-. “A los papás les teníamos dicho que no vinieran cuando había un enfrentamiento, que nosotros acá tratábamos de resguardar a los niños. Pero ellos venían y les daban patadas a esos portones; imagínense al papa queriendo proteger a sus hijos”, recuerda Andrade.
La profesora, quien asegura que ya en el pueblo han descansado un poco de esa angustiante rutina, reconstruye esas historias con una mirada cargada de sosiego. En esos ojos que han visto tanto, o que llevan meses sin ver a su hermano que lleva más de un año secuestrado, la esperanza se ha sobrepuesto a las huellas del dolor.
Martha Andrade lidera el Museo Escolar de la Memoria de Samaniego.
Esa esperanza es la que ha hecho florecer iniciativas como el Museo Escolar de la Memoria Recuerdos de mi Wayco, que nació en 2016 y en el que participan estudiantes de grados décimo y once de este colegio. Cuenta la profesora que fueron los propios estudiantes quienes agregaron como subtítulo del nombre del museo esta frase: Dejando huellas, reviviendo sentimientos y comenzando de nuevo.
La primera creación del Museo fue una serie de entrevistas con once víctimas del conflicto. Esas historias quedaron registradas en el libro Tejiendo la memoria de nuestro pueblo para no olvidarla.
“Nosotros hemos ido al sector montañoso, nos hemos metido a donde está la guerrilla y allá las mujeres, las personas, las víctimas nos han contado que nunca habían tenido la oportunidad de contar sus historias, que nadie las había tenido en cuenta. O sea, eran historias silenciosas que se quedaban en la oscuridad”, asegura Andrade.
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Mucho más que un museo
Una de las preguntas que se les hacía a los estudiantes durante el semillero de investigación en el que nació este proyecto fue: ¿qué es un museo? Al principio, la respuesta era que un museo es un sitio en el que se exhiben piezas antiguas. Sin embargo, esa afirmación fue evolucionando al punto de que los alumnos ya consideran que un museo es un lugar en el que se recuerda.
Esa nueva mirada que ha logrado esta iniciativa también se refleja en el proceso pedagógico, pues la profesora Andrade ha propuesto una mirada distinta a la enseñanza clásica de las ciencias sociales.
“Cambia totalmente porque los muchachos se apropian de su territorio. Ellos indagan en su contexto y hacen la historia. Eso ha servido porque se han vuelto sujetos históricos y se ha desarrollado un liderazgo en ellos”, explica Andrade.
El mural 'Pintando los recuerdos' es una de las piezas del museo.
Bajo esa mirada, se han construido propuestas como La guerra en el calendario de la memoria, una serie de 16 piezas perimetrales que trazan una línea cronológica sobre la violencia que ha azotado a Samaniego, que llegó a ser el segundo municipio más minado de Colombia, en el que en 2009 una mujer fue obligada a entrar con una carga explosiva en la estación de Policía, carga que finalmente estalló y terminó con la vida de la mujer y las de cinco policías. También en el que a mediados de 2020, en la vereda Santa Catalina, asesinaron a ocho jóvenes.
“El dolor y la tragedia nos han hecho ser fuertes y nos han hecho levantar y seguir luchando y seguir trabajando. Aquí hay muchas organizaciones; ahora, por ejemplo, estamos organizando una red de memoria municipal. Ese es el trabajo, seguir resistiendo de manera positiva”, cuenta Andrade.
La luz de Samaniego
Tras subir las escaleras en las que están ubicadas las 16 piezas de La guerra en el calendario de la memoria, hay un inmenso mural que tiene el título de Pintando los recuerdos. A la izquierda, el blanco y negro domina la imagen, en la que seres desolados se agarran la cabeza y gritan, en un evidente gesto de desconsuelo. A la izquierda, aparece el color: una paloma blanca rompe una cadena oxidada y la iglesia de la plaza de Samaniego se levanta esperanzadora sobre árboles de frondosas copas verdes. De espaldas, una pareja de jóvenes admira ese espectáculo.
El mural fue diseñado y realizado por estudiantes que participaron en esta iniciativa del museo, en compañía de los artistas locales Mario Andrés Melo y Mario Fernando Bastidas.
“A los niños se les preguntó: ¿cómo ven al Samaniego de antes y cómo ven al Samaniego del futuro? Así hicieron los dibujos... Parece que ahorita ya hay como un poquito de luz”, dice esperanzada la profesora Andrade.
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Al lado del mural, una sala agrupa otros procesos del museo, que incluyen una infografía que recoge la historia y las riquezas naturales, sociales y artísticas del municipio; una antología que registra otros casos emblemáticos del conflicto, una serie de biografías de líderes sociales de Samaniego y unos cuadernos de ruta que reúnen historias en texto.
Una de ellas lleva el título de Una madre siempre espera.
“Esta es la historia de una señora a la que le secuestraron a su hija y al esposo de la hija cuando iban a vender productos a la montaña, y nunca más los encontraron. Entonces, los estudiantes en el relato recogen los dichos sin cambiarlos, como por ejemplo: ‘una madre siempre espera, siempre los va a esperar’”, apunta Andrade.
Inspirados en historias como esta, estudiantes de grados noveno y décimo del colegio dibujaron en 2022 unas piezas que componen la serie Pintando la memoria.
Las pinturas, diversas tanto en estilo como en temáticas, retratan desde episodios desgarradores de violencia sexual o tomas guerrilleras hasta mensajes esperanzadores como “La paz es nuestra”. Es por este tipo de frases que pareciera, como dice Andrade, que en Samaniego ya hay un poco de luz; de hecho, el municipio es epicentro de los diálogos regionales de paz con la guerrilla del ELN.
El fruto del Museo Escolar de la Memoria
La palabra wayco (hueco) hace referencia a la ubicación de Samaniego en la parte baja de las montañas de Los Andes. Martha Andrade, que lleva 30 años trabajando como profesora, cuenta que vivió seis años en Chuguldí, un corregimiento del municipio que queda en la parte alta de las montañas.
'El árbol de la vida' recuerda a víctimas recientes del conflicto.
Cuenta Andrade que ese fue el primer lugar al que llegó la guerrilla en 1989 y, cuando había enfrentamientos, la costumbre era subirse a los buses y bajar al pueblo. “Es que ha sido bien duro aquí, bien difícil. Pero, gracias a Dios vivimos para contarla, ¿no?”, añade la maestra.
La memoria de todos esos eventos relacionados con el conflicto continúa en la parte inferior del museo -en su propio wayco-, en el que, por ejemplo, hay un ‘Árbol de la memoria’ cuyos frutos son fotografías de víctimas recientes del conflicto -entre ellos el hermano secuestrado de la profesora-.
Cada espacio y cada pieza de esta iniciativa, una muestra elocuente de la Cultura de Paz, aporta a ese objetivo general de recuperar la memoria de las víctimas para entender su origen, dignificar sus historias, conocer la verdad y no repetir estos desgarradores episodios.
“Las víctimas son bien agradecidas, dicen: ‘Profe, con sólo contarles a los muchachos, nosotros ya nos desahogamos y sentimos que hay personas empáticas, que se interesan por nuestras historias’”, concluye Andrade.
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