Bogotá, 22 de febrero de 2024 (@mincultura). Cualquiera podría confundirlo con un lobo. Tiene la estatura de este animal, esa pose reposada pero imponente, e incluso su pelaje parece natural. Pero en realidad es un muñeco de tamaño a escala, que se sostiene gracias a un actor titiritero y que recita un corto parlamento para dar inicio a esta historia:
Yo soy Roberto Wolf, llamado el Lobo cuando los tiempos del movimiento.
Esa es la primera línea de la obra Lobo, del grupo Los Animistas, que, a través de lenguajes como animación de marionetas y muñecos, música en vivo y actuación, relata los pormenores de la guerra de Villarrica. Su director y autor, Javier Gámez, recuerda que en la función de estreno de esta pieza, luego de aquel diálogo inicial, alguien que estaba sentado en el público gritó:
Sí, sí, ese soy yo
Algunas cabezas se giraron para identificar al autor de la frase, varias miradas incluso lo juzgaron antes de enterarse de que aquel hombre era nada menos que Roberto Wolf, el personaje que inspiró esta historia, el hijo de George Wolf, un húngaro que emigró de su país por la Primera Guerra Mundial, que transitó por Brasil y finalmente se estableció en Colombia, donde fue uno de los fundadores de la Colonia Agrícola de Sumapaz, del municipio de Villarrica.
“Eso nos conmovió un montón, porque mucha gente lo volteó a mirar como diciendo: ¿Este viejito quién es? Pero luego, al final, dijimos que era Roberto Wolf y hubo una ovación de pie”, asegura Gámez.
La obra, que se presentará el 23 y el 24 de febrero en la sala Delia Zapata del Centro Nacional de las Artes, toma como punto de partida el testimonio de Roberto Wolf sobre los ataques del gobierno de Gustavo Rojas Pinilla a la vereda La Colonia, de Villarrica (Tolima).
Rojas Pinilla prohibió, en 1954, la existencia del Partido Comunista; sin embargo, un grupo de campesinos establecidos en esa zona del Sumapaz se resistió y, en consecuencia, las fuerzas armadas bombardearon durante varios meses aquel lugar.
En la producción participan los actores Juliana Herrera (en el papel de Natividad) y Juan Barona (que encarna a Roberto Wolf).
En un capítulo titulado Villarrica, la guerra olvidada, de su Informe Final, la Comisión de la Verdad registró que un régimen de censura bloqueó la circulación de noticias sobre aquella guerra e incluso la Fuerza Aérea llegó a arrojar cincuenta bombas de napalm en La Colonia.
Gámez cuenta que desde pequeño tenía clavada la espinita de contar esta historia, porque cuando era niño solía ir a visitar a Roberto Wolf a su finca para escuchar sus historias sobre aquella guerra olvidada.
Incluso ahora, a sus 92 años, Wolf aún se conserva como un guardián de la memoria de ese episodio. “Él hoy en día tiene problemas de memoria de corto plazo, pero tú le preguntas sobre 1955 y tiene claras las fechas, los nombres; como que atesoró todo eso y sigue siendo un recuerdo muy vivo”, explica el director.
La verdad interior
El grupo Los Animistas ha contado a través de la animación de marionetas temas tan complejos como la migración e incluso ha adaptado con este lenguaje textos icónicos de la literatura latinoamericana como El gallo de oro, del mexicano Juan Rulfo.
Gámez define esa búsqueda como un ‘teatro de raíz’. “Es un teatro que tiene vestuarios muy orgánicos y también muñecos, máscaras y música en vivo; esta obra (Lobo) se puede hacer sin ningún efecto técnico e incluso sin iluminación. Es decir, es un teatro que tiene una estampa muy tradicional, pero al mismo tiempo también es muy contemporáneo”, explica el director.
En Lobo también ha sido fundamental la influencia de dos corrientes del teatro tradicional japonés: el bunraku, cuyas narraciones están acompañadas de música en vivo y de marionetas, y el nō, caracterizado por el uso de las máscaras.
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Para Gámez era muy importante trabajar el tema de la verdad desde este lugar inusual para el teatro colombiano, y por eso se acomodaba muy bien el esquema del nō, en el que usualmente interviene un ser de otro mundo.
En la historia de Lobo, Roberto Wolf recibe la visita de Aleteya, una diosa a la cual el protagonista decide relatarle su vida, desde su participación en los combates en Villarrica hasta su relación con su esposa, Natividad. Esta representación responde entonces a esa filosofía del teatro nō, cuya pasarela está dividida en dos mundos simbólicos: el de los espíritus y el humano.
“La superficie de la obra es una capa histórica y política muy precisa, que es la guerra de Villarrica contada desde el testimonio de don Roberto Wolf; pero, en la capa subterránea estaba esa gran posibilidad de hablar de la verdad interior, que es emblemática del teatro oriental. Y sin un trabajo interior de la verdad, no va a haber ninguna verdad”, asegura Gámez.
'Lobo' tiene como influencia dos corrientes del teatro japonés tradicional: el bunraku y el nō.
Guerra en marionetas
Katerinn Acevedo es la directora de arte, de vestuario y la diseñadora de los muñecos de Los Animistas. Para Lobo, además de aquel muñeco del animal que le da nombre a la obra, Acevedo también construyó dos chulos y una perra criolla. Según Gámez, la premisa de la directora de arte para estos muñecos fue el naturalismo, que tuvieran un tamaño real y no hubiera una distinción muy fuerte entre unos y otros.
Es por eso que el resultado genera tanto impacto. Por ejemplo, Gámez recuerda que, antes de una función reciente en la Universidad Nacional de Bogotá, una de las encargadas del aseo estaba convencida de que el muñeco protagonista era un lobo disecado. “Ella no podía acercarse al títere, le daba mucha impresión, hasta que poco a poco la fuimos acercando porque lo dejamos ahí acostado. Entonces, eso es como un lugar de un respeto tremendo”, añade el director.
El director también señala la influencia del arte y la literatura rusos de finales del siglo XIX, especialmente de los cuentos de Alexander Pushkin en los que hay animales que hablan con los humanos. Esa apuesta narrativa se combina entonces con la animación a la vista.
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“Yo creo que la exploración va en una cuestión de jerarquía, porque en ciertas piezas de títeres los muñecos están aislados del actor. Desde Souvenir asiático ya nuestras marionetas están en contacto y a escala también, entonces es lograr que humanos y muñecos estén en el mismo estatuto ontológico en la escena”, añade.
El trabajo de los actores titiriteros -Lucho Tangarife y Henry López- se complementa el de los actores Juan Barona y Juliana Herrera, del bailarín Jorge Bernal y la propuesta musical en vivo de La Murga de la Montaña.
“Creo que cada uno va confluyendo en un mismo centro que es la obra, pero desde sus especialidades”, finaliza Gámez.
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