Bogotá, 10 de febrero de 2022. (@Minculturas). Cada 22 de marzo, cuando el mundo celebra el Día Internacional del Agua, miles de personas se reúnen, de manera sincronizada, en distintos puntos del planeta para honrar el agua. Es una especie de celebración espiritual en la que a la misma hora, frente a distintos ríos, lagos, arroyos, mares o humedales, muchos cantan, danzan, hacen ofrendas, meditan, rezan o realizan limpiezas.
La idea es simple: despertar, a través de la música, la meditación y la energía, la consciencia sobre la importancia y “la sacralidad” del líquido, así como la relación estrecha que existe entre los seres humanos, los otros animales y el planeta.
El movimiento ha crecido tanto que hoy se realizan acciones en diferentes aprtes del mundo. Aquí, en Chile.
Detrás de la actividad, que ha venido creciendo exponencialmente cada año y que hoy se replica incluso en fechas diferentes al 22 de marzo, hay una plataforma colombiana llamada Canto al agua, que nació en 2010 y que reúne a músicos, diseñadores, gestores culturales, artistas, ambientalistas y hasta científicos.
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Su historia es el ejemplo perfecto de cómo una pequeña semilla, sembrada por alguien que quiere cambiar el mundo, puede germinar no en árbol, sino en todo un bosque.
Los inicios
La historia comenzó con la diseñadora gráfica, música y psicoterapeuta Catalina Salguero, quien, el 14 de febrero de 2010, convocó a un grupo de personas al Parque El Virrey de Bogotá para hacerle un canto a la tierra y al agua.
Ella venía sintiendo, desde hace un tiempo, la necesidad de invitar a la gente a recuperar su conexión con la naturaleza. Y algo aumentó cuando vio un documental del japonés Masaru Emoto y su teoría sobre cómo el agua respondía, molecularmente, a las energías que tenía a su alrededor.
“Si el agua tiene esa capacidad de percibir tu energía, decía Emoto, qué le estás diciendo a tu cuerpo, al agua que tienes dentro de ti ¬–recuerda Catalina–. Eso me marcó y me llevó a estudiar el agua y su naturaleza”.
Había escogido El Virrey, un parque en el que corre un río que, con el tiempo, había sido convertido y tratado, muchas veces, como un simple canal. “La idea de ese día era tener un momento muy hippie en el que con la música, el canto, hacíamos vibrar agua que llevábamos en unos cuencos sonoros. Íbamos cantando y dándole una intención al agua, para luego echarla al río y que este recibiera nuestro mensaje”, recuerda.
El evento venía ocurriendo con normalidad, hasta que llegó Héctor Buitrago, el cantante y miembro de Aterciopelados, junto con periodistas de Caracol y RCN. “Él había recibido la invitación por algún lado, y convocó a los medios, que llegaron a grabar lo que estábamos haciendo”, dice Catalina.
Héctor Buitrago, miembro de Aterciopelados, es uno de los cofundadores del movimiento, que hoy es una plataforma que no solo realiza acciones para el Día Internacional del Agua, sino para otras fechas ambientales.
Al final, muy contento, Buitrago le preguntó qué cuándo volvían a hacer un evento similar. Juntos decidieron organizarlo para el 22 de marzo siguiente, en el Salto del Tequendama, el lugar ancestral en el que el río Bogotá cae por una cascada. Unos días después, en una reunión, le pusieron al evento el nombre Canto al agua y, con la ayuda del equipo de producción y comunicación de Héctor, empezaron a convocar a la gente.
La expansión
Para ese primer encuentro llegaron 100 personas: familias con niños, practicantes de yoga, miembros de comunidades indígenas, ecologistas, artistas. A las 11 de la mañana, mientras cantaban, meditaban y hacían distintos rituales, todos vieron como el agua caía por el salto llena de basura y malos olores.
“Fue impresionante -recuerda Catalina-. Muchos lloramos. Yo no me había dado cuenta de la gran inconsciencia y de lo separados que estábamos del mundo y de la naturaleza. Mientras veíamos eso le cantábamos al agua, le decíamos que reconocíamos que era sagrada, que nos estábamos ‘cagando’ en ella y que como somos 70 por ciento agua, también nos estábamos ‘cagando’ en nosotros mismos”.
Ese momento fue un hito. Como lo explica Héctor Buitrago: “Nosotros no teníamos expectativas, pero se replicó espontáneamente. Y poco a poco esa responsabilidad creció porque se fueron conectando más y más personas que tenían esa sensibilidad”.
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El movimiento creció: al año siguiente hubo actividades en 30 lugares distintos, al siguiente unos 100 y así, sucesivamente, hasta que han llegado a tener celebraciones con actividades sincronizadas en casi 800 puntos.
Además, la popularidad fue tanta que las mismas personas empezaron a pedir actividades no solo para los 22 de marzo, sino también para otros días y fechas ambientales.
A la misma hora, frente a distintos ríos, lagos, arroyos, mares o humedales de todo el mundo, las personas cantan, danzan, hacen ofrendas, meditan, rezan o realizan acciones más directas como limpiezas.
Ese crecimiento, según Toto Serrah, diseñador industrial y uno de los miembros del equipo semilla de Canto al agua, fue muy orgánico y natural, como el fluir del agua: “Por ejemplo, lo de tener varios puntos con actividades de manera sincronizada, nació de forma casual, porque las mismas personas nos escribían para decirnos que aunque ellos no podían ir al evento principal, se iban a unir en sus casas, en los humedales de sus barrios o en sus países, a la misma hora”.
De esa misma forma, empezaron a llegar al movimiento personas de distintas culturas, creencias y saberes, y en cada uno de los puntos el ritual con el agua tomaba la forma que cada grupo deseaba. Una comunidad indígena, por ejemplo, podía hacer rituales tradicionales para purificar y honrar el agua, mientras un grupo hacía yoga y otro se dedicaba a hacer música. También había profesores que decidían llevar a sus alumnos y enseñarles sobre el agua, o personas que preferían organizar jornadas de limpieza. Incluso ha llegado a participar un rabino, con sus propias oraciones.
“La diversidad múltiple en credos, religiones, formas, profesiones, comportamientos, lenguajes ha hecho que el movimiento se nutra cada vez más –explica Alba Sandoval, directora de Trébola Organización Ecológica y miembro del equipo semilla de Canto al agua–. Así nos hemos dado cuenta cómo, cada uno desde su individualidad, termina impactando en lo colectivo”.
La magia y la filosofía
El movimiento ha generado acciones concretas: desde iniciativas de vecinos que se dedican a recorrer las quebradas que entran en Bogotá para limpiarlas y cerrar las entradas de aguas negras que las contaminan, hasta presiones e iniciativas en el Congreso, como la que logró declarar a los ríos sujetos de derechos.
Según Toto Serrah, parte del éxito de esta plataforma ha sido que el cuidado del medio ambiente hace parte de todas las culturas y es algo que va más allá de creencias y de procedencias. Catalina cree que detrás de todo hay una “magia” que hace que todo se junte y que el proceso fluya. No en vano, recuerda cómo en algunas ocasiones, durante los rituales, ha aparecido un arcoíris, un momento de sol bajo la lluvia o incluso un águila que pasa volando por encima.
Alba Sandoval menciona la palabra sincronía y cree que el cuidado y el amor por el agua logra generar una sensación de unidad y de conexión que pasa por encima de las diferencias. Y Héctor Buitrago, por su parte, habla de inspiración y del poder del agua para quitar todas las máscaras y los egos.
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Lo cierto es que, sea por la razón que sea, Canto al agua ha logrado algo que muy pocas iniciativas han logrado: unir a distintas personas de distintas culturas, procedencias y creencias en un solo objetivo: cantarle al agua y honrarla.
Así no solo han logrado generar conciencia sobre su importancia y su cuidado, sino que también muchos se reconecten con la naturaleza que nos rodea. “Pensamos que estamos separados y ese es el problema. Como si la tierra y la naturaleza no tuviera alma y fuera una simple mina para explotar”, concluye Catalina.