Por: Damaris Paola Rozo López
Es innegable que historias pasionales y picarescas de amor y amistad han surgido de los carnavales en Colombia. Risas, travesuras, danzas y sobre todo nuevas y diferentes formas de relacionarse con los otros es lo que permite que los colombianos y visitantes de otros países tengan su propia historia de la vivencia del carnaval. Muchos amantes de esta vivencia en Colombia han caracterizado el carnaval como un espacio único que permite la expresión libre y desenfrenada del cuerpo y el alma. Este acercamiento a la vivencia del carnaval hace imposible no recordar al gran crítico literario Mijaíl Bajtín, quien se cuestionó sobre los carnavales y elaboró uno de sus trabajos respecto al tema. Bajtín nos cuenta que los carnavales son una forma de espectáculo sincrético de carácter ritual, que se apoya de diversas expresiones, variantes y matices propios de una época y de las particularidades de cada pueblo. Desde esta mirada, el carnaval es una expresión cultural que puede ser entendida como un lenguaje, en la medida en que desde este espacio se pueden expresar ideas y pensamientos diversos y únicos de forma carnavalesca.
Los carnavales colombianos además de permitir la expresión libre del cuerpo y el alma, nos presentan una realidad en donde actores y espectadores tienen la misma funcionalidad, pues todos están viviendo, sintiendo y gozando el carnaval. Dicho sentir es presentado por Bajtín como un “acto carnavalesco” en el que todos los participantes se comunican y son activos en el carnaval. Esto implica que el carnaval más que un espectáculo de puestas en escena en donde unos actúan y otros observan, es una vivencia que posibilita “una existencia de carnaval”. Según Bajtín esta existencia se sitúa por fuera de las prácticas cotidianas como una especie de “mundo al revés”, “un monde à l'envers”.
Este “mundo al revés” se desarrolla como una ruptura de la cotidianidad en la que se invierte el orden social y las jerarquías que este tiene. Al tener en cuenta esta interpretación del carnaval, se puede afirmar que en éste se instaura una forma más sensible y pasional de vivir la vida. Pensarlo de esa manera hace imposible no recordar los bellos carnavales de Colombia. Pues en ellos se reconoce un lenguaje particular que permite la construcción de una vivencia de carnaval única. Dicha vivencia es trazada por las particularidades de cada población y está llena de aventuras picarescas y risueñas que rompen con la normalidad e invitan a expresarse libremente.
Colombia tiene varios carnavales, y cada uno representa, significa y parte de concepciones distintas acorde con su lugar de enunciación. Desde esta perspectiva, los carnavales en el país irrumpen la cotidianidad por medio de expresiones socioculturales que ponen en jaque la manera rutinaria de vivir la vida. Estas prácticas carnavalescas permiten pensar en aquel “mundo al revés” como algo vivido y escenificado en los carnavales colombianos.
Fiestas de San Pacho. Quibdó-Chocó
Por ejemplo, el carnaval de Barranquilla, realizado desde el sábado anterior al miércoles de ceniza hasta el martes, se caracteriza por su espíritu de picardía y travesura, en el cual confluyen varias culturas aledañas al lugar para representar sus tradiciones e interactuar con otros. Este carnaval es un espacio en donde la alteridad más que ser una cerca separativa, se convierte en un lugar posibilitador de interacciones risueñas, rodeadas de danzas, música, risas y pillerías. Estas características carnavalescas de ensueño dieron lugar a que esta festividad fuera declarada patrimonio cultural de la nación por el Congreso de la República a partir de la Ley n° 706 del 26 de noviembre de 2001. Adicional a este reconocimiento, el carnaval fue proclamado por la Unesco el 7 de noviembre de 2003 como obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad.
Otro de los carnavales que vale la pena mencionar es el de Blancos y Negros, el cual se celebra del 2 al 7 de enero anualmente. Este carnaval se caracteriza por los fascinantes espacios en los que la multiculturalidad, las danzas, las tradicionales y el recuerdo de los orígenes culturales a través de la comida, los bailes y los festejos toman un lugar central en Pasto, Nariño. El carnaval de Blancos y Negros está compuesto por cuatro días de festividades: el día del carnavalito, en el que los niños viven sus desfiles, bailes, cantos y comparsas; el día en que se celebra la llegada de la familia Castañeda, quienes llegaron a San Juan de Pasto con una manera de ser activa y alegre a sembrar las semillas que hacen lo que hoy es Pasto; el día de los Negros, que conmemora el día libre de los esclavos africanos y sus prácticas lúdicas de desahogo por medio de danzas de libertad y cantos libres en lugares públicos; y el día de los Blancos vivido como el gran cierre, compuesto de danzas, carruajes y desfiles que parecen ir en contra del tiempo, las reglas y las diferencias sociales, pues impregna de alegría a todo aquel que se une. Estas vivencias carnavalescas dieron lugar a que se declarara el Carnaval de Blancos y Negros como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco el 30 de septiembre de 2009.
Existen otros lugares en Colombia que celebran la multiculturalidad en sus departamentos como herencia del Carnaval de Blancos y Negros. Este es el caso del Carnaval de Pubenza en Popayán, Cauca celebrado el día de reyes. En este carnaval se alude a la fusión entre las culturas indígenas, africanas y españolas. Así mismo, se enaltece por medio de danzas, cantos, desfiles, festivales gastronómicos y caravanas los orígenes esclavistas y de mestizaje que tuvo la población.
Junto a este carnaval también podemos encontrar como uno de los más emblemáticos en Colombia el carnaval de Riosucio en Caldas. En este carnaval se festeja el estado anímico de las culturas aborígenes y la mezcla que estas tuvieron para conformar lo que hoy son los caldenses. Cabe resaltar que la figura del diablo es esencial en estas festividades, ya que es un espíritu inspirador de preparación para el sentir de la música y el vivir de la danza tradicional. Se celebra el seis de enero cada dos años y es uno de los más estructurados en tanto que se vive como un extenso poema dramático que se va escribiendo con y para la comunidad en base a la literatura matachinesca. Esta festividad es una mezcla de alegrías y rituales que rompen con la cotidianidad para generar experiencias y pensamientos distintos sobre lo real.
En este sentido, los carnavales colombianos no solo son puestas en escena de un pasado. Sino que son vivencias que representan un pasado y hacen un presente, en el que se pone en jaque la cotidianidad y las normas que la rigen. Nuestros carnavales son entonces “mundos al revés” que se realizan como espectáculos propios de las tradiciones socioculturales de departamentos como Atlántico, Caldas, Popayán y Nariño. Es decir que el Intercambio, la multiculturalidad y las expresiones corporales y sonoras en su diversidad y mezcla como vivencia del carnaval producen nuevas formas de relacionamiento social que solo aparecen en este contexto. Prácticas culturales que como una especie de realidad paralela alimentan y construyen la realidad cotidiana de manera rebelde, libre y pasional.