CUENTOS, RELATOS
Y POEMAS
ESCRITOS DESDE LA CÁRCEL
“LIBERTAD BAJO PALABRA”
UN PROGRAMA DE RELATA
CUENTOS, RELATOS
Y POEMAS
ESCRITOS DESDE LA CÁRCEL
RELATA, RED DE ESCRITURA CREATIVA
Y TERTULIAS LITERARIAS
CUENTOS, RELATOS Y POEMAS
ESCRITOS DESDE LA CÁRCEL
RED DE ESCRITURA CREATIVA
Y TERTULIAS LITERARIAS
RELATA 2021
MINISTRA DE CULTURA
Patricia Ariza Flórez
VICEMINISTRO DE CREATIVIDAD
Y ECONOMÍA NARANJA
Jorge Zorro Sánchez
VICEMINISTRA DE FOMENTO
REGIONAL Y PATRIMONIO
Adriana Molano Arenas (E)
SECRETARIO GENERAL
Fernando Augusto Medina Gutiérrez
DIRECTORA DE ARTES
Ángela Marcela Beltrán Pinzón (E)
COORDINADORA DEL GRUPO DE LITERATURA
María Orlanda Aristizábal B.
EQUIPO DE LITERATURA
Santiago Humberto Cepeda
Vanessa Morales Rodríguez
Daniel García León
Andrés Giraldo Pava
Carlos Octavio Cómbita Villamil
Alexandra Paz
UNIVERSIDAD LA GRAN COLOMBIA
COORDINADOR DE LIBERTAD BAJO PALABRA
Álvaro Josserand Camargo Pérez
ASESOR Y EDITOR DE LIBERTAD BAJO PALABRA
Cristian Valencia Hurtado
DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN
Carlos Diazgranados Cubillos
PRODUCCIÓN EBOOK
eLibros Editorial
MINISTRO DE JUSTICIA Y DEL DERECHO
Néstor Iván Osuna Patiño
DIRECTOR GENERAL DEL INPEC
Teniente Coronel
Daniel Fernando Gutiérrez Rojas (E)
DIRECTORA DE ATENCIÓN Y TRATAMIENTO
Martha Isabel Gómez Mahecha (E)
SUBDIRECTORA DE EDUCACIÓN
Rocio Nataly Rincón Tobar
TEXTOS LOGRADOS EN LOS TALLERES
DE ESCRITURA CREATIVA DEL PROGRAMA
LIBERTAD BAJO PALABRA DEL AÑO 2021
© Ministerio de Cultura, República de Colombia
© Red de Escritura Creativa y Tertulias
Literarias – RELATA
© Derechos reservados para los autores
Primera edición: Diciembre de 2022
ISBN 978-958-753-511-2
Cristian Valencia Hurtado
Editor
Antioquia
Establecimiento penitenciario de mediana
seguridad y carcelario de Apartadó
Simeón Varela Gómez
Hernán David Graciano
Anderson Saldarriaga Vega
Jonás Orlando García Lezcano
Antioquia
Establecimiento penitenciario de mediana
seguridad y carcelario de Yarumal
OH (Seudónimo)
Cómo es la vida dentro de una cárcel
Yoivi Andrés (Seudónimo)
Kevin Tapias
Juan F. Mesa
Tristán (Seudónimo)
Javier Quijano Sanabria
Caldas
Establecimiento Penitenciario de Mediana
Seguridad y Carcelario de Riosucio
Marco Orozco
Yesid Fernando Henao García
Cauca
Establecimiento penitenciario
de mediana seguridad y carcelario
de Santander de Quilichao
Yesid Fernando Henao García
Rolo Bueno (Seudónimo)
Sananaky (Seudónimo)
José Ricardo Posada
Cundinamarca
Cárcel y Penitenciaría de Mediana
Seguridad de Chocontá
José Ernesto López
Ludopatía, un problema y asesino invisible
Jhon Edward Quiroga
Leonel Zuluaga
Huila
Establecimiento Penitenciario de Mediana
Seguridad y Carcelario de Neiva
Jhorman Estiven Ordoñez González “Thor”
Don Siete (Seudónimo)
Creador (Seudónimo)
Una felicidad ajena, una tristeza propia
Mauricio Solarte Velasco
Nariño
Establecimiento penitenciario de mediana
seguridad y carcelario de Pasto
Esteban Burgos R.
Memo (Seudónimo)
El Saya (Seudónimo)
Rams (Seudónimo)
Norte de Santander
Complejo Carcelario y Penitenciario
Metropolitano de Cúcuta
Delfín Gutiérrez
Cómo asimilar una mala noticia
Juan Carlos Gutiérrez
Marco José Maldonado
Edwin Yesid Quesada Delgado
Quindío
Reclusión de mujeres de Armenia
María Fernanda Osorio
Paula Andrea Builes
Habitación 302: la corta historia
de una prostituta
Alexandra Osorio Quiroga
Luisa Fernanda López Barrera
Quindío
Establecimiento penitenciario de mediana
seguridad y carcelario de Calarcá
Yeison Fernández
Yhilet Ríos G.
Helio Tabares
Juan Fernando Londoño Valencia
Risaralda
Reclusión de Mujeres de Pereira
Nunca es tarde, siempre vencedora
Mónica Cano
Sandra Mylena Lames Cadavid
En una milésima de segundo
nos cambia la perspectiva
Daniela Urrea López
Risaralda
Establecimiento penitenciario
de mediana seguridad y carcelario
de Santa Rosa de Cabal
Zosa (Seudónimo)
Mustafá (Seudónimo)
¡Por mi culpa, por mi culpa,
por mi propia culpa!
Manuel (Seudónimo)
Santander
Reclusión de Mujeres de Bucaramanga
La Negra (Seudónimo)
Experiencias vividas y contadas
La Tache (Seudónimo)
Historia triángulo de amor fatal
Cleopatra (Seudónimo)
Tolima
Establecimiento Penitenciario de Mediana
Seguridad y Carcelario de Fresno
Andrés Arroyabe Castrillón
Neymar (Seudónimo)
William Rodríguez Motivar
Victor Hugo Rubiano Castaño
Tolima
Cárcel y Penitenciaría de Mediana
Seguridad de Melgar
Héctor Horacio Piñeros B.
D´Jerson Poesía (Seudónimo)
Darkman (Seudónimo)
Los textos de esta selección de Fugas de Tinta son remedios para el alma. Han sanado heridas abiertas, recorrido pasados desdichados o felices, enfrentado demonios con valentía, han declarado amores silenciosos o gritado a los cuatro vientos culpas e inocencias. Fueron escritos desde algunas cárceles de Colombia, esos lugares tristes en donde la melancolía crece como maleza en los rincones. Escritos por personas valientes. Porque hay que ser valiente para enfrentarse con uno mismo en una página. Hay que ser valiente para escarbar en el pasado, para conjurar futuros o pedir perdones.
Las personas privadas de la libertad han llevado la peor parte de esta pandemia. El único contacto con el mundo exterior les fue arrebatado por decreto. Las visitas, el contacto con su gente, las noticias contadas de viva voz, los chismes, los abrazos y los besos, fueron mandados al carajo en cuarentena.
También resintieron la pandemia los talleres de escritura creativa, que se han venido haciendo desde hace 13 años. En el 2020 no se hicieron. Y aquello dolió por todas partes. La pandemia hizo evidente que el programa Libertad bajo palabra no es un divertimento cualquiera que puede estar o no estar. Es un programa de categoría indispensable, como lo es el botiquín de primeros auxilios, o como son los médicos y las enfermeras. Es todo un kit de supervivencia humana. Con muy pocas herramientas logra conservar el equilibrio. Una pequeña fábrica de humanidad al instante, para humanos de humana condición que viven al borde del abismo, propensos a todas las enfermedades del alma.
Así que en el 2021 los talleres regresaron, porque tuvieron que ser implementados con urgencia. Un nuevo grupo de talleristas de la Universidad La Gran Colombia aceptaron el reto de hacerlos de manera virtual en 16 establecimientos penitenciarios, quizá como proyecto piloto para implementarlos el año entrante, ojalá, en todas, absolutamente todas las cárceles de este país.
Quiero destacar el esfuerzo técnico que hizo el Inpec para que la virtualidad fuera posible en espacios apropiados. Si bien no lo lograron en todas las instituciones, se nota un interés real porque cada cárcel del país tenga aulas dignas en donde las personas puedan recibir distintas capacitaciones o talleres. Sin duda estos talleres virtuales descubrieron las enormes posibilidades de la educación a distancia.
Al Ministerio de Cultura siempre hay que agradecerle porque ha acompañado el programa desde el comienzo. Y Al escritor José Zuleta, también, porque se los inventó, y porque bautizó de esa exquisita manera el kit completo de supervivencia: A los talleres los llamó Libertad bajo palabra, y a la publicación de las antologías Fugas de tinta. Chapeau.
CRISTIAN VALENCIA HURTADO
Editor
ANTIOQUIA
ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA
SEGURIDAD Y CARCELARIO DE APARTADÓ
JADER PALLARES
DIRECTOR DEL TALLER
Simeón Varela Gómez
A principios del año 1987, yo acostumbraba a viajar de Turbo a Medellín a llevar mercancía, ya que Urabá era “zona libre” (los productos que más comercializaban eran cigarrillos Marlboro, televisores, whisky, loza china y algunos otros productos extranjeros). En uno de esos viajes invite a dos amigas, que eran hermanas —la mayor tenía una hija de aproximadamente dos años—; luego de llevarlas a conocer el mar, visitamos a un tío mío que tenía una finca en la parte rural de Carepa, en la que había ganado, bestias; cultivos de maíz, café, cacao, caña, y muchos árboles frutales propios del campo. Recuerdo que ese fin de semana era puente festivo y queríamos disfrutarlo al máximo.
Mi tío vivía con su esposa y cinco hijos, los dos mayores tenían entre ocho y diez años, las niñas entre cinco y siete años, y el menor dos años aproximadamente.
Los niños se pusieron contentos porque les llevé mecato y algunos juguetes; además llevé mercado para la casa porque nos íbamos a quedar todo el fin de semana. Mis amigas la pegaron muy bien con la señora y las niñas, mientras que yo con los niños nos fuimos a encerrar los terrenos para ordeñar las vacas al día siguiente. Mas tarde fuimos a coger maíz chócolo para hacer tortas, colada y arepas.
Cuando regresamos de encerrar los terneros, la señora y las muchachas estaban preparando un sancocho con una gallina que habían matado. Y mi tío, que cuando llegamos estaba en el pueblo, se alegró mucho al vernos. Me dijo que yo era el sobrino que más lo visitaba.
Esa noche nos quedamos hasta muy tarde charlando, comiendo gallina y tomando aguardiente, porque paseo sin guaro no es paseo.
Al otro día nos levantamos muy temprano para ayudar a ordeñar y realizar algunas labores propias de la casa. Luego nos fuimos para el río a tirar baño y a pescar, también hicimos sancocho y tomamos fotos ya que soy fotógrafo de profesión y siempre llevo conmigo una cámara para registrar los mejores momentos y algunos paisajes; porque en esta zona los hay y muy bonitos. Ya entrada la tarde regresamos a la casa cansados y un poco quemados del sol, pero contentos porque pasamos un día inolvidable. Esa noche también tomamos guaro y jugamos cartas con los niños y hasta bailamos.
El lunes regresamos a Apartadó; que era donde yo tenía fijada mi residencia.
***
Continué con mis negocios viajando hasta finales de 1989, cuando por problemas de orden publico en la vía hacia Medellín, la guerrilla quemó varios carros y allí cayeron algunos en los cuales yo enviaba la mercancía.
Me dediqué a ejercer mi profesión de fotógrafo y conformé mi propia familia. A veces iba con mis hijas y la mamá a visitar al tío en la finca, sobre todo en las vacaciones. Y mis hijas disfrutaban con mis primos de la tranquilidad del campo montando a caballo, jugando con los terneros y haciendo algunas actividades propias de la finca.
Pero en la vida no todo es eterno. Esa tranquilidad se vio interrumpida por la llegada de los paramilitares a la zona de Urabá; esto trajo consigo más violencia, muerte y desplazamientos de la población y debido a esto no pudimos volver a la finca donde el tío y su familia, ya que los paramilitares no permitían que la gente del pueblo viajara al campo porque supuestamente iban a llevar información a la guerrilla. Perdí la comunicación con ellos por mucho tiempo hasta que en 1999 ese grupo armado masacró a varios campesinos de la vereda y a los demás habitantes con sus familias les tocó salir desplazados hacia los municipios de la zona, dejando todas sus pertenencias y sus animales abandonados. Entre estas personas desplazadas estaba mi tío con toda su familia, incluso mi abuela y otros tíos que vivían en otra vereda un poco más arriba.
Algunos, como mi abuela y los otros tíos, viajaron a Medellín: otros se quedaron aquí en la zona, incluido mi tío, que se quedó en Carepa. Este desplazamiento trajo consecuencias muy nefastas para la población Campesina, sobre todo para los niños y jóvenes. Si bien los adultos, como mi tío, se podían emplear en una finca bananera o en una ganadera, los niños y los jóvenes por ser menores de edad no tenían permitido trabajar en un empleo legal; y esa condición la aprovecharon los grupos armados para reclutarlos, ofreciéndoles dinero y motos de alto cilindraje. Y como ellos que no sabían hacer otra cosa distinta a cultivar y trabajar el campo, pues se dejaron deslumbrar por el dinero fácil.
Esto cambió por completo la vida de muchos jóvenes que se enlistaron en este grupo al margen de la ley, incluido uno de mis primos. No sé cuanto tiempo ni dónde estuvo combatiendo, porque este grupo tiene influencia en todo el país. Lo cierto es que en 2008, en “La chiva de Urabá”, un periódico de alta circulación en la zona, vi la foto de mi primo con un titular que decía que la fiscalía lo había capturado por ser el autor material del asesinato de un alto funcionario público precisamente el día en que celebraba el cumpleaños con toda su familia.
Supe, posteriormente, que lo habían condenado a cuarenta años de prisión y hoy paga su condena en una de las cárceles de máxima seguridad del país.
Con esta crónica quiero hacer un llamado a la reflexión, dado que historias como esta se repiten a diario en diferentes partes de nuestra querida Colombia, muchas veces por falta de oportunidades y de una mejor forma de vida. Los grupos armados el margen de la ley ven en estos jóvenes llenos de necesidades la forma de engrosar sus filas, ofreciéndoles poder y fama a través de las armas y el narcotráfico. Es una práctica muy popula desde los tiempos de Pablo Escobar, Rodríguez Gacha, Tirofijo y, actualmente, es usada por alias Otoniel, máximo jefe del denominado “clan del Golfo”, capturado en estos momentos por la policía, justamente hoy, que estoy escribiendo esta crónica. Claro que el gobierno también ha hecho su aporte, directa o indirectamente, porque recuerdo que en tiempos anteriores, a los niños y jóvenes menores de edad se les permitía trabajar o ayudar en las tareas propias de la casa y en la finca; recuerdo que cuando niño de siete u ocho años de edad me iba muy temprano a vender arepas y buñuelos, entre las cinco y siete de la mañana, ya que el horario de estudio era de ocho a doce del día, y de una a cinco de la tarde. O sea que para las siete de la mañana yo ya había ganado dinero para colaborar en los gastos de la casa y para gastar en los descansos en la escuela con mi hermanita; además los sábados y domingos me iba para el estadio a vender bolis y paletas; ya cuando tenia 14 años, me contrataron en la misma panadería donde vendía anteriormente buñuelos, en el oficio de empacador de panes que luego repartía en las tiendas y fincas bananeras de la. A los 16 años trabajé en una estación de gasolina como surtidor, a veces en el día, y otras veces en la noche también me tocaba celar los carros; luego trabajé como mensajero en Adpostal. A los 17 años fui mensajero interino en la ya desaparecida empresa Telecom, hasta que cumplí mi mayoría de edad, ya que por no tener libreta militar no me podían contratar.
A finales de los ochenta, el gobierno creó unas leyes en donde prohibía que los menores de edad pudieran trabajar, aduciendo que un menor debe estar estudiando. Y desde entonces los padres que permitan que los niños trabajen son tildados de malos padres, o peor, procesados por maltrato infantil.
Pero ni el mismo gobierno cumple con sus obligaciones, dado que en una familia donde hay menores de edad, el Estado debe proveer todo lo necesario para que estos no tengan que interrumpir sus estudios; ya sea costeando en su totalidad la educación o aportando una mensualidad para cubrir todos los gastos de estudio, alimentación y otros; máximo si se trata de familias campesinas donde los niños son los que ayudan a los padres, cultivando los productos agrícolas, dado que no hay plata para pagar trabajadores para reemplazar a estos niños en tareas del campo.
Creo que estamos copiando los modelos de países desarrollados donde el Estado por cada niño que estudia le da a la familia un aporte economico en dólares. Y cuando ese joven termina sus estudios universitarios, ya tiene empleo para seguir ayudando a su familia y conformar la suya propia.
Pero en Colombia el aporte que le dan a una familia por cada niño es una limosna de escasos 80.000 COP mensuales aproximadamente. Con esto una familia no alcanza a cubrir los gastos de manutención, porque hay que tener en cuenta los gastos propios de materiales de estudio, y por lo general se tienen que pagar pasajes para movilizarse de la casa al colegio y a la casa.
Por esto es que hoy en día se ven muchos niños y niñas en las calles pidiendo limosna y, peor aun, prostituyéndose al mejor postor; y si un comerciante o mayor de edad les da plata o les brinda ayuda, lo denuncian por abusador de menores.
Además, tenemos el flagelo de las pandillas en los barrios populares. La mayoría están conformadas por niños y jóvenes entre los 10 y 17 años de edad, debido a que los padres no los pueden corregir o castigar cuando hacen algo indebido; se les salen de las manos y se convierten en vagos y ya ni el propio Estado puede con ellos, siendo este el causante del deterioro de estos jóvenes por haberle quitado la autoridad a los padres, de cuando se decía la famosa frase bíblica “el que no trabaje que tampoco coma”.
Es aquí donde aparecen nuevamente los grupos armados al margen de la ley. Usan a los jóvenes para transportar o vender droga; o los convirten en consumidores. Y cuando ya no les son útiles los matan en la llamada “limpieza social”.
Hago la invitación a todos los actores involucrados en esta problemática, a contribuir y generar el tejido social y moral que el mundo necesita. Que cada quien haga lo que le corresponde para tratar de buscar una solución a este problema social; pero ante todo a cubrir esas brechas de inequidad en que nos encontramos sumergidos.
Estoy seguro que con la ayuda de Dios y el compromiso nuestro, lo vamos a lograr. Para que nuestros hijos, que son el futuro, puedan vivir en paz en estel país que todos queremos… ¡Colombia!
Hernán David Graciano
En esos años de la vida, cuando se deja de ser niño y empieza a florecer los sueños del amor, como capullo de flor de sin igual pureza, mis ojos contemplaron por primera vez tu delicada belleza.
En un parpadear, me llené de entusiasmo al tocar tus manos y te entregué la cometa de la ilusión. Esa tarde de lunes cuando el destino te trajo a mi vida, mi flaca hermosa, allí donde pocos testigos se dieron cuenta del galopar de mi corazón, me acerqué a ti con un ligero sudor: fue amor a primera vista lo que sentí, con mariposas en mi estómago. Y cuando mis oídos escucharon tu nombre, fue como una señal, que me bastó para volar en el más lindo sentimiento que nunca había sentido ni conocido. Sentí un temblor profundo y un gagueo constante cuando te dirigí unas pocas palabras.
Un día recibí tu llamada, que me trastornó de una manera que no podía creer. Fue tu voz la más hermosa sinfonía que aceleró mi corazón. No te dije nada, pero quería correr hacia ti para verte y tocarte. Hasta el día en que, en la esquina de tu casa, nos encontramos nuevamente, y pude tocar tus manos con las mías temblorosas, sin muchas palabras en mi boca, pues estaba extasiado por tu sutil delicadeza; solo el pino fue testigo de las cosas que te dije, sin saber que fue por obra del destino que nos encontramos; se me pasó el tiempo solo contemplándote, recitándote mis sentimientos. Y acordamos la próxima cita.
Llegó ese jueves, el cual no puedo olvidar porque en horas de la tarde mi amor a ti te iba a declarar. Y lo hice en un ir y venir de balbuceos y escalofríos, pues no podía creer ni yo lo que estaba pasando, pues recibí por respuesta un “tengo que pensarlo bien”, mientras yo admiraba como a una hermosa flor en plena juventud: solo 14 años tenías tú y yo apenas 17.
Llegó el anhelado día de la respuesta. Me dijiste que querías ser mi novia. Y ese sí se desato en mi un sentimiento de alegría, pues mi corazón a mil millas latía por ti. Y así empieza la más maravillosa historia de amor, mi felicidad.
Conocerte no fue fácil, tu pureza se notaba en tu mirada, tu cara hermosa y delicada reflejaba como el sol la luz que necesitaba.
Con el transcurrir de los días nos hicimos más que amigos. Empezamos con besos y caricias a disfrutar las mieles del amor. No podía soportar ni un momento sin ti. Me hacía falta tu compañía, amada mía, mi dulce alegría. Entre altos y bajos pasaron los meses y así se fue consagrando en mí el más hermoso sentimiento de amor hacia ti.
Terminaron mis estudios y tuve que regresar a mi tierra natal. Yo no podía soportar la idea de no verte; te metiste en mi mente noche y día, solo pensaba en ti, en la inmersa alegría que sentía cuando te volviera a ver. Tu voz angelical me cambiaba el día, solo quería verte.
No fue tarea fácil pedirle permiso a tu papá para que te dejara pasar la Navidad conmigo, pero tenía que hacerlo. Te quería conmigo y la fuerza de mi amor era cada vez más fuerte y más grande: te quería a mi lado.
Esa fue la Navidad más grandiosa de mi vida. Consagramos nuestro amor para la eternidad. Empezamos juntos a caminar, conocernos y explorar como dos niños jugando a ser adultos. No te salías ni de mi corazón ni de mi mente. En mis pensamientos tenía todos los recuerdos tuyos.
Llegó el momento de partir para servirle al país: hacerme soldado de la Patria. Te prometí que regresaría, que de ti no me olvidaría. Y empezaste a demostrarme tu amor incondicional y compañía sincera, pues no querías que me fuera.
Con el transcurrir de los días en mi juramento de bandera, tú estuviste ahí, mi motivación más placentera, y qué orgullo sentía estando a tu lado siendo un fiel soldado.
Otra vez lejos de ti, varios meses sin tu presencia, el cuerpo se me erizaba cada vez que te podía ver y no comprendía lo que sentía cuando por fin te veía a ti, mi mejor compañía.
Pasado un tiempo recibí una llamada tuya para decirme que sería padre. Se me fue la voz, quedé atónito y sentí una inmensa alegría. El fruto de nuestro amor, la más hermosa bendición de Dios acompañaría nuestras vidas: mi descendencia llegaría y una hermosa niña sería y mi amor crecería hasta el fin de nuestros días.
Cuando llegó el fin de mi servicio a la Patria, nuevamente a tu lado amanecería. Tú sabes lo mucho que te extrañaban mis labios, tus caricias me extasiaban de amor y cariño juntos desde niños.
Mi amor por ti fue creciendo durante varios años, hasta que partí a tierras lejanas a buscar otras oportunidades de vida. Pensando en ti noche y día, mi corazón se estremecía porque no te tenía; y mi pensamiento no comprendía por qué cada día contigo no lo compartía.
Me conformaba con escucharte, pues por mi trabajo no podía ni llamarte, mi confidente y amante.
Llegó el día de cumplir la promesa de regresar a ti. Mi corazón sentiría la fuerza del amor, tú eras mi verdadero amor. Con solo verte me bastó para ser el hombre más feliz del mundo; tú y mi hija a mi lado nuevamente, formaríamos una gran familia, pues la noticia de otra bendición llegó a nuestras vidas: mi hijo amado al que adoro, mi legado prolongó. Con su presencia nuestro amor renovó, ya éramos cuatro de un amor que empezó en dos. Mi vida cambió, atrás quedaron mis andanzas.
Luchando junto a ti pasarían los días y los años más felices de mi vida, pues entre tristezas y alegrías, tú y yo juntos, mantendríamos esta historia de amor que no termina.
El amor que nos une crece cada día más y más y quiero seguir luchando a tu lado, pues tú, mi compañera, has demostrado que el amor que nos hemos jurado muchas pruebas ha pasado y triunfando; que no se ha acabado porque cada día a tu lado, vivo más de ti enamorado; sabes que no te ha importado mi pasado y que mi amor más fuerte se ha transformado, porque siempre has estado a mi lado. Cuánto tiempo ha pasado, y tú me has demostrado que el amor cuando es puro y sagrado toda prueba ha superado. Me queda la satisfacción del tiempo vivido a tu lado y que mi amor se ha renovado pues siempre cumplo las promesas que te he realizado.
Mi amor después de 19 años no ha cambiado. Te prometo que hasta el fin de mis días de ti viviré enamorado, porque contigo todo lo hemos logrado, porque el lazo que nuestro amor ha atado se ha prolongado.
Con llamarte todos los días me basta. Y aunque la tristeza es tanta, es tu voz la única que la espanta y que me encanta. Me alegras el día. Mi más grande amor y mejor y única compañía eres tú, desde el día en que llegaste a mi vida, amada mía.
Anderson Saldarriaga Vega
Divididos… divididos por el egoísmo, por la falta de comprensión, por orgullo, por creernos superiores a los demás; así nos encontramos los seres humanos.
Nos enjaulamos en la miseria del olvido siendo infelices, llenos de resentimiento y odio.
Sufrimos por tonterías, le damos más importancia a lo circunstancial y nos olvidamos de vivir, de dar amor a quien tenemos cerca, de disfrutar recibiendo y dando una sonrisa, una pequeña caricia.
Vivimos tan ciegos que pasamos por alto la familia, olvidamos por completo que tenemos una esposa que a diario nos espera en casa, y nuestros hijos van creciendo sin ese calor de hogar; poco a poco van creciendo, y apenas notamos que ya nos hicimos viejos, la premura del tiempo se va llevando nuestra vida, nuestros sentimientos.
Nos perdimos tanto de nuestras vidas por malgastar el tiempo y estar inmersos en el trabajo, por andar persiguiendo pajaritos.
La vida tan solo es un pequeño instante: para ser tan larga, termina siendo tan corta, tan fugaz. Cuando por fin hacemos un alto en el camino ya estamos viejos, cansados; ya aquellos niños crecieron y se hicieron adultos, tomaron nuestro ejemplo y también viven sus vidas con afanes.
La familia se ha dividido, el ciclo se repite y nos quedamos allí, anonadados, porque ya no se puede devolver el tiempo para repararlo. Ya sin fuerzas solo queda esperar, recostados en el lecho, a que nuestro corazón se detenga y morir sin haber vivido nada.
Aún hay tiempo. Aún tenemos la oportunidad de hacer una pausa, mirar a nuestro alrededor y recuperar el tiempo perdido, disfrutar de la familia; tenemos la oportunidad de volver a ser niños, con la misma inocencia, con esa capacidad de brindar amor puro, de hacer que nuestra alegría sea real.
Habremos aprendido a vivir cuando empezamos a soltar todo aquello que nos envenena el alma, cuando lo único que tenemos para dar es amor, cuando aprendemos a disfrutar y sacar todo lo bueno de cualquier situación, por muy difícil que parezca.
En nuestra carrera por querer ser siempre el primero y el mejor en todo, nos vamos olvidando de vivir y nos vamos haciendo verdugos, nos castigamos a nosotros mismos, porque nos cohibimos de dar amor, de expresar nuestros sentimientos, porque padecemos de distintas enfermedades del alma, como la maldad, el rencor, el dolor y el sufrimiento.
Pero aún hay tiempo para curarnos, para reparar el pasado y cambiar el futuro, solo debemos vivir y amar cada instante para ser eternos.
Jonás Orlando García Lezcano
En el año 1960 la señora Estella María Lezcano y el señor Arnulfo García Cartagena, trajeron al mundo a un precioso niño que bautizaron Jonás Orlando García Lezcano —y ese soy yo—. Crecí en ese humilde hogar, arrullado en una hamaquita hecha de penca de higos. Mientras crecía las melodías que escuchaba día tras día eran el cantar de los pajaritos en las montañas y al atardecer. Con el pasar del tiempo empecé a distinguir el cantar del gallo, el maullar del gato, el ladrar del perro, el bramar del ternero y la vaca en el potrero; también había un pavo, y un pato viejo que jugaba a corretear un puerco frente a mí. Y en el alar de la casa había un loro que gritaba “Estella, el niño está despierto”, y mi mamá corría y me cargaba para que yo no me tirara de la hamaca. Y así crecí, contemplando todo esto y siempre al lado de mis viejos.
Fui creciendo con la ilusión de que algún día tendría una cabañita y un hogar feliz como el de mis viejos. Desde los quince años yo soñaba tener mi propia cabañita y mi propia familia, pero algo me faltaba: era el amor de mi vida: Siempre pensaba dónde lo encontraría y siempre pensaba cual sería la mujer para mí. Y me la pasaba buscándola entre valles y laderas, porque sabía que algún día la encontraría.
Y en el momento de mi vida en que ya me volvía viejo, apareció aquella niña con una linda sonrisa y dije: “epa, esta es la mía”; entonces empezó la nueva etapa de mi vida.
Al lado de aquella niña formamos una familia y por fin se realizó el gran sueño de mi vida: la verdadera construcción de mi cabañita. Vivíamos felices y contentos al lado de mis viejos.
Todo esto sucedió en el año 1994 y fue cuando nos juntamos con la señora Adriana María López, pero toda esta felicidad fue por muy poco tiempo. Y aunque el tiempo fue corto, también fue de buenos logros y buen provecho porque nacieron mis tres hijos: Jonás Alberto García López, Greys Esneda García López y Natasha Arleth García López. Éramos una familia muy bien organizada y muy unida, hasta que para el año 1996 comenzó una situación muy conflictiva de orden publico. Y para el año 1997 ya fueron tan duros los pronunciamientos de grupos armados en la zona, que fuimos desplazados de mi cabañita.
Con el dolor de mi alma partimos todo el grupo de familias dejando abandonado lo que tanto esfuerzo nos había costado. Enfrentamos la derrota sin saber cuál era nuestro rumbo. Salimos a recorrer el mundo con un dolor muy profundo por haber dejado nuestra vida maravillosa. Así que, sin saber lo que iba a suceder, yo me adelanté y conseguí trabajo con unos señores de la producción agroindustrial bananera en donde fui muy reconocido. Tuve esa gran fortuna. Estos señores me emplearon en esa empresa por más de 24 años como funcionario en la producción agroindustrial bananera.
En todo caso siempre mantuvimos la ilusión y la esperanza de volver a nuestra casa. Para los años 2009- 2010 nos dijeron que ya existía una oficina para atender a los desplazados y solucionarles la situación por desplazamientos en el municipio de Apartadó, Antioquia. Empezamos el proceso y se fueron dando las cosas año tras año, hasta que en el año 2017 fue posible la entrega nuevamente de mi cabañita. Como buen ciudadano y colombiano, como buen parroquiano y con toda la moral del mundo, vamos es a ganar para reparar nuestra cabañita.
Gracias a Dios, y al Gobierno colombiano que nos prestó apoyo y ayuda para que todo eso se lograra de la mejor manera en su momento y satisfactoriamente. Ya que fue el único medio que nos devolvió nuestras tierras y hoy estamos de nuevo en nuestra cabañita bella, contemplando toda la hermosura de los días y de las noches. Gozamos con la luna y a veces contamos estrellas. Nuestra cabañita bella tiene vista hacia todo el territorio.
Y aunque comenzamos de nuevo, la vida aun me tenía una sorpresa.
Los vecinos, que habían vivido al lado durante tanto tiempo, se inventaron unos cuentos falsos que me tienen muy sorprendido. Por andar con sus inventos me metieron en un lío tan grande que por eso estoy en estos momentos en la cárcel.
Hasta dónde llegó la envidia malvada y descarada de aquella mujer, que sin saber nada dijo que yo cargaba, tocaba y me acostaba con una niña menor de edad. Y la ley, sin investigar nada, le cree a quien te denuncia y más nada. Lo peor de todo esto es que yo no he hecho nada nunca jamás, no se me pasa por la mente una actitud de esa calaña. Pero, la verdad, todo esto me ha servido para saber cuáles son las personas que están conmigo: los buenos y malos amigos, los buenos y malos vecinos.
Entonces pienso que el único amor que siempre ha estado conmigo, es el amor por mi cabañita. Y me pregunto cuándo volveré y escucharé de nuevo el ladrar del perro, el maullar del gato; cuando veré el potrero donde brincoteaba el ternero; también había un burro viejo que jugueteaba con un puerco —pues ya no miento al pavo y al pato pues mi mamá me dijo que ya murieron. Ya solo queda el loro viejo que gritaba cuando yo estaba pequeño: “Estella el niño esta despierto”.
Noche tras noche pienso cuándo será que regreso a mi cabañita para vivir feliz y contento, como en aquellos tiempos.
Y este es el fin de esta historia, regresar al lado de los que yo quiero, y olvidar todos esos sucesos de mal sabor. Quiero continuar aferrando a todo lo bueno que nos ofrece la vida, a pesar de las adversidades que nos toca vivir por razones del destino.
ANTIOQUIA
ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA
SEGURIDAD Y CARCELARIO DE YARUMAL
CARLOS RODRÍGUEZ
DIRECTOR DEL TALLER
OH (Seudónimo)
Quiero contarte algo, una historia que espero te sirva para madurar y crecer como persona. Todo comenzó hace varios años, al conocer las drogas. En ese entonces solo tenía ocho años de edad. Vivía muy bien, tranquilo y en unión familiar: mi mamá, mi papá y mi hermana. Me gustaba estar con papá quién es un gran ser humano: mi ejemplo. Iba con él a todo lugar: su trabajo, sus partidos de fútbol, lo cual me llevó a tenerle aún más pasión y amor a dicho deporte. Hasta me gustaba irme con él para sus reuniones de amigos. Ir a mercar, salir a caminar, entre muchas otras cosas. Mi papá es profesor, es un hombre muy disciplinado, psicorrígido y siempre mi mejor amigo. Al conocer el mundo de las drogas comencé, muy esporádicamente, a acudir a ellas. Pero todo fue cambiando. Al pasar el tiempo la droga comenzó absorberlo todo. Estaba dedicado al fútbol y comencé a hacerlo de lado. A eso de mis once años ya estaba muy sumergido en el mundo criminal y de drogas. A dicha edad, llegó un suceso que me cambió la vida: fui abusado sexualmente. Ahora, con más fuerza me alejé del estudio y del deporte, empecé a torcer mi camino, a cometer error tras error. Yo, con consumo compulsivo, asesinatos, robos, etcétera, llegué a tocar fondo. Una y otra y otra vez, sin darme cuenta del daño que causaba a los demás y a mí mismo: consumía para vivir y vivía para consumir. Le hice daño a mi familia, perdí el interés por lo bueno y demás añadiduras de la vida. Perdí mi sentido de pertenencia, mi amor propio, dejé de lado mis convicciones y me transformé en alguien que, hoy por hoy, no quiero dejar salir nuevamente. Perdí la oportunidad de jugar fútbol profesional. Llegué a tal punto que caí a la calle. Pasé de tener una buena vida, una casa, comodidad, estudio, etcétera, a ser un habitante de calle, a mendigar, a buscar comida en la basura para así mitigar el hambre un poco, cobijarme con un plástico y de colchón un par de cartones para sobrevivir en la calle. Llegó la época en que tenía 17 años y decidí, por primera vez, aceptar una ayuda y me interné en un centro de rehabilitación. Con tan solo 20 días de iniciado mi proceso, ya tenía esa motivación de salir de ese infierno en el que vivía, y volví a sentir. Entonces, un 17 de abril, reunieron a todas las personas de la Fundación y Don Diego contó la historia de cómo murió su madre; y ese día recibí, quizá, la peor noticia en estos 31 años de vida: mi mamá murió. Sentí cómo mi alma, vida y corazón se destrozaban. Mi vida se quebraba. Sentí que no valía la pena. En ese instante me embargó un sentimiento de culpa desgarrador y surgieron muchos interrogantes: ¿por qué ella y no yo? Perdí el sentido de mi vida. Pensaba solo en ir a Yarumal para ese último adiós a mi querida viejita —así la llamaba de cariño—. Fue algo que aún, hoy por hoy, no sé cómo describirlo. Regresé a esa Fundación y no sabía ni por qué, pero me impulsan sus recuerdos, sus sonrisas, cada imagen de ella, mi ángel, mi bella dama, mi reina de cristal. En dicha fundación intenté suicidarme en dos ocasiones. No resultó. Creo, en medio de mi infinita ignorancia, que ella me cuidó. Hasta llegué a renegar en contra de Dios. Perdí mi credencial. Mi corazón se volvió una piedra.
(fragmento)
Yoivi Andrés (Seudónimo)
Le voy a contar cómo es la vida dentro de una cárcel. El día a día en una cárcel es de esta manera: de lunes a viernes te levantas muy temprano a bañarte, porque si no madrugas, te toca bajar a un lugar que llamamos cataratas. ¿Por qué le llamamos así? Porque el agua es muy fría, muy fría. Después de que te bañas, esperas hasta las seis de la mañana para que te abran las rejas para ir a desayunar. Pero no es que vas a entrar como si nada, por tu desayuno. Primero tienes que hacer una fila que no es nada corta. Bueno, ya después que recibes el desayuno, te vas para la celda. Te cepillas y luego esperas que saquen a los compañeros de los talleres. Luego que sacan a los de los talleres, cierran las celdas hasta las once del día. En esas cinco horas te la pasas jugando parqués y muchas cosas más, hasta las doce del mediodía que te dan el almuerzo. Bueno, almuerzas y ya. A esperar a que te abran las celdas para descansar una hora, porque a la una de la tarde vuelven a cerrar las celdas hasta las cuatro de la tarde. Bueno, a la una todo el mundo sale, otra vez, para el patio a seguir la misma rutina: unos jugando parqués, otros viendo televisión, otros escuchando música y así sucesivamente. Hasta cuando subes a clases para matar el tiempo, hasta que te dan la comida, porque a las 3:40 pm ya todos tienen hambre y todos esperan la hora feliz. Después de que comes, vuelven y te abren las celdas el resto de la tarde, hasta que te encierran ya hasta el otro día, que vuelve la rutina que acabo de contar. Ese es tu mapa de acciones. Pasas por muchas cosas; por ejemplo, peleas por cosas insignificantes. Bueno, sigues pasando el tiempo.
(fragmento)[*]
Kevin Tapias
Mi historia comienza en el año 2005. En esos días tenía nueve años, vivía en El Doce, un corregimiento de Tarazá, Antioquia. Es un lugar caluroso a la orilla del río Cauca. Como la situación económica estaba muy dura, me tocó irme a vivir a mi amado pueblo, Raudal. Este pueblo se encuentra en el municipio de Valdivia, en Antioquia. En esos días en el pueblo gobernaba la guerra entre las guerrillas, los paramilitares y el Ejército Nacional. El ambiente era muy tenso porque las balaceras y los bombardeos eran exageradamente constantes: los helicópteros y los aviones fumigadores se veían caer como juguetes que caen de un estante por un temblor.
Cuando llegué a Raudal, lo primero que encontré fue un tumulto de gente viendo algo. Había dos hombres tirados en el suelo. Uno de ellos tenía la cabeza destrozada por tanta bala que le habían dado. El otro estaba tan cortado y torturado qué es horrible recordar esa imagen. Fue la primera vez que veía un muerto. No puedo borrar esa imagen del hombre torturado y menos dándome cuenta de que quiénes habían hecho eso eran del ejército —que se suponía que eran los buenos... pero con el tiempo me di cuenta de que no era así—. En mi pueblo viví una niñez muy horrible. La gente vivía diciendo que el Ejército estaba legalizando campesinos para hacer positivos. Las personas tenían miedo de salir de la casa. Ya ni los padres dejaban ir a los niños a estudiar, por el temor de que les pasara algo. Pasaron dos meses y las calamidades no cesaban. Un sábado 10 de agosto de ese mismo año, vi cómo el Ejército tiroteaba y bombardeaba un monte desde un helicóptero. Estaba lejos y veía humo. Al rato se escuchaban los tiros y las explosiones. Cuando, de la nada, vi como una especie de misil o proyectil que iba hacia el helicóptero; y cuando lo impactó la explosión fue muy fuerte. Todo el mundo gritaba: ¡cayó, cayó! Pasó una semana y estábamos en clase cuando se prendió la cosa entre el Ejército y la guerrilla. Se prendieron detrás de la escuela. Todos nos tiramos bocabajo con las manos en la cabeza. Yo me quise asomar, pero cuando el profesor me vio, me regaño; así que esperé a que el profesor se descuidara y me asomé por la ventana: había un soldado parado detrás de la escuela. El tenía una M60 y disparaba hacia el monte, que estaba abajo. El sonido era horrible. Los tiros no paraban: pam pam pam. De pronto escuché un tiro más fuerte que los demás y vi cuando le atravesó la cabeza al soldado que estaba atrás de la escuela. La imagen fue perturbadora. Fue horrible. Había sangre por todos lados. Sus compañeros lo jalaban, pero ya no había nada que hacer. El profesor me vio y me hizo agacharme nuevamente. Quedé con esa imagen en mi cabeza mucho tiempo. Pensaba en cómo un hombre puede perder la vida así, de la nada, como tan sencillo. A los pocos días, las guerrillas hicieron una reunión en el pueblo. Parecían como si fueran el ejército, ya que estaban en todos lados. Les decían a las personas que no nos podíamos meter a los montes porque estaban minadas todas las zonas. Dijeron otras cosas, de las cuales no me acuerdo y se marcharon.
Los tiroteos nunca paraban. En el día, por mucho que pararan, paraban una o dos horas, de resto, solo se escuchaba: bum bum bum tan tan tan. Ya no podía más. Parecía como si mi niñez estuviera acabando. Ya no jugaba. Ya no reía. Ya no exploraba cosas nuevas. Solo escuchaba la guerra y se veía la muerte. Solo tiroteos y bombardeos. Tantos, que todos los días veíamos cómo pasaban los soldados con sus muertos. Pasaban en fila y entre dos llevaban un muerto.
El último bombardeo que vi a esa edad, fue un día de un acto cívico en la escuela. Intentaban hacer un paseo para sacarnos de la rutina de la guerra. Hablaron con los padres de familia y con las guerrillas para que ese día no hubiera enfrentamientos. Así fue y así lo arreglaron. Al otro día salimos, en horas de la mañana. Al estar todos juntos nos pusimos en camino. Íbamos para una quebrada a tirar baño. Íbamos bajando por un potrero de una finca que llaman La Leona. Cuando llevábamos quince minutos de camino, se escuchó una explosión tan enorme que varios caímos al suelo. La explosión se produjo camino abajo de donde íbamos. El profesor dijo que lo mejor era que nos devolviéramos, pero como no se escucharon ni tiros ni más explosiones seguimos caminando hacia abajo. Al llegar a un lugar llamado El Plan de los Guamos, la verdad es que la imagen que vimos fue horrible: la explosión se produjo por dos cilindros bomba que había colocado la guerrilla al Ejército. Había muertos por todos lados. Si mirabas para el suelo veías hombres mochos, a la mitad, con los órganos afuera. Era horripilante. Por todos lados veíamos hombres con pies y manos mochas, gritando y maldiciendo. Y si mirabas para los palos de guama había hombres colgados y muertos en los palos, ya que la explosión los había elevado hasta allá. Pero lo que más nos traumó, fue un hombre que estaba sentado a la raíz de uno de los palos: tenía un pie mocho y el pie lo tenía en la mano. Nos gritaba y nos miraba: “guerrillitos hijueputas, ¿qué están mirando? ¡Ábranse pa’ la puta mierda, que esto que pasó aquí fue por ustedes, por su maldita coca!”
Las personas piensan que lo que pasa es por culpa de alguien, pero yo pienso que no es así. Lo que pasa, pasa porque tiene que pasar o porque algo tenía que pasar, pero nadie, absolutamente nadie tiene la culpa de lo que otro haga o deje de hacer. Esto y muchísimas cosas viví, y causé yo mismo. ¿Quieren saber más? ¡Búsquenme y tendrán la historia completa! Esto solo pasó a mis nueve años. ¡Solo imagínense lo que ha pasado de ahí en adelante cuando yo entro a la guerra!
[*] Este texto es un fragmento de una obra mayor que el autor está preparando para su posible publicación posterior.
(Fragmento)[*]
Juan F. Mesa
Frizz tiene 15 años. Es una joven que nace en una familia paupérrima y con muchos deseos de salir adelante y vivir aventuras extraordinarias. Le gusta muchísimo montar a caballo y jugar a ser una gran samurai, con un palo como espada y una bala de heno como enemigo. También sabe disparar el arco mientras monta en su caballo. Vive en una pradera gigante pegada a una cadena montañosa enorme, donde se encuentran páramos, valles, mesetas y todo tipo de geografía y ambientes climáticos. Epona, su yegua, es un ejemplar hermoso: blanco marfil, que está bien alimentada. Aunque su familia sea pobre siempre ha sabido mantener a las bestias. Como ellos mismos cultivan su comida y no cuentan con la tecnología suficiente para procesarla, todo lo que cosechan tienen que consumirlo lo más rápido posible. Epona le costó a su padre mucho trabajo para conseguirla. Tanto que, literalmente, murió por tanto trabajar moliendo grano y cosechando. Cosechando un arroz tan bueno que los vecinos que vivían a docientos kilómetros envidiaban el color de sus cultivos: desde esa distancia se ven de un color dorado que ilumina todo.
La madre y la abuela de Frizz están muy enfermas y, como piensa Frizz, tal vez ya no encuentren una manera de curarse o al menos no en este mundo. ¿Cómo que en este mundo?, te estarás preguntando. Pues sí: la abuela de Frizz le solía contar, en una de sus canciones que había aprendido cuando era muy pequeña, que existía una caverna que conducía a otro planeta muy extraño y desconocido, donde se encontraba de todo y se podían probar muchísimas comidas diferentes.
Frizz sale un día cualquiera a cabalgar, mientras que sus dos madres preparan la comida. Ella decide después de recorrer mucho terreno, hacer un poco de escalinata y empiezan a subir uno de los páramos. Mientras escalan tan tranquilamente, se acuerda de una de las canciones de su abuela que decía que algún día, la chica elegida encontraría la luz que brilla en lo más alto de la montaña Calim, justo la que ella estaba escalando en ese momento. De repente, comienza a ver una luz enceguecedora que le ilumina el rostro y hace que su sudor y el pelaje de Epona brillen con gran intensidad.
Cuando llega a la cima y deja de ver aquella luz, comienza a contemplar el panorama. Hace mucho frío y ella siente que se va a enfermar por esto. Mientras gira su cabeza, buscando algo que contemplar, observa en la cima de una pequeña roca un gran árbol del cual cuelga algo muy brillante. Ella se acerca para agarrarlo y justo cuando lo coge, una luz muy fuerte empieza a señalar hacia otra montaña mucho más allá, a la distancia.
Frizz, después de mucho recorrido —ya estaba un poco tarde para la cena—, llega a la montaña que señalaba el collar que ella había agarrado. Lo más curioso es que esa luz sólo la podía ver ella, nadie más, ni sus vecinos, ni sus familiares. Nadie. Llega a una cueva. Ella tiene mucho miedo de entrar a la cueva y justo antes de entrar aparece un pequeño robot, cosa que ella, como pobladora de los años antes de Cristo, desconocía. Se asombra demasiado, cae de su yegua de inmediato y se golpea la cabeza. El robot la atiende y le sana las heridas, luego le cuenta que no puede entrar a menos de que ella sea la elegida y que lleve consigo el collar del tiempo. Ella le muestra el collar y el robot, que mucho tiempo después lo conoceremos como RAM, entra en completa locura y felicidad; le dice: “adelante, joven elegida”.
Al entrar a la caverna del tiempo, ella ve un pilar que sobresale de la tierra, que comienza a mostrar unas luces de colores que ella desconoce y que, en la parte de arriba, tienen una pequeña ranura donde, casualmente, encaja el collar del tiempo. “¿Lo coloco?”, le pregunta al robot, y él, asustado, intenta quitarlo, pero ya es muy tarde. Son absorbidos por ese pilar.
Al rato, ella despierta en una casa oscura y ve que unas pequeñas luces de colores entran por las rendijas de las ventanas. Es una casa desolada, está llena de telarañas, huele mal y afuera se oye mucho ruido. Frizz está muy asustada y comienza a buscar la salida pero, justo antes de llegar a la puerta, se encuentra con una gran araña gigante que se presenta con una voz tenebrosa y bestial, como Agora, la guardiana del nuevo mundo. Ella le dice que no entiende nada, que no sabe por qué está allí. La araña le dice que ella debe morir ahí para que no salga con el secreto a otro lugar. Le lanza una de sus patas puntiagudas y peludas para intentar atravesar su abdomen. Ahí es donde Agora pega un grito de dolor tan grande que el polvo del techo cae de un solo temblor. Era RAM, que le había cortado una de sus patas con su espada de fuego, que no se sabe muy bien de dónde salió. La pelea entre los tres continúa por unos cuantos minutos y, justo antes de que la araña muerda la cabeza de Frizz, sucede algo imprevisto: el collar del tiempo cae del cuello de Frizz y Agora suelta a Frizz y la mira con rostro sorprendido. Ella le concede el paso y al salir de la casa se encuentra con una enorme ciudad. Al preguntar el año y donde se encuentra, le dijen que está en pleno Japón en el año 2020 y que ellos, unos señores vestidos de negro, la estaban esperando hace más de dos años, que saben que su abuela está enferma, que tienen la cura para ella, pero que solo se la dan si Frizz cumple unas tareas para ellos: volver al tiempo atrás y buscar una flor muy escasa que solo aparece en esa época y en un lugar específico: El Bosque de las Mil Agujas.
¡Pero esto será en el capítulo siguiente!
[*] Esta historia es un fragmento de la obra en la que el autor está trabajando para una posible publicación posterior.
BOYACÁ
ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA
SEGURIDAD Y CARCELARIO CON RECLUSIÓN
DE MUJERES DE SOGAMOSO
JULIANA SANTAMARÍA
DIRECTORA DEL TALLER
Tristán (Seudónimo)
En memoria de Nataly, a su temprana desaparición,
Septiembre de 2021
Sí, vuelan los ángeles en el lugar
En medio de todos y sobre el altar
Trayendo las manos llenas de bendiciones
No sé si el cielo bajó o qué fue lo que pasó
Yo sé que está lleno de ángeles, sí
Y que el mismo Dios está aquí
Elizeu Moraes Gomes De Oliveira
La mañana era algo fría, aunque Mariana acostumbraba beber al levantarse una taza de tinto que la reanimaba y le estimulaba los sentidos. Al mirar por la ventana del tercer piso donde vivía, divisó una pareja de copetones. Su trinar le rememoró su infancia, la casa de la abuela, los días en que corría por los potreros y jugaba con los primos a la lleva, los paseos de olla en el río, la alegría de aquellos años felices; y entonces una suave lágrima resbaló por la mejilla. ¿Por qué el tiempo pasa tan de prisa?, se preguntó. Las obligaciones hacen que perdamos el sentido de la vida y los años sin darnos cuenta.
Mariana era una adolescente de 13 años, signo Virgo, estricta consigo misma, ojos color azabache y una mirada profunda capaz de develar las intenciones más secretas de cualquiera que se acercara a ella. Muchas veces era evasiva con sus obligaciones, y eso la llevó a tomar malas decisiones en algunos aspectos de su vida; en cuanto al estudio, a pesar del empeño y disciplina, parece que sus neuronas estaban en corto circuito y no podía concentrarse; según la profe Susana, directora del curso octavo, estaba a punto de perder el año si no recuperaba las cinco materias que llevaba en deficiente. Pero Mariana solo quería cantar y pensaba que para cantar no se necesitaba estudiar. Y Gloria, su madre, le repetía que en la vida se necesita estudiar para tener más oportunidades. La vida de Gloria no había sido fácil. Madre desde los 16 años: le tocó cuidar sola a los dos hijos mayores, Raúl y Samuel, hasta que tuvieron la edad suficiente para dejarlos con los abuelos, y ella poder terminar el bachillerato. Pero luego el papá de los niños los abandonó y se fue con otra mujer.
El padre de Mariana, Marcos, llegó en momentos difíciles para Gloria. Fue una relación que duró muy poco. Apenas nació Mariana, Marcos desapareció, y esto obligó a Gloria a trabajar por sus hijos para sacarlos adelante, afrontando las dificultades y sin esperar mucha ayuda de nadie.
Como Mariana era la menor, todas las obligaciones recaían sobre ella. Sus hermanos mayores, Raúl y Samuel, vivían sus propias vidas aparte desde hacía tiempo y poco se interesaban en Mariana, salvo en los momentos de urgencia que los llamaba y ellos trataban de colaborarle. Marcos, el papá de Mariana, se la pasaba viajando y hacía más de tres años que no la veía sino esporádicamente para fechas especiales como Navidad o los cumpleaños. Esto llevó a Mariana a creer que su padre se había alejado por su culpa, por no poder ser lo que él esperaba de ella (ser más inteligente, más lista); y ese sentimiento de culpa le produjo un complejo de inferioridad que la aisló de la sociedad. Mariana creció con pocos amigos en una burbuja de soledad.
Gloria era muy exigente con Mariana, tal vez sobreprotectora. No quería que pasara por las dificultades que ella pasó. Pero entre el trabajo y una tercera relación que comenzó con Carlos, no le dejaba mucho tiempo para saber lo que estaba pasando con Mariana. Mucho menos cuando la relación con Carlos estaba pasando por momentos difíciles; como Gloria era celosa y controladora, pues la relación estaba en un callejón sin salida; los días de rosas, las serenatas con mariachis, las salidas a comer o al cine eran cosa del pasado; Gloria no decía nada, pero en su mirada expresaba la frustración de no poder llevar, a sus cuarenta años, una relación estable y duradera
La mañana del 13 de septiembre, Mariana, como era su costumbre, hizo el desayuno para Gloria y para ella: huevos revueltos, café sin azúcar y unas tostadas con mantequilla —como le gustaban a su mamá—. Gloria desayunaba a prisa, mientras animaba a Mariana en el estudio, y le recordaba las labores del día. Luego le daba un beso en la mejilla y un te quiero fugaz de despedida. Gloria trabajaba como asistente de préstamos en una corporación que le absorbía el día entero. Este sacrificio, sin embargo, parecía que no era suficiente por lo mal que le estaba yendo a Mariana en el estudio y la actitud que ella mostraba frente a los problemas. Para Mariana, sus tres años, se estaban convirtiendo en un conflicto. Tenía demasiadas responsabilidades para su edad que no le permitían concentrarse en el estudio, aunque en el colegio de monjas le ayudaban con terapias psicológicas para controlar sus miedos y la frustración que sentía.
Los años 2020 y 21 estuvieron marcados para la historia por la pandemia del COVID 19, que obligó al mundo a confinarse en sus casas, aislarse unos de otros por miedo a contagiarse y morir por falta de una vacuna, protegiéndonos de los peligros externos, como en una caja de cristal. Pero ¿quién nos protege de los monstruos internos?
Mariana llevaba un año sin ir al colegio y eso le dolía; porque en el colegio podía contarles a sus amigas el sueño que tenía de ser una cantante famosa, o escucharlas a ellas hablar de sus novios. No podía salir los fines de semana a realizar trabajos; su salón de clases se encontraba en los dos metros cuadrados de su cuarto. Tenía un portátil marca Lenovo que Marcos, su Padre, le había regalado el cumpleaños pasado. Recordaba ese día con cariño porque Marcos llegó de viaje sin avisar, la invitó a almorzar un panzerotti, su comida favorita, le compró un vestido rojo, que le había gustado desde que lo vio en la vitrina, y al final del día le entregó una caja en donde se encontraba el pequeño portátil. Ahora, sin ningún sentimiento, lo encendía con frialdad y esperaba a que se conectaran los profes. Ese día tenía clase de matemáticas con Susana, su directora, pero por mucho que intentara pensar en fraccionario, no podía entender nada, ya que su mente se desconectaba por segundos y se imaginaba interpretando las canciones de Paola Jara, su artista favorita. De ese modo pasaban las horas, de pronto el reloj de la sala retumbaba estruendosamente a las once de la mañana y en ese momento se desconectaba rápidamente y se dedicaba a arreglar velozmente la casa y adelantar lo que faltara del almuerzo para esperar la llegada de su madre a las doce del día. Y Gloria llegaba físicamente pero no en persona ya que almorzaba intempestivamente quejándose de lo difícil que era su trabajo y el poco tiempo que tenía para sus cosas. A veces Mariana, para llamar la atención, dejaba las comidas sin sal y Gloria no decía nada, salvo que todo estaba perfecto.
Mariana trataba de adaptarse a las circunstancias. En las tardes levantaba la mesa; mientras fregaba los platos colocaba su música preferida y tarareaba las canciones, imaginándose las ovaciones y gritos de la gente. Pero el despertar a la realidad era un golpe muy duro y traumático para ella. Y volvía a sentirse triste, sola, sin salida; pero esa tarde fue diferente para Mariana, realizó algo que no era costumbre en ella. Buscó una pequeña libreta en la cual escribía pequeños versos de poemas que se le ocurrían, y de ese modo pasó parte de la tarde: escribiendo la frustración que sentía por estar lejos de su padre, por no poder encontrarse con sus amigas de colegio, por no compartir con su mamá y sus hermanos; en fin, trató de dejar plasmado en el papel su sentimiento de culpa, como dejando una huella para la posterioridad, para que el mundo entendiera la decisión que estaba a punto de tomar.
Luego todo sucedió de una manera minuciosas y detallada. Planeó paso a paso cada acto que estaba a punto de realizar (recordando a Sherlock Holmes). Arregló su cuarto de manera meticulosa, se comunicó con sus tres únicas amigas que conservaba desde la infancia: Paola, Juliana y Diana —las conservaba porque tenían mucha afinidad en gustos y porque tenían cierta complicidad en las cosas que pasaban en sus mundos, aunque estudiaban en diferentes ciudades, conservaban los lazos de amistad—; llamó a Marcos, su padre, le recordó su cumpleaños que se acercaba y le dijo que deseaba un celular nuevo, le hizo saber cuánto lo extrañaba y le reprochó su ausencia. Con un ‘te amo, Papá’ se despidió de él. A eso de las seis de la tarde llegó Gloria cansada, con ganas de un baño caliente, una taza de café, hablar con Mariana o ver una película juntas. Pero apenas entró vio algo nuevo en la expresión de Mariana: tenía un aire de nostalgia y una belleza que no había notado antes. “Te estás convirtiendo en una mujer muy hermosa, hija mía”, le dijo Gloria a Mariana, que con una mirada e inclinando la cabeza en el hombro de Gloria le contestó: “Gracias, Mamá, yo también te amo”. Gloria se sintió intranquila, y aunque presentía que pasaba algo, y omitiendo las circunstancias, le insinuó a Mariana que la iba a escribir en clases música. También le dijo que el año próximo ya podría ver a sus amigas. Esta vez no hubo reclamos ni reproches y Gloria pensó que Mariana estaba madurando.
En un momento de arrebato Mariana le expresó Gloria que deseaba que saliera con Carlos esa noche y tratara de arreglar la relación, ya que Carlos era una buena persona y sentía que aún la amaba. Y Gloria, después de muchas dudas, aceptó. Llamó a Carlos y concertaron una cita para ir a comer juntos. Aún así, Gloria se sentía intranquila por dejar a Mariana sola, pero pensó que también había sacrificado mucho tiempo por estar con Mariana y era tiempo de pensar en su vida y por un par de horas con Carlos no pasaría nada. Antes de salir le recordó lo de siempre: arreglar la cocina, acostarse temprano y dejar la puerta principal sin pasador. Le dijo que no se demoraría y llegaría antes de las diez de la noche, que llegaría en silencio para no despertarla.
Tal vez Mariana no estaba segura de lo que estaba ocurriendo a su alrededor; si fuera así, no lo hubiera hecho y las ganas de vivir serían más fuertes que cualquier situación.
En los últimos momentos, Mariana dispuso todo como si fuera realizar la fiesta más grandiosa de toda su vida. Se puso el vestido rojo, que le despertaba gratos sentimientos; encendió las luces de la casa para la llegada de los invitados; y, por último, colocó música a todo volumen en el equipo que le había regalado la abuela. Se encontraba feliz, reía y tarareaba todas las canciones que sonaban. La noche era tranquila, sin nubes en el firmamento, con un cielo estrellado, como si la fiesta estuviera en el máximo clímax. El reloj de la sala retumbó a las nueve de la noche, y en la radio, irónicamente, sonó la canción Vivir la vida de Mark Anthony. A esa hora Mariana se dirigió al patio de la casa y no se volvió a saber más.
Gloria llegó a eso de las diez como había prometido y se intranquilizó mucho por el bullicio que provocaba la música y por encontrar las luces de la casa encendidas. Empezó llamar a Mariana de manera insistente. Y como Mariana no contestaba, su corazón se aceleró; sentía que estaba pasando algo. La buscó de manera estrepitosa por todo toda la casa…
Un grito desgarrador alertó a Carlos, que en segundos llegó hasta donde se encontraba Gloria. Con la fuerza y el amor de madre sostenía el cuerpo de Mariana que estaba suspendido, como danzando con los acordes de la música. Sin perder tiempo y de una manera muy hábil, Carlos retiró el lazo que rodeaba el cuello de Mariana y de manera suave descargó el cuerpo inerte de Mariana en los brazos de Gloria, que con un grito ahogado le expresó Mariana todo el amor que sentía por ella, por su hermoso Ángel. Mientras tanto, Carlos, hábilmente, le tomó los signos vitales, como le habían enseñado en el curso de primeros auxilios y luego, mientras miraba a Gloria con una expresión de pánico e impotencia, le dijo: “No tiene pulso”.
Según la religión católica, antes de morir, la vida pasa en segundos y quedamos en el último pensamiento. Tal vez el Ángel de Mariana, con su corta y sempiterna vida, se haya quedado cantando, que era el pensamiento que más disfrutaba; tal vez esté cantando en el coro celestial, interpretando esta canción:
Sí, vuelan los ángeles en el lugar
En medio de todos y sobre el altar
Trayendo las manos llenas de bendiciones
No sé si el cielo bajó o qué fue lo que pasó
Yo sé que está lleno de ángeles, sí
Y que el mismo Dios está aquí
Y cuando yo termine mi propósito en la vida, tal vez nos encontramos al final del arco iris.
Javier Quijano Sanabria
En una mañana normal en la vida de Carlos, por lo general tiene que madrugar a cumplir con las labores de campo; una de ellas es ordeñar ocho vacas ajenas, porque él simplemente es el capataz de aquella finca.
Después de haberse levantado a las cuatro de la mañana y llegar a casa a las seis, suspira al encontrar en su mesa a su hermosa esposa y a sus dos hijos que tanto se parecen a él.
Edith, la amada esposa de Carlos, le sirve a su familia aquel caldo de papa que tanto caracteriza a su región. Los dos hijos de Carlos y Edith se arrodillan para recibir la bendición de sus padres, una costumbre tan ancestral que solo conservan los realmente criados en el campo.
Aquellos dos niños se despiden de sus padres y se van contentos al colegio. Edith y Carlos aprovechan aquella fracción de minutos que les ofrece la vida para entregarse por completo al amor que se tienen desde la juventud y no se les ha perdido. Ese acto es una muestra de lo más puro, porque sin importar el paso del tiempo el amor en sus corazones permanece intacto.
Carlos y Edith sueltan un suspiro que se pierde con la fría brisa de aquel páramo. Luego Carlos encuentra su caballo ensillado, pues su mujer sabe que después de las seis y media de la mañana su esposo deja de ser capataz de finca y se transforma en minero.
A las siete de la mañana llega a aquella montaña que lleva por nombre Sobre Peña, sitio en el que se encuentra el socavón en el que trabaja, y donde sus colegas se encuentran arreglando la madera para trancar la peña.
Belinda, la cocinera de aquellos mineros, los llama para que se tomen un tinto antes de ingresar al socavón. Carlos degusta el tinto de su patria, con ese sabor único que tiene el café colombiano. Luego lava el pocillo y se lo entrega a Belinda y le da las gracias porque aquel café tan puro le da energía para empezar el día. Después Carlos hace algo tan característico de los mineros, un acto que ha pasado de generación en generación: se pone el casco, ajusta la luz de la lámpara, mira al cielo, se echa la bendición e ingresa con su madera al socavón.
Mide los gases: todo está normal. Les dice a sus compañeros que pueden ingresar y avanzan todos por el central hasta que cada uno llega a su guía a trabajar. Carlos tiene un socio joven llamado Wilson que le ayuda a envasar la carga y a parar madera.
Pero como hacemos las cosas en esta vida sin darnos cuenta de que el Ángel de la Muerte algunas veces nos observa desde lejos como desde cerca, sin importar el lugar en el que nos hallemos, en aquel preciso instante cuando Carlos pone una palanca para que tranque la peña, el Ángel de la Muerte hace un movimiento brusco dentro del socavón y provoca un derrumbe sobre aquellas dos almas jóvenes con muchos deseos de vida.
A Carlos lo sorprende el derrumbe y le queda medio cuerpo tapado por la tierra. Se le cae el casco y, en el momento de volver a ponérselo, se da cuenta que Wilson tiene algunos raspones. pero se encuentra bien. En ese momento el Ángel de la Muerte solo quería un alma, no dos, y la selección estaba en manos de Carlos. Podía decirle a Wilson que le ayudara para que pudieran salir los dos juntos o decirle que saliera solo y fuera por ayuda.
Antes de tomar una decisión, Carlos se da cuenta de que la madera no se mantendrá mucho en pie. Entonces cierra los ojos y hace un análisis de la situación. Justo en el segundo que se toma para analizar la situación pierde el control del tiempo y con ayuda del Ángel de la Muerte decide quedarse para que su compañero de trabajo siga con vida en busca de ayuda. Cree que toma la decisión correcta. Ve un hueco por donde podría pasar Wilson y le dice que salga por ahí. Wilson se queda pensando, pero tiene que salir cuando Carlos lo reprende con un fuerte grito.
Wilson corre a toda prisa a buscar ayuda. En ese momento, Carlos se da cuenta de que el derrumbe avanza y que se encuentra en sus últimos minutos de vida. Cierra los ojos, siente la presión que ejerce el mundo sobre sus pies, esa presión que le impide respirar y lograr concentrarse. Hace un movimiento para soltarse, pero solo consigue que aquel madero que lo aprisiona y el filoso carbón le produzcan una herida en la pierna derecha. Decide no moverse más.
Apaga la luz de su lámpara, da un profundo respiro. Ya en total soledad, el Ángel de la Muerte se le presenta, sin el menor intento por ocultarse. Se da a conocer con aquella belleza que tanto enseña un Ángel. Entablan una conversación que el tiempo no logra registrar.
Carlos ve a la bella muerte a los ojos y pregunta si ese es el final. La muerte contesta: sí, tu vida finaliza en este día; sabía que tu decisión sería salvar a Wilson y quedarte a morir.
El diálogo es interrumpido por el sonido de una gota que se filtra entre la tierra. Por cosas del destino, cae en la cara de Carlos, como si la vida quisiera refrescar aquel momento perdido en el tiempo. Carlos enseña una sonrisa, cuando puede ver el rostro del ángel. Le pregunta sin rodeo alguno si su familia estará bien si él muere. El Ángel de la Muerte abre sus alas y le enseña un poco del futuro. Carlos ve lo que tiene que ver y deja caer dos lágrimas que el Ángel recoge antes de que toquen el suelo, como una meta cumplida. El ángel sonríe y desaparece.
Wilson mientras tanto informa lo sucedido. Todos los mineros del área salen a ayudar a quitar el derrumbe sobre aquel socavón, con la esperanza de encontrar a Carlos con vida.
Carlos siente que el aire se vuelve pesado, siente como late su corazón. Solo puede pensar en su bella esposa y sus dos hijos.
Su mente colapsa, el desespero lo invade, grita. N quiere morir, pero su camino a llegado al fin. Da un suspiro, acepta la realidad, cierra los ojos, apaga la luz de la lámpara, les desea mentalmente mucha felicidad a su esposa y a sus dos hijos. Sabe que está en sus últimos suspiros, que ya tiene que dejar este mundo. Cierra los ojos, como si estuviera durmiendo, y no vuelve a despertar.
***
Este es el recuerdo de un alma de mi montaña. Un alma noble, humilde, guerrera. Quedan grandes recuerdos de aquel alma, un padre, un tío, un hermano, un sobrino, dos hijos y el mejor de los esposos.
Este es el momento en que el escritor es sincero. Soy el sobrino de Carlos. Hago este homenaje a todos los mineros que han perdido sus vidas por darle un mejor bienestar a su familia. Aquellos hombres que son valientes, que se adentran en la tierra sin saber si van a volver a ver la luz del día.
Como dice mi abuelo, la mejor cara de la valentía es ver a un minero recién salido del socavón.
CALDAS
ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA
SEGURIDAD Y CARCELARIO DE RIOSUCIO
ANDREA GUARDIA
DIRECTORA DEL TALLER
(canción)
Marco Orozco
Un fusil o una granada
no te hacen un hombre valiente
te convierten en el autor
del dolor que un pueblo siente.
Aquel ruido de la guerra (coro)
sí se puede silenciar
haciendo a un lado las armas
y tratando de dialogar. (bis)
Apaguemos estas armas
que causan tanto dolor
no atormentemos al pueblo
ni infundamos el terror.
Aquel ruido de la guerra (coro)
sí se puede silenciar
haciendo a un lado las armas
y tratando de dialogar. (bis).
Estas armas detonables
causan muertes y dolor
de unas manos criminales
que las usan sin temor.
Aquel ruido de la guerra (coro)
sí se puede silenciar
haciendo a un lado las armas
y tratando de dialogar. (bis)
Pues el uso de morteros
granadas, también fusiles
han causado las masacres
a guerreros y civiles.
Aquel ruido de la guerra (coro)
sí se puede silenciar
haciendo a un lado las armas
y tratando de dialogar. (bis)
Tratemos de reciclar
estos metales fundidos
y empezar a hacer la paz
en este mundo perdido.
Aquel ruido de la guerra (coro)
sí se puede silenciar
haciendo a un lado las armas
y tratando de dialogar. (bis)
Yesid Fernando Henao García
Tenía tres meses de haber llegado a Ipiales, un municipio de Nariño, frontera con Ecuador, y aún no había hecho casi amistades.
Recuerdo que ese día, como era normal, tenía un frío encalambrador. Me encontraba dentro del negocio donde trabajaba y se acercó un joven que vendía café con leche y buñuelos. No lo pensé dos veces para comprar porque tenía frío y hambre. Pero cuando el joven me escuchó hablar, de una me dijo: “qué hace un paisa aguantando frío aquí”. Le devolví la pregunta, pues me di cuenta de que era caleño. Y conversamos un rato. Nos contamos cómo habíamos terminado en esa nevera.
La cosa es que siguió yendo todos los días a vender y, pues, nos hicimos amigos. Me había dicho que también hacía poco estaba en ese municipio.
Cuando por fin llegaron unos días de sol, nos pusimos de acuerdo para salir a caminar:
—Paisita, ¿usted ha ido a pescar alguna vez?
—Parcero, jamás lo he hecho, pero eso no me queda grande y que no se diga más, compremos ya mismo lo que necesitamos y nos madrugamos mañana.
—Paisita, ¿Y como a qué horas vamos a madrugar?
—Vea mijo, si queremos pescar algo tenemos que salir tempranito, pase por mí a las siete muy am.
—Uy, nooooo, Paisita, cómo se le ocurre, ¿que le parece si salimos las 7:30?
—Eavemaría mijo, hágale pues.
Como buen colombiano, llegó faltando diez para las ocho de la mañana. Me salió con que: “mi mamá no me llamó”, con que “no calculé la caminadita pa llegar aquí.” En fin, salimos a las ocho, eso sí, en punto.
Ya nos habíamos puesto de acuerdo. El sitio era la frontera, camino adentro por el puente Rumichaca. Por el camino había solo paisajes, que verraquera. Y como hacía un sol de esos que halan para que uno salga, el contraste de colores era de cuento: el verde de las montañas, decía, mírame. Y el cielo, Dios mío, cosa de locos, un azul que quería comerse las montañas; y ni una nube, qué belleza.
Después de mucho hablar me preguntó:
—Paisita, ¿usted ha fumado marihuana?
Me detuve y lo miré.
—Vos me estás viendo cara de marihuanero ¿o qué?
—Nooo, Parcero, que pena, solo preguntaba.
—No se preocupe, mijo. La verdad es que probé una vez, pero como no se fumar, me imagino que por eso no sentí nada y quedé más aburrido que mico recién cogido.
—¿En serio no sabe fumar?
—No Parcero.
—Mmmmmm.
—Y, ¿vos si fumás? —le pregunté.
—Caleño que se respete fuma marihuana.
—¿O sea que ahí trae?
—Sí, Paisita, pero poquita, claro que sí no quiere no fuma.
—Vos es que sos güevón, más tarde prendés esa vaina.
—Ya dijo, Parcero, ya dijo.
Llegamos por fin a la frontera. Un puente largo, ancho, paso peatonal a ambos lados. En la mitad del puente estaba el aviso: “Frontera Ecuador-Colombia”, y algo que no me imaginaba, soldados aquí y allá.
—Uyyy marica, y vos con esa Bareta.
—Tranquilo, Paisita, que yo ya he pasado, y aquí solo raquetean a los que vienen de Ecuador y eso que si traen maletas o bultos de mercancía.
Pues sí señor, era verdad, cruzamos como si nada.
—Ve, Parcero y ¿cuál es el camino hacia el río? —le pregunté.
—No sé, pregúntele a ese soldado.
—Cómo que no sabés, Ome, pero si me dijiste que ya habías pescado.
—Así es, pero aquí no, en Cali.
Le pregunté a un soldado que tenía cara de buena gente por el sendero hacia el río y, además, si podíamos pescar por ahí. Nos miró de pies a cabeza y preguntó por las cañas de pescar; el caleño le explicó que lo hacíamos con nylon y anzuelo no más. El soldado sonrió y dijo:
—No sé si por aquí se pesque algo, pero sigan ese sendero hasta encontrar el río.
Bajamos y lo encontramos.
—¿Eso es el río? pregunté.
Y Héctor, cagado de la risa, dijo que sí. Era una quebradita que si acaso tenía metro y medio de ancho, de color entre medio verdoso con negro y algo café. Yo ya no sabía ni qué pensar ni qué decir. Caminamos mucho rato. El paisaje por ahí, en el lado ecuatoriano, pues, sin palabras. La quebradita se anchó un poquito, pero eso se veía como raro, solo era roca y con decir que hasta las piedras eran raras. En fin, supuestamente llegamos. El caleño sacó el nylon, los anzuelos (oxidados), y dijo:
—Listo, busquemos la carnada.
—Pero dónde si todo por aquí es roca.
La única parte con tierra era en frente, al otro lado de la quebradita, pero no había manera de caer al otro lado porque era una peña.
—No se preocupe, Paisita, que hacemos bolitas con pan y listo.
—Hágale pues.
—Pusimos la bolita en el anzuelo, lo amarramos al nylon y Héctor lo lanzó al agua.
Pero el pan se deshizo en segundos y tocó repetir el proceso.
—Esa vaina no funciona —le dije—. Vos como que no has pescado.
—Sí he pescao, pero con lombrices.
Hasta que por fin la bolita de pan no se deshizo y se hundió en el agua con el anzuelo. El caleño sostenía el nylon y callado. Y yo estaba acurrucado: con una mano sostenía el nylon y con la otra me sostenía la cara. Y callado. Al cabo de un buen rato le dije:
—Nooo, Parcero, que parche tan culo.
—Chito, que espanta los pescados.
—¿Es que vos todavía crees que aquí hay pescados?
Me paré y empecé a tirar piedras al charco frente a Héctor . Y lógico que lo bañé. Asustado, me miró y dijo:
—¿Qué pasó?
—No mijo, yo no me aguanto así, más bien prenda esa huevonada que trajo.
Me miró sonriendo y dijo:
—Pero si usted dijo que no sabe fumar.
—Pues me enseña, Ome, ¿o no?
Sacó el moño, una bola de marihuana casi como un buñuelo de 100 pesos, partió un pedazo y dijo:
—Ayudame a rascar.
—Cómo así, ¿le pica la espalda o qué?
—No, güeva, a rascar la marihuana. Así, mire cómo le hago.
Cogí por pedacitos y lo froté en la palma de mi mano hasta que quedó todo en fracciones sueltas; sacó el cuero, esparció la bareta sobre este papelito, la envolvió, formó el cigarrillo y con la saliva remató la envoltura; luego sacó la candela y secó la humedad de saliva y listo: quedó armado el bareto. Aunque eso parecía más un grillo estripado que un cigarrillo.
Lo prendió, aspiró, y con la voz ronca sin respirar, me dijo:
—Aspire el humo y se lo traga, lo detiene en la garganta y luego lo bota.
Como un buen pupilo, hice lo que me dijo. Casi me muero: me ahogué, tosí como nunca lo hice y tenía los ojos encharcados de lágrimas. Casi se muere de la risa el condenado caleño.
—Hágale otra vez, Parcero, que eso es normal —me dijo el caleño.
No tenía alientos ni para revirar. Entonces repetí la dosis y, en efecto, la cosa se controló y cada vez me sentí más experto.
Solo pasaron unos minutos y empecé a sentir un hormigueo en los pies, que se me fue subiendo gradualmente hasta las rodillas.
—Ey, Héctor, siento como si me estuvieran subiendo las hormigas.
—Paisita, ya le estalló la vuelta.
—¿Qué hago?
—Nada, disfrute.
Cuando el hormigueo me llegó a la cabeza, empecé a sentir que me salían rayos de pura energía. Y yo trataba de mirar esos rayos pero era imposible porque al levantar los ojos también movía la cabeza y, lógico, la corona apuntaba hacia atrás; no sé cuénto tiempo pasó, pero yo me la pasé moviendo la cabeza para todos lados, tratando de ver los rayos. Cuando miré al caleño, me dí cuenta de que se retorcía de la risa.
—¿Quiubuo, mijo, qué le pasó? —le pregunté.
—Ja, ja, ja, usted parece un perro tratando de cogerse la cola, ja, ja,ja.
—Uy, parce, me siento livianito, y siento como si todo se me acercara y trato de atrapar algo, pero ahí mismo se me retira todo.
De pronto, escuché a lo lejos el mugir de una vaca. Miré en todas las direcciones hasta que la ubiqué: estaba al otro lado de la quebrada en la parte de arriba. La infeliz me estaba mirando.
—Parce, sí pilla que esa vaca está sospechosa ¿o no? —dije.
—Uy, loco, que hijueputa traba.
—¿Cómo que no?, mijo, vea, tiene un expansor en la oreja, también tiene el piercing antitaurino, y además vea que la muy puta me está picando el ojo. Esto está muy sospechoso.
—Ignórela, güevón, ignórela, más bien tenga otra fumadita. Le hice caso, no la mire más y fumé otro poquito, pero seguía preocupado por la condenada vaca.
No me aguanté y la miré de nuevo.
—Parce, vea, la hijueputa me sigue mirando, vea, vea.
—Paisita, ya le dije que se relaje y disfrute. O suba y le da un pico y listo.
—No digás eso, pendejo; además te imaginás como tendrá la lengua de grandísima, guácala.
Héctor, ya aburrido por mi cantaleta con la pobre vaca, se paró y empezó a tirarle piedras.
—Quiubo, quiubo, por qué le pega a la vaquita —le pregunté.
—Cómo así, paisa, ¿no dizque lo tiene azarado?
—Pues sí, pero que pecao. No le pegue.
La vaquita se fue y nos cogió un hambre la verrionda. Comimos sin parar.
Después de varias horas de reposo nos dispusimos a regresar, aunque yo seguía preocupado por la vaca.
CAUCA
ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA SEGURIDAD
Y CARCELARIO DE SANTANDER DE QUILICHAO
CRISTIAN RUBIANO
DIRECTOR DEL TALLER
Edwin Guejia Cañas
¿Qué estoy haciendo?, dijo Fernando en voz alta. No sabía y no entendía lo que sentía en su interior. Con resignación se paró de su silla. ¡Qué más da! Al fin de cuentas, haga lo que haga, me es difícil continuar así, afirmó con mucho desinterés. Caminando de un lado para otro, con la mirada fijada al piso, pensaba en una solución. Continuó hablando solo y decía: ¿cómo es posible que esto sea tan difícil?, ¿acaso habrá alguien que no haya podido salir de una situación así? Me cuesta creerlo. ¡Tiene que existir una solución!, gritó con todas sus fuerzas. La frustración y la impotencia lo invadían, no podía pensar claramente. Nada le había salido bien.
Fernando decidió salir de su casa; en el camino, a la distancia, vio a un niño jugando en la calle con su padre. Fernando se detuvo y miró fijamente esa escena. ¿En qué momento perdí mi felicidad? ¿En qué momento dejé de vivir? Estaba lleno de temores que no le permitían contemplar lo que estaba a su favor. Tenía mucho dinero y toda clase de bienes que otras personas desearían tener, pero le faltaba algo. De repente, como si hubiera tenido una idea, Fernando empezó a correr en dirección a su casa. Al llegar a la puerta, cerró tan deprisa que se escuchó el golpe de la puerta muy fuerte. Subió por los escalones rápidamente, como desesperado, como si alguien lo persiguiera para matarlo.
Se detuvo bruscamente enfrente de la puerta de su habitación. Con la mirada fija, se quedó quieto observando a su madre, que estaba sentada en su cama. Entró y le dio un abrazo tan fuerte, como si fuera un abrazo de despedida, mientras disfrutaba de su calor con los ojos cerrados y le caían lágrimas de los ojos. Solo trataba de guardar ese gran momento de tranquilidad y paz.
Era un amanecer hermoso, de esas mañanas en las que el sol brilla avivando los colores verdes del prado, donde las flores parecen tener mucha más vida porque las gotas de rocío les dan brillos como escarcha sobre los pétalos. Fernando estaba en su cama. Entró su madre y le dijo: ¿no piensas levantarte hoy? Es una mañana hermosa. Pero no encontró respuesta. Fernando se volteó en la cama dando la espalda a la ventana. Su madre se retiró de la habitación. Sonó el teléfono, pero, a pesar de que retumbó varias veces, a Fernando no pareció importarle. Decidió contestar solo por la insistencia con la que sonaba el teléfono. ¿Aló? dijo, con desánimo. ¿Fernando?, dijo la voz de una mujer, ¿qué pasa contigo? Ya hace una semana que no vienes al trabajo, mencionó con disgusto. ¿Estás bien?, ¿Fernando, me estás oyendo? preguntó en voz muy alta.
Oye, no me pasa nada, después te llamo, dijo Fernando y colgó, golpeando el teléfono bruscamente. Lo que menos necesitaba ahora, era más problemas, pensó Fernando. Tirado en la cama, se volteaba de un lado a otro. No encontraba comodidad. Se levantó, después de estar horas en cama, en pijama, descalzo y despeinado. Entró a la cocina y encontró una nota pegada al congelador: “Te dejo el desayuno en el comedor, con cariño, tu madre”. El desayuno estaba servido como a él le gustaba. Pero lejos de sentir alegría, solo apoyó sus manos sobre el lavado y dejó caer el peso sobre sus manos, mientras miraba fijamente hacia la calle por la ventana que tenía enfrente.
Sonó el teléfono otra vez. ¿Una vez más? Se preguntó Fernando. No parecía entender, era la quinta llamada ese día. Esta vez el timbre resonaba más fuerte, tanto que parecía golpear las paredes, haciendo que cada objeto en la habitación vibrara con el sonido. Era realmente desesperante. Fernando se tapó los oídos con las manos, intentando ignorar el teléfono. Su rostro estaba tenso. Tenía el seño fruncido por toda la fuerza que hacía para trata de aguantar aquel sonido perturbador. De repente todo cesó y ya no estaba en su casa. Como si tuviera un poder para transportarse en el tiempo, Fernando se encontraba sentando frente al volante de su auto en medio de un trancón. Recorrió con la mirada el espacio alrededor. El bullicio de las personas, sirenas de ambulancias, los autos inmóviles, todo empezaba a parecer como una escena aterradora. ¿Qué está sucediendo?, le preguntó a una persona que pasaba junto al auto. Al parecer hay un accidente, dos automóviles chocaron fuertemente, le respondió. Estaremos un tiempo aquí, afirmó preocupado.
En silencio, Fernando decidió salir de su auto y caminar en dirección al lugar del accidente. Veía gente aglomerada que observaba con gran asombro y con sentimiento de pesar. Logró acercarse mucho más y, mientras lo hacía, pudo ver en el pavimento vidrios esparcidos, pedazos de direccionales y las partes de los automóviles totalmente irreconocibles. Había mucha sangre en la escena y el humo rodeaba todo el lugar a causa del incendio de los automóviles. Parecía que la misma muerte estaba en ese lugar. Aun así, Fernando continuó; al ver los cuerpos en el suelo fijó su mirada en una persona en especial, no podía verle bien, porque los paramédicos que le atendían tapaban su rostro. Trataba de verle el rostro, intentaba pasar la cinta de seguridad que rodeaba la escena. Pero despertó, nuevamente estaba en su casa y seguía retumbando el sonido del teléfono. Se dirigió hacia la sala y su silueta desapareció, mientras atravesaba la puerta de su casa.
Fernando llegó al frente de su casa. Se detuvo unos segundos y suspiró profundamente, como si de ese suspiro dependiera su vida. Abrió la puerta. Entró y miró a su alrededor como si desconociera el lugar. Se desplazó tranquilamente en medio del silencio. Hola hijo, le dijo su madre, tomándolo por sorpresa. Mi hijo querido, continuó con amor, y con el rostro lleno de alegría al verlo. Le dio un abrazo muy fuerte, y ambos compartieron ese momento con una sonrisa. Ven, le dijo su madre en el oído, te tengo preparado un gran plato de comida. Se dirigieron al comedor. Um, qué rico madre, no pierdes tu sazón. Este plato me recuerda los momentos cuando estaba mi padre y comíamos juntos. Qué tiempos aquellos, afirmó ella con una sonrisa.
Estuvieron sentados por unas horas, hablando y recordando momentos de felicidad. En medio de risas, la casa parecía tomar vida. Ese silencio había sido roto, era como si de repente la apariencia de la casa se hubiera llenado de color y vida. Fernando con su cabeza recostada en las piernas de su madre disfrutaba de la manera cómo ella lo acariciaba. El sofá le daba mucha comodidad. Sabes madre, le dijo, quisiera que todos los días fueran así. Cerró los ojos y durmió. Unas horas más tarde, abrió los ojos muy despacio. Recostado en el sofá, con los ojos medio abiertos y con visión borrosa, observó a su alrededor… Nuevamente se encontraba solo. Aquella mirada alegre y llena de brillo no estaba, había desaparecido.
Con el televisor encendido, Fernando estaba sentado en el sofá jugando con el control. Pasaba de un canal a otro, sin nada interesante que ver. De repente su mirada se desvió hacia la mesa al lado del televisor. Un álbum de fotografías le llamó la atención. Se levantó del sofa y llegó hasta el álbum. Lo tomó en sus manos, lo abrió muy despacio y empezó a observar las fotos. La primera foto mostraba la escena más amorosa del mundo: el día en que nació. Un hermoso bebé al lado de su sonriente madre. Miró más fotografías. Sonreía al ver cada una de ellas porque revivía momentos únicos. Sus primeros pasos, su primer cumpleaños, el primer regalo. Cada página del álbum le avivaba el corazón.
Fernando se detuvo en una fotografía que le llamó la atención. Amanda, su madre, estaba acostada en la camilla del hospital. Su rostro estaba tan blanco como la nieve, su mirada decaída, los ojos medio abiertos mostraban debilidad, una fatiga que parecía no acabar. Tenía ojeras muy oscuras producto del insomnio, el dolor causado por la enfermedad era muy fuerte. Al recordar a su madre con pequeños tubos conectados a sus brazos para aplicar toda clase de anestesias y demás sustancias químicas, sintió tristeza y dolor. Fernando empezó a derramar lágrimas muy gruesas, que se deslizaban por su cara suavemente hasta caer sobre la fotografía. No era un estado agradable, ver a su madre tan delgada y demacrada. Una foto que ninguna persona quisiera apreciar o recordar, así fuera por un momento muy corto. Fernando cerró los ojos, se puso las manos en la cabeza, y las deslizó, apretando cada vez más su piel hasta que sus manos quedaron tapando su rostro. Y soltó el llanto y el dolor que lo rodeaba, sin poderse controlar.
El álbum cayo al suelo y quedó abierto en la foto de su madre y él compartiendo el mejor abrazo, cuando Fernando tenía ocho años. Una foto inolvidable. De la nada, como una gran sorpresa, la casa se convirtió en una cinta de recuerdos. Cada momento se devolvía a su memoria. Recuerdos turbios que le quitaban la paz y que no la abandonaban; una serie de escenas tristes. El remordimiento lo persiguíae, su mansión a pesar de ser exageradamente grande, no le permitía huir y mucho menos esconderse. Huyó por toda la mansión, como loco, golpeando y tropezando con todo lo que encontraba a su paso. Había perdido la razón totalmente. Recordó cómo su gran riqueza y la construcción de la misma había consumido parte de su vida, no le dejaba tranquilo, siempre esperó el momento correcto e indicado para hacer aquello que su corazón y su alma le pedían que hiciera.
Recordaba a su madre antes de ser diagnosticada con cáncer, una madre que siempre buscó un abrazo; cualquier oportunidad que tenía trataba de aprovecharla para demostrarle y compartir su amor con Fernando. Pero todos estos intentos fueron fallidos. Fernando, en algún momento esperaba poder aceptar y devolver todo ese cariño que menospreció por muchos años. No era que no quisiera a su madre, solo que le daba miedo expresar lo que sentía tan abiertamente. Por alguna extraña razón, sentía mucho miedo. Pero ahora el miedo era más grande, tenía inseguridad de sí mismo, su más grande riqueza se estaba destruyendo. Toda la fortuna que construyó todos estos años, no le servía de nada. Para estar en paz necesitaba mucho más, lamentablemente esto dependía de lo que no hizo años atrás.
A pesar de que Amanda había fallecido cinco años atrás, el saber que no había estado con ella, regalándole abrazos, compartiendo el desayuno o la cena;.el haber evitado sacar un momento para dormir a su lado, hoy le hacían recordar que esperó demasiado, porque el día en que Amanda estaba siendo trasladada a otro centro médico para tratarla con una quimioterapia más avanzada, chocó contra un autobús que cruzó con el semáforo en rojo a muy alta velocidad. El impacto hizo que se abrieran las puertas y que tanto el personal de paramédicos como Amanda salieran expulsados con gran violencia. Las lesiones causadas por el golpe fueron tan fuertes y letales, que murieron todos los que iban en aquella ambulancia. Fernando llegó en el momento exacto en que otros paramédicos estaban prestándo los servicios de primeros auxilios. El rostro de su madre reflejaba tranquilidad, como si hubiera hallado el descanso a todo lo que la aquejaba, y esta expresión fue suficiente para entender que los paramédicos no podían devolverle la vida, ya no había nada que hacer. Fernando había esperado mucho para decirle a su madre: te amo mamá.
Rolo Bueno (Seudónimo)
Colombia vs Brasil, un día nunca antes visto, la selección en cuartos de final, las personas eufóricas luciendo su camiseta amarilla de veinte mil, ahora de cincuenta mil, el precio por las nubes. No importa, se paga, al final y al cabo es un mundial. La selección hace historia. Mientras tanto yo estoy pensativo, ansioso, tengo negociado mi local para empezar una nueva vida. Es un día soleado, el cielo despejado, más azul que de costumbre, cerveza, harina, bombas, es una fiesta ¡mi selección juega! El encuentro inicia como de costumbre. Colombia juega como nunca y pierde como siempre, lloramos, gritamos, maldecimos, pero esta vez estamos orgullosos de la selección.
Finaliza el encuentro y de paso mi historia en mi local, por siete años trabajé allí con mucho esfuerzo y constancia. Finalizo mi historia no sin antes despedirme teniendo sexo con una joven que medio conocía. Yo creía que había salado el local, pero ya no me importaba, ya lo había negociado. Tomé todo el día, imagínese el guayabo con el que amanecí. Ropa en el piso con olor a cigarrillo, me daba vueltas todo y la verdad no sé cómo llegué al apartamento. Fue una locura de día. Miro mi pantalón y no encuentro sino tres billetes arrugados y de baja denominación, como ocho mil pesos no más. Plata de borracho. Pensaba y pensaba en qué había gastado tanta plata, hasta que me acordé que le había entregado la plata a mi hermana, ella que siempre cuidaba mis borracheras… y mi plata. ¿Qué voy a hacer de mi vida? No se me ocurre nada, a lo mejor por el guayabo. Tengo unas ideas: prestar plata gota a gota pero no, comercializar con ropa o perfumería es buen negocio, solo que la mayoría de mis conocidos trabajan con eso o traen ese tipo de mercancía de china.
Hace un tiempo conocí a un señor de Tuluá por intermedio de mi esposa; o bueno, por mi cuñado. Yo me encontraba viviendo con una hermosa mujer, ella era del Valle del Cauca, más específicamente de Buga. Su piel morena, sus ojos negros, su sonrisa y, sobre todo, su inteligencia. Ella me llevó a conocer a su familia al Valle, un lugar único en su paisaje, su cálido clima. Fue allá donde conocí al que le decían “Caleño”, un señor que hablaba mucho y de tanto que habló lo único que me interesó fue cuando dijo que él conocía gente de la montaña que vendían marihuana, “camisetas verdes”, y me dijo que en mi ciudad se llevaba bastante, pero que no tenían gente seria, que conociera a quién venderles. Yo tengo mucho conocido y sé más o menos del tema. Me queda sonando, pero por el momento no demuestro mucho interés.
***
Al cabo del tiempo la situación se puso cada día más complicada. El dinero de la venta del negocio se iba agotando. Solo gaste y gaste. Mi esposa gastaba más de la cuenta. Yo hacía uno que otro negocio de trasferencias “dólar negro”. En este mundo se ve mucho el licor y las drogas, obvio, también las mujeres, una problemática social de nuestro país. Mi esposa me pidió un tiempo, que iba a pensar si volvíamos. Uno siempre hace lo mismo, en vez de cambiar o mejorar, hace lo contrario. Me puse a tomar más seguido, rodeado de amigos alcohólicos y consumidores. Hasta que un día tomé la decisión de ir a buscar al caleño, el que me propuso vender “camisetas verdes”, pero no por poquitos, sino por cantidades grandes, a lo traqueto duro, no a jibariar en los barrios ni nada de esas ollas.
Tomé un bus a la sucursal del cielo. Allí me estaba esperando mi contacto caleño. Muy hablador, pero con buena vibra. En el tiempo que me lo presentaron me parecía un charlatán, pero mi desespero me llevó a buscarlo. No tenía mejor plan para salir adelante creía yo —lo que uno hace por el dinero—. Ya con el caleño nos dirigimos a un pueblo pequeño del Cauca, todos los pueblos son parecidos. Nos observaban de pies a cabeza, obvio, no éramos de su entorno. Llegamos a la panadería donde teníamos la cita con un joven con botas de caucho y con su macheta en la cintura. Era el contacto con la gente de la montaña, la que nos iba a vender las camisetas verdes. Cuando me dijeron el precio pensé que era muy barata la libra. Yo solo hacía cuentas y me imaginaba vendiendo en mi ciudad. Compré un par de docenas, entregué el dinero. Aquí vale la palabra o como dice mi papá, “palabra de gallero”.
En el trascurso de la semana, ya con las camisetas verdes, el método de envío era muy variado, pero tenía un sistema que solo yo lo sé y es muy efectivo. Desde que me metí en esto, siempre supe que en el negocio hay riesgos y que uno de ellos es que te capturen o te maten. Este es el riesgo por obtener dinero fácil y rápido. Recuerdo mi segundo o tercer viaje, bueno, ya no me acuerdo de tantos que había hecho. Esperando el taxi me llegó un policía pidiéndome papeles, mi cédula; y yo “claro que sí”, mi corazón estaba a mil por hora porque estaba a punto de coronar —la palabra mágica que usamos cuando se llega al punto final—. El policía me ‘radió’ la cédula, por fortuna no tenía ningún antecedente, un punto a favor, vio mis maletas y mi apariencia física. Solo preguntó qué llevaba en las maletas, yo con el corazón en la mano respondí que mi ropa y unas cosas que compré de comer en el camino y para mi familia. Adelante caballero, me dijo y me entregó la cédula. Recuerdo que toda mi vida la viví en unos tres segundos, nunca se imaginó que llevaba 25 kilos prensados y una libra de café esparcida por toda la maleta para ocultar el olor fuerte que dejan las camisetas verdes.
Me subí al taxi y no me fui para mi casa. Decidí hospedarme en un hotel en el centro de la ciudad, ya que en cualquier parte del mundo el centro es donde se vende o se encuentra de todo y esta ha sido mi zona de trabajo; toda mi vida me la he pasado ahí. Yo ya tenía mi clientela, me demoraba más en llamarlos que en venderla. Antes de medio día no tenía ni un kilo, se vendió como pan caliente. Me relajé unos días, fui de compras, y al bar de un amigo, que me invitó a unas cervezas. Era un sitio muy bien decorado, estilo mexicano, allí vi una hermosa mujer, muy seria o, peor, de mal genio. Me tomé varias cervezas. Después pedimos una botella de aguardiente frio y entre trago y trago le hablé a la señorita que atiendía el negocio. Me habló también, era venezolana; y cuando salió del mostrador, qué cuerpo, era muy hermosa ella. Cuando me habló su acento y personalidad me cautivaron.
Poco a poco la fui conociendo. Sabía que yo le gustaba. La invité a cenar, a cine, cosas así y me aceptó las invitaciones- Al poco tiempo ya me quedaba en su casa, su familia me recibía muy bien, las cosas iban muy bien con ella. Su mamá era una veterana muy bien conservada, hasta me lavaba la ropa, porque yo prácticamente vivía allá. Para entonces tenía un nuevo viaje preparado para traer más “camisetas verdes”, frescas, esponjosas y olorosas y sobre todo que “travaran”. Todo fluía muy bien, una mujer hermosa y una “amiga” linda, las camisetas verdes se venden como pan caliente y la plata se ve por montones.
Viajé de nuevo a la sucursal y esta vez fui a recoger en un parqueadero 150 kilos bien empacados en una lona de colores, una lona común hasta “boleta”, pero bueno, estábamos es derechos, como decimos. Viajé con un amigo de conductor, al mejor estilo de un mafioso, o bueno, ya me sentía como uno de ellos. Cargamos el carro. Adelante iban nuestros ojos, la “mosca”, personaje que nos va guiando por el camino, debido a que hay muchos retenes y toca zigzaguear como culebra. Pasamos los tres primeros peajes, los de mayor seguridad, la mosca nos dijo que todo estaba “lindo”, término para cruzar el retén. Ya íbamos bien adelantados y llegamos a un punto donde ellos nunca se quitan de la vía, como a cuatro horas. Ahí decidimos buscar una nueva ruta, waze nos dio una en donde eran dos horas más de camino, pero no importaba, la idea era salir adelante de ese puesto de control. Ya en la nueva ruta miré el reloj, eran las 3:50 am, llevábamos casi ocho horas de puro vértigo, adrenalina, pero cada vez más cerca a nuestro objetivo, la ciudad.
Decidí entrar a un pueblito del eje cafetero muy lindo, sus paisajes, sus mujeres, ahí descansamos por dos horas, para salir con todas las personas que se dirigen a sus trabajos. Con ellos pasamos desapercibidos, ya íbamos a mitad de camino, tanqueamos el carro y la moto, íbamos como alma que lleva el diablo. La mosca iba dándonos vía libre, de repente nos dijo “pilas, pilas que hay una motorizada parando vehículos y me tienen acá, ahora hablamos”. Colgué asustado, mi conductor y yo nos azaramos, aunque sabíamos que estábamos a una hora de coronar. Entonces tomé la decisión de dejar pasar unos dos o tres carros e irnos encaravanados para pasar la motorizada, y así fue, pasamos ese punto. Ahí tenían a nuestra mosca, pero a nosotros ni nos determinaron, gracias a Dios dije yo.
¡Acelere!, ¡acelere!, le dije a mi conductor…
Sananaky (Seudónimo)
En memoria de Yusnaisi Carolina Pinto Sánchez, la muerte podrá separar dos cuerpos, pero nunca podrá separar dos almas que se amaron de verdad.
Hace mucho tiempo, en el pueblo de Chouline, en Nirasak – Japón, existía un hombre moralmente destruido, anímicamente devastado, pero no siempre fue así. Su tragedia comenzó seis meses antes, pues ese hombre que hoy parece indigente es el más grande guerrero samurai que haya existido, su nombre era Sananaky. y era el encargado de brindar seguridad y protección a la población de Chouline, pues sus habitantes confiaban ciegamente en él. Sin embargo, su mayor motivo era mantener un lugar seguro, estable y sin ningún peligro para la geisha más bella de todo Japón. Su nombre era Kiharu Nakamuri. Ella había sido su novia desde niños y la futura madre de un hijo que venía en camino.
Todo era perfecto, era un guerrero invicto, pues todas sus batallas las había ganado en nombre de su gran amor y por la dicha de mantener el honor en su familia. Adicional a eso, existía un secreto. Kiharu Nakamuri siempre, antes de cada batalla, le sabía entregar un envase con un liquido misterioso al que ella llamaba “la pócima secreta”. Sananaky fielmente se tomaba ese liquido antes de salir a cada batalla y así garantizaba su victoria. Ese era un secreto entre ellos y aunque Kiharu Nakamuri nunca reveló a Sananaky cuál era ese liquido que le entregaba, él se conformaba con saber que venía de manos de su amada.
Pero como todo en la vida tiene un grado de dificultad, existía un samurai de una población vecina que envidiaba a Sananaky en secreto. En el fondo quería ser como él, pero la realidad era otra, él era un fracasado. Su nombre era Sanada Yukimura y siempre había estado enamorado de Kiharu Nakamuri, aunque ella tampoco sabía de su existencia y mientras Sananaky y Kiharu eran felices esperando a su bebé guerrero, que traería aún más dicha y felicidad a la familia, Sanada se retorcía de la envidia por el odio acumulado en su alma, en medio de la oscuridad, la soledad y el anonimato. La realidad era que su vida era muy triste y vacía.
Un día, con la intención de ver a su amor platónico, así fuera a través de una ventana, decidió husmear en las afueras de la casa de Kiharu y pudo ver a Sananaky que salía. También vio cuando su amada le entregaba el envase de costumbre y que después de un largo beso le dijo, no olvides tomarte la pócima secreta para que puedas volver a casa sano y salvo. Te estaré pensando y esperando con tu hijo para celebrar juntos una victoria más. Sanada Yukimura quedó atónito, se sorprendió al saber que el secreto de todas las victorias de Sananaky eran por ese liquido misterioso que le entregaba su geisha. Regresó a su guarida y no dejaba de pensar en esa pócima y en que si la tuviera sería igual de fuerte que Sananaky y lo podría retar a un duelo donde el ganador se quedaría con el amor de la bella Kiharu.
Fue tanta la obsesión por conseguir esa pócima que durante esos días solo soñaba con ello una y otra vez. En sus sueños él retaba a Sananaky y este se negaba, temblando de miedo, salía corriendo dejando desamparada a la pobre Kiharu, quien se arrodillaba ante él para pedirle que la cuidara y luego, victorioso y junto a su gran amor, montaban un caballo blanco hasta el horizonte donde se perdían de vista. Agitado, despertaba de este sueño después de repetirlo día tras día. Pero este sueño lo hacía sentir bien; después de mucho tiempo y por primera vez sentía felicidad, se sentía seguro de sí mismo, por fin sentía que podría lograr sus metas.
Solo necesitaba resolver un pequeño pero gigante problema, cómo obtener la pócima mágica. Decidió ir nuevamente a casa de Sananaky y luego de verificar que no estuvieran en la casa, se animó a entrar y comenzó a buscar por todas partes, con mucho afán, pero no la consiguió. Se sintió muy frustrado, su cara se puso roja de la rabia, las venas brotaban de su frente y sudaba del enojo.
Kiharu Nakamuri entró a su hogar y al notar la presencia de aquel extraño trató de huir, pero fue en vano. Sanada Yukimura logró sujetarla y después de someterla la amarró a una silla. La amenazó con matarla si no le entregaba la tan anhelada pócima. Ella quedó sorprendida por la petición de aquel loco samurai que estaba muy alterado, pues se supone que de la pócima solo sabían Sananaky y ella. A pesar de estar amarrada a una silla estaba tranquila, porque en el fondo tenía la esperanza de que en cualquier momento llegara su guerrero y la salvara. Por eso mantuvo la calma y solo repetía “la pócima no existe”, con una pequeña sonrisa en sus labios.
Eso solo alteraba más a Sanada quien decidió buscar una vez más hasta que encontró cinco envases como el que ella le había entregado a Sananaky ese día. Sus ojos brillaban de tal manera que la luz del sol quedó pequeña ante el resplandor que emitía su rostro aquel día. Aquel loco samurai se acercó a Kiharu con los envases en las manos, con una sonrisa de oreja a oreja y le dijo: al fin seré un buen guerrero y podré obtener tu amor. Se tomó los cinco envases de una vez y se puso a esperar a Sananaky para retarlo a un duelo. Pero ese líquido no sabía a nada. “Esto es agua”, dijo, y nuevamente le preguntó por la verdadea pócima a Kiharu.
Ella sonrió. Le dijo que la pócima nunca existió. Sananaky es un gran guerrero por naturaleza, él está destinado a ser un ganador, pero todos en la vida necesitamos creer en algo, así que lo hice creer en la pócima para que entregara lo mejor de él en cada pelea. Sanada, al escuchar aquella confesión, se llenó de ira, el odio nubló su mente, se dejó ganar de la rabia, sacó su katana y decapitó a la indefensa geisha, ya que entendió que nunca podría ser como Sananaky y, peor aún, que nunca tendría el amor de Kiharu. Huyó, ya que sabía cuál sería su destino si caía en manos del más grande guerrero de todo Japón. Desde ese día Sananaky no volvió a ser el mismo, no volvió a pelear por su pueblo. Había perdido el sentido de su vida. Nada le importaba. Se alejó a la montaña, donde se la pasaba esperando el día de su muerte, pues no tenía suficiente valentía para cometer la cobardía de quitarse la vida él mismo. Mientras tanto, el terror se apoderó de Chouline, porque los malhechores hacían de las suyas a sabiendas de que nadie los detendría.
Una noche fría, mientras Sananaky acababa una de las tantas botellas de licor que había consumido, se posó frente a él una linda mariposa azul claro, que brillaba en la oscuridad de aquella montaña y que parecía botar escarcha al abrir sus alas. La curiosidad se apoderó de él y solo la contempló, hasta que la mariposa inició su vuelo. Sananaky decidió seguirla, atraído por su belleza. La mariposa voló y voló como marcando un camino y él la siguió hasta llegar a un precipicio en el que la mariposa se detuvo. Él también detuvo su marcha y pudo observar que más allá del barranco se apreciaba una vista completa de Nirasak. Muchos recuerdos invadieron su mente y solo le quedó llorar. De pronto, de la nada, escuchó una voz que le dijo: “los guerreros no lloran”. Él se asombró porque la voz que le hablaba era la misma voz de su amada. La mariposa que se encontrabaa frente a él comenzó a brillar con mas fuerza hasta entrar a un estado de trasformación que reveló la silueta de Kiharu. Sananaky cayó de rodillas ante ella y solo pudo decirle “te fallé”.
Entonces ella le dijo: “la muerte podrá separar dos cuerpos, pero nunca podrá separar dos almas que se amaron de verdad, levántate, quiero que veas esto”. Y le señaló todas las lucecitas que alumbran la noche de Nirasak. “Allá abajo está un pueblo que te necesita, que necesita de tu protección, no los abandones. Mi muerte fue necesaria para fortalecer nuestro amor, pero allá hay personas indefensas que claman tu presencia y que confían en tu regreso, no les des la espalda, por favor”. Sananaky al escucharla le respondió: “Pero ya no tengo la pócima”. Y Kiharu lo miró con ternura y le dijo: “la pócima solo era agua, el poder y la magia siempre estuvieron en ti y quiero que uses ese poder para proteger a los inocentes. Desde este momento yo viviré en tu katana, nunca te separes de ella y así estaremos juntos hasta que llegue el día de nuestro reencuentro, porque nuestro amor va más allá de la muerte”.
José Ricardo Posada
Pochy, despierta Pochy. Desconcertado miro para todos lados y no hay nadie, es como si estuviera en mi cabeza, pero entiendo que soy yo mismo intentando sacarme de mi letargo. Es como sentirse feliz por tener una lavadora nueva, pero impotente y desorientado porque el manual está en japonés. Pienso en ello y me decido a hacer una pequeña y rara oración: Señor, ¿por qué no nos mandas con un manual de funcionamiento y en un idioma que podamos leer? Dios no contesta y me sonrío, sé que nunca lo hace. Pero no quiero que se confundan, él nunca hace las cosas como uno quisiera, como en esas películas de ficción que vemos. Siempre lo hace de otra manera que no entendemos, porque por falta de nuestro manual de usuario, a veces nos damos cuenta muchos años después, o incluso morimos sin sin entender.
Somos una creación fantástica con innumerables funciones, pero sin manual; no sabemos cómo hacer, cómo funcionamos, diría yo que permitimos que unos más ciegos que nosotros nos muestren un camino que ellos tampoco ven. Pochy, me llama de pronto mi esposa y me saca de mi reflexión. Me acerco a ella y le cuento que otra vez pienso en por qué no tenemos un manual. Ella sonríe y me dice, amor creo que alguien allá arriba te dio el trabajo de hacer un manual, cuéntame qué escribirías en él. Pochy ríe y le dice a su esposa, mi niña hermosa, pero para qué me serviría hoy escribir el manual si ya llevo la mitad de mi vida sin tenerlo y sin haber utilizado todas mis funciones y con miles de errores. Jess contesta con una sonrisa, mientras le pasa a Pochy un vaso de jugo, ¿y si el manual lo debemos hacer no para nosotros, sino para nuestros hijos y nietos?, pregunta ella.
Pochy contesta con cara de desconcierto, mi abuela y mi madre eran muy sabias y siempre me decían muchos adagios, dichos y pequeños mensajes, que solo me daban risa, pero hoy entiendo que eran muy sabios. Amor, que brillante eres, dice Pochy mientras le da un beso rápido y lleno de amor a su esposa. Lo que ellas hacían era parte de mi manual y nunca lo entendí. Pero amor, si yo hago un manual estará incompleto pues solo puedo incluir lo que yo he vivido y lo que algunas personas que me rodean me han mostrado. Jess nuevamente sonríe y mientras recibe el vaso vacío replica: tal vez no es tu tarea hacerlo todo, pero sí algunos capítulos, ¿no crees? Pochy quedó pensativo, asentía con la cabeza en señal de que su esposa tenía razón, que lo importante sería hacer algunas páginas del manual, pues el pasado no puede cambiarse, pero sí dar indicaciones a otros para que su presente y futuro sean diferentes.
Tomo mi cabeza y digo ¡claro! Con esto combato el poder de todo ese ruido que trata de mostrarle al mundo lo que podemos hacer, pero lleno de ceguera y creo que hasta de malas intenciones. Jess, hermosa esposa, razón tienes, voy a pensar cómo hacerlo, ¿me ayudas? Jess contesta ¿y yo que gano? Todo mi amor, le contesto mientras sonrío. Ella riendo a carcajadas me da un beso y dice: recuerda incluir una página en el manual para saber qué hacer cuando nos pagan con algo que ya es nuestro…
Dos horas sentado, con el papel enfrente y mi lapicero solo haciendo rayas en un borde y mi pensamiento volando muy lejos, en el tiempo. Pochy, amor qué haces, dice mi esposa. Yo la miro, sonrío porque la amo y sé que ella siempre me da su mano para continuar en el camino correcto. Uy amor, lleno de recuerdos, pero no se cómo escribir el manual. Tengo ideas buenas sobre unos temas que sé que me hubieran cambiado la vida si los hubiera conocido, pero no sé cómo iniciar. Jess se acerca y mirándome a los ojos me pregunta, bueno, y de cuándo acá te dio por pensar que necesitamos un manual, ¿acaso solo se te ocurrió y ya? Yo no creo, cuéntame tu secreto esposo mío, me dice y se queda mirándome con ternura en espera de mi respuesta, como si esa respuesta yo la tuviera en la punta de la lengua. Bueno, le digo, yo te conté que con mi infarto mi vida cambió. Si amor, pero cómo lo escribirás en tu manual, tienes que contar bien qué pasó. Dime, ya me diste curiosidad. Cuéntame, cuéntame.
Amada esposa, hace mucho tiempo, como 20 años, yo tenía todo muy claro en mi vida y tenía todo lo que quería y necesitaba. Pero un día, después de unas semanas complicadas por problemas de trabajo y de dinero, me fui a relajar un poco, para desestresarme, recuerdo que así lo pensé. Me fui a ver una película a un teatro, cuando apagaron las luces, no pude ni comerme el perro. Me cogió una sensación como si me hubiera atrancado con un plátano y solo tomé líquido, pero no se quitaba y eso me amargó la película. Cuando salí del teatro llamé a un medicucho, él único en quien confiaba en aquella época. Le conté y me dijo que fuera al hospital, que él estaba de turno, y allí todo empeoró, pues me hizo un electro y dijo que tenía un infarto. Una carrera horrible y ya, desperté a los ocho días en una clínica, me habían hecho un cateterismo para salvarme y ¡parece que funcionó!
Me rio y mi Jess frunciendo el ceño me dice, no es chistoso…
No amor mío, lo digo en serio, parece que funcionó, pero ¿por qué digo que eso me cambió la vida? Fue en ese momento que me di cuenta que no tenía nada, que ni siquiera tenía el control. Llevaba 36 años tratando de hacer al pie de la letra lo que nos dicen que es lo correcto y me di cuenta que solo era un miserable conjunto de teneres. Tener casa, tener carro, mujer, hijos, trabajo, computador y qué sé yo, solo teneres. Mi cuerpo me dijo que no más, que eso no era vivir. Allí comprendí que como no tenía un manual, hacía y perseguía los teneres que los medios de comunicación nos muestran siempre. Y los medios son unos ciegos peores que nosotros pues tampoco tienen manual pero parece que lo que único que tienen es mala intención.
Por eso, amada esposa, pienso que debíamos traer un manual para saber qué hacer y cómo: y no tener que comenzar a los 40 a desaprender los teneres y a aprender a vivir. Jess sonríe y me da un abrazo fuerte, de aprobación. Luego me dice, ahora lo difícil será que escribas todo en esas hojas y ¿ves?, ya comenzaste tu manual, ¿te traigo un cafecito? Y sale cantando de la habitación, yo sonrío y comienzo mi tarea, escribir las primeras páginas de mi manual.
Tres semanas después, por fin tuve la aprobación de mi esposa y digo aprobación porque hoy que volví a leer lo que había escrito, solo me dio un beso y dijo, bueno… al tema que sigue, no te rinde nada, y se fue para la cocina mientras sonreía y tarateaba una canción. Este tema fue fácil iniciarlo, ella me dijo cuál era. ¿Ahora con qué sigo? Recorcholis, creo que escribiré los temas del manual para poder elegir. Debo hablar de cómo debemos educar a nuestros hijos, eso tiene doble uso, como padre y como hijo, pero yo ya se qué es lo que hace falta, igual de cuidar a los viejos, de Dios y cómo debemos incluirlo en la familia, de hacer lo correcto y hasta más, del trabajo y el dinero y… claro, sobre la clave de todos los problemas, el respeto. Ese debe ser el siguiente tema.
Un par de horas después me rendí y guardé las hojas en las que estaba escribiendo. Hoy no pude escribir sino el tema, El respeto, y no es que no se me ocurriera nada, por el contrario, eran tantas las ideas que no supe cómo arrancar. Pero tengo una idea. Mañana le preguntaré, sé que contándole a mi Jess se me aclarará la cabeza. Amor, vamos a caminar, mira que Toby quiere pasear. Llevamos el recogedor por si hacía popis. Jess agarró las llaves de la repisa y dijo, ¡lista mi amor! Lo quiero de vainilla, y se rió. Claro, amor, pero yo no quiero helado, mejor un juguito, que rico y tomando a Toby del collar, salió. Yo quedé con cara de sorpresa, riendo.
Como a las 11 de la mañana llegué a casa, y de inmediato organicé todo para ir a acompañar a mi esposa a hacer el almuerzo. Llegué a la cocina, ella me miró y me dijo, ¿sí, buenas, a la orden? Le sonreí también y le dije, buenas, vengo a hacerte barra, quiero contarte lo que he pensado. Claro amor, recuerda que más de tres preguntas generan honorarios, señor Pochy, dijo y rio a carcajadas. Le conté que el siguiente tema debería ser el respeto. Ella me preguntó ¿y por qué? Comprendí que tocaba convencerla.
Amor mío, el respeto es lo primero y más importante acerca de nosotros, pues como no lo tenemos, no nos lo enseñan y no podemos hundir un botón para que prenda. Se convierte en la verdadera causa de todo lo malo que pasa en el mundo. ¿Ay como así, todo lo malo es por falta de respeto?, preguntó mi esposa. Claro amor, pregunta por cualquier cosa y te lo muestro. Ella en un par de segundos me dice qué tiene que ver con los asesinatos, robos, con la corrupción, con las drogas… Explíqueme señor Pochy. Yo me sonreí y le dije, señorita Jess, contestaré una por una.
Mira amor, si tu respetas la vida, respetas a tus semejantes, respetas lo que crees, tu religiosidad y tu Dios y hasta respetas las cosas de las demás personas. Tu nunca matarías, nunca robarías a una persona y no tendrías ninguna razón para ser corrupto, recuerda que la corrupción es robarnos a todos, respetarías tu cuerpo, tu salud y tu familia; por eso no te emborracharías, no consumirías drogas, no fumarías.
Ah, suena lógico Pochy, ¿entonces deberían enseñarnos en el colegio a respetar?, preguntó Jess con cara de suspicacia. No, contesté. Amor, yo pienso que el respeto se enseña, no, qué digo, se forma y se muestra a una persona, pero cuando está muy pequeño, diría yo que desde que está en la pancita de mamá, oyendo a sus padres y en los primeros tres o cinco años de vida. Es que el respeto no se enseña con letras, creo que es con actitudes, con ejemplo y con amor, pues si te enseñan a amar algo o a alguien deberías solito aprender a respetarlo. Por eso solo es papá y mamá los que nos lo dan, nos lo muestran y es culpa de ellos si no respetamos.
Pochy, mi amor, tienes razón, respeto no se ve hoy en las personas. Sí, amor, y como esto le pasa a la mayoría, cada día es peor y es una de las causas que provocan que no nos importen las cosas ni las personas. Mira, cuando tuve el infarto estuve ocho días en UCI privado y nadie preguntó por mí, ni mi jefe, ni los compañeros, la única persona que estuvo pendiente de mí era la enfermera y eso porque le pagaban. Pero si en esa época hubieran existido los celulares de ahora, seguramente no lo hubiera hecho por estar pendiente de sus redes sociales. Ay amor, no digas eso, mi Pochy. Amor, contesté, es lo que se ve a diario y tal vez lo vemos tan seguido que nos acostumbramos a ello y por eso ni siquiera nos sobresaltamos. Pero además, como no respetamos, pues listo, nos desconectamos del entorno, de todos los que nos rodean y no nos importa lo que suceda a los demás.
Por eso llegué a pensar que soy un objeto muy frágil de mi entorno y por cualquier cosa, simplemente dejo de importar, como si no existiera. Pero si nos respetamos todo comenzaría a cambiar. Mi Pochy, tu manual como que tiene la clave para cambiar el mundo. Amor, solo es un manual incompleto de funcionamiento, pero creo que, si todos funcionáramos bien, el mundo sería diferente.
CUNDINAMARCA
CÁRCEL Y PENITENCIARÍA DE MEDIANA
SEGURIDAD DE CHOCONTÁ
SANDRA FÚQUENE
DIRECTORA DEL TALLER
José Ernesto López
Después de una noche tranquila llega un bello amanecer, con aquella fragancia de madrugada, encanto de los pájaros, el aroma de las montañas, la suave brisa de la neblina fría pero refrescante. Esa mañana me desperté, abrí los ojos, dí gracias al creador porque pude ver, oler, tactar, sentir y saber que mis seres cercanos estaban bien, algo bonito por qué agradecer; puse mis pies sobre la tierra, prendí la luz, me miré al espejo, luego me dirigí al baño, tomé una ducha, me alisté, desayuné lo que casi siempre desayunaba, un chocolate con huevos revueltos y un par de panes; luego procedí a saludar mis bonitas mascotas: dos perritos y un gatito; les dé desayuno, regué la huerta donde tengo sembrado cilantro, un poco de lechuga y un poco de repollo; luego dirigí mi pensamiento en el trabajo cotidiano del día a día que había que cumplir, recogí mi maleta, la maleta que mi bonita mamita me alistaba con las onces, dos panes, jugo y nuevamente huevos revueltos, el almuerzo una presa de pollo, arroz, garbanzo y una buena cantidad de jugo.
Dí un beso a mamita, cerré la puerta de casa y mis pasos fueron recorriendo aquella linda vereda que era adornada por atractivos pastizales y la bonita sonrisa de los buenos vecinos que sólo viven en mi pueblo Mantuno; minutos después, llegué a mi trabajo, saludé a mis compañeros y me dirigí a mi puesto de trabajo el cual era hacer ramos de hermosas flores de colores y fragancias, que son llevadas al extranjero para pintar sonrisas en los rostros de muchas personas, así fue aconteciendo mi rutina de trabajo y sabía que después de un día largo y agitado, igual pero distinto a los demás, estaba la recompensa cotidiana de mi esfuerzo de cada mañana, cada segundo, cada hora, cada día, y cada mes.
Ese día él recibía el dinero de mi trabajo, y eso me condenaba, me llevaba a la desgracia. ¿Por qué dirigir mis pensamientos hacia aquella sustancia que no debía comprarse? La llamada que más adelante me frustró, que más adelante me encerró por haber consumido esa sustancia, más conocida como bazuco. Luego me dirigí rápidamente hacia mi casa y me volví ciego, un ciego terco que no quería ver lo hermoso que había a mi alrededor. Mis pasos eran largos, agitados y sudorosos. Saludaba a la gente que estaba en mi entorno con una sonrisa cordial aún en mi interior, sintiéndome muy mal. Paré por un segundo en la tienda de la vereda, compré cigarrillos y una candela que no me fuera a abandonar. Unos metros antes de llegar a la puerta de mi casa, dos almas me salieron a recibir, dos almas que no nunca me iban a traicionar porque son una verdadera amistad: moviendo su cola de lado a lado con brincos de felicidad. Saludé a los dos perritos que tengo, entré a casa después de que el sol se ocultara entre las rocas grandes y estáticas. Abrí la puerta de mi pieza, me senté a un costado de la cama, aquella cama que en el pasado fueron sábanas de placer, miré por la ventana un cielo negro con nubes grises que se interponían entre el cielo y la tierra.
Luego me perdí en los recuerdos de cuando tenía la grata compañía de una flor, la flor más linda del jardín, sus pétalos brillaban, sus hojas resplandecían, sus tallos tan fuertes que no se quebraban, era todo muy maravilloso, decoraba la habitación, alumbraba la magia del amor, el hechizo de la felicidad, el encanto de la pasión, la pasión que daba rienda suelta cuando los sentimiento chocaban por la mezcla entre agua y fuego, entre fuego y agua, que daba paso a un caluroso vapor, un vapor ardiente que poco a poco recorría su piel de norte a sur, de oriente a occidente, hasta llegar a al centro del Ecuador.
Me abrazaba fuertemente, la abrazaba fuertemente, besaba sus labios con sabor a fresas frescas, tocaba a su pelo color marrón, miraba sus ojos azules brillantes como el resplandor de una esmeralda cuando los rayos del sol atraviesan sus pupilas. Ay, aquellas noches tan tiernas, sensuales y dulces que pasábamos en el sauna de la pasión.
Después de recordar todas esas cosas tan bonitas que pasaban con esa mujer que tanto he amado, me llegó de pronto la melancolía. El sol se ocultó en mis pupilas y entonces solo me salieron lágrimas.
Aunque hoy no está a mi lado, su recuerdo jamás podré olvidar.
Jhon Edward Quiroga
Primero, empiezo por contar una parte de mi vida y cómo me iba involucrando con un gigante difícil de vencer.
Todo empezó hace veinte años, en el mes de julio del año 2001, en mi ciudad natal, Calarcá, Quindío, cuando apenas cumplía mis 18 años. Yo era en ese entonces un joven con una vida muy tranquila, llena de sueños, metas y pensamientos muy positivos. Me dedicaba en ese momento al trabajo, practicaba el ciclomontañismo y tenía un nivel económico medio, que me permitía tener mis cosas al día sin que me faltara absolutamente nada.
Vivía con mi abuela, y mi hermano y yo éramos los encargados de los gastos del hogar. Yo siempre me hice la misma pregunta: ¿por qué no me hicieron la invitación antes? Ustedes se preguntarán, ¿cuál invitación?, y la respuesta es la siguiente: ¡la invitación a conocer uno de los peores demonios! con un solo propósito: matar, hurtar y destruir. Y todo lo hace muy sutilmente en el siguiente orden: primero acaba con tu economía, después con tu familia, con la paz, la tranquilidad, el tiempo, luego con tu salud mental y por último hasta con tu propia vida.
Todo empezó así:
Estaba yo sentado en una silla del parque de mi bella Calarcá o Calarcho como le decimos de cariño los calarqueños. Calarcá es una ciudad hermosa con un clima estupendo, todo es hermoso: sus montañas, sus sitios turísticos y su gente.
Eran más o menos la una de la tarde de un día soleado muy delicioso, cómo los que caracterizan a mi bella ciudad. De pronto se acercó un amigo al que le decíamos bollis, con una sonrisa de felicidad, y me dijo: ¿a que no adivina que acabo de descubrir? Lo cual despertó en mí algo de curiosidad y le hice una pregunta que tal vez nunca debí hacer. ¿Qué descubrió, que lo hace sentir tan feliz? Él me respondió lo siguiente: un sitio donde divertirse y aparte de eso ganar dinero muy fácil y con poca inversión. Y claro, esa respuesta despertó mí interés por conocer este sitio y le dije: ¿me puede enseñar?, y él respondió ¡Claro que sí!, vamos, y yo sin saber que me dirigía a mi propia destrucción.
El casino se llamaba 777 y quedaba a pocos metros de donde estábamos. Era un local pequeño con muchas luces, los sonidos de las máquinas incitaban a querer jugar, se sentía un ambiente extraño que lo hacía sentir bien estar allí. Y veía que las personas ganaban o al menos esa era la venda que el mismo Satanás me puso. Mi amigo me dijo, acompáñame a la caja que necesito cobrar algo que gané hace media hora. El premio era de $450,000 pesos, que era bastante dinero en ese entonces. Cuando le pregunté cómo se había ganado ese dinero, me pidió que lo acompañara. Nos acercamos a una máquina de póker, empezó a echarle monedas de 50 pesos y en menos de media hora se había ganado $400,000 pesos más. Sacó de una vasija un puñado de monedas y me dijo: juegue en esa máquina y yo le voy explicando para que también usted puede ganar. Y lo hice a ciegas, sin saber que había tomado la peor decisión de mi vida, así como dicen por ahí, ¡suerte de principiante!, pero esa palabra no es más que una manera de disfrazar una de las peores adicciones de este planeta.
Ese día salí ganando más o menos $200.00 pesos, lo cual fue el dulce para seguir yendo a jugar. Cada día seguía entrando, solo que ya entraba solo. Duré varios días ganando, y eso me hizo enviciar, me volví adicto a ese juego. No les puedo mentir, al principio es una sensación de adrenalina indescriptible que lo impulsa a uno a querer jugar y jugar. Dejé el deporte, perdí el trabajo porque ya no quería sino jugar, esperaba que abrieran y me quedaba hasta que cerraban. Todos los días las mismas caras, las mismas personas, ya no comía bien, no dormía bien. Y entonces empezó la peor racha, lo perdí absolutamente todo, vendí todo lo que tenía. Sin pensarlo me convertí en un ludópata más.
Así duré muchos años. En ese tiempo, más o menos 15 años, perdí mucho dinero, carro, motos, perdí la confianza de mi familia. Ya no era la misma persona, ya no era el mismo joven alegre de entonces, los sueños y metas fueron apagándose.
En quince años perdí muchas cosas importantes tales como la confianza de mi familia, trabajos importantes, y algo que nunca se puede recuperar: el tiempo perdido. En ese mundo de soledad, angustia, fracaso, uno se vuelve mentiroso, enredador, deja de importarte la familia, a uno no le importa nada. Podemos hacer la comparación con otro vicio que es igual de letal y estoy hablando de la bazuca. Por eso es que al juego le llaman bazuco electrónico. En todo ese tiempo puede ver muchas escenas, una de esas fue la de un soldado profesional que durante mucho tiempo ahorró para la cuota inicial de un apartamento que le quería comprar a su mamá, pero cometió el error de entrar a un casino y perder hasta el último centavo. Lo vi desesperado por lo que había hecho, en sus ojos se notaba una mirada de odio, rabia y tristeza poque había perdido lo que con tanto esfuerzo había ahorrado para su mamá. Otra escena fue la de un señor que no digo su nombre por respeto a su alma. Él era un administrador de una flota de treinta taxis y cometió el mismo error. Entró al casino a gastarse todo el dinero producto del pago de los producidos de quice días de treinta carros. Esa persona duró ocho días y siete noches más o menos en este sitio, se le notaba el desespero porque cada vez perdía más y más fumaba sin parar por la desesperación. No comía, era como si la ruleta electrónica se lo hubiera tragado. La ruleta, ese aparato que ni siquiera el inventor, Blaise Pascal, matemático francés, puedo descifrar el método para ganarle.
Aquel hombre, el administrador de los taxis, mientras jugaba y jugaba sin parar en la ruleta, seguía como si la máquina se apoderara de él, parecía un zombi y cuando se le acabó el dinero volvió en sí. Decía y repetía el problema en el que se había metido y se le notaba el miedo en sus ojos. Lo último que se supo es que ese mismo día salió del casino, se dirigió a un puente peatonal, se lanzó y perdió la vida. Así como esta historia vi muchas más, personas empresarias que quedaban en la calle, personas que después de perderlo todo enloquecieron. Por todo esto, a pesar de todo lo que perdí, todo lo que viví, hambre, sueño, soledad, rechazo, escasez, enfermedad, deseos de morir, hoy me siento un hombre muy privilegiado, primero porque gracias a Dios pude vencer ese gigante; y segundo, porque hoy tengo la experiencia para llevar a cabo la misión que me propuse y es ayudar a otras personas a vencer a ese gigante y salir de este mundo tan triste. Ahora vivo una vida más tranquila, sin ansiedad, sin hambre, feliz y siempre con un lema:
Derribado, pero no destruido.
Leonel Zuluaga
En el año 99, preparándonos para el nuevo milenio, en un humilde hogar al sur de Bogotá, con un eucalipto plantado al frente de su terreno y que con el crecimiento de los años ya había reventado la llanta que abrazaba, su corteza se encontraba amenazada por tener un gran tamaño sobre una avenida principal tan concurrida, al frente de ese enorme eucalipto se encuentra un niño observando. Tiene tan solo 5 años de edad y mira cómo se quedan enredadas las cometas en ese mes de agosto. Recoge tres ramas de eucalipto que se han caído por causa de los vientos del mes. Las recoge porque sabe que a su madre le encanta ese olor. Se dirige corriendo adentro de la casa, le entrega con mucho cariño las ramas de eucalipto a su madre que ella agradece con un beso en la frente y una patacona que se encontraba cocinando. En ese momento huele a carne asada con comino, también hay un olor a ajo, y la madre le dice al pequeño que se lave las manos que ya va a servir el almuerzo. Él le contesta que va a jugar con Laika y luego se lava las manos.
Laika es una perra de raza criolla de 13 años de edad, color negro, tuerta porque cuando salía a ladrarles a los transeúntes que pasaban por la concurrida avenida, no tardó el desgraciado que a través de la reja del garaje le quitó su vista con un palo. Pero eso jamás le impidió a Laika cuidar de esa familia ni dar felicidad con tantas piruetas y ternura.
Su madre rompe el hielo y le dice al pequeño, yo lo siento pero Laika se fue. El niño sale corriendo, sube las escaleras mientras se cruzan varios pensamientos por su cabeza: Laika no se puede ir lejos, de hecho Laika nunca se va lejos, seguro es una broma de mamá, Laika tiene que estar en la terraza. Cruza la puerta de la azotea y efectivamente Laika estaba acostada en la terraza sobre la plancha, su padre la observaba, tenía una bolsa de color negra en la mano. El niño la llama pero Laika no responde. Él la mueve con brusquedad y nota que Laika está muy fría y muy rígida. Se da cuenta de que tienee espuma en la boca como la espuma que usa su padre para afeitarse. No puede contener las lágrimas y no para de preguntar por qué su fiel amiga no responde ni mueve su cola como lo solía hacer, pero su inocencia y corta edad no le dan para entender que es un envenenamiento que estaba de moda en este barrio de Bogotá, ni le dan para entender que en este mundo hay mucha gente dañada de corazón y de mente.
Su padre introduce el cuerpo de su fiel amiga en la bolsa, se la carga el hombro como si fuera un bulto de papa y le dice: Mijo, saludes le dejó Laika.
***
Un año después comencé a estudiar en el colegio Misael Pastrana Borrero, un colegio pequeño de tres pisos de altura con una cancha de micro en el centro. El uniforme es un buzo azul con pantalón gris. Este colegio, en teoría, me daría las bases para construir una vida sana, responsable y honesta, pero por gusto y desgracia de mí mismo, fue todo lo contrario.
Tres años después, cursando tercero de primaria, en las horas de la tarde me encontraba en el descanso cuando se acercó mi mejor amigo en ese entonces, Santiago Ricardo García (él es mayor que yo por dos años, ya tiene once), y me menciona que la noche anterior llegó su hermano muy ebrio y que por ponerse a buscar monedas en el pantalón de su hermano, había encontrado una bolsita hermética con un polvo blanco en su interior; y que si quiero probar, me dice, que se aspira por la nariz, que le llaman perico.
Nos fuimos ambos al baño y sacando de a a poquitos con la cuchara de Nusita aspiramos una y otra vez hasta que la acabamos. Luego empecé a sentir, o mejor, dejar de sentir mi nariz. Se me durmió totalmente y respiraba caliente. Se activó una alerta en mi cabeza que me decía que algo andaba mal, como un presentimiento de que me fuera a pasar algo malo. Rápidamente abrí la llave de lavamanos para juagarme lo que me había metido en el cerebro y me soné tanto y tan duro que me reventé la nariz y me manché la camiseta con sangre. Inmediatamente pensé: y ahora qué le voy a decir a mi mamá, con esa señora que no se aguanta nada. Pues mi presentimiento más me acelera y creía que se iba a volver una realidad: algo malo me iba a pasar.
Cuando llegué a la casa saludé a mi padre. Me preguntó cómo me había ido y le dije que bien. Luego saludé a mi madre. Me preguntó por qué tenía sangre en el uniforme, y le dije que había sido un balonazo mientras jugaba al fútbol.
—Un balonazo en toda la nariz, mira como la traigo de roja.
—Juum, mire a ver si no se cuida esa cara, quítese eso para lavarlo de una vez.
Esa fue la primer mentira que le dije a mi madre, y no sabía ni el error ni sabía la magnitud del problema en el que me estaba metiendo.
Meses después me expulsaron por estar comprando un revólver adentro del colegio. Ricardo se lo pasó Anderson, Anderson la dejó caer al frente de un educador y él llamó a la policía. Llegaron, retuvieron a Anderson y él ni corto ni perezoso nos entregó a Ricardo y a mí, que nosotros éramos los dueños. Les dijo hacía cuánto lo teníamos y cuánto nos había costado. La policía no nos llevó porque a nosotros no nos lo encontraron, pero sí fue causa suficiente para para la expulsión de este colegio.
El año restante, sin estudio, empecé a robar. Fui capturado en el barrio El Country Sur por una maleta, donde conocí la 30 con 12 y me asignaron una defensora de familia, Luz Angela Segura, quien me asignó libertad asistida, donde tenía que presentarme cada mes frente a ella y asistir a talleres en la OPAN, en el barrio Santa Isabel. En los talleres aprendí a fabricar anillos y fumar mariguana, nos daban 3 mil pesos de subsidio de transporte y lo usábamos para comprar droga a la salida, en la calle Bronx.
Comencé a estudiar en el colegio Rafael Uribe Uribe en el barrio El Tunal, grado quinto, en el año, 2006. Allá empecé a vender mariguana a 500 en tapas de esferos, y cuando cogí impulso y empecé a tener varios clientes, le subí a 1000. Duré dos años vendiendo hasta que nuevamente me entregaron. El Rector me esperaba junto al Coordinador, ¿dónde tiene la mariguana? me preguntaron, ¿de qué hablan?, respondí. Me hicieron una requisa y yo con la mariguana en el bolsillo. Entonces otra vez para donde Luz Angela, me regañó, me mandó interno, esta vez ocho meses en el centro de los Terciarios Capuchinos.
Salí en el 2009 y me colaboraron a ingresar en un colegio militar donde nuevamente me hice expulsar por corretear a un Brigadier Mayor por el colegio con un vidrio en la mano.
Me encontraba muy pepo y, en fin, tercer colegio expulsado. Yo pensaba que los colegios eran un problema y no me daba cuenta de que el problema era yo.
Luego de todos esos errores, comenzaron una serie de sucesos delictivos que me trajeron a estar hoy preso. He reflexionado todos estos días, más de mil, y dicen que nadie cambia de la noche a la mañana, pero yo me levanté un día y dije no más, me cansé de ese mundo malvado. Quiero salir para renacer, superarme, demostrarles y demostrarme a mí mismo, que esto es un milagro, que con fuerza de voluntad se pueden lograr cosas inimaginables. De la mano de Dios estoy seguro que podré lograr cosas sorprendentes para mi familia y mi sociedad y mi autosuperación. Me encuentro aquí acostado en mi colchón, adentro de esta celda, con ansias, esperando ese hermoso día de mi renacimiento.
HUILA
ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA
SEGURIDAD Y CARCELARIO DE NEIVA
WILLIAM GONZÁLEZ
DIRECTOR DEL TALLER
Jhorman Estiven Ordoñez González “Thor”
Correcto, ser correcto o hacer lo correcto trae beneficios y bendiciones. Entonces un consejo de mi parte: seamos correctos. Las historias escritas son las que no mueren con el trascurso del tiempo, pero no sabemos cuánto tiempo estaremos con vida. En lo poco que he vivido las experiencias han sido claras, llenas de enseñanza, reflexión, valor, valentía y ganas de seguir viviendo, experimentar todo lo que la vida desea dejarnos ver, la edad no importa a la hora de aprender. Mi nombre, no muy común, es Jhorman Estiven Ordoñez González, en el bajo mundo me conocen como Thor, soy un joven de 20 años, amante al arte de la fotografía, literatura y juegos de azar. Vengo de una familia humilde la cual ha logrado superarse en todos los sentidos. Mi madre, una paisa echada para adelante, terminó su estudio en trabajo social y mi padre es un campesino innovador; cuento con dos hermanos menores: Andrés Ordoñez González de 18 años de edad y Juan José Hernández González de 10 años de edad. Gracias al apoyo de mi familia logré culminar mis estudios en criminalística y ciencias forenses y soy tecnólogo en Gestión Integrada a la Calidad Humana, seguridad y salud en el trabajo. Por casualidades de la vida, como todo ser humano, he cometido errores, los cuales me encuentro enfrentándolos, superándome como persona con el trascurso del tiempo. Por último, quiero decir que es un placer compartir esta pequeña biografía con los lectores.
***
Escribir, escribir, escribir, escribir. Decidí escribir con base en mis experiencias personales, que me han llevado aprender el verdadero valor de la vida. El de poder saludar a mamá en las mañanas y escuchar un “Dios te Bendiga hijo”, lograr almorzar junto a la familia completa o incluso dormir en cama propia, pasear las mascotas o sentir el cuerpo cubrirse por completo en un amigable lago, correr, sentir que nuestro corazón se recalienta al punto de querer estallar, sentir el amor de nuestra pareja, comer lo que nos plazca. Esas son cantidad de cosas que no valoramos, porque nadie sabe lo que tiene hasta el momento que lo pierde. El tiempo no tiene precio, son cosas impredecibles que echamos de menos al momento de perderlas.
Reaccionamos no muy tarde ya que el tiempo es perfecto, está escrito, todo tiene su tiempo y todo lo que se quiere debajo del cielo, tiene su hora. Aprendemos porque sabemos perder y perder por aprender no es perder, amigo lector, estamos en el mundo de lo posible, donde los sueños se hacen realidad, donde pasan más allá del subconsciente, donde lo físico y lo químico se dan la mano para las buenas sensaciones y el placer de vivir. Todo surge en nuestra mente, impulsado por nuestro corazón, no pensemos jamás en que estamos perdiendo el tiempo porque no es cierto, la vida nos enseña a comprar el tiempo con valor, pero sin precio.
Como toda buena historia necesita de un buen personaje, en este caso yo seré el personaje, sí, 20 años son los que hasta el momento he tenido la oportunidad de vivir, mi infancia fue hermosa, soy testigo de que la infancia es la mejor etapa de la vida. Luego entraría a la adolescencia, la madurez llega junto con las experiencias, buena educación en casa y los valores, esos son pilares construidos por nuestros padres. Hubiera deseado tener antes el conocimiento que tengo ahora, pero tiempo al tiempo, creo que en la etapa de mi adolescencia fui demasiado egoísta, solo pensando en mí y mis placeres, creyéndolo saber todo, acompañado todo eso de una terquedad.
Como el mayor de los hermanos González en casa, lo justo es que debería ser el buen ejemplo a seguir y aunque mis malas acciones no sean un buen ejemplo, es un orgullo para mí compartirle a mis hermanos el ser valientes, tener paciencia, estudiar, pensar, trabajar, luchar, ser leal, tolerar, olvidar, hacer todo de corazón, tener fe y echar para adelante sin importar qué tan bajo se pueda caer, que las oportunidades se nos crean a diario, porque “nosotros mismos somos los pilotos de nuestra propia nave”, decía una carta de mi hermano menor de 10 años, Juan José; era una carta que al momento de leerla creaba sensaciones, sus palabras eran todas correctas y tocaban mi corazón. Esa carta decía:
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De: Juan José González
Para: Jhorman González
23 de noviembre de 2020
Hermano, Deseo que todo esto termine para siempre. Cambia esas acciones que tanto daño nos hacen, me duele mucho ver triste y estresada a mi mamá, ella no se merece esto, ella siempre nos ha formado con muchos valores y yo trataré de hacer siempre las cosas bien para premiarla por todo lo que nos ha dado y recuerda: tú puedes dirigir tu vida.
Puedes ser el piloto de tu propia nave, nunca dejes de buscar quién eres tú, constrúyete a ti mismo con esas bases sólidas y fuertes que nos ha brindado nuestra familia, porque pase lo que pase, siempre seremos una gran familia, tú eres mi gran amigo y mi ejemplo a seguir. Sé que eres inocente y tienes muchas cosas buenas para brindarle a los demás, reconcíliate y no dejes que las malas personas derrumben tus sueños y recuerda que, de ahora en adelante, cada paso que des siempre piensa en nosotros, tu familia y sobre todo en mamá, yo sé que tú piensas que soy muy pequeño, pero ahora me toca cuidar de ella y lo voy hacer de la mejor manera . Y acá te espero para que me enseñes a tomar fotos.
Te Amo Hermano por Siempre.
***
Esta carta que me acompaña para todo lado, era cierto, era muy pequeño, pero ahora debía cuidar de mamá porque mi hermano de 18 pertenece a la Armada Nacional, mi padre está lejos de casa y yo en prisión. Solo él queda en casa para cuidar de mamá, ahora es el hombre de la casa con tan solo 10 años. Cada momento, el tiempo adquiere más valor, tiempo que no podría comprar luego ni con todo el dinero del mundo, amigos, el tiempo no para, nosotros somos quienes decidimos dónde estar y con quién estar, la familia: lo más importante, con quien quiero pasar el resto de mis días con vida. Dios me ha enseñado a valorar los pequeños detalles como el Tiempo.
Es bueno tener en cuenta en todo momento que somos personas comunes, es decir, que un error podría pasarle a cualquiera, lo importante era remediarlo, reflexionar y cambiar.
Espero el final de mi condena, aunque la familia del finado lo que deseaba es que me muera; qué culpa tenía yo, si mi Dios era quien decidía la hora de mi partida. Los días, todos eran felices, la voz de mamá a través de una pantalla preguntándome en qué momento me abrazaba y me daba un beso, me recuerda que me ama y por mí daría la vida. Las palabras de mamá son verdaderas, directas del corazón, escuchar los consejos es importante si deseamos llegar a viejos; esos son los valores sembrados desde pequeño.
Ahora, a los 20 años, tras las rejas enfrentando la pandemia, anuncios “Ponte el tapabocas o te enfermas”, las personas están muriendo con solo pensar en lo que está sucediendo, día tras día las cifras estaban subiendo, confiemos en nuestro Dios que desde el cielo nos cuida, alejémonos del pecado, leyendo bien la guía, vivir en paz para que gocen de la vida, estos textos no fallan. Mis oídos están cerrados ante los ojos de la envidia.
A los 16 años me gradué de criminalística, y al año era el primero de los más buscados en la lista, con mi hermano solo pensábamos en hacer dinero, no importaba si era robando, matando, secuestrando, extorcionando o jibareando, con tal de tener dinero por montones y desde lejos. Vean todos cómo cumplíamos con las misiones, no le tengo miedo a ninguno. Para todos: mis respetos, días tras día lo intento, pensando siempre en ser el primero, ¡Basta ya! empieza de cero, haz el bien, piensa primero.
Voy para las calles donde todas son de oro y que me perdonen a los que ignoro, en mi vida tendré mi Audi rojo, viajaré por todo el mundo, si mi Dios me lo permite, siempre honrando a mis padres, alejado del despiste y no te sientas mal si te perdiste, que me perdone mi Dios porque sé que existe, él me ha acompañado en todos los momentos grises.
Gracias Dios por los talentos que me has dado y de las malas acciones que me has librado, seguiré esperando el final de mi condena, cumpliré todos mis sueños alejado de las rejas, yo sí tengo bien puestos los pies sobre la tierra y aunque el piso siempre este liso yo nunca me deslizo, soy la persona más honrada a la que podrás escuchar.
Toma como un regalo todos los buenos consejos que te puedo dar, honra a tu padre y valora tu madre y nunca te olvides de los buenos modales. El que obra bien, bien le va y en la Biblia está escrito que el mundo se va acabar, no prestes atención a lo que el envidioso de ti puede hablar, escucha mis palabras porque son verdaderas y sabias, manejemos el estrés, no dejemos que el mundo se nos ponga al revés y aunque a Dios no lo podamos ver, de los enemigos siempre él nos va a proteger.
Pan y agua tendremos para comer, el clima cambiará, nuestra suerte cambiará, tengamos fe, aunque me pongas zancadillas y me empujes, yo sí podría hacerte ver la luz al final del túnel, si me ves no me conoces evitando tantos roses, el BM, el Audi, la Toyota, el Mercedes o el Ferrari para el roce y de los capos familia, muchas putas, muchos goces, madurando a la fuerza, llenando una y otra encuesta, preguntándome: ¿Cambiar? ¿Qué me cuesta?
Ayúdate que yo te ayudaré y por el buen camino te guiaré, todo en manos de Dios que sea su voluntad, la que se cumpla y los que están con el Diablo son un poco de gente Bruta…
Don Siete (Seudónimo)
Andrés es un joven del agro colombiano, un pelao muy pilo pese a sus escasos recursos económicos. Desde muy joven siempre le gustaron dos cosas: la agricultura y la gastronomía, esto debido a su exquisito paladar y gran imaginación para la culinaria, pero todo eso no lo aprendió en una academia, todo nació debido a su gran conocimiento empírico con la cocina criolla.
Este joven, alimentado por las ganas y el deseo de superación —pero a la vez ingenuo en las consecuencias de sus actos—, decide tomar la vía fácil para conseguir los ingresos con el fin de realizar sus sueños rápidamente. Se dedica a delinquir. Se deja mal influenciar por Javier, el Pitbull, un joven adicto a los juegos de azar, el perico y la vida fácil, enmascarado en el arte del hurto callejero y la estafa.
Ellos se conocieron por cosas del destino en las calles de Neiva, las mismas que más adelante les jugaría una mala pasada. Por esos días, Andrés pasaba por una mala racha. Días atrás le habían quitado la moto en la que hacía mototaxi. Y en esos días para el sustento de su familia se le había acumulado el pago del arriendo, los tres recibos públicos estaban para suspensión y, para completar, le debía más de quinientos mil pesos a los prestamistas callejeros, los mal llamados “gota a gota”.
Andrés y Pitbull se encuentran en pleno centro de la ciudad. Pitbull le pide a Andrés que lo lleve a su casa en el barrio Primero de mayo, al sur oriente, es una parte marginal de la ciudad, llena de gente pobre, sin expectativas de vida y con gran cantidad de jóvenes que creen que ser “el más malo” es ser el chico de moda, o el admirado por las niñas y jóvenes a las que les gustan los llamados “bandidos”.
Pitbull es muy astuto y suspicaz para timar y envolver a la gente con su labia y retórica. Se aprovecha de la ingenuidad de Andrés y le propone que le dé la moto para que hagan un hurto, dividir el botín y permitir que Andrés pueda tener algún dinero extra para su hogar. Al principio, Andrés no quiere, pero dada la insistidera y tramadera de su amigo y compañero de viaje, termina seducido en la idea del dinero fácil. Lo que él no sabía es que ese dinero, a largo plazo, le jugaría una mala pasada.
Producto de esa mala decisión, a Andrés lo capturaron en flagrancia y lo enviaron ocho años a la cárcel. Fue un momento o una mala decisión la que cambió su vida por completo.
Para Andrés fue muy duro ese cambio tan abrupto, de estar día a día luchando por el pan diario, a encontrarse tras las rejas condenado a tantos años y viendo sus sueños truncados por una mala decisión.
***
Es domingo, cinco de la mañana, y por un estruendo, Andrés queda de pie al escuchar en unísono la frase “Esos gatos, esos que se bañan”. Para él es algo inusual todo eso, ya que son pocos días los que lleva preso. Es su primera visita íntima o conyugal y todos se encuentran muy ansiosos porque llega Linda, como se le dice coloquialmente a la novia, esposa, amante o concubina que visita a un preso. En cinco minutos Andrés queda bañado y listo para vestirse, eso parece un mercado persa, unos venden, otros compran y muchos más realizan el famoso trueque.
En ese instante que se está vistiendo, le llega Vitamina, un joven tan delgado que no se coloca la ropa, sino que se la cuelga; pero pese a su apariencia, es muy habilidoso en todo lo relacionado con el comercio entre rejas, lo que usted necesite él se lo vende y si no lo tiene, se lo consigue. En ese momento estaba vendiendo el famoso Rino Canero, un producto afrodisiaco canero que Andrés desconocía por completo. Vitamina tenía que vendérselo a Andrés para asegurar su traba mañanera, por ende, no lo podía dejar ir, mucho menos siendo un “nuevo”, sabiéndose que ellos compran de todo. A Andrés le causó curiosidad ese producto porque pronto llegaría su primera visita. Ese día lo vendría a visitar la Mona, su mona del alma, la musa de su inspiración, esa nena por la cual Andrés hacía muchas cosas, unas al extremo, pero todo sea por complacer a su amor platónico.
Ella es una diosa, de esas que tú miras y de una quedas anonadado; así piensa Andrés de su Mona, de tez blanca, 1.68 de altura, ojos color miel que le endulzan la mirada a todo aquel que se atreve a verla de frente, cabello rubio de hermosos risos ondulados que al caminar se balancean de lado a lado con la fresca brisa de una hermosa mañana, un tremendo derrier que sobrepasa el ancho de sus dos manos, de senos perfectos y un par de piernas bien carnudas, como se dice en el adagio popular “Tiene más patas que un pollo de campo”.
Ella nunca ha querido a Andrés, lo ha complacido sexualmente siempre que él la necesita, pero de ahí a que tengan algo serio, nunca, ella es de esas chicas que su amor, deseo y pasión lo entregan al mejor postor. Para ella el amor murió mucho tiempo atrás, hubo alguien del pasado que le hizo cambiar su forma de pensar, y por eso, como dice ella “solo piche y parche”, nada de enamorarse. Andrés apenas cayó preso, a la primera que llamó fue a su Mona, él sabía que ella no lo abandonaría por unos cuantos pesos, ella vendría a verlo y darle de ese elixir del amor que tanto le fascina a él y le conviene a ella, económicamente hablando.
Están en plena negociación con Vitamina, cuando se escucha un fuerte grito anunciando que ya queda poco tiempo para la bajada y que se alisten pronto para recibir la anhelada visita. Andrés se sube de un brinco a su colchoneta y sin mediar palabras le hace un gesto a Vitamina, indicándole que lo cogió la tarde y que más rato hablan. Como si fuera un soldado recluta se alista en par patadas, se acicala y se embadurna de gel para su alocado y terco cabello y una fragancia de baja categoría que lo hace sentir todo un galán de telenovela. A los 10 minutos ya empiezan a bajar al patio y se van alistando para recibir el desayuno a toda prisa Vitamina se da cuenta que su cliente está cerca y no ha cerrado el negocio con él; al acto lo aborda y le habla:
—Hola, mi papá, siempre que me dijo, ¿le interesa el Rino Canero? Mire que eso es mágico, le va a ayudar para que el pájaro no se le duerma y le dé como a rata en balde y usted quede como un príncipe con ella, ¿qué me dice? ¿Le vendo uno o qué?
Andrés, un poco confuso por todo lo que está viviendo y toda la información que va recibiendo a diario, le dice que le explique cómo funciona eso y sin mediar palabra, Vitamina se pone en la tarea de convencer a su posible cliente:
—Vea, mijo, esto que le voy a vender es algo muy bueno —se manda la mano a los bolsillos y saca un pequeño envoltorio o frasco negro donde hay una sustancia como una pasta trasparente similar a la vaselina y comienza a decirle— Vea, mijo, esto es muy fácil y lo bueno que es, esto es mágico, usted coge este ungüento a base de Amitriptilina y alrededor del forrito del pene se lo aplica, lo deja que actué allí unos 15 minutos y se lava el chimbo al acto, porque si no lo hace, el pájaro ahí si no se le va a parar y ahí sí se va a meter en problemas con su mujer...
“Esos de visita, esos de buzo”, repetidamente pregonan esa frase que indica que ya llega la visita al patio y todos se ponen prestos, cerca a la puerta, para recibir la tan anhelada visita.
Andrés aún confuso por lo que le estaba hablando Vitamina, rápidamente le paga los cinco mil que cuesta ese elixir del amor, cuando de pronto gritan: “Andrés Giraldo, ese llamado Andrés Giraldo, ese de visita”. Andrés quedó anonadado, no sabía qué hacer, de inmediato, Vitamina supo que ahí había una oportunidad de dinero.
—Venga, güevón, que le voy a ayudar, ¿ya tiene la plancha cuadrada? —le dijo.
—No, mano, me cogió la tarde y no he hecho nada, ¿qué hago?
—Hágale, viejo, que yo le voy alistando la plancha mientras usted recibe a su Mona y no se le olvide quitarse el Rino a los quince minutos o si no se le muere el muchacho y su mujer queda iniciada.
—Le agradezco su ayuda, voy por mi mona —dijo Andrés, y al acto, se dirigió a la reja a recibir a su amada.
Cinco, cuatro, tres, dos, uno… Llegó a la puerta contando los pasos que lo separaban de su hermosa diva y sin pensarlo dos veces se asomó y sí, justo en frente estaba su hermosa Mona, esa diosa, esa musa de su inspiración…
—¡Oooole, jacho! ¿Es que se va a quedar parado todo el día ahí de frente como una hueva y yo aquí parada? Coja esa vasija que está pesada, ahí está la comida que me encargó.
Andrés estaba atónito, como medio ahuevado al ver a la mujer de sus sueños enfrente suyo, apoyándolo en esos duros momentos, así fuera pagándole por sus servicios sexuales. Andrés creía que su Mona en el fondo de su corazón lo quería, porque ya hacía más de un año que ellos se conocían y cuando él la llamaba, ella llegaba a complacerlo y satisfacerlo sexualmente, así fuera solo por dinero.
—Vaaaamos, Andrés. ¿O se va a quedar como una hueva, ahí parado? —replicó la Mona halándolo de un brazo, como a un niño travieso que su mamá está regañando.
A Andrés se le hizo una distancia muy larga yendo detrás de su Mona, viéndole contonear su grande y hermoso trasero, seducido por el contoneo de sus caderas y esa suculenta fragancia que emanan sus dorados cabellos rizados, semejando esas muñecas gringas de épocas de antaño.
Andrés y la Mona llegan por fin a la plancha. Andrés se percata de que Vitamina le cumplió a la perfección con el arreglo de “su nidito de amor”. Vitamina, al verlos ya entrando, agacha su cabeza y mira para otro lado, como él bien sabe que en la cárcel no se le puede mirar y mucho menos morbosear la visita de otro preso porque esa falta le puede costar una garrotera o si se les pasa la mano, la muerte.
—Listo, Patrón, misión cumplida —le replica Vitamina, y ayudándose de un gesto picaresco, le guiña el ojo a Andrés aprobando la belleza de la Mona, y susurrándole al oído a Andrés —Patrón, no se le olvide quitarse el Rino del pájaro o si no se le duerme todo el día el tórtolo.
Vitamina sale atacado de la risa de la plancha y con los pulgares hacia arriba le aprueba a su patrón la visita. Inmediatamente sale Vitamina de la plancha, Andrés gira su mirada hacia su princesa, su diosa coronada… en esos momentos su mujer, al acto, ella le repara que por qué se queda ahí parado en vez de aprovechar el tiempo que le queda para que le haga el amor como tanto se lo decía por teléfono, en sus largas conferencias hasta media noche. Andrés no lo piensa dos veces y se lanza a sus brazos como tanto lo anhelaba desde que cayó a prisión, en esos momentos y a la velocidad de la luz, se quita la ropa y en un movimiento ágil y preciso como un felino, cae encima de su amor, y comienza una larga, sensual y frenética faena de amor, la acaricia por todo el cuerpo, no queda extremidad de sus cuerpos sin rozarse, se enjuagan de amor y pasión esas sábanas azules que al principio olían a un exquisito aroma a lavanda y al pasar un buen rato ya estaban impregnadas del sudor de sus cuerpos. Repiten una y otra vez su ritual del amor, como si esa fuera la primera y última vez que la Mona venía a verlo.
Ya se acerca la hora de salir la visita, Andrés lo sabe, pero no quiere que ese momento acabe jamás, porque su realidad es otra, ese momento de felicidad es un espejismo de la cruda realidad que tiene que enfrentar y tiene miedo que su amada no vuelva a visitarlo jamás. Andrés no sabe qué hacer para que su Mona se sienta a gusto y vuelva a verlo, en ese momento ella le pide una gaseosa, le replica que está seca y exhausta, que hoy le hizo el amor como nunca se lo había hecho, qué era lo que había tomado que estaba tan arrecho, el pájaro no se le había dormido como antes y estaba todo fogoso. Y Andrés, en un arrebato de puro amor desbordado, la abraza, la besa y le susurra al oído:
—Tú sabes lo mucho que te amo, y este amor no es de ahora, siempre te he amado y tú lo sabes y pase lo que pase yo voy a luchar por ti.
Andrés no había terminado de recitarle todo lo que quería decírle a su Mona y ella lo frena con estas palabras:
—¡Aaaaay, Andrés! No salga ahora con esas pendejadas, mire que parece un pelado que apenas se está enamorando, madure huevón que usted sabe que yo no quiero a nadie, que mi corazón está blindado y que el que quiera estar conmigo tiene es que pagarme, así sea usted muy lindo y tierno conmigo, pero yo aquí y en cualquier lugar, a cualquier tipo le abro las piernas es por dinero, aquí yo vine fue a ganarme un dinero y no a enamorarme.
Andrés quedó perplejo con esa respuesta y ella de una vez se fue vistiendo y como alma que lleva el diablo se despidió de Andrés con un tierno beso y una palmadita en la mejilla susurrándole al oído que el que se enamora pierde y que ella lo quiere mucho, pero por su dinero y nada más.
Creador (Seudónimo)
Yo no es que me crea la conciencia pública, pero hablaré de algo que sucedió mientras yo estaba presente, sin que notaran mi presencia.
Era una noche de día, digo de día, porque la luna resplandecía como un sol esa noche. Era una luna que dejaba ver las partes más oscuras que en una noche normal no se pueden ver, su reflejo era tal que aquellos animales nocturnos se podían ver: la zarigüeya merodeando sigilosamente en busca de su presa, los tan temidos murciélagos, aquellos que según la leyenda se alimentan de la sangre de sus víctimas, el grillo, la chicharra, las ranas y cuanto animal o bicho nocturno aportara su concierto personal a esa noche de día.
A lo lejos se divisaba una casa en particular que se diferenciaba de las demás porque estaba siempre a oscuras, se veía lúgubre, triste. Dos ventanales, grandes, en forma circular adornaban la fachada, una fachada ajada por el tiempo y descuidada. El andén frente a esa casa era solo un pedazo agrietado de concreto; y un árbol famélico, casi moribundo, hacía también de adorno externo de esa casa: la falta de cuidado y agua hacía que tuviera pocas ramas y pocas hojas escasas, era un árbol desdichado.
La luna de día entra a la casa y se posa sobre la figura de un hombre de aspecto rudo, de facciones gruesas y pronunciadas, alto y corpulento, cabello corto tipo militar. Tenía puesto un buso azul ajustado al cuerpo, pantalón oscuro tipo jean vaquero, y estaba sentado junto a una mesa metálica de tubo, descuidada como la fachada de la casa. Sobre la mesa había una botella de coñac vacía y otra de aguardiente por la mitad y una copa rota en el borde, como en la canción de Alci Acosta, "La copa rota". Junto a la botella y la copa, estaba un cenicero lleno de cigarrillos muertos, con otro moribundo cigarrillo que yacía por la mitad, y su humo se alzaba formando figuras y siluetas que desaparecían sin dejar huella ni rastro de su existencia.
¡Toc, toc!, se escuchó en la puerta. Entonces se escuchó una suave y angelical voz:
—¿Papi, estás ahí?
Era Blanca Fanny quien hacía esa pregunta, la hija de Ramiro. Como no obtuvo respuesta, decidió abrir la puerta, dar unos pasos hacia dentro y pararse detrás de su papá, quien estaba sentado y con las manos sobre su cabeza. La luna de día también se posó sobre la hermosa, juvenil y esbelta figura de Blanca Fanny. Sus ojos eran azules, parecían dos luceros en fuga del espacio exterior. En su silueta se podía apreciar lo bien torneado de su cuerpo, una blusa ombliguera de color rosa, un short corto azul oscuro y unas sandalias de color rosa, era lo que cubría su fenomenal cuerpo. Blanca Fanny le colocó una mano sobre su hombro derecho y le dijo:
—Papi, sé que hoy se cumplen 10 años de la desaparición de mi mami; tú, yo y las autoridades hemos hecho lo posible y lo imposible por hallarla. Hace dos años hicimos un trato, que cuando se cumplieran 10 años de la desaparición de mi mami y no la hubiéramos hallado, nuestras vidas tomarían un rumbo diferente. Amo y extraño a mi madre, pero en la búsqueda de ella hemos dejado de vivir nuestras vidas. Papi, te quiero mucho, pero te necesito al cien por ciento. Así como está la casa de descuidada y todo lo que nos rodea, así están nuestras vidas.
Ramiro colocó su mano sobre la mano de su hija que estaba en su hombro mientras alzaba la copa rota con la otra para beber ese guaro caliente. Suspiró y lanzó la copa rota contra la pared, mientras decía:
—Tienes razón, mi hermosa Cleopatra criolla.
Se paró de la silla, giró su cuerpo y se fundió con su hija en un abrazo, esa clase de abrazo que solo se le da al ser más querido e importante. Ambos dejaron escapar unas lágrimas. Fueron unos instantes que parecieron siglos. Blanca Fanny era el retrato vivo de Yamile, esposa de Ramiro, en versión piel canela. Mientras abrazaba a su hija, Ramiro con los ojos cerrados, sentía la energía de su amada y añorada esposa desaparecida. Ese abrazo lo llevó recordar cuando regresaba de unas de las tantas misiones que realizó en el Medio Oriente, en una lucha que no era su lucha, una guerra que no era su guerra: talibanes, kurdos, hammas, al-Qaeda y cuanto loco religioso de atar decidiera, en el nombre de su dios, buscar pleitos en su región. Al llegar a casa, Yamile lo abrazaba de la misma manera que era abrazado en estos momentos por su hija, un abrazo de amor puro y sincero, emanado de lo más profundo del corazón y del ser, después de ese abrazo fraternal, padre e hija se sentaron en la mesa, Blanca Fanny tomó las botellas de licor y las bajó de la mesa.
—Papi, voy a encender la luz.
—Mi bella Blanca, deja así, solo por hoy quiero estar en esta oscuridad como el final de este duelo.
—Ok —respondió Blanca y agregó—: que en tu corazón quede, papi, que nunca dejaste de buscarla, te retiraste del ejército, te olvidaste de todo con tal de buscarla, fuiste donde te decían que la habían visto, unos decían que había sido raptada por tratantes de blancas, otros que se había fugado con otro hombre o tal vez abducida por seres del espacio, hasta consultaste a una vidente, la cual no solo te sacó un montón de dinero sino que te hizo gastar más al hacer exhumar el cadáver de una NN y pagar la prueba de ADN que resultó negativa. Papi, hiciste todo lo humanamente posible para hallarla, has gastado no solo dinero sino también la vida.
—Su madre lo valía —dijo Ramiro con voz entrecortada.
La luna de día era la única testigo muda de aquella escena. Había ingresado impetuosamente y sin ser invitada, tenía un lugar VIP en ese cuarto.
—Blanca, tú heredaste de Yamile esa elegancia y ese donaire para el baile—dijo Ramiro—. Blanca sonrió suavemente, y Ramiro siguió diciendo—: cuando tu madre bailaba salsa era un espectáculo de ritmo y belleza, todos hacían un círculo alrededor de ella, unos por su manera elegante y exquisita para bailar, otros para admirar su belleza; yo me sentía el hombre más afortunado del mundo, todos la deseaban, pero yo era el dueño de ella.
Blanca soltó una carcajada y dijo:
—¿Cuál dueño, papi?
—Es un decir —exclamó Ramiro—. Siempre le tatareaba esta canción: "ese lucero que tienes junto a la boca", y su mamá reía porque no me la sabía esa canción, pero le gustaba que yo se la tarareara.
Blanca Fanny esbozó una sonrisa burlona y dijo:
—Papi, se burlaba porque es lunar, no lucero.
Y ambos rieron como hacía años no lo hacían. Iban pasando las horas, padre e hija estaban planeando lo que iban a hacer en el futuro cercano, la luna de día, cómplice, fortuita, testigo de aquella situación, poco a poco iba abandonando las entrañas de aquella singular habitación.
—Tesoro mío, ángel mío, donde quiera que estés deseo que sepas que te amamos y que siempre estaremos prestos a recibirte, si no es en este mundo será en el otro —dijo Ramiro.
—Amén —dijo Blanca con la voz entrecortada—. Papi, ya es muy tarde y mañana tengo una presentación de baile.
—Hija, que orgulloso me siento de ti, a pesar de que has estado sola por mucho tiempo, has sido muy hogareña, muy buena hija, excelente estudiante, tu madre estaría muy orgullosa, como lo estoy yo.
Diciendo eso, Blanca sacó un bolsito que llevaba puesto, un bolsito tejido a mano, de color blanco y con letras rojas que decía “I love forever mommy”, el cual ella había tejido, poco a poco, como una forma de hacerle un tributo a su madre, y siempre lo llevaba a donde fuera porque sentía que su mami estaba junto a ella. Sacó un reproductor de música que tenía una USB incorporada con la música que a su papá le gustaba: Air Supply, Guns N’ Roses, The Rollings Stones y muchos más artistas de la música rock. Hizo sonar ese aparato. Su papá no se había dado cuenta de que su hija tenía la intención de brindarle un detalle para animarlo y sacarlo de esa situación de melancolía. Cuando sonó la primer canción, Ramiro quedó parado como si alguna fuerza superior lo hubiera enderezado sin su voluntad. Lágrimas y risas iban y venían. Ramiro empezó a saltar, tomó una silla como si fuera una guitarra eléctrica, se sentía como Mick Jagger, sonaron varias canciones. El ambiente que al comienzo era lúgubre, ya no reinaba más en esa habitación, la tristeza no era una opción para este par de seres.
La vida nos cambia por situaciones o decisiones que no hemos tomado ni hemos decidido hacer. Padre e hija se abrazaron y cada uno tomó rumbo a su cuarto.
Y, pues, a mí también se me estaba haciendo tarde y debía de marcharme. Fui testigo de todo, aunque no dije una palabra, estuve ahí. Me marcho porque ya viene mi hermano mayor, el Sol, y yo debo irme a descansar.
Por siempre, su amiga, la Luna.
Mauricio Solarte Velasco
Parecía que sería un buen día porque empezaba con una mañana soleada. Aunque nunca imaginé que ese día que parecía ser muy hermoso estaría lleno de preocupación y angustia para mi hogar, y que para ellos sería unos de sus mejores días. Su felicidad era lo que hacía nuestra tristeza.
Me dedico al transporte fluvial, pesca, cargue y descargue de botes. El día anterior en que empezó toda esta tortura, todo este infierno por el que estamos pasando, yo estaba cargando el bote, pues tenía un viaje para ir a dejar remesas a las fincas de la rivera, lo que significaba que sería de un día de viaje. Estaba a punto de terminar, cuando recibí una llamada de un amigo (eso creía yo que éramos, amigos, y como dice el dicho, con amigos así para que enemigos). Después del cómo estás, me comentó que venía para la casa y que si se podía quedar. En ya dos ocasiones le he dado posada.
—Claro, por qué no, pero yo no estoy allí y tampoco llegamos hoy, tal vez mañana en la mañana, usted ya sabe cómo entrar porque la casa no es muy segura, en la nevera hay comida —le dije y le repetí que no llegaba ese día.
Mi esposa, como siempre que tengo estos fletes, como este que, por lo lejos, siempre me quedo allá y bajo al siguiente día, ella no va para la casa y tampoco se queda en la noche, pues como ya les conté, la casa no es muy segura y a ella le da miedo, se queda donde la esposa del muchacho que va conmigo.
Al día siguiente, con mi llegada empezó todo. Llegué al muelle con pescado, era Semana Santa, aprovechamos y bajamos pescando de madrugada y nos fue bien, además traía una carga que recogí en el camino, descargamos todo y me fui para la casa. Pasé a recoger a mi esposa, llegamos y allí estaba el amigo. Mi esposa se puso a hacer el tinto y cuando terminamos de tomarlo, tocaron a la puerta con mucha fuerza. Mi esposa salió a ver qué era y gritó, pues por la ventana le estaban apuntando con un arma. Era la policía que iba a realizar un allanamiento. Al parecer estaban siguiendo a mi amigo, me imagino, porque llegaron justo cuando él llegó.
Mi supuesto amigo trabajaba con droga y había llegado al pueblo a hacer una entrega y la persona que le recibía no pudo encontrarse con él. Entonces, al verse encartado con todo eso, y como yo no estaba, aprovechó y metió a la casa lo que traía por una noche, con la intención de madrugar a sacar todo antes de que yo llegara para que no me diera cuenta, pero las cosas no le salieron como las planeó.
Después de dos meses hablando con él acá, en la cárcel, me contó todo y llegamos a la conclusión de que ya lo estaban siguiendo, pero nunca midió las consecuencias de los problemas que me podría causar. A pesar de que él, desde el primer momento, siempre ha reconocido que eso es de él, que abusó de mi confianza al entrar a la casa sin permiso. Que mi esposa y yo no tenemos nada que ver, los agentes dijeron: “Pues de malas, a nosotros no nos importa, me los llevo a todos”.
Aún en la primera audiencia, él, ante la Fiscalía y el juez, reconoció nuevamente que mi esposa y yo no tenemos nada que ver, la Fiscalía dijo que sí, solo porque los agentes en su informe dijeron que sí. Ahora estamos en el proceso de demostrar nuestra inocencia. Por todo esto es nuestra tristeza. Una tristeza inmensa nunca antes vivida, tantas cosas han pasado por mi mente desde ese día.
Aquella mañana me tocó verla a ella confundida y llorando, desesperada, preguntándome qué pasaba. A ella, la mejor mujer del mundo que Dios me dio, no quisiera recordar ese momento, pero lamentablemente quedará en mí y en ella por siempre, y yo humillado por otros, no podía hacer nada, por lo menos para abrazarla y consolarla aunque fuera con una mentira: “Todo va a estar bien”. Era como si sintiera su dolor y hacía el mío más grande.
Pensaba e imaginaba mil cosas, me decía a mí mismo, por qué esto, por qué lo otro, por qué este man metió eso acá, por qué le di permiso para llegar, si yo no estaba.
Se les notaba la felicidad a los policías y mucho más, cuando llegamos a la estación de policía, la forma de celebrar por tres capturas. Como si hubieran capturado a los más buscados. Esa felicidad ajena. En este tiempo que ha pasado, ha acabado con muchas cosas, ilusiones y promesas, una boda que no se pudo realizar, pues en la semana siguiente nos casaríamos. Un cumpleaños sorpresa que ella no me pudo dar. Dos hijos que sin entender lo que pasa, han sufrido mucho todos estos meses. Dos madres que por su edad también han sufrido. Una felicidad ajena, la de los policías, que por condenar a dos inocentes está queriendo terminar con un hogar lleno de alegría aunque no con lujos.
Mi esposa me dice que cuántos programas de televisión vimos de casos de personas inocentes, pero que uno nunca se imagina que le pueden suceder cosas como esta, vivirlos en carne propia, como se dice. En esta tristeza propia también he conocido mucha gente, tal vez he escuchado muchas historias verdaderas, tal vez he escuchado muchas historias falsas, también he escuchado de otras historias muy parecidas a la mía de personas que injustamente están acá.
También he aprendido cosas nuevas como tejer manillas y bolsos de lana. La verdad, lo hago más por necesidad y por tener la mente ocupada para que el día a día pase más rápido, que por gusto. Lamentablemente estoy viviendo todo esto en la cárcel y veo muchos jóvenes que ya han estado dos o tres veces detenidos. Me quedo admirado, asombrado de verlos con esa tranquilidad, igual yo no tengo el derecho a juzgarlos y mucho menos desconociendo sus motivos. Pero sí he comprendido que debo inculcarles valores a mis hijos y sobrinos cuando esté nuevamente con ellos.
Bueno, esta es una tristeza propia que va aumentando cada día por ella, la más bella, la más frágil, para mí la mejor, y que está en la misma situación, sumergiéndose en una tristeza aún peor cada día.
Su felicidad por nuestra tristeza. Y en tela de juicio nuestra inocencia.
Dios los bendiga
NARIÑO
ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA
SEGURIDAD Y CARCELARIO DE PASTO
LADY BASTIDAS
DIRECTORA DEL TALLER
Esteban Burgos R.
Como aquella estrella fugaz que celosamente
se pierde en el vacío de la existencia
¡Así es tu amor! Inesperado.
Como un fantasma que vaga en noches calladas
buscando a quién en vida le robó su corazón
¡Así es tu amor! Misterioso y apasionado.
Como aquella espuma que vaga de puerto en puerto
anhelando acariciar la arena
¡Así es tu amor! Aventurero.
Como el hermoso color de la primavera que
tan anhelada es y que poco tiempo dura
¡Así es tu amor! Pasajero.
Como aquella fiera salvaje que asecha a su presa,
y que después juega con ella.
¡Así es tu amor! Peligroso e indomable.
Como quien desprecia a un indefenso patico
solo por ser diferente a los demás
¡Así es tu amor! Ingrato, que poco sabe esperar.
Como quien no tiene la voluntad
de sacarse el pan de la boca
¡Así es tu amor! Mísero e insensato.
Cómo aquellas iniciales que
yacen en la lápida de una tumba olvidada
¡Así es tu amor!
…Y como un cisne que
abre sus alas para emprender el vuelo
¡Así soy yo!
Queriendo salir al viento,
perdiéndome entre la brisa y las nubes del cielo azul.
Memo (Seudónimo)
Señor juez, en el crepúsculo de mi vida la amé,
con los latidos de mi alma la llamé.
En los sueños de mis días la busqué,
en el camino finito de la vida la encontré.
Amarla es peligroso, adictivo y venenoso,
un amor extraño y contagioso.
Sus rojos labios son tortuosos,
Sus cabellos largos golpean este corazón doloroso.
Hoy cobija mis noches con su presencia,
alegrando con un suspiro despiadado
el palpitar de este corazón enamorado.
Amarla es bonito, hermoso, casi perfecto,
Amarla sin una excusa, sin un por qué,
Solo amarla, así como el día en que la encontré.
El Saya (Seudónimo)
Mi nombre es José Luis, tengo 40 años. Durante 27 años me destruí metiéndome de cabeza en el consumo del bazuco, y con ello, me gané una llegada no predicha a la cárcel, que cambiaría mi vida.
Soy padre de la mona más linda de Cali, su nombre es Ana María. Cuando ella tenía tres años decidí alejarme de ella, tomé la decisión de no involucrarla en los problemas que me había ganado en la calle por consecuencias de robo, drogas y todas esas cosas que se puedan imaginar.
Ayer era una fecha especial, pero en la cárcel, realmente para mí no es nada especial, por el contrario, siento que es como el funeral del ser más querido. Hoy es 6 de noviembre de 2021, me levanté muy inquieto porque ayer, Ana María, cumplió 17 años y no tuve el valor para, por lo menos, llamarla. La he pensado tanto, considero que ella es lo único bueno que yo he hecho en mi vida, la amo, me siento muy orgulloso de ella, pero también me arrepiento y asumo que no he sido un buen padre porque nunca estuve a su lado, nunca pude compartir sus triunfos, miedos, dolores; me genera tristeza ni siquiera haber llamado a preguntar por ella, saber dónde estaba, qué le faltaba, ¡nada!, ¡no hice nada!, tan solo me resigné a pensarla, extrañarla y desear su bienestar. Hoy me carcome este cargo de conciencia, porque sería más fácil matar a alguien que vivir con este dolor y con esta culpa tan fuerte. Sin embargo, me armo de valor y me dispongo a conseguir una tarjeta para poder llamarla, pues no aguanto las ganas de escuchar su voz, por lo menos. Tembloroso, con sudor en mis manos y un vacío en el estómago, tomo el teléfono, inserto la tarjeta y marco el número de la casa, timbra una, dos, tres, cuatro veces… De repente… contestó.
Quedé casi petrificado, sentí esperanza, ilusión, miedo, ni quiera sabía cómo empezar a hablarle, pero, como saben, acá el tiempo por teléfono es oro. Reaccioné, y con voz entrecortada le dije: “hola hija, feliz cumpleaños, ¿cómo estás?” Quisiera engañarlos y decirles que hablamos por varios minutos, que todo estaba bien y que me perdonó, pero, la verdad, terminé de clavarme el puñal: ella no quiere saber nada de mí. De alguna manera yo creo que lo merezco, aunque me duela ahora. Fue lo que yo sembré, ¿qué más podía esperar?
Estando aquí en mi celda, se me salen las lágrimas escribiendo estas letras, pero tengo que desahogarme de esto que me está matando por dentro lentamente. Es evidente que nada en mi vida ha sido fácil; pues, no fue fácil salir de las drogas, pero ¡lo logré! tampoco fue fácil armarme de valor y llamar hoy a mi hija, pero ¡lo logré! A veces no entiendo los designios de Dios, porque nos enseña a través del dolor y el sufrimiento. Hoy, lo único que gané con todo esto fue la experiencia de aprender a sembrar a tiempo, aquí y ahora, para cosechar de la misma forma.
“…sea que te resulte claro o no, indudablemente el universo marcha como debiera”.
Rams (Seudónimo)
Desde siempre nos enseñan en casa que la cárcel es donde van las personas “malas”. Nosotros como niños buenos, no podemos ir a ese sitio, pero, crecemos, tomamos decisiones y con el desarrollo de nuestra vida, cometemos errores y estamos en la cárcel.
Este lugar, tan mencionado y ajeno cuando estamos en libertad, es un mundo diferente; diríamos antagónico, bizarro, aquí prevalecen los antivalores, precisamente es a ese mundo a donde desafortunadamente llegué.
Tal y como lo plasmo en el título: la cárcel es un virus, pues indiscutiblemente con el ingreso de cada uno de nosotros a este lugar, la vida le cambia a todos los miembros del núcleo familiar, pues de alguna manera, con nosotros también se encierran nuestros familiares. Ellos también sufren nuestro aislamiento y se contagian de las necesidades y emociones que demandan el hecho de estar acá, privados de la libertad. Los que están afuera, queramos o no, a medida que se enteran de nuestra situación, también se van infectando del virus del sufrimiento, a los que nos quieren, valoran, extrañan, respetan; a ellos, el virus de la cárcel les pega más duro, al punto de quedarse para siempre, pues no hay tranquilidad, paz ni sosiego, sufren tal vez más que los que nos encontramos en este lugar, día tras día la enfermedad es peor, se fortalece y se mantiene, este maldito virus hace de las suyas, se roba la fortaleza, la paz, la esperanza, la confianza, carcome los pensamientos más puros y convierte la vida de los que estamos contagiados en un verdadero infierno. Pero, como todo virus, a unos nos afecta y permea más que a otros.
Por otro lado, existen los que se curan rápido o simplemente no se contagian; esos son a los que poco les importamos, pues de manera sencilla se vacunan con la indiferencia, haciéndolos inmunes a este contagio, al punto de seguir su vida, borrando las secuelas de este horrible virus.
Para curar este virus, solo hay una vacuna efectiva, y es cuando obtenemos la libertad, entonces, ese virus se relaja y poco a poco va desapareciendo, pero, las secuelas quedan y una recaída puede ser mortal, porque cuando caemos nuevamente volviendo a los errores del pasado, se repite el contagio en la familia, e inicia ese ciclo de padecimiento y agonía en vida, donde los signos vitales bajan a su mínima expresión, y otra vez perdemos el control y las esperanzas de mantenernos en pie de lucha. El virus vuelve a hacer de las suyas en nuestra vida.
NORTE DE SANTANDER
COMPLEJO CARCELARIO Y PENITENCIARIO
METROPOLITANO DE CÚCUTA
CATALINA WILCHES
DIRECTORA DEL TALLER
Delfín Gutiérrez
Él se encontraba dentro de un corral, de esos donde encierran el ganado. Se encontraba solo, de repente, a paso firme y rápido se dirigía hacia él un gran toro de más de una tonelada, cegado por envestir a todo lo que se moviera.
Se sentía petrificado, congelado e inmóvil, las articulaciones de las extremidades inferiores no le respondían, era consciente del gran peligro que corría en semejante situación.
La embestida era inminente. La bestia, al no tener otro blanco y como locomotora sin frenos, se dirigía hacia su frágil humanidad. Él simplemente alzó sus brazos al cielo, ceró los ojos y esperó lo peor, sabía que el impacto sería brutal.
Pasaron unos minutos (los que se hicieron eternos), a lo mejor creía que ya se encontraba desfallecido. Por extraño que pareciera, una brisa suave, agradable y fresca arropaba su piel; entonces, solo entonces, se atrevió a abrir sus pupilas: vio el horizonte, los árboles que ondeaban sus hojas, a lo lejos las montañas y grandes extensiones de llanura verde. Todo se veía tranquilo, era una mañana fresca a la cual el sol iluminaba en todo su esplendor, se podía sentir y respirar vida.
Fue cuando notó, sin saber cómo o por qué flotaba, muy por encima del peligro. Se atrevió a mirar hacia el corral y allá estaba la bestia resoplando, bufando y con su pata delantera raspaba con fiereza el suelo pedregoso y a la vez polvoriento, con furia y violencia sacudía la cornamenta desafiadora. A él lo embargó el miedo nuevamente y de pronto vio que se desplomaba hacia el encierro deletéreo, era inevitable, (un ser humano no puede volar por sí mismo) pensó.
Ante lo ineludible del destino que le esperase y sin alguna opción de auxilio, esperando la fatalidad, solo atinó a cerrar sus ojos y extendió sus brazos al cielo en reacción involuntaria, como si clamase al Hacedor, que a lo mejor recibiera su vida. La suerte estaba echada, alcanzó a pensar.
No obstante, una vez más, milagrosamente, esa fuerza sobrenatural lo transportaba a lugar seguro y lo alejaba del peligro. Sobre una verde llanura posó sus pies delicadamente, a orilla de un arroyo de agua corriente y muy cristalina, en el cual se veía abundantes peces de colores vivos, estaba rodeado de hermosos árboles florecidos, y el ambiente era animado por el trinar de un arco iris de aves. Ya no hubo tiempo de pensar en ningún peligro. No había espacio para ello. Y desperté.
¡Todo fue un sueño!
Juan Carlos Gutiérrez
Comencemos por dejar de mirar a los lados y pongamos los ojos en el ente que tenemos en frente.
Debemos abandonar la exploración de posibilidades que tratan de anticiparse al emisario.
No busquemos preguntas al azar que solo nos van a llevar a responder mentalmente obviedades.
Se deben limpiar los oídos, no solo de manera física, también onírica. Al ir apagando las voces y los ruidos, va a ir apareciendo una frecuencia mucho más audible que el embeleco que da vueltas en su cabeza.
No reciba vasos con agua, té o bebidas mucho más calientes; estas terminarán en sitios indeterminados con consecuencias indeterminadas.
Deje de voltear la cabeza lenta y suavemente hacia los lados.
Asegúrese de estar cómodamente sentado y sujétese fuerte de los asideros que están a la mano.
Coloque la mirada fija en el sujeto que vocifera sin cesar.
Concentre su atención de manera dirigida abandonando presupuestos y suposiciones.
Haga caso omiso de las lágrimas y plañideras que divisa a su alrededor.
Ya puede apagar la máquina de lentificar y así dejará de escuchar los latidos que pueden generar sordera emocional.
Enfóquese en el significado del mensaje que le transmiten, sin contemplar las consecuencias venideras ni buscarle reemplazo a las actividades y cosas que ya no serán.
Una vez desencripte el recado, contemple el final del mundo, suspire profundamente, sienta el chillar del viento zumbando en los oídos por la caída libre en el interminable vacío y haciendo caso omiso a lo anterior, a sus congéneres, el sitio y al futuro propio, despáchese a llorar en todos los colores.
Marco José Maldonado
¡Amor!, ¿vida?, ¿la vida?, ¿una palabra?, ¿cuatro letras?, ¿qué significado?
Mi cuerpo y mi ser quieren ser cómplices de mi mente
Porque mi mente, mi mente no deja de pensar en ti
Mi cuerpo te anhela y mi ser, mi ser te añora
Cada día se hace igual, la noche se hace eterna
La luna, enseñorea y se apodera de la añoranza
El sol, casi no brilla y algunas veces no se ve,
La impotencia, la tristeza y la incertidumbre, se saborean entre sí
Como el café de la mañana y el dulce de la tarde
Y tú… ¡tú siempre en mi mente!
¿Espiritualidad?
La espiritualidad se levanta, habla y dice:
¡Aquí estoy! Tranquilidad y fortaleza son algunas de las cualidades que otorgo;
Aunque solo cuatro paredes adornadas con barrotes
labran cada vez que se mira, ¿cuál es la realidad?
de dónde se está y lo que se perdió
Esa tan soñadora, pero a la vez tan ignorada para los que no ven su valor
Esa llamada ¡Libertad!
Libertad, que me aparta de ti.
Edwin Yesid Quesada Delgado
El compadre con sus sueños… ¡Jum! pues ahora con lo que soñó: dice que alguien lo cuida y lo guía por medio de los sueños.
Pues imagínese que tuvo un sueño en el que se le apareció una señora, y según él, cuando la vio, lo único que se le vino a la mente fue preguntar por la edad de la señora que lo estaba mirando. La señora le respondió que tenía 93 años y que ese era su número de suerte y pues el compadre todo asustado se despertó pensando en el sueño y preguntándose: ¿qué es lo que pasa?, ¿por qué ese sueño?
Pero el muy toche no hizo el chance con ese número que vio en el sueño…
¡Jum! hubiera sido yo el de ese sueño, me levanto y lo hago es de una, pero el toche del compadre no, ese se quedó callado, solo me contó a mí del sueño, pero el compa no es tan toche, ¡no me dio el número que soñó!
Pasaron los días después de que el compadre me contara su sueño, cuando volvió a llegar más asustado aún. Diciéndome que el número con el que soñó, cayó en una rifa que el señor Pedro le había ofrecido y que solo estaba el número que él soñó, pero le dio vaina y no lo hizo. El compa se quedó pensando muy asustado, diciendo que alguien del más allá o lo cuidaba o le estaba dando suerte.
Yo le comenté a la mujer lo que pasaba con el compadre y ella me dijo que lo llevara donde una amiga de ella, una gitana que sabía más o menos de los sueños.
Pues con la intriga de que lo pasaba con el compa, también me metí en el cuento y tomé la decisión de ayudarlo. Nos fuimos un lunes en la tarde con esa pepa de sol, y aunque tenía rabia por ese calor, también tenía mucha intriga, más aún, viendo al compadre con más ganas de llegar que yo.
Hasta que llegamos donde la gitana que nos dijeron. N os sentamos y el compadre empezó a contar su sueño con lujos y detalles. Ella lo escuchó atentamente y le preguntó por qué no había hecho caso al número que le dio la señora en el sueño? el compadre todo confundido dijo que porque no sabía, que no entendía. Nos reímos con la gitana.
—¿No entendía qué? ¿Hacer el chance? —le dijo la gitana.
Finalmente salimos de donde la gitana. Le pegué una palmada en la espalda al compadre y le dije:
—¡Qué hijumadre caminada que nos pegamos para que le dijeran por qué no hizo el chance! Jajá, compa, ¡usted si la caga hermano!
Con esos sueños a dónde iremos a llegar.
QUINDÍO
RECLUSIÓN DE MUJERES DE ARMENIA
MAURICIO PALOMO
DIRECTOR DEL TALLER
María Fernanda Osorio
Dedicatoria:
A todos los privados de la libertad, en especial a mi hermano Cristian Samuel Osorio. Es tiempo de cambiar. A Derly Cardona, madre, tú me educaste bien, fui yo quien hizo las cosas mal. Perdóname por esta vida loca. A Antonia y Juanjo, este y muchos logros más son para ustedes, los amo eternamente. Profe Mauricio Palomo, cada noche trae consigo su amanecer. Infinitas gracias.
¡Queridos lectores!
Sepan algo: el café se enfría, el hielo se derrite y la existencia cambia. Denle la vuelta a la vida, no dejen que ella se las dé a ustedes.
Los caminos de la vida no son como yo pensaba
Como los imaginaba, no son como yo creía.
Los caminos de la vida son muy difíciles de andarlos,
Difícil de caminarlos, y no encuentro la salida.
¡Oigan! Sí, ustedes. No vengo a hablarles de lugares muy, muy lejanos ni de castillos encantados, ni mucho menos de princesas que besan feos sapos y se convierten en increíbles príncipes azules, no quiero hablarles de finales felices, voy a hablarles de la realidad, para que tal vez se puedan sentir identificados. En la actualidad vivimos sometidos a la sociedad y a todo ello que nos impone. No tienes amigos por lo que eres, sino por lo que posees en tus bolsillos, nuestros cuerpos hablan más por nosotros, sin saber quiénes realmente somos, tenemos miedo de mostrarnos verdaderamente, nos importa más lo que puedan decir que lo que podamos hacer. Quién hubiese pensando que la vida sería tan complicada y estaría llena de tantos obstáculos, finalmente somos nosotros mismos los que decidimos cómo la queremos vivir.
Pues, la verdad, parceros, lo que yo más deseaba era crecer sin saber todo lo que demandaba ser adulta. Quería que los pechos me crecieran dizque para que los chicos me pretendieran, y lo más loco de todo fue que nunca me crecieron, pero no por eso me iba a acomplejar. ¿Acaso me faltaba una parte importante de mi cuerpo? ¿Cómo es posible que en algún momento de nuestras vidas nos preocupemos más por cosas insignificantes que por lo que verdaderamente importa?
… Otro año que pasa y yo tan lejos, otra Navidad sin ver a mi gente, madre yo te pido humildemente, que en el año nuevo me recuerdes, que en la mesa pongas un lugar para el hijo que no ha de llegar, y aunque yo no esté para brindar, mi copa esté siempre a rebosar...
Hay días como hoy, 4:00 pm, que llego a mi cama, cojo mi radio, sintonizo una emisora y suena aquella melodía que me recuerda que se aproxima aquella fecha tan esperada, Navidad, donde todo es euforia y tiempo en familia, y yo tan lejos de la mía, otro año más que no estaré en casa, que no encenderé una vela y que no destaparé los regalos. Es triste, pero cierto, en un minuto nos cambia la vida y viene lo complicado, que es separarte de quienes amas. Dicen que toda acción tiene su reacción y yo no soy la excepción. Pensé sabérmelas todas, y no, parceros, no sabía era nada. Pero, ¿quieren un consejo? Si la vida les da la espalda, tóquenle el culo, y aunque ella les dé diez razones para hacerlos caer demuéstrenle que ustedes tienen mil más para levantarse, que las verdaderas personas no abandonan una batalla sin antes haber luchado, que después de la tormenta llega la calma, que de eso se trata, de aprender, y sí, tal vez pasaré muchas navidades lejos de casa y de mis seres queridos, pero el día en que vuelva a encender una vela o a abrir un regalo, lo haré con el corazón, teniendo la certeza de que la vida es una ruleta rusa y que no sabes el día que te toque a ti. ¡Sí, ustedes!, lectores, abracen a sus hijos, díganle a sus madres cuánto las aman, miren a sus esposas o esposos y díganles que son felices de tenerlos en sus vidas y no esperen hasta el día de mañana porque puede ser demasiado tarde. Díganle a sus amigos o amigas cuánto los quieren y no dejen que el tiempo pase, porque una vez pasado ya no será. La libertad no tiene precio y el destino no está escrito, nosotros mismos lo estamos redactando, ahora, en este momento.
Hoy me atrevo a hablarles de la vida y sus vueltas. A mis 28 años he vivido una serie de acontecimientos que me marcaron, cometer errores es fácil, lo difícil es afrontarlos. Sí, estoy justo aquí mirando estos barrotes y pensando en la infinidad de cosas que han trascurrido por mi vida; las sonrisas, las tristezas, las lágrimas, los amores perdidos y la infinidad de cosas que constituyen el existir. Cada uno de los golpes y los desengaños nos vuelven fuertes, capaces de vencer cada obstáculo por más feroz que sea. El 17 de septiembre del 2019 se dispusieron a mi captura agentes judiciales, pasé por el lente acusador de una fiscal, juzgada y condenada por un juez, quien dice que no soy apta para la sociedad, y, acaso, ¿quién diablos y desde dónde se puede decidir eso? cuando es la misma sociedad quien te arrincona por no nacer en una cuna de oro o por ser la oveja negra de una familia, con uno que otro tornillo desajustado, al final, un ser humano como cualquier otro. Mientras tanto sigo aquí, en el cementerio de los vivos, porque aquí te mueres sin perder la vida, es aquí donde todos te olvidan, claro está, exceptuando la familia. Parceros, la vida es complicada y como me atreví a decir en un comienzo, no creo en los cuentos de hadas y menos en los finales felices, porque, aunque crecí con todo ese imaginario de que existían genios embotellados, alfombras voladoras o incluso súper héroes que te salvaban antes de los desenlaces terribles y que todas las historias podían tener un final feliz, pues, ¿qué creen? La mía está lejos de tenerlo. Estoy condena a 18 años y 3 meses de prisión, con una madre que sufre allá afuera, y dos hijos que esperan mi regreso. Perdiéndome del prodigio que significa la libertad, tuve que llegar a este lugar para entenderlo. Aunque no se me aparecerá ningún genio para concederme el mayor de mis deseos: SER LIBRE, también sé que nada es eterno, entonces sigo imaginando el día en que la dragoneante me llame: María Fernanda Osorio, hija, empaque sus cosas que se va. ¡Ay! No sean aguafiestas, que soñar no cuesta nada.
Paula Andrea Builes
¿Qué es la vida? Un frenesí
¿Qué es la vida? Una ilusión
Una sombra, una ficción.
Pedro Calderón de la Barca
Después de cinco años sus piernas y sus parpados todavía le temblaban, su corazón se detenía y al tiempo se aceleraba. Sus besos lo dejaban sin aliento, sus brazos flaqueaban incapaces de sostener algo, su mirada huía de la suya, temía que se sumergiera en ella para que sus suspiros lo terminaran de ahogar, pensaba que tenerla en sus brazos hacia segura la idea de que nunca se iría de su lado. ¿Qué podía hacer con esa sensación que lo trasladaba a una órbita desconocida? Inimaginable, algo más poderoso que el amor. ¿Qué es más poderoso que el amor? Esa pregunta se la hacía cada vez que la tenía en sus brazos y nunca hallaba la respuesta. Aun así, nunca le decía que la amaba, temía exponerse, temía que ese sentimiento lo hiciera vulnerable y definitivamente no tener salida.
La veía dormir, tan placida y tranquila, tan fuerte y a la vez tan vulnerable, esperando que ningún ruido la despertase. El eco del cerrar de la puerta del apartamento vecino llega a la habitación, ella se mueve, estira su brazo y lo coloca en su vientre, a él se le erizan los bellos, ella abre sus ojos. Él finge dormir; ella toca sus cabellos negros y mientras estos se deslizan por sus dedos ella piensa en detener el tiempo, sabe que también lo ama, no sabe, igual que él, cómo controlar ese sentimiento e igual que él tampoco le ha dicho cuánto lo ama. Los dos van inseguros, inconscientes de lo que sienten el uno por el otro. Lo único verdadero en esa noche, en esa cita, en aquel hotel tan simple, tan común para muchos, en ese cuarto, es la entrega total. Los suspiros, los fuertes gemidos, el sudor que escurre por sus cuerpos dice más de lo que se puede expresar. Puede que nunca se hayan dicho TE AMO, pero era suficiente lo que sus cuerpos y sus miradas mutuamente se comunicaban.
Él despierta de su fingido sueño, ella le sonríe, se saludan con un plácido beso y de nuevo el sol es testigo de una nueva entrega, agotadora, insaciable. Cada uno da lo que puede, lo mejor que tiene en su ser, en su corazón, son como dos fieras encarnizadas que quieren devorarse hasta quedar sin aliento, hasta que no puedan más, hasta que sus pulmones sientan estallar, hasta que sus lenguas recorran cada centímetro de sus cuerpos y absorban los flujos del sexo y la pasión. No les importa ser escuchados, es su momento y lo gozan. Los vecinos de las recamaras dan golpes a las paredes, gritan: ¡ya basta, dejen dormir, respeten! Pero a ellos no les importa, siguen hasta que los dos con sus vestiduras salen por esa puerta y transitan por ese pasillo del viejo hotel que en tantas ocasiones ha acogido sus pasos.
Él es un taxista de la ciudad de Pereira (Colombia), cumple con su deber, cumple con sus hijos, cumple con sus sueños. Sin mujer, viudo hace ocho años, creyó que nunca encontraría otro amor, otra mujer igual a Laura, y hoy, ansioso, espera la hora en la que llegará a la misma calle y al mismo hotel donde se encontrará con la mujer que hace unas horas no se cansaba de besar.
Ella, una venezolana que emigró a Colombia buscando una vida más digna, lleva una existencia más complicada, él no lo sabe, porque su alma y su corazón son silenciosos, prevenidos como ella, se le complica un poco expresar sus sentimientos y contar los sucesos de su vida anterior y actual, ella, como muchas mujeres, lleva en su interior un mar de secretos ocultos que tal vez no se sabrán, morirá y en la tumba se quedarán.
Ingenuamente cae en manos de un hombre de estatura baja, corpulento, un abusador machista que todos los días amenaza con matarla si ella por alguna razón se aleja de su lado. La somete al temor, a la oscuridad, a un laberinto sin salida. ¿Cómo? En una sucia habitación de hotel de mala muerte, nada parecido en donde se encuentra con aquel taxista. Sentada en una silla escucha los gritos de las personas que el abusador tortura, cuando se portan mal y no siguen su santa voluntad.
—Esos gritos que oyes no son nada —le dice el abusador—. Pero aún más fuertes serán los que saldrán por tu boca si pretendes arreglártela sola, si escapas, si la mitad de tu dinero y tu sucia vagina no son para mí, la tortura que te espera será más dolorosa que la sensación de una madre al perder a su amado hijo.
Temerosa, indignada, llena de cobardía, todas las noches cumple con su deber en el burdel de Las Catleyas, allí ella con su piel color canela y el contoneo de sus prominentes caderas, es la sensación, los hombres la halagan, el escenario la pide, los billetes en sus manos prosperan y son tantos como los sueños que tiene en su vida. Cuando termina la jornada de sábanas usadas, condones rotos, pastillas post day, la cuota para el animal que la tiene cautiva y que la libera por una noche porque la cuota lo satisfizo, ella espera en la misma esquina y a la misma hora al taxista y como la canción de Ricardo Arjona: la venezolana para el taxi siempre a las cinco de la mañana en el mismo lugar.
Él, desde las cuatro de la mañana la está esperando, cuando la ve allí en esa esquina solitaria, tan vulnerable, tan hermosa, siente que sus manos tiemblan y sudan, tanto así que teme que no pueda sostener el volante en sus manos y el taxi se salga de control.
Los dos reunidos en el taxi se saludan con un beso, él le entrega una rosa, tradición y honor que le hace a su amada morena desde que se conocieron. Esa rosa le produce a ella una sensación de nostalgia, quisiera llorar, y en ese momento, justo esa mañana, sin poder contenerse, se arroja en sus brazos y llora sin parar, lo inunda de besos y le dice:
—Gracias por tanto amor, gracias por tus besos, tus caricias, por llegar en mi búsqueda, por darle felicidad a esta vida que para mí es como una ilusión, una sombra, una ficción. Te amo.
Él en silencio no puede creer lo que acaba de escuchar, su tímida venezolana, su amada Carolina resultaba ser una poeta, la dueña de su corazón. Empieza a llover y él todavía no arranca el taxi, escucha sus sollozos, le agarra el rostro como si fuera esa rosa que tiene en las manos y aún sabiendo que no es un poeta le dice:
—Cuánto deseaban mis oídos escuchar esas palabras, mi día inicia y ansioso espero que llegue esta hora, quiero besarte, quiero tenerte, quiero sentirte, quiero que te quedes conmigo.
El taxi empieza su recorrido, llega al hotel donde ya son conocidos, ascienden las escaleras y transitan como tantas veces por el pasillo que nuevamente acoge sus pasos hacia el paraíso. Al abrir la puerta el aura de la habitación se cobija de ternura por los besos desesperados de los amantes, por la excitante sensación de sentirse amados, de sentirse deseados, esa noche las sábanas se tiñen de pasión, la mirada de los amantes está desorbitada, creen morir, no pueden controlar esa sensación que nunca sacian. Sus movimientos armoniosos los llevan a los gritos de placer que solo los verdaderos amantes suelen emitir hasta que el éxtasis del más placentero orgasmo se detiene en un abrazo. Esa noche, solo esa noche, los dos, como si sus mentes y sus palabras estuvieran programadas se dicen mutuamente “nunca me dejes” y como si lo desearan más que al agua en el desierto, terminan sus pocas palabras con un “te amo”.
Mientras se visten, sus sonrisas proclaman algo diferente, un nuevo comienzo, los dos después de cinco años y de tantas noches de citas en el hotel han dado un gran paso, tienen la sensación de que algo cambiará, tal vez para bien o para mal.
De regreso al taxi los dos amantes parten entre risas, pero una sombra oscura los acecha desde un rincón de la calle en donde se encontraba estacionado el automóvil. El hombre bajo, corpulento, el abusador, ha presenciado como su esclava se salió de sus límites y siente furia, sus advertencias, el miedo que impuso sobre Carolina no fue suficiente y ahora ella hace de las suyas con aquel hombre desconocido, él ríe, pues su alma es oscura, no sabe de piedad y la venganza es como la cocaína que consume para poder seguir con su rutina de terror, en su mente planea la más vil hazaña, que podría ser escena vital en un rodaje de una película de suspenso.
Carlos deja a su amada Carolina en la misma esquina solitaria y parte feliz hacia su casa, en donde lo esperan sus hijos. Ahora que esa noche junto a Carolina ha sido diferente, especial, se tomará el atrevimiento de dar el siguiente paso, la invitará a cenar, al cine, a comer un helado, a hacer el amor donde se les antoje, incluso llevarla a vivir lejos de la calle oscura en donde vive, le dirá todos los días cuánto la ama y desea. Piensa cómo no se atrevió a cruzar el límite que ella le imponía y se siente cobarde, ¿por qué espero cinco años y un día para pensar en esto? Él mismo hizo de sus vidas una ilusión cuando podría ser una realidad, pero nada ganaba con lamentaciones, la idea era empezar como si apenas la hubiese conocido y escribir a su lado una historia diferente.
Ya en su habitación de hotel de mala muerte, Carolina piensa en Carlos, se da una ducha y siente que alguien entra en la habitación. De seguro es el bastardo, piensa. Cuando acaba su baño sale húmeda y envuelta en una toalla y se lleva un gran susto al ver al bastardo sentado en la vieja silla en donde tantas veces ella se sentó a escuchar sus amenazas. El bastardo guarda silencio, a ella se le hace extraño porque él nunca paraba de insultarla y decirle cuanta barrabasada se le cruzaba por la mente.
—¿Qué hizo hoy la princesita? —pregunta el bastardo.
¿Princesita?, se pregunta ella. Este bastardo nunca me dice princesita. En su mente presiente que algo extraño está por ocurrir. El bastardo se queda mirándola como un depredador que acecha su presa.
—Nada importante, divertirme sola como siempre —le responde.
—Qué responsable eres y qué manera de divertirte, me imagino que fue una noche interesante con el taxista, ¿no? —dice el bastardo con ironía.
—Está usted loco, de qué habla.
—¿De qué hablo? De que tus asquerosos pies llegaron hasta esa esquina en donde te encontraste con un taxista, subiste las escaleras de un hotel y después de unas buenas horas saliste risueña tomada de la mano de él, muy alegre te veías, pero esa alegría pronto acabará.
El bastardo se abalanza contra ella y agarrándola del cuello la tira a la destartalada cama de la sucia habitación y presiona fuerte su cuello con una mano, mientras que con la otra abre la cremallera de su pantalón y mientras la sofoca con la fuerza de sus dedos y manos, la viola.
—Te lo dije, te advertí lo qué te pasaría si te atrevías a salirte con la tuya.
Carolina lucha, con sus uñas y sus manos trata de quitarse de encima a la muerte misma, pero su peso es grande y difícil de vencer, siente que el aliento se le va y en segundos por su mente pasa fugaz su triste infancia de pobreza, el abandono de un padre, una madre alcohólica incapaz de trasmitir amor, los trabajos que pasó, sus estudios frustrados, los pocos besos de amor que dio, la crisis de su país, la llegada a un lugar desconocido, caer en manos de un mal hombre, las noches de alcohol y cocaína, de burdeles y hombres insaciables. Lágrimas salen de sus ojos, no por las manos que aprisionan su garganta, sino por esos tristes recuerdos. De pronto piensa en Carlos, el hombre que compensó tantos años de sufrimiento, el único hombre que ha amado y el único que le trasmitió ternura hasta el final de la fugaz reminiscencia. Pensar en Carlos le da fuerzas para poder quitarse de encima al desgraciado sin alma, no muy lejos divisa un cenicero de vidrio que con cautela y esfuerzo agarra y lo estrella en la cabeza del hombre, que suelta un quejido. Carolina ve la oportunidad de escapar, corre hacia la puerta, la intenta abrir, pero esta con seguro, corre hacia la ventana y así desnuda decide saltar, prefiere arriesgarse a morir por la caída, pero no en manos de ese asqueroso hombre.
Carolina se salva, logra saltar y caer ilesa al asfalto para ir en busca de ayuda, se dirige al hotel donde todas las noches cumple su cita y espera a Carlos hasta el otro día. Así quisiera que hubieran terminado las cosas, pero la vida de Carolina tenía escrito otro final, toda su vida fue una ilusión y la fatalidad la persiguió hasta lograr su cometido.
Cuando Carolina logra tener una de sus piernas fuera de la ventana, emite un intenso quejido y en sus ojos se refleja la expresión de un intenso dolor. El bastardo, recuperado del golpe, saca un puñal de su bolsillo, se dirige hacia la ventana y sin piedad apuñala cuatro veces el costado de Carolina.
—¿Creíste que podrías escapar? —le dice, la tira por la ventana y se queda viéndola caer dos pisos hacia el asfalto, desnuda y desangrándose.
Aún está consciente. Incapaz de moverse por el impacto de la caída y de las heridas siente cómo su cuerpo se desangra y ve como poco a poco la gente se aglomera a su alrededor. “Carlos, Carlos”, es lo único que se le escucha mencionar. Después de media hora se escucha a lo lejos el sonido de las sirenas de una ambulancia, los paramédicos se apresuran hacia el hospital con el cuerpo inconsciente de Carolina. No pudieron salvarle la vida, las heridas perforaron órganos vitales, perdió muchísima sangre y cuando llegó al hospital ella evocó su último suspiro y el nombre de Carlos. Así lo rectificaron los paramédicos.
Son las cinco de la mañana. Carlos aguarda impaciente a Carolina. Por qué no llega, se pregunta desesperado. Ya han pasado dos horas y algunas personas han transitado la esquina, menos Carolina. Carlos ya no resiste más, se baja de su taxi y se dirige al burdel Las Catleyas, entra y en medio de la música, el bullicio, el olor a trago, el cigarrillo y unos pocos hombres ebrios y mujeres trasnochadas recorre con su mirada cada rincón del burdel, pero no la halla, lo recorre de esquina a esquina, impaciente, minuciosamente pasa por cada mesa, cada silla, busca en los baños, pero no la encuentra. De pronto una mujer tosca y gorda se le acerca y le pregunta:
—¿Me invitas un trago?
—Te regalo treinta mil pesos si me ayudas a buscar a una mujer —responde carlos. Ella lo mira con desdén, pero recibe el dinero.
—Dígame. ¿Qué mujer es la que busca?
—Se llama Carolina.
—¿Carolina? No, papito, aquí no trabaja ninguna Carolina.
Carlos por unos minutos piensa en este lugar y piensa que ella no usaría su nombre entre esta jauría de monstruos.
—Es una venezolana de cabello oscuro, con prominentes caderas, piel morena, lleva tatuadas las espinas de una rosa en su pierna izquierda.
—Usted busca a Anita, pero —dice la mujer y lo mira con tristeza—. Mejor invíteme un trago y tómese uno usted, no le va a gustar para nada lo que le voy a decir. Carlos acepta y se acerca a la barra con la mujer.
—¿Qué se toma? —le pregunta Carlos.
—Me llamo Tatiana. Rodrigo, regáleme un trago doble de ron. ¿Y usted qué se toma, Carlos?
—Deme un trago de aguardiente. Bueno, ahora sí, dígame qué sabe. La mujer bebe su trago, mientras él espera impaciente.
—Fue terrible lo que le pasó a la pobre Anita —dice Tatiana y a Carlos se le acelera el corazón—. Ayer en la mañana la encontraron apuñalada, envuelta en sangre, tirada en el asfalto de la calle y desnuda al frente del hotel donde vivía, la pobrecita solo decía Carlos, Carlos. Ya estaba alucinando por causa de las heridas y el dolor, estaba verde la pobre, en su rostro se reflejaba la muerte, todos sabían que no resistiría, que la vida se le iba. Llamaron a la ambulancia, pero como siempre en Colombia, la policía y las ambulancias llegan demasiado tarde.
Carlos se sumerge en un plano ya conocido para él, por un momento teme la experiencia del dolor de perder un ser amado en su vida, en este caso una segunda mujer, se toma su trago de aguardiente, pide otro doble y otro más, aun después de esa desgarradora noticia guarda la esperanza de que Carolina esté viva.
—¿Sabe a qué hospital la llevaron? —pregunta Carlos.
—La llevaron al hospital San Jorge, eso creo —respondió la mujer. Y de manera casi bipolar le dice—: Invíteme otro trago, la información no fue de gratis, además, ¿cuál es el interés en esa chica? Ella ya está muerta y yo puedo hacerlo mejor.
—Dele otro trago —dice Carlos y sin decir gracias sale apresurado hacia su taxi.
Las manos le tiemblan más de lo que le temblaban esa mañana en la que Carolina en sus brazos se sumergió. Toma la calle octava y velozmente llega al hospital San Jorge. En la sala de urgencias pregunta por su amada Carolina a una enfermera que bosteza en un escritorio cerca al hall.
—¿Sabe usted algo sobre una venezolana de tez morena que llegó en la madrugada con unas heridas de puñal en su cuerpo?
—Sí, señor. Pobrecita ella, llegó muy grave —responde la enfermera con naturalidad—. No resistió y murió en las horas de la mañana. Lo siento —continúa mecánicamente y se retira. Tan acostumbrada está la enfermera en ver la muerte que nada la sorprende.
Carlos camina, sin tener conciencia de cómo lo hace, en la acera se encuentra doblegado, con su cabeza entre las rodillas, las lágrimas mojan la tela de su jean. Allí se queda dos horas vagando por un ambiente vacío, las oscuras calles, el escenario perfecto que aumenta su dolor. Se sube en su taxi y todavía puede percibir el olor de ella, se dirige hacia el hotel unas horas más tarde de lo que solía llegar, sube las mismas escaleras, camina por el mismo pasillo y entra en la habitación; ahora solo, sin Carolina. Se siente perdido y con ganas de morir, su cuerpo, su alma, están en shock y su corazón amenaza con detenerse. Nota que le falta oxígeno y se dirige hacia la ventana para poder respirar ese nefasto aire. Mira hacia el firmamento y ve cómo la luna llena es protagonista al lado de un hermoso lucero que brilla y titila.
De pronto Carlos siente que una presencia lo acompaña, mira a su alrededor y un aura luminosa se acerca, se sorprende, cree alucinar, sabe que no es por causa de las dos copas que bebió en el bar, trata de darle explicación a lo que ve. La luz se acerca lentamente a él, se introduce en su pecho y escucha en un susurro su nombre: “Carlos”, seguidamente la luz sale de su pecho y se eleva al firmamento, el lucero hermoso que brilla y titila se hace aún más grande y luminoso, sabe que de una u otra forma esa presencia, esa luz era el alma de su amada Carolina viniendo a despedirse, así lo sintió y sin necesidad de testigos se convenció de la idea.
Unos días después, Carlos, como único pariente de Carolina, reclamó su cuerpo, era extraño ver a ese hombre solo en una sala funeraria, al lado de un ataúd, que contenía el cuerpo de su amada sin vida. En esa real soledad pensaría lo triste de la vida de esa mujer que ni en su lecho de muerte estuvo acompañada por sus seres queridos, pero Carlos nada podía hacer, no conocía nada sobre la vida de Carolina, cinco años con ella y nunca supo ni el nombre de su madre, qué extraño amor que solo se conformaba con ver los ojos del ser amado, para él eso era suficiente y realmente Carolina nunca lo dejó traspasar esos altos muros que siempre la hacían tan intrigante y misteriosa. Era suficiente con saber que ella se encontraba bien a la hora de acudir a la cita en el hotel. En la soledad de la sala Carlos habla con Carolina y mira a su alrededor, desea ver de nuevo esa luz, esa presencia que está seguro era ella, pero no logra ver nada e igualmente no siente necesidad, pues ella está ahí en su corazón y nunca lo abandonará, ahora en ese ataúd solo yace un cuerpo que quedará en cenizas en una caja de madera. Mas lo que vivió con ella, permanecerá tan vivo como todas las noches en su corazón.
En el burdel Las Catleyas, en frente de la barra, Carlos se toma unos tragos, no es un hombre bebedor, lleva ya dos horas allí y tan solo ha probado tres copas de la botella de aguardiente que tiene, de una manera u otra, alucina cuando ve a una morena entrar y desfilar por el pasillo. Después de unas horas un hombre bajo y corpulento entra insultando a las mujeres del lugar, Carlos siente ganas de ponerlo en su sitio, pero no está con ánimos para lidiar con el aprovechado. De pronto siente una mano en su hombro, el hombre bajo y corpulento lo tenía visto hacía unos minutos.
—Mira que sorpresa, aquí está el taxista.
Carlos voltea a mirar y el hombre lo saluda.
—Qué hace, hombre, nunca lo había visto por aquí.
—No frecuento estos lugares, es primera vez que entro a tomar una copa — responde Carlos.
—¿Me permite acompañarlo? —pregunta el bastardo con descaro.
—No hay problema.
Si Carlos tuviera idea de que al frente suyo está el hombre que mató a su amada, este relato tomaría un camino diferente y terminaría en desgracia, pero este relato no es como todos, no es algo que podamos suponer o algo que ya estemos imaginando en nuestra mente. Los dos hombres se sentaron por horas juntos y bebieron toda la noche. Parece que en momentos la vida se burla en nuestra cara.
A la mañana siguiente, Carlos tiene un poco de resaca, llega al mostrador de un estanquillo y pide un agua con un alkaseltzer, mientras toma su bebida observa que en el mostrador un periódico publica una noticia y un rostro se le hace familiar. Se sorprende al ver que el hombre con el que estuvo tomando toda la noche fue asesinado unas horas después de que él dejara el burdel. La noticia resume que fue apuñalado en el pecho cuatro veces y que los peritos forenses definen la muerte como lenta y dolorosa. Carlos da un suspiro y sigue su rutina, esos episodios son lamentables, como los de su amada Carolina, pero pasan seguido en esta ciudad. Parece que la burla de la vida fue más seria que nunca.
En aquel taxi puede sentirse cerca de Carolina y así no pueda verla, su aroma que sigue intacto en el automóvil mitiga un poco su ausencia. Llega la noche y en el firmamento la luna y el lucero que brilla y titila siguen siendo protagonistas. Él observa por horas aquel lucero que lleva como nombre el de su amor. Ese lucero eres tú, mi Carolina, repite varias veces en la noche. Se quebranta al pensar en el tiempo perdido, la cena que ya no se haría realidad, la ida al cine, el helado que juntos saborearían, las noches de entrega y deseo y su vida juntos. Todo convertido en solo una ilusión. No entendía por qué en las páginas de su destino estaría escrito la pérdida de dos amores. Si por casualidad después de otros años o tal vez en unas horas otra centellante mirada lo vuelve a flechar, él, en honor a Carolina traspasará las barreras y no dudará más en decir: ¡Te amo! ¿Quieres cenar conmigo? ¿Te gustaría ir al cine? ¿Te invito a comer un helado? E incluso: ¡Quiero una vida a tu lado! La próxima vez que llegara el amor a su vida este ya no sería una ilusión, ni un frenesí, ni una ficción, ni una sombra, sería una realidad sin restricciones, una experiencia infinita de gozo, dolor, satisfacción, sería todo o nada.
Un año después, la estrella aún titila en el cielo. En una esquina una dama para un taxi.
—¿Hacia dónde desea ir? —pregunta Carlos.
—Lléveme a las estrellas —responde la mujer.
Carlos la mira, ella lo mira.
—Te llevo al cine o a cenar, si lo deseas —le dice Carlos.
La estrella en el cielo desaparece, su lugar ha sido reemplazado ya en la tierra.
Alexandra Osorio Quiroga
Suena en la rockola la canción "La Lola", de Café Quijano, la canción favorita de Pamela, una prostituta de 21 años de edad que se encuentra en su lugar de trabajo en la gran ciudad; 1.67 de estatura, piel canela, suave, aún más que la seda, cabello color chocolate, lacio, largo, hasta su coxis, unos ojos grandes expresivos y radiantes color miel y una mirada fuerte y penetrante, extrovertida, alegre y pícara como solo ella lo podía ser. Lleva ceñido a su cuerpo un vestido corto azul rey con un pronunciado escote y su espalda totalmente descubierta, tacones puntilla, altos, color negro; se dirige a la barra con paso firme y fuerte, meneando sus caderas de lado a lado, simulando un gran reloj de péndulo, dueña de una belleza incomparable llena de sensualidad, roba la atención de todos los que allí se encuentran; es la atracción del sitio que para este viernes en la noche se topa repleto de hombres bien vestidos, con sus billeteras y tarjetas vomitando dinero, en su mayoría casados y unos cuantos solteros, que frecuentan el sitio con afán de saciar sus fantasías sexuales y deseos carnales con alguna bella chica de Angels Golden, el reservado más lujoso de la gran ciudad, lleno de luces, sitios VIP seleccionados para los mejores clientes; una pista de baile resplandeciente alargada de 12 metros con tres tubos, lista, limpia y brillante para que cada dos horas las chicas realicen sus shows. Mesas y muebles en roble tallado y tapizados en cuero negro, la barra atiborrada de licores finos y costosos a un precio mucho más elevado del real, acuarios de piso a techo con una gran cantidad de peces exóticos y deslumbrantes adornando ciertas paredes, sauna y jacuzzi en cada una de las habitaciones en donde las chicas ejercen su trabajo, este era un sitio al cual muchos hombres soñaban con ingresar pero no todos lo lograban, pues era exclusivo para aquellos que tenían sus cuentas con abundante y exagerado dinero. Allí, mientras Pamela se dirige a la barra, la observan como leones hambrientos, deseosos de devorar a su presa, impacientes por hablar con ella y llegar a un acuerdo para alquilar por un rato su cuerpo. Pamela pide una bebida energizante pues no consume licor en sus horas laborales, prefiere mantener en sus cinco sentidos por si alguien se llega a propasar con ella, aún es muy temprano, Angels Golden acaba de abrir sus puertas y la noche apenas comienza, se sienta en la barra a observar todo el salón.
A su lado se sienta su única amiga, Celeste, de 26 años, con quien frecuenta este sitio hace más de dos, son las chicas más hermosas del lugar, comparten los mismos sueños y casi la misma historia, ambas crecieron en hogares humildes con padres comprensivos y trabajadores, luchadores de la vida, sin vicios y dedicados a su hogar.
***
Los padres de Pamela querían brindar lo mejor a sus dos hijos, a ella y a su hermano menor, Santiago, al cual le llevaba cinco años, pero el sueldo de un salario mínimo no alcanzaba para dar educación universitaria o los lujos y las comodidades con las que alguna vez soñaron. La vida los había puesto a prueba vaciando sus bolsillos a tal punto de llorar sintiéndose fracasados. Pamela, quien sufre al verlos, sueña con brindarles todo y un poco más de lo que nunca tuvieron y realmente se merecen, esa niña inocente a sus tan solo doce años de edad se ve afectada emocionalmente por las preocupaciones de sus padres y su mente viaja ligera y contundente pensando en un futuro diferente para ellos. Se traza una meta: comprar un día una casa de campo para sus padres y brindarles una vejez linda y feliz al precio que sea. Día tras día este sueño va rondando en su cabeza, sus padres se hacen cada vez mas viejos y con el tiempo la situación empeora, su padre se queda sin trabajo, por su edad casi nadie lo quiere contratar, ni siquiera como ayudante de obra, y ahora su madre carga con toda la obligación del hogar; esos días para sus padres se consumen entre angustias y llantos desesperados, pues están a punto de perder la casa que con tanto esfuerzo y sacrificio han estado pagando desde hace varios años. Entonces Pamela, con diecisiete años y habiendo acabado de graduarse de bachillerato, se acerca a su vecina Celeste, a quien observaba hacía algún tiempo y había escuchado rumores de que era prepago, pues había pasado en muy poco tiempo de usar la misma ropa vieja y heredada a llenar su closet con calzado y prendas seleccionadas de las boutiques más costosas, y empezó a ver que la recogían carros lujosos cada tres o cuatro días y la regresaban a la entrada de su barrio probablemente para que sus padres no la descubrieran. Celeste, para ese entonces contaba con ventidós años. Pamela, con un llanto desgarrador se acercó a ella y le contó la preocupación que acechaba a su familia, ella se conmovió porque se vio reflejada en cada lágrima que escapaba ligera escurriéndose por las mejillas y el cuello de esta niña. Celeste indagó un poco más sobre su vida hasta darse cuenta del gran tesoro que guardaba Pamela; aún era virgen y ella, que llevaba un buen tiempo en este mundo, que en su mayoría está compuesto por mujeres necesitadas y hombres lujuriosos, conocía muy bien el efecto que causaba en estos una virginidad y lo bien que la podían pagar. Así que pensó en hacer una gran subasta con todos sus clientes, le comentó a su vecina sin tapujo alguno cada una de las cosas que su trabajo conllevaba y le preguntó si estaba dispuesta a entregar la prueba más pura de su inocencia a un completo extraño con el cual nunca había cruzado ni tan solo un hola o una simple mirada. Sin pensarlo dos veces de la boca de Pamela se desprendió un fervoroso sí, dando de alguna manera comienzo a una nueva vida, en la cual se dejó deslumbrar por la parte lucrativa, sin pensar un mínimo segundo en que estaba muy lejos de conocer la sensación que causaba la mano de un hombre sobre su cuerpo, pero estaba decidida a recuperar la casa de sus padres sin importar lo que tuviese que hacer, a pesar de no tener experiencia con chicos, pues cada uno de sus pretendientes le parecía más tonto y desabrido que el anterior, pero tenía un arduo conocimiento sobre el tema, pues era la única de su círculo de amigos que aún se conservaba virgen y su curiosidad la acechaba frecuentemente e indagaba sobre las anécdotas sexuales de cada uno de ellos, así las cosas, no tenía la práctica, pero había obtenido una potente teoría.
Celeste dio inicio, entonces, a la tarea de subastar la virginidad de su vecina y, como se lo esperaba, los millones fueron aumentando de postor en postor dando como fruto (…) millones de pesos.
Arturo, 56 años de edad, abogado exitoso y reconocido, casado, con dos hijos, era algo barrigón, pero tenía un agradable aspecto y sobre todo le rebosaba el dinero en la cuenta, tenía una conducta intachable, quizás el hombre perfecto a ojos de todo aquel que lo distinguía, pues en realidad absolutamente nadie lo conocía.
El trato fue trazado, el día acordado y el dinero entregado, la noticia alegró el día de Pamela. Al escuchar la suma de dinero su interior se invadió con una felicidad eufórica, tanto así, que se lanzó hacia su vecina y la abrazó fervorosamente, pues al día siguiente sería la dueña de una suma de dinero que le regresaría la tranquilidad a su vida. Aunque el nerviosismo le empezó a acechar, esa preocupación que aturdía su mente no le dio espacio para dudarlo.
Al día siguiente se despertó muy emocionada por lo que acontecería unas horas más tarde, se organizó como de costumbre, esperó ansiosa que fueran las tres de la tarde para encontrarse con su vecina y emprender un viaje camino a lo desconocido. Se dirigieron a un hotel en donde Celeste acostumbraba a tener encuentros con algunos de sus clientes, incluyendo a Arturo, que llegaría a eso de las 7 de la noche. Comenzaron la tarea de preparar a Pamela para que su cliente la viera aún más deseable y apetitosa, tal cual un chef decora un plato para cautivar a un comensal para que este sea devorado con más satisfacción, así mismo hizo Celeste con ella, le enseñó a depilar cada rincón de su cuerpo para que su piel quedara a un más suave de lo que ya era, le aplicó una fina crema y le regaló una lencería en encaje color palo de rosa que jugaba demasiado bien con ese tono canela de su piel, la vistió con ropa que ella ya no usaba, pero por supuesto era mucho mejor que las prendas viejas y gastadas que Pamela llevaba puestas. Cuando terminaron Celeste la observó fijamente sintiendo un poco de culpa por lo que iba a suceder y le dijo algo para tranquilizarla un poco:
—Tranquila, Pame, todo estará bien y pasará rápido, el tiempo lo manejas tú. Hoy en día las niñas pierden la virginidad con un tipo que promete amarlas hasta el fin de sus días, les endulzan el corazón, entregan esa “prueba de amor”, al tiempo se dejan y los ven pasar luego con una nueva novia, probablemente nunca se vuelven a dirigir ni una palabra y quedan con el corazón destruido, llorando como nunca antes han llorado en sus vidas, sienten que van a morir y no les queda absolutamente nada. Siéntete entonces como una completa ganadora. Cuando salgas de aquí tendrás (…) millones en el bolsillo.
Estas palabras entraron como flechas en la mente de Pamela, llenándola de fuerzas y de un poco más de seguridad.
Llegó Arturo, Las vecinas se despidieron, Celeste le dio un fuerte abrazo a Pamela, dio la espalda y salió de la habitación. Se fue, siendo consciente de que todo lo que le dijo a su vecina, aunque cierto, porque fue su propia historia, no había sido tan fácil como se lo hizo ver, pero por otra parte creyó que así la salvaría de pasar por esos dolores del desamor por los cuales ella había pasado en su adolescencia.
Arturo quedó impactado con la belleza de Pamela, se acercó un poco y entabló una corta conversación, pero estaba algo afanado y hambriento de ese cuerpo, quiso devorar inmediatamente ese plato exquisito que había adquirido, la rodeó con sus grandes y velludos brazos, la empezó a besar, y sus manos empezaron a recorrer su espalda dando un paseo por sus glúteos y subiendo a su cabello, recorriendo ambos senos, una mano se quedó allí, mientras la otra bajó por el vientre hasta que llegó a su destino y empezó a estimularla, causando en Pamela esas sensaciones que su cuerpo desconocía, y se fue dejando llevar instintivamente por las reacciones que desprendían su mente y su piel. Arturo sabía exactamente cómo y dónde tocarla para que se retorciera de placer, pero en ningún momento se tornó tosco con ella, por el contrario, fue todo un caballero, le hizo el amor de tal manera que lo hubiese hecho un hombre enamorado probando por primera vez las dulces mieles del cuerpo de su amada, pues sabía perfectamente que estaba consumiendo la virginidad de una niña.
Toda esta escena aconteció aproximadamente en dos horas, pero Pamela perdió la noción del tiempo y sintió como si hubiesen pasado unos cuantos minutos, pues estaba demasiado extasiada, mientras su cuerpo experimentaba estas sensaciones de placer, quedó tendida en la cama y sin fuerzas, sus piernas temblorosas trataban de recuperar un poco la estabilidad, Arturo se levantó y se duchó, se puso su traje y se dirigió hacia ella despidiéndose con un fuerte beso. Se sentía pleno y ganador, como un deportista al conseguir un nuevo trofeo, porque eso fue Pamela para él, un trofeo más para su colección de recuerdos y satisfacciones al que probablemente no volvería a ver.
Celeste se dirigió a la habitación donde se encontraba Pamela justo después de que esta le hiciera una llamada. Ansiosa y preocupada por saber qué había pasado, llegó y la encontró con una sonrisa que abarcaba medio rostro, todo había salido mucho mejor de lo que ambas chicas se lo esperaban, la escena en vez de traumática dejó a Pamela sedienta de dinero y otras noches como esta.
Al día siguiente, Celeste se dirigió al banco y pagó la deuda de la casa de Pamela haciéndose pasar por una persona anónima obrando de caridad, para que los padres de su vecina no sospecharan nada, terminando de esta manera con el mayor problema que la familia de Pamela poseía. Ese día, con el dinero que sobró, Pamela hizo llegar un mercado anónimo a su casa con comida variada, que sus padres no habían tenido la posibilidad de comprar. Se sentía completamente llena y feliz con el rostro de felicidad de sus padres y su hermanito menor. Después se fueron ambas chicas a un centro comercial, cenaron juntas, compraron maquillaje, ropa y por supuesto, una lencería sexy que sirviera a Pamela para la nueva vida que había elegido seguir, se hicieron muy buenas amigas, se contaban absolutamente todo, una seguía cada locura de la otra, vivían entre risas y comodidades, el dinero no les hacía falta, compraban lo que se les antojaba y cada vez aumentaban más su lista de clientes dándole rienda suelta a este estilo de vida.
Cuando Pamela cumplió los dieciocho años, a Celeste se le ocurrió que podían empezar a trabajar en Angels Golden y fue así como empezaron a generar aún más ingresos de los que ya tenían, abrieron una cuenta de ahorros y entre gastos y caprichos fueron cumpliendo poco a poco esos sueños de la infancia.
En este mundo se encontraron todo tipo de hombres, llenos de fetiches raros, sadomasoquismo, alcohol y drogas. Trabajaban una semana en la que se hospedaban allí mismo y la otra se dedicaban a pasear, a disfrutar un poco de la vida. Un día, en uno de estos paseos que se daban, fueron a rumbear a una discoteca cerca del mar, salieron al cierre un poco pasadas de tragos y se dirigieron a caminar a orillas de la playa, entre jugueteos, salpicadas de arena, de agua, revolcones y cosquillas, ambas sintieron una atracción diferente la una hacia la otra.Allí tiradas en la arena, en medio del jugueteo, Pamela quedó tendida sobre el cuerpo de su amiga, ambas se miraron fijamente y esa mirada penetrante provocó que se dieran un suave, largo y apasionado beso. Al terminar, las risas flotaron en el aire, entonces se tomaron de la mano y se dirigieron al hotel donde se hospedaban, entrando a la habitación continuaron lo que ya habían iniciado, los besos desenfrenados pasaron a caricias sin límites, la ropa les estorbaba, el éxtasis de sus cuerpos hacía que se desearan locamente, las manos, los labios y la lengua de cada una peleaban entre sí por recorrer el cuerpo de la otra, por sentir esa humedad que describía completamente esas sensaciones de placer, ese gusto y esa química que había entre las dos. Tuvieron horas de placer, orgasmo tras orgasmo, esa atracción aumentaba segundo a segundo y allí en la cama de aquel hotel se desató una noche de pasión y empezó una historia de amor desmedido. Pamela nunca había sentido esto por nadie, lo desconocía totalmente, esas mariposas en el estómago, esa sensación de necesidad y de felicidad al lado de Celeste fue su primera historia de amor, cada día que pasaban juntas terminada en una noche de pasión, era un secreto entre las dos, nadie, absolutamente nadie, sospechaba de esto, ni sus familias, ni en el trabajo. Ante los ojos de todo el mundo eran dos mujeres con unos lazos de amistad muy fuertes, no existían los celos absurdos o las discusiones y peleas oportunas de la mayoría de parejas, no. Ellas simplemente tenían una relación perfecta y eso era posible porque ambas eran conscientes de que ese sentimiento tan profundo era rotundamente mutuo y único, nadie más había logrado meterse tanto en los pensamientos y el corazón de alguna de las dos o despertar esas ganas insaciables del deseo y la euforia que desprendían sus cuerpos como lo lograban con cada mirada pícara que se lanzaban entre sí, más que una relación era un juego entre complicidad, pasión, comprensión y amor.
Ambas disfrutaban con esta vida llena de aventuras, locuras y viajes, pero su mayor satisfacción era la estabilidad y la alegría de sus familias al expandir el estatus económico en el que vivían.
Entre clientes y clientes encontraban de todo, en realidad a veces pasaban malos ratos y disgustos con estos hombres que se propasaban a veces con ellas, quizá por consecuencia de los tragos o simplemente por un machismo innato que los invadía por dentro, y, entonces abusaban de las reglas hasta que llegaban los de seguridad y los sacaban del sitio, también estaban los tipos que se enamoraban perdidamente de ellas, les proponían una vida diferente, llevarlas a vivir con ellos entre lujos y comodidades para formar un hogar, y, sí, muchas de estas mujeres dejaban esta vida atrás y se iban con alguno de sus enamorados sin saberse en que pararían sus destinos, si eran o no felices, aunque en algunos casos una que otra regresaba con el alma hecha pedazos, lamentándose de la decisión tomada y reiniciando la anterior vida.Pero estas dos chicas no, ellas nunca contemplaron la idea, pues sentían que nada les hacía falta, solo un par de años más para retirarse con sus ahorros, poder cumplir sus sueños, salir a la luz con su relación y empezar una nueva vida juntas.
Gabriel fue uno de los enamorados más acérrimos de Pamela, un narcotraficante con fachada de empresario, tenía tanto dinero que estaba acostumbrado a conseguir todo lo que quería, las mujeres le llovían y ninguna se negaba a sus peticiones, deseos y caprichos. Cierto día ingresó a Angels Golden y observó a Pamela dirigiéndose a la pista de baile. Ella se disponía a realizar uno de sus shows habituales, llevaba puesto un traje de látex color negro, medias en malla, tacones altos, una colita algodonada blanca y unas grandes orejas de conejo. Sus labios iban vestidos con un labial rojo encendido, que realzaban su sensualidad bajo las luces de neón que alumbraban y resaltaban todo su cuerpo, esas largas clases de Pole dance salían a relucir cuando Pamela se acercaba fuerte y decidida hacia el tubo, sobresalía aún más entre todas las chicas del lugar, deslumbraba a todos, dejando a algunos con sus maxilares abiertos cuando entrelazaba sus piernas en el tubo, subía y bajaba de una manera única y extremadamente sexy, se veía despampanante cuando quitaba una a una cada prenda de su cuerpo hasta quedar casi desnuda, únicamente en compañía de sus tacones negros y sus medias en liguero enmalladas y finalizaba su show con un baño en Champán permitiendo que esa espuma blanca recorriera ligera todo su cuerpo, causando ese antojo en cada uno de los espectadores de lamer hasta la última gota, los atrapaba completamente con su sensualidad, su malicia y su picardía.
Pamela desde ese momento se convirtió en el objetivo de Gabriel.
Los regalos empezaron a llegar: finos chocolates, excéntricos ramos de flores, joyas y ropa de diseñadores reconocidos, las entradas a la habitación se tornaban cada vez más frecuentes, Pamela con su erotismo y su sensualidad innata superaba enormemente las expectativas de Gabriel en la cama, sus fetiches eran complacidos en su totalidad, la lujuria y el placer que ella le propinaba hicieron poco a poco que Gabriel se volviera adicto a ella, a su cuerpo, más que en su objetivo se había convertido en su necesidad, intentó enamorarla de todas las maneras posibles que se le pasaban por la mente, la quería poseer en su totalidad, quería que su cuerpo fuese solo para él, deseaba más que nada en el mundo ser su único dueño. Pamela en su trabajo de prostituta le seguía el juego y sus caprichos, le hacía creer ciegamente que ella sentía y quería lo mismo que él, únicamente le pedía un poco de tiempo, le decía que tenía asuntos por resolver y que una vez solucionados se iría con él. Más que venderle su cuerpo por algunas horas, ella le estaba vendiendo una esperanza y él en su mente fue forjando poco a poco la ilusión de una vida juntos que probablemente nunca llegaría. Pero el tiempo pasaba y Gabriel no obtenía el resultado que quería. Por más que lo intentaba, Pamela seguía allí haciendo sus habituales shows de pista, exhibiéndose y alquilando su cuerpo a cuantos hombres pudiera, Gabriel no podía estar allí todos los días para evitarlo, pues tenía que dedicarle tiempo a sus sucios negocios, que a causa de esa obsesión decaían poco a poco, no lograba concentrarse como antes lo hacía pues en su mente solo existía algo o, mejor dicho, alguien: Pamela.
***
Esta noche Gabriel entra y la ve allí en la barra, al lado de su amiga, tan hermosa y despampanante como siempre, incluso aún más de lo habitual, se sienta en uno de esos sitios VIP como siempre lo hace, pide lo de costumbre, una botella de Old Parr acompañada de esa hermosa señorita de vestido azul. Ella se va acercando hacia él mientras lo mira fijamente, con una mirada cautivadora, coqueta y pervertida que lo embelesa por completo. Al llegar se sienta a su lado, pone las manos sobre sus mejillas barbudas y le da un beso.
–Te extrañé–. Le dice con esa dulce voz mirándolo a los ojos, haciéndole creer que esas palabras son sinceras, aun sabiendo que ni siquiera se le ha cruzado por la mente el nombre de Gabriel, pero, ¿qué puede hacer? En eso se basa su trabajo, en complacer a estos hombres, en hacerlos felices, y esto, es verdad, hace realmente feliz a Gabriel, las mentiras y el cariño falso acompañado de la lujuria, los orgasmos fingidos y el placer, lo tiene lleno de ilusión y apego hacia ella, ya no tiene ojos para nadie más, Pamela es su todo, pero no quiere esperar más, habla muy seriamente con Pamela y le dice que quiere que hoy mismo se retire de trabajar, que se vaya con él, que hagan su vida juntos, esa vida que se ha planeado a lo largo de tantos meses.
—Sí —dice Pamela—solo dame un poco de tiempo.
—No, Pamela —replica Gabriel—. No hay más tiempo.
Ella se siente en aprietos, pero logra evadir la conversación como siempre lo ha hecho.
—Sí, está bien, más tarde hablaremos de eso, por el momento solo quiero disfrutar de tu compañía, hace varios días no te veo ¿No entiendes? Te extrañé.
Lo abraza y lo besa fuertemente, esta noche han bailado y reído como nunca, después de un rato él paga un show privado, se deleita observando su desnudo cuerpo, sus sexys y atrevidos movimientos han despertado en él ese deseo sexual, esas ganas de poseerla. Unos minutos después se dirigen a la barra y piden la habitación, les entregan las llaves y los preservativos, se retiran, Pamela va adelante, él con sus grandes manos le rodea la cintura. Entre besos, pequeños mordiscos, abrazos y jugueteos han llegado a la habitación, esa puerta de madera color caoba con el número 302 en color dorado, a la que siempre entraban, su favorita porque era la más retirada. Por más ruido que hicieran nadie podía escucharlos. Entran a la habitación y Pamela enciende la música, él se ha quedado de pie al lado de la puerta, observándola fijamente y sonriendo mientras ella canta y baila muy coquetamente la canción que suena, se acerca hacia él mirándolo fijamente a los ojos y empuña esa corbata vinotinto que lleva puesta, da media vuelta y lo hala un poco fuerte dirigiéndolo al sofá de cuero negro que está ubicado frente a un gran espejo, hace que se siente, lo besa un poco y toma una distancia de un metro aproximadamente, se empieza a quitar el vestido, muy seductoramente baja la cremallera y lo deja deslizar por su piel, suavemente, hasta que cae al suelo, se acerca a él, le coquetea un poco, pasa una mano por su cabello tirándolo hacia un lado y dejando caer un mechón por su rostro. Se acerca, sus manos le rozan la barbilla, el cuello y su pecho, los besos apasionados van y vienen con pausas en las que Pamela suelta pequeñas risitas coquetas. Sus manos van soltando botón tras botón hasta que se deshace completamente de su traje y la ropa interior queda tirada en el suelo. Ahora están los dos completamente desnudos, Pamela le pone el preservativo, se besan desaforadamente, Gabriel logra sentir la humedad de Pamela que se encuentra sentada sobre él con la piernas abiertas entrelazando su dorso. Gabriel saca de su portafolio unas esposas con las que les encanta jugar y se las coloca a Pamela, dejándola con ambas manos tras la espalda. Las manos de Gabriel recorren su piel, agarran sus caderas y sus glúteos con una fuerza placentera. Entre manoseo y besos la dirige al jacuzzi, entran en el agua y están allí de pie, basándose. Con una mano él ha tirado bruscamente su cabello haciendo que su cabeza quede un poco inclinada hacia atrás y ha deslizado su boca entre beso y beso por el mentón hasta llegar al cuello, por donde pasa su lengua de lado a lado, de arriba hacia abajo, llegando al lóbulo de las orejas y propinándole pequeños y suaves mordiscos. Con su otra mano abre un poco las piernas de Pamela y con sus dedos ha empezado a estimular su clítoris con movimientos circulares, haciendo un poco de presión, introduciendo sus dedos de vez en cuando. Su otra mano le suelta el cabello y se dirige a agarrar sus senos al mismo tiempo que su boca lo hace con sus pronunciados pezones que ya están muy duros. Sus dedos, sus labios y su inquieta lengua juegan con ellos, dándoles apretones y mordisquitos que le van produciendo cada vez más placer. Gabriel le ordena que se acueste. El agua ha cubierto su cuerpo por completo, dejando al aire únicamente su cabeza. Ya no aguanta más, le abre las piernas y se tiende sobre ella penetrándola despacio pero con fuerza, la agarra con una mano del rostro ubicando su pulgar en la boca de una Pamela caliente, mientras la otra continua frotándole el clítoris. Sus movimientos no cesan, cada vez son más agresivos y fuertes, cuando están a punto de llegar al orgasmo se besan y ambos quedan sin aliento.
Aún están tendidos en el jacuzzi, uno al lado del otro. Esta será la última vez que estén juntos, pero ninguno de los dos lo sabe, Gabriel abraza a Pamela y le dice que hoy es el último día que trabaja. Ella suelta una irónica risita.
—Mira, Gabriel, no vamos a tocar más el tema, ya te lo he dicho, necesito tiempo.
—No, Pamela, no vamos a esperar, no puedo seguir aguantando que otros hombres te toquen o tan siquiera te vean desnuda, no puedo más con eso, ¿no entiendes? Ya te lo dije, ahora mismo vas por tus cosas que nos vamos. Conmigo no te faltará absolutamente nada, ni a ti ni a tus padres.
Por un lado, Pamela sabe que es verdad, que él le puede dar una vida mucho mejor que la que lleva, pero por el otro lado está Celeste, a quien ama profundamente y con quien ha planeado toda su vida, y eso es mucho más fuerte que cualquier otra cosa. Igual, a sus padres dentro de muy poco tiempo ya no les va a hacer falta nada.
—¡No, Gabriel, no me iré contigo!
—Ya no es una opción, Pamela, no te voy a esperar más.
Pamela empieza a sentirse un poco intimidada, pues la situación se le sale de las manos y sabe que las palabras determinantes de Gabriel son muy en serio, así que toma una decisión.
—No me iré contigo hoy ni nunca y tampoco seguiré viéndote, esto no puede continuar.
—¿Qué te pasa, Pamela? ¿Por qué me dices eso? ¿Y nuestra vida juntos?
—Se acabó este juego, te has tomado las cosas demasiado en serio, yo solo estaba trabajando. Cada palabra que te dije, cada promesa hace parte de mi trabajo, te hacía feliz cada que te prometía una vida juntos, ¿no? Pues en eso se basa mi trabajo, en hacer felices a hombres como tú, que la verdad solo vienen a buscar un poco de sexo. Además te veo con otros ojos, para mí simplemente eres un cliente más y yo estoy completamente enamorada de otra persona. ¡Se acabó!
Ambos quedaron en total silencio Gabriel no podía asimilar todas las palabras y la crudeza con la que Pamela le había hablado. La ira lo empezaba a invadir, Pamela lo hizo sentir como un completo imbécil y un perdedor que no pudo lograr lo que quería. Se sentía humillado al haber caído en su juego, un calor empezó a recorrer su cara y su pulso se empezó a acelerar, trató de contener su ira mordiéndose los cachetes hasta sentir ese sabor a sangre en la boca, pero no pudo con tanto, los ojos se le encharcaron, no supo si de dolor o de rabia y cuando Pamela se dispuso a levantarse del jacuzzi la haló fuertemente de su brazo y la tiró dentro del agua.
—Maldita zorra mentirosa —le dijo, postrándose encima de ella sin quitarle la mirada. Pamela estaba aterrorizada, ella nunca imaginó que Gabriel fuese a reaccionar así, pensó que simplemente la iba a odiar y dejaría de buscarla, pero no estaban sucediendo las cosas de esa manera. Las manos de Gabriel rodearon su cuello, haciendo que soltara un débil y asustado grito, y sus ojos se abrieron dejando notar el miedo que sentía. A él no le importó, ya no le importaba nada, y la empezó a apretar fuertemente mientras la sumergía por completo dentro del agua. Pamela no tenía como defenderse, pues sus manos estaban esposadas a su espalda, y se empezó a retorcer dentro del agua, desesperada, intentando escapar de algún modo. Si tan solo hubiese podido mover sus manos habría luchado contra las fuerzas de Gabriel que tenía sus brazos tensionados sobre su cuello y cada vez apretaba un poco más Pamela, aún bajo el agua, no dejaba de mirarlo y podía ver toda la ira que se desplegaba en su rostro, que había tomado un tono rojo y unas cuantas venas le brotaban en la frente, pero poco a poco iba perdiendo las fuerzas, se quedaba sin aire y su mente empezaba a divagar por los recuerdos de sus padres, de su hermano y de Celeste. Lloraba bajo el agua y pensaba qué iba a pasar ahora con cada uno de ellos, hasta que de repente, dejó de forcejar, y su cuerpo inconsciente se derrumbó en el agua.
Gabriel se vistió, recogió su portafolio y salió en compañía de sus guardaespaldas, subieron al carro y se marcharon.
Celeste, al ver que Pamela no salía y que Gabriel se había marchado, se dirigió a la habitación 302, no la vio en la cama, se asomó al jacuzzi y pudo ver cómo el amor de su vida yacía bajo el agua con su rostro morado y sus ojos abiertos. Se lanzó a sacarla pensando que aún había algo de vida en ella, pero al tomarla en sus brazos se percató de sus ojos abiertos, sin movimiento alguno. Su aliento se había extinguido por completo.
Celeste sintió morir, su llanto era desgarrador y desesperado, su vida se derrumbaba, sus sueños ya no tenían sentido, simplemente.Sin Pamela, su vida no tenía sentido, ahora ella le tenía que dar la triste noticia a sus padres y un tiempo después del entierro de su hija comprarles la casa de campo con la que Pamela alguna vez los soñó. Debía sacar todos sus ahorros, cumplir ese sueño y cargar de ahora en adelante con un sentimiento de culpa por haber impulsado a su vecina por los caminos de esta vida, por no haber llegado antes, en el preciso momento en el que ese tipo la estaba estrangulando y haber llamado a la puerta. Y también por no tener ni idea de dónde se encontraba Gabriel para que pagara por su muerte.
Allí sigue Celeste trabajando, pues es el único lugar en donde puede sentir a Pamela cerca y recordar esos largos momentos de felicidad infinita. Aunque aún no consigue ser feliz y ciegamente su corazón sabe que no lo conseguirá, pues su alegría y su razón de ser se las llevó el agua. Ya nada es igual, hasta su trabajo va de mal en peor y su belleza se deteriora con el paso de los días.
Ahora solo queda la espera de que la muerte llegue pronto, también por ella.
Luisa Fernanda López Barrera
Agradecimientos:
En especial a Thiago y a Dulce María, ustedes son mi fortaleza, el motor que cada día me impulsa a seguir esta realidad. Simple y sencillamente su existencia es lo mejor que en esta vida me pudo pasar.
Mauricio Palomo, infinitas gracias por ser nuestro tutor y enseñarme a amar la literatura.
María Fernanda Osorio, llegaste, me abriste las puertas de tu vida, me brindaste unas hermosas palabras, entonces pensé que el tiempo es cruel, porque te pone en situaciones complejas. Gracias por tu amistad.
Alexandra Henao, le diste color a mis días grises, me brindaste tu compañía en medio de esta tormenta. Siempre te recordaré.
Familia López Barrera y familia Marín, quienes luchan día a día conmigo en esta batalla.
A él, quien, a pesar de haberme impulsado al abismo, en su momento me llenó de amor, me creó una ilusión, la cual no tuvo buen final, pero si dejó una gran enseñanza.
El combo maravilla de RM Armenia, quienes cada día me sacan sonrisas, me brindan su apoyo y están incondicionalmente, mil gracias Oviedo, Pelú, Mafe, Alexa, Chiki, Michel y doña Luz Piedad.
Por último, y no menos importante, a DIOS, que me permite escribir, plasmar y describir alguna parte de mi vida. Ha puesto a las personas más importantes a mi alrededor y eso es lo único que hoy necesito en la vida.
***
5:00 pm. Un día más en este lugar, lejos de las personas que amo, pero esta es mi realidad, la que me toca vivir día a día, a la que me ha tocado adaptarme, levantarme a las 3:30 am. a bañarme y estar lista a las 6.00 am para que abran rejas y bajar a un patio que compartimos más de cien mujeres. Suena un pitido, llega la hora del desayuno y todas nos disponemos a hacer silencio mientras es repartido el alimento: pan, queso, café o huevo, arepa y colada, yo que pensaba que sería un buen café con leche, unos huevos pericos, pero no, se va perdiendo ese rico aroma del desayuno en casa, triste pensarlo, pero cierta la realidad. Y así mismo pasa con el almuerzo que es repartido a las 10:30 am. Pollito cocinado, caldito, ensalada, arroz o carne cocinada, lentejas y papa cocinada, uno de nuestros menús. Llega la comida a las 3:30 pm. Suena el pitido ya, somos como animales domesticados, hacer silencio y de nuevo esperar nuestro alimento. Al terminar la repartición de la comida nos dan 5 minutos en los que algunas prenden sus cigarrillos, se despiden y otras como yo llamamos a nuestras casas a despedirnos. A las 4:00 pm. nos encontramos en nuestro módulo asignado en el catre, el que nos corresponde, algunas sintonizamos la radio, otras ven novelas, cosen, mientras se llega las 8:00 pm, que es llamada la hora del silencio: apagan la tv y la que quiera escucha música con sus audífonos puestos, de resto todas en silencio. Así culmina nuestro día de rutina, algunas más cansadas que otras, bien sea por sus trabajos o cursos realizados en el establecimiento o alguna actividad permitida.
Pasan y pasan los días y a veces no recuerda uno ni que día es.
Esto lo estoy viviendo por el afán de correr por la vida, por no tomar conciencia de que no es un juego y que cada acción tiene su reacción. Por no escuchar a mamá, a papá y a las abuelitas que se las saben todas. Yo pensaba que me las sabía más que ellos y ahora que les escribo desde estas rejas me doy cuenta que de lo único que sabía era el afán con el que corría por la vida. Mi mente regresa a aquel día donde con mis dos meses de gestación lo conocí a él; un hombre guapo, alto, acuerpado, con su barba que me mataba a cosquilleos, con su buen vestir que a mi vista lo convertía como en ese amor a primera vista. Sí, el amor a primera vista existe, eso pensaba yo mientras lo miraba, pero nunca imaginándome que él se había fijado en mí, así, simplemente, sin buscarnos nos encontramos, sentía un fuego que acariciaba mi alma y me comenzaban a crecer sonrisas en la barriga. ¿Qué absurdo, no? Despertar todos estos sentimientos en mí. Vuela y vuela mi mente a ese pasado que hubiera preferido no haber vivido, no por el amor que tengo por él, sino por los errores que empecé a cometer cuando lo conocí. Ese día me encontraba en una visita familiar en un establecimiento carcelario, fue así como lo vi por primera vez.
7:15 pm. Me encuentro con mis sentimientos revueltos en mi catre escribiendo, con una nostalgia que me invade al recordar este gran amor que marcó mi vida de una manera excepcional y, repito, no hablo por el amor que siento hacia él, sino por las consecuencias que estoy pagando por el precio de ese amor. Más de una vez he intentado olvidarlo para siempre, pero siempre llego a la misma conclusión. Tendría que arrancarme el corazón.
***
Volví a una visita luego de verlo por primera vez y ahí estaba, como de costumbre, bien vestido, con su buen aroma, y pensé dentro de mí: que rico es poder verlo de nuevo. Pero esa visita tenía algo de especial que yo todavía no me imaginaba. Al pasar de un par de horas recibí de parte de él una atención; llegó un antiguo amigo con un desayuno para mí. Que te lo manda el parcero, y yo con una sonrisa de oreja a oreja le pregunté: ¿Cuál parcero? sabiendo yo quien me lo enviaba, solo quería que él especificara con nombre propio, pero no recibí ningún nombre, ni ningún apodo, tan misterioso todo, pero así era él, prevenido. Una amistad que estaba a mi lado me dijo, Negra, recíbalo y vamos que alguien la quiere conocer, pero vea le digo Negra, no haga preguntas, deje que él le hable, esas fueron las palabras que recibí. Adivinen qué, sí, era él, mi corazón parecía salirse, pero tenía que controlarme en su presencia.
—Siéntate, Luisa —me dijo.
Mis piernas temblaban, qué tonta, como si fuera el único hombre que hubiera conocido. Una conversación, pero de mi parte nunca hubo preguntas, como me lo habían sugerido. Sabía que era alguien importante y que no debía hacer preguntas.
—Estás en embarazo, ¿verdad?
—Sí —contesté, agachando la mirada en el momento.
Me sentía incomoda, pero no dejaba de pensar que sabía mi nombre, en que guapo es, me recorría un sudor en mis manos que desconocía en mí, pasó una larga conversación, risa va risa viene, ya me sentía un poco más cómoda, pero llegó la hora de la realidad para ellos, pitan y gritan, sale la visita y fue en ese instante donde él me dice, te puedo escribir y yo con mi orgullo digo que no tengo celular. Se ríe y me dice que tiene mi número
—¿Puedo escribirte?
—Si quieres puedes escribir, pero si te contestan feo no me vayas a decir que no te lo advertí —le contesté y le lancé una mirada pícara.
—¿No te vas a despedir luisa?
—Ya te dije chao, ¿no?
—Eso no es una despedida, mi beso.
Volví a sonreír. Se me acercó y sentí sus labios húmedos en mi mejilla. "Dios te bendiga", fueron mis últimas palabras. Salí del patio con un sentimiento encontrado en mí, este hombre sabía desestabilizarme con tan solo mirarme, no paraba de pensarlo. Regreso a mi casa pensando en su sonrisa, fue una tarde mágica para mí. En horas de la noche recibí un mensaje con un "hola, cómo te terminó de ir". Respondí fríamente: ¿Quién?, queriendo que por lo menos tuviera la confianza en mí de decirme su nombre. Pero no, me respondío, "quedé muy a gusto con tu visita". Con eso sabía que yo sabría quién me hablaba.Pasaron días y días, conversación tras conversación, noches de desvelo, pero me sentía muy a gusto con él y como todo no puede ser color de rosas, me enfermé, se me bajaron las defensas, me puse débil y me hospitalizaron. Me preocupaba mi bebé, lograron poner todo en orden, todo vulvío a la normalidad. Me alejé de las visitas familiares por salud de mi bebé y mía. Me sorprendieron las atenciones que tenía él conmigo, pendiente de todo lo que necesitaba. Pasó más de un mes cuando regresé a visita.Me encontraba más gordita y con algo más de cansancio en el cuerpo.
Mi mente me recrimina porque hablo tanto de él, porque hasta en mis historias hablo de él. Yo no soy una mujer perfecta, yo no sé nada de esto, ni de amor, ni de polos opuestos. No sé por qué desde que lo conozco me olvido del resto. Él no es el primero, pero la verdad con él mezclo amor, gusto, me enriquezco a mí misma en el placer.
Cuando llegué al patio pude notar en él una cara de felicidad al verme. No sabíamos cuál de los dos estaba más emocionado, lo abracé y sentí su piel rozando la mía, fue un día tan corto, el tiempo se pasó muy rápido, pero fue en esa visita donde por primera vez sentí miedo, era algo raro, pero así me sentía. Después de compartir con él un rico desayuno llegó un momento de hablar en serio.
—Quiero pedirte algo —dijo—. Sabes que ya está que nace la bebé y la siento tan mía, aunque no lo sea, y perdón por el atrevimiento
—No tranquilo —repliqué con mi cuerpo estremecido. Creo que él lo notó, pero eso no era todo.
—Quiero ser un papá para la princesa, las cosas con el papá de la bebé no te funcionaron, déjame asumir el rol a mí, no le vayas a colocar el apellido de él.
—¿Por qué me pides eso?
—Porque es lo que quiero.
Me sentía tan confundida, pero ahí estaba yo, la que nunca le sabía decir que no. Por cosas de la vida la relación con el padre de mi hija no era buena, sufrí mucho en mi embarazo por él y llega este hombre y en pocos meses logra lo que él no había podido hacer en mucho tiempo. Mientras el papá de mi princesa me rechazaba, me negaba la bebé, ahí estaba él llenándonos de amor, de atenciones, acariciándonos, hablándole a mi princesa como si fuera parte de sus entrañas.
El día llegó antes de la fecha programada para el parto, me empezaron las contracciones y, ¿adivinen qué? ahí estaba yo en una visita. Fue tanto el susto de algunas personas con las que estábamos que corrían y gritaban:
-Sáquenla rápido.
Recibí algunos regaños de unos funcionarios del INPEC:
-Le dijimos, mujer, que dejara de venir mientras nacía la bebé y mire. Qué terquedad.
Con un temblor en mi cuerpo, un sudor incontrolable y unos nervios inexplicables, logré salir del establecimiento y con el miedo que me invadía pude montarme en un taxi indicándole al conductor que se dirigiera hacia mi casa. Saqué la pañalera y mi cuñada me acompañó hasta el hospital, seguía con el pulso acelerado y recibí atención médica siendo las 12:15 pm. A las 2:08 pm nació mi princesa con su carita y manitos tan perfectas. La sentía tan mía, pero me empezó a invadir esa nostalgia al recordar que el papá no sentía la misma felicidad que yo. En horas de la tarde recibí visitas y en mi teléfono no paraban de llegar mensajes. ¡Sí, claro! De él, llenándonos con sus palabras de amor, haciéndome olvidar aquella situación por la que cruzaba. Pasamos un día en el hospital y nos dieron salida.
Estando en mi casa empecé a recibir visitas del papá de mi princesa y de su familia, que habían sido tan importantes en mi vida. Logré hacerme una nueva ilusión. ¿Seré feliz con mi familia? ¿Podré formar un hogar con el padre de mi hija? ¿Nos querrá tanto como nosotras? Era lo que me preguntaba, pero esa ilusión no pudo ser posible, teníamos muchos tropezones, y cada día íbamos de mal en peor. Por el contrario, él, desde la cárcel, seguía ahí, cada día para nosotras, y nunca supo de las visitas que recibíamos. La princesa cumplió un mes y la registré solo con mis apellidos. Ahí estaba yo, cumpliendo lo que él me había pedido. Ya llevaba un mes en que no lo sentía. Me ausenté por la lactancia de mi bebé. Un día, de repente, recibo un mensaje:
-Negra, lo trasladaron.
Es inexplicable lo que sentí, no se sabía para dónde, no daban ninguna señal, no lograba saber nada de él. Siempre ha sido tan misterioso que era imposible poder obtener alguna noticia. Pasaron seis días, sí, seis días en los que lloraba, en los que me preguntaba ¿estará bien? ¿será que nos olvidó? ¿todo quedará acá? ¿qué error habré cometido? ¿por qué ninguna relación me funciona? ¿Por qué cuando más quiero más dolor recibo? A lo mejor y no quiere saber más de nosotras. Ya han pasado varios días, ya se hubiera comunicado. ¡Sí! Estas eran todas las preguntas negativas que sentía en el momento, pero lo que no me imaginaba era por lo que él estaba pasando, mientras lograba ponerse en contacto con nosotras. Todo aquello que pensaba no podía ser cierto. Mi corazón palpitó de emoción cuando pasados los días logró comunicarse conmigo. Volvió mi felicidad. Ahí estaba él, una vez más. Fue una conversación bastante larga, pude verlo por video-llamada, no cambiaba su parte amorosa, nos contamos todo lo que nos había pasado en esos días y pude entender por qué no se había comunicado.
***
11:35 am. Subo a mi módulo y descargo mis pertenencias con una energía que me libera por ratos y me renueva. Hoy mi mañana estuvo muy positiva, recibí correo, fotos de mis bebés, estuve en mi clase de literatura, escuché a mi madre, a mis nenes, son cosas súper-importantes que me sacan de este hueco en el que me encuentro. Me pongo cómoda en mi catre, tomo mi cuaderno de notas, mi lápiz, y sigo desahogándome, contándoles esta no tan buena y triste historia.
***
Pasan cuatro meses en los que nos fortalecíamos cada vez más, donde viajaba a verlo hasta el establecimiento donde había sido trasladado.Dejaba mi bebé y a mi otro hijo con mi madre mientras estaba de viaje; ahí están las madres como la mía, presentes en todo. Tengo una hermosa familia, la conforman mi mamá, mi abuela, mis cuatro hermanos, mis dos hijos y aunque mi padre se encuentre lejos siempre está para nosotros en todos los sentidos que puede estar un progenitor. Mi familia siempre ha estado presente en muchos de mis episodios, en las buenas y no tan buenas, pero siempre con un apoyo incondicional, como el dicho: “el que buena siembra da, buenos frutos recoge”, y sí, esa era yo, una buena hija, una buena madre, una buena hermana y un buen ser humano. La vida me sorprendía con este nuevo amor, lo veía todo tan perfecto, pero, claro está, que no hay comienzo triste ni final feliz, transcurrían los días y uno no tan esperado recibí un mensaje de él donde me pedía que si podía realizar un viaje a una ciudad un poco lejana de donde yo residía. No sabía ni qué responder, pero él sabía que de mi parte no recibiría un no. Fue entonces como con mentiras logré engañar a mi mamá y la dejé al cuidado de mis bebés. Organicé todo, ya que siempre fui la que suplió las necesidades del hogar, me encaminé a ese viaje que tenía motivos reservados, lo que nunca me imaginé fue que al llegar al sitio indicado estaría él, ¡sí, él! Había recuperado su libertad, pero siempre manejando su misterio nunca dijo nada. Mi felicidad era absoluta, ya se lo podrán imaginar, lo tenía para mí, sin protocolos, sin reglamento alguno, sin control de tiempo. Lo podía ver y sentir cada que yo quisiera y no cada que nos lo permitieran, qué feliz estábamos, sabía que él también lo estaba por la actitud que irradiaba su rostro. Éramos dos locos desenfrenados corriendo por la vida, pasándonos los semáforos en rojo sin saber que podríamos causar algún accidente, si hubiéramos hecho las pausas en el rojo nos hubiéramos salvado de muchos incidentes. ¡Pero no! En todas las estaciones acelerábamos cada vez más, viajes iban viajes venían, personas nuevas, unas buenas, otras no tanto, pero, en fin, todo relacionado con él. En mi casa todo estaba súper bien. Con él podíamos estar económicamente sin preocupaciones, al menos eso pensaba antes, fue un largo trayecto nuestra relación, con el tiempo se volvió muy posesivo, intentó alejarme hasta de mi propia familia, todo lo que giraba a mi alrededor tenía que ser en torno a él. Yo no lo podía permitir, a menos que prefiriera primero el amor de un hombre que el de mis propios hijos y mi familia, eso es algo que no se negocia. Fue entonces cuando nos dejamos de entender tan bien como antes, pero al igual nunca me desamparaba, ni a mí ni a mi familia. Ya llevábamos más de un año cuando en un viaje a Armenia, en el peaje de Estambul Andalucía, que es el primer peaje saliendo de la ciudad de Cali, un par de policías me hacieron señas para que detuviera el auto, me orillé y procedieron a pedirme documentos.Siempre había aprendido a camuflar mis nervios, pero la persona que me acompañaba no lo sabía. Fue ahí cuando nos pidieron descender del vehículo. Me sentía tranquila porque sabía que no iban a encontrar nada, pensaba que corría con suerte y que siempre había estado de mi lado, pero esa vez no fue así. Ví cómo paraban un auto que por supuesto yo conocía y que se encontraba detrás del que yo iba manejando. Ahí sí sentí arder en llamas mis piernas, parecían gelatina boggy, mi cuerpo parecía nevera descongelada, tenía claras todas las consecuencias que ahora debía asumir. Al abrir el vehículo sacaron dos maletas de viaje que en su interior tenían una gran cantidad de droga. ¡Sí, era droga! La prueba que hicieron los funcionarios de policía de carreteras dio positivo y quien más que yo para saber que contenían esas maletas.Sentí el estrellón de nuevo, me estaba pasando el semáforo en rojo, las consecuencias no se iba a hacer esperar, pero no podía dejar que justos pagarán por pecadores, era mi responsabilidad por mis actos y no que alguien pagara por algo que ni sabía, sería injusto. Logré demostrar que la persona que me acompañaba no tenía ni idea de lo que sucedía, pero ellos ya lo sabían, no podían confiar en lo que yo les decía, me estaban haciendo un seguimiento y yo había dado el paso en falso. Unas cámaras me delataron, fue entonces donde pude demostrar que lo había hecho sola, que la persona que venía conmigo no estaba involucrada. Nunca me hubiera perdonando que alguien de mi propia familia estuviera acá conmigo purgando una pena en la cárcel, el cementerio de los vivos, donde pocos se resocializan, donde pocos aprenden el gran significado de la libertad, donde pocos aprenden a valorar más lo poco y mucho que nos puede brindar un buen trabajo, lo que nos brinda la vida fácil y el mal camino. Fueron unos días demasiado complicados, fui capturada con el debido proceso judicial, llena de angustia y de nostalgia el día anterior le había celebrado el cumpleaños número siete a mi hijo y estaba cerca el cumpleaños y bautizo de mi princesa. ¿Qué tonta, no? Perderme del crecimiento de mis hijos, de sus etapas en la vida, tantas cosas pasando por mi mente. Logré comunicarme con mi mamá. Un teniente de la policía de carreteras le informó que había sido capturada y me la pone al teléfono. Mi madre desconsolada solo lloraba y lo único que hice fue pedirle perdón y la puse al tanto de hacia dónde me dirigían. Me condujeron a la fiscalía de Palmira y luego a un CAI donde mi cuerpo temblaba y por mi boca salían gritos de miedo. Me escuchaba diciendo: Los tenis son míos, el saco es mío y muchas cosas más. Este miedo era inexplicable, nunca me había encontrado en esta situación, lo que no sabía era que solo querían producirme temor y bien que lo lograron.
Como todo en estos lugares, no solo nos encontramos con personas malas, también conocemos personas maravillosas, y fue allí donde conocí un grupo de cuatro personas que me brindaron un espacio, no se me había pasado por la mente llamarlo a él, pero en ese instante me brindaron la oportunidad de llamar, sí, de un celular ilegal, de esos que se camuflan para no ser descubiertas. Me puse en contacto, pero con pocas palabras:
—Estoy en el CAI Zamorano, de Palmira. Estoy bien.
Le di la lista de las pertenencias que necesitaba y en poco tiempo las obtuve, pasó un día y logré hacer un preacuerdo con la fiscalía. ¿Qué más podía hacer? si me cogieron con las manos en la masa. ¿Aceptar, no? ¿Cómo me iba a perjudicar más? Proceden, entonces, a hacerme la audiencia de imputación de cargos y ya una vez firmado el preacuerdo obtengo el beneficio de domiciliaria preventiva, ya que atravesábamos la pandemia que tenía en caos al mundo (COVID-19). Me dirigen a la Cárcel Cojan, de Jamundí y soy dejada a disposición del INPEC. Estuve un par de semanas en ese establecimiento, y luego, en una remisión, fui traslada a mi casa. Todavía me faltaba la audiencia condenatoria, tenía, por ahora, el beneficio de estar en mi casa. En todo este tiempo siempre estuve al pendiente de todo, pero las cosas con él tenían un rumbo más complicado. Estando en mi casa volvimos a tomar el control de la relación, sabía que tenía la domiciliaria y debía cuidarla, fue entonces cuando empezamos a estar un poco distantes. Él se la pasaba viajando y cuando no lo hacía el tiempo me lo dedicaba a mi. Así pasamos tres meses más hasta que una mañana, el 1 mayo del 2021 recibí la llamada, era solicitada para audiencia, mi cuerpo se estremecía de nuevo, llena de nervios y muchas emociones encontradas me conecté a una reunión en llamada, el método virtual por el que iba a ser realizada mi audiencia. Un poco de lo que pasó allí se resume en que fui condenada a 64 meses y me dictaron intramural inmediata, no lo podía creer, o bueno, sabía que esto ocurriría, pero no tan pronto. Luego vino lo doloroso, alejarme de nuevo de las personas que amo, causarles estas angustias y aflicciones. Me dieron un par de días más en mi casa y el 7 de mayo del 2021 llegó por mí el INPEC. Sentí derrumbarme en el dolor con las preguntas de mi hijo:
—¿A dónde vas, mamá? ¿No te vas a demorar?
Los brazos de mi hija estirados para que la cargara, mi familia reunida llorando. Ahí estaba yo, una vez más causándoles dolor a las personas que menos lo merecían, dejar vacíos en mis hijos, en mi madre, en mi abuela, en mis hermanos y escuchar a mi alma gemela, mi hermana Valeria, diciendo:
—No me alejen de ella, por favor, no la quiten de mi lado.
¿Se podrán imaginar cómo me sentía yo? Sí, destrozada. Me encontraba como un rompecabezas en mil piezas y hecha un caos. Tenía que salir de casa, despidiéndome con el dolor más grande que he sentido en mi vida, me montaron al carro del INPEC. Volteé la mirada hacia el interior de mi casa y más me derrumbé. Estaba dejando todo lo que era yo, estaba con todos los sentimientos encontrados y me preguntaba: ¿Ahora qué me espera? ¿Cómo será el lugar al que voy? Ese que ahora iba a ser mi hogar por unos años. Me encontré con una requisa requerida y con un aislamiento de 21 días en la UTEC, unas celdas donde solo había una pequeña ventana para recibir el alimento y una poceta en la misma celda. Recibí la noticia que a las 3:00 am. Me tenía que bañar ahí. Me encontré con el dolor que significó para mí partir de casa, pasaban las horas y las horas y más dolor sentía. Me senté en una pequeña cama a orar, a pedirle a Dios que me diera resignación y las fuerzas que iba a necesitar, estuve muchos días incomunicada hasta que me sacaron al patio. Al recibir el resultado negativo de la prueba del COVID me asignaron un módulo y un catre, que es en el cual me encuentro escribiéndoles esta historia. Me he reencontrado con varias personas conocidas y me he ido vinculando a esta reclusión donde tengo unos días más tristes que otros, pero donde me levanto cada día con la esperanza de ver muy pronto a mi familia.
¿Saben algo? Ahí está él, pero, ¿que me gano si necesito es estar con mis hijos, necesito a mi familia, recuperar todo lo perdido? aunque este tiempo no lo recuperaré, está la ausencia y el vacío de una madre, el crecimiento de mis bebés y todos los vacíos y tristezas que he causado a consecuencia de mi afán de correr por la vida, de no haber tomado pausa en el semáforo, por no saber decirle no a él. Miren cómo me encuentro lejos de casa, de mis seres queridos, como un reo ausente, purgando una pena y asumiendo las reacciones de mis actos, dejando fisuras y tristezas en mi familia, en las personas que siempre están ahí apoyándome. ¿Cómo no pude tomar conciencia a tiempo de lo malo y lo bueno? Es algo que me pregunto día a día.
Dios nos ayuda de diferentes formas, nos pone la plastilina si queremos hacer algo, pero nosotros somos los que la moldeamos. ¿Ven? Sencillo, la buena y la mala suerte no existen, simplemente cada uno construye la propia.
QUINDÍO
ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA
SEGURIDAD Y CARCELARIO DE CALARCÁ
BRENDA DÍAZ
DIRECTORA DEL TALLER
Yeison Fernández
Como muchas de sus prolongadas mañanas Robinson comienza a contemplar el tránsito del tiempo. Es un joven sensible, poco común, solitario y místico. Interactúa con las cosas a través de diversas realidades, se desprende de su corporeidad y se avecina a lugares inimaginables. Aún así, permanece aquí para confirmar su extensiva e incisiva percepción del mundo.
Indudablemente no se conduce en la vida con afanes, es preciso y le gusta disfrutarse. Medita y deleita sus sentidos con la cálida acogida del día, se levanta aletargado para preparar una efusión aromática y vuelve a la cama con el picaresco propósito de seguir prolongando su mañana.
Antojado se dispone a un acto creativo, la dicha le invade en un frenesí expresivo que trae consigo la belleza inesperada de todo aquello que solemos omitir porque es cotidiano, pequeño, trivial e inútil, y que, sin embargo, hace parte del sentido de la vida.
Esta experiencia imaginativa con la cual Robinson refleja todo en imágenes inéditas que resaltan el valor de apreciar otros detalles, le conduce con agrado a saber qué llevar a la exposición de arte: El Azúl es un Color Cálido, evento pensado para exaltar la perspectiva de las apreciaciones humanas; una nueva propuesta de Casa Aparte en su interés de aportar a la cultura de la ciudad de Armenia.
Habiendo superado la cuestión de su cuota para el evento, se deja llevar por el llamado de su baño y se sumerge en un ritual de cuidado e higiene personal, mientras escucha "Back To Black" de Amy Winehouse.
Al salir de la ducha se viste rápidamente, se maquilla sutilmente, se prepara y come un bocadillo, empaca su colección, sale a la calle rumbo a la estación de bus más cercana para viajar al barrio Granada de la capital Cuyabra a cumplir con la cita que agendó con Johan Betancourt en Casa Aparte.
¿Cómo quedar mal?, piensa.
El anfitrión amerita la solemnidad de antaño.
Observa por la ventana en movimiento y sonríe al saberse cerca de su sitio de llegada. Sin duda la venidera pasadía por ese hábitat le conduce a un revoltijo de sensaciones placenteras.
Suspendido, mientras observa con detalle los colores y trazos trípticos de una pintura psicótica que se exhibe en la parte central del salón, como símbolo elemental para hacer visual la alteración de la percepción, piensa cuan maravilloso es desnudarse y visualizar nuevas formas con las que ir componiendo el mundo que nos llega.
Robinson se levanta de la cama y dispone su ser al presente continuo, sabe cómo recorrerse en el encuentro del descubrimiento.
Yhilet Ríos G.
Quiero contar mi historia, desde varios ángulos, partiendo de la comedia, paseando por el drama y la tragedia. Anduve por túneles oscuros que iré desglosando a medida que cuente mi historia.
Se llamaba Harold, nació el 6 de julio de 1999 en la vereda La Maicena, de Pijao, municipio cafetero del Quindío.
Creció en una familia humilde, de raíces campesinas, su infancia fue llena de colorido, disfrutaba del paisaje, el olor a campo, el olor a tierra, a flores, a bosques. Rodeado de solo naturaleza, verde, el verde de la esperanza.
Solo pensaba en disfrutar de las delicias de la abuela, jugar en los ríos, disfrutar de los columpios, los burros hechos en guadua, yermis, ponchado, escondite americano, la lleva, las comitivas, los trompos y las canicas.
Épocas de inocencia donde nos hacían creer que si nos comportábamos mal nos llevaría “el coco” o el diablo, que los niños al nacer los traía la cigüeña. En épocas navideñas nos acostábamos temprano para que el niño Dios llegue a la media noche a traernos regalos.
Luego vino la época de la adolescencia. Realizó su bachillerato en un colegio público, su vida se tornó complicada. Al darse cuenta de su atracción por las personas de su mismo género, aumentó su depresión. Se rumoraba entre sus amigos, “Harold es gay”. Le hacían bullying, palabras con doble sentido, temía que esos comentarios llegarán a oídos de su familia. Temía ser rechazado por su familia, que eran personas conservadoras enfocadas en la fe cristiana.
Su comportamiento fue diverso. Con el fin de ocultar su homosexualidad frecuentaba prostíbulos, formalizó una relación heterosexual, pensaba que tal vez lo que estaba pasando en su cuerpo era pasajero, el cambio de hormonas, en busca de su identidad sexual. Pasaron muchos meses, años, su atracción sexual se arraigó con personas de su mismo género, compartió cama con varios amantes; una vida llena de promiscuidad.
Cada día la presión se hizo más fuerte, su cabeza era un pandemonio, enclaustrado en un laberinto, trató de suicidarse. Se alejó de su familia, de su entorno, se olvidó de sus ideales. Se fue para la capital del Valle, Cali. Se hospedó en hoteles de segunda categoría. En las noches se prostituía en busca de dinero para cubrir sus gastos. Anduvo por caminos oscuros, se volvió adicto a sustancias psicoactivas para tratar de olvidar su realidad.
Con el tiempo su familia se dio cuenta de lo que estaba sucediendo con Harold, de su condición y su situación. Decidieron apoyarlo económicamente, lo llevaron a centros de rehabilitación y tratamientos psicológicos, le brindaron amor, comprensión, y llenaron todos esos vacíos que había en su corazón, dándole a entender, que él era una persona valiosa para ellos, para la sociedad y el universo.
Volvió a sus raíces, a su ciudad. Su familia contribuyó a su cambio. Estudió dos semestres de filosofía en la Universidad del Quindío, estudió artes escénicas en el Instituto de Bellas Artes. Realizó un Técnico en Sistema de Gestión Ambiental por el Sena, trabajó de mucamo en uno de los hoteles “Yerbabuena” de su ciudad.
Entabló una relación estable con un chico de Quimbaya, convirtiéndose en su compinche y en su todo. Vivieron juntos en el Barrio “Agualinda” calle 13 de estrato 2, casas elaboradas de material reciclable. Para él, era un paraíso, aunque es un sector muy transitado: a diario pasan vendedores ambulantes, aglomeración de personas, caninos que se disputan su territorio, el loco que pasa corriendo a escabullirse en los matorrales, indigentes con su costal al hombro.
La revolución de la gripe, el entorno donde se movían, amigos consumidores: Todo eso los indujo a entrar en el negocio ilícito, la vendeta de yerba. Una vida relajada, dinero fácil. Andaban en fiestas, se vestían acorde a la moda y con las mejores marcas. Se les subió el glamour.
Una vida de despilfarro y demostración; la competencia, la envidia, las multitudes en su domicilio, hicieron que las autoridades pusieran los ojos en este individuo. Comenzaron a jugar al gato y al ratón. Le practicaron un allanamiento, incautándole una gran cantidad de marihuana y fue puesto en la cárcel.
La cárcel: un lugar donde aprendemos a vivir y a caminar por varios senderos de la vida. Soy un soldado que aún no ha perdido la última batalla, porque el glamour de Agualinda aún se mantiene vigente, escribiendo detrás de los barrotes historias de vida, de lo que asimila del mundo, las clases sociales, la corrupción del país, la diversidad de la humanidad. Se enfoca en el comportamiento humano para relatar historias cotidianas.
Helio Tabares
Le escribo a mi vida
Le escribo a mi amor
Te escribo estas líneas
En esta prisión.
Lleno de nostalgia y con mucho dolor
Espero que nunca me olvides amor
Aquí en estas rejas te quiero contar
Yo quiero, mi vida, llevarte al altar.
Quererte por siempre de aquí hasta el final
Espero que pronto eso pueda pasar
Yo sé, mi cielito, que estás consumida
Y en la soledad te encuentro vencida.
Y yo entre las rejas te quiero decir
Nunca me abandones para ser feliz
Yo quiero, mi vida, salir de este encierro
Para yo quererte con amor sincero.
Tengo el corazón triste y destrozado
Y es por no tenerte juntico a mi lado
En las noches vacías, mi vida, te extraño
Las noches eternas se me hacen sin ti
Eres la persona que quiero a mi lado
Te pido, mi vida, no me hagas sufrir.
Juan Fernando Londoño Valencia
A tomar papel y lápiz
Y entre anhelos y quimeras
Escribirte este poema
Que quizá tú no te esperas.
A expresarte sin detalles
De cómo, cuándo, ni dónde
Surgió este sentimiento
Que dentro de mí se esconde.
A jugarme el corazón
En una intrépida apuesta
Sin intuir tu reacción
Ni imaginar tu respuesta.
A sufrir una condena
Y estar de por vida preso
Por cometer el delito
De robarte un dulce beso.
RISARALDA
RECLUSIÓN DE MUJERES DE PEREIRA
ANDREA ROMERO
DIRECTORA DEL TALLER
Mónica Cano
Ella empezó siendo niña, solo pensaba en jugar, en divertirse, no tenía ningún problema, ninguna tristeza, solo era felicidad, cada etapa la vivía sin dificultad, con el paso del tiempo se fue convirtiendo en toda una mujer, con tantas ganas de triunfar, de comerse el mundo, de lograr todo lo que se ha propuesto.
Pero todo lo que quería le tocó posponerlo porque, sin planearlo, sin tan siquiera pasársele por su mente, se haría mamá. Aquel día que se dio cuenta que estaba embarazada lloró inconsolablemente, no podía creerlo, estaba tan asustada, tantas preguntas. ¿Qué voy hacer? ¿Cómo se lo diré a mi madre? Si apenas empezaba con su carrera, un hijo tan joven, no tenía un esposo, un hogar. Se empezaba a formar una criatura en su vientre todo su cuerpo cambiaría, su mente estaba hecha un lío su vida no iba a ser la misma; ¿Qué reacción tomaría su actual pareja? ¿Estaba listo para ser papá o tan solo huiría como lo hacen tantos? Para su sorpresa, ese hombre se emocionó mucho cuando le mostró el resultado del examen positivo, su cara de dicha, de felicidad de fue inmensa; solo decía "voy a ser papá". Ya con un bebé a bordo la situación cambiaba, tenían que tomar decisiones, ella no quería casarse pero con tanta presión confundida decidió estar con él en unión libre. Se fueron a vivir juntos, les tocó mantener un hogar y a ella aprender a ser mamá.
Por fin llegó el momento más esperado: la llegada de su hijo, un varón, verlo por primera vez fue lo más grandioso en toda su vida. No hay palabras para lo que siente, tan hermoso, indefenso, puro; cada partecita tan frágil, descubre que era la razón de su ser, su existir, ese bebé resumía todo su mundo. No había amor más grande que él. Sigue su vida como madre, como esposa; se viven todas las experiencias buenas y malas, pasa por alegrías y tristezas, pero cada día lucha por conservar el hogar, aunque sienta que la corriente la lleva.
Cierto día pasan por una de las pruebas difíciles que les tiene la vida. Él sufre un accidente automovilístico y queda postrado en una cama; a ella le toca la obligación de su trabajo, cuidar de su hijo y atender a su esposo, al que le tienen que hacer todo, empezando desde ponerle pañal, limpiarlo, bañarlo, darle de comer como si fuera un bebé; y ella cansada, agotada, saca fuerzas para no dejarse caer y continuar; se empieza a sentar al cabo de un año de estar en una cama hospitalaria en su propia casa, luchando por su recuperación con terapias; luego le toca en sillas de ruedas, luego pasa a un caminador, con el tiempo anda en muleta, y después de un año y medio por fin empieza a caminar sin ningún apoyo.
Continúan sus vidas luchando, saliendo adelante, construyendo cada día un horizonte, logrando sus sueños, alcanzando sus metas; triunfando, pero siempre en el corre-corre de la vida diaria en sus trabajos, luego llegan sus logros tanto laborales como materiales; llega la compra de su casa, más adelante la compra de su carro. Creen que con tener cosas materiales llega realmente la felicidad, pero no es así porque la vida es el caminar juntos en la misma dirección. Al final, ella termina entregando todo y recibiendo poco, porque solo vivía para su hogar, su esposo, su hijo, su trabajo y se olvida de lo más importante: de ella misma. En un abrir y cerrar de ojos la vida cambia. Él le dice a ella que tomó una decisión y que quiere que se separen, ella que lo ha dado todo queda en shock, no puede creer lo que está escuchando, pero es así y cuando menos piensa su esposo está subiendo todas sus maletas en un taxi. Y ahí estaba ella, parada junto a la ventana, viendo cómo se iba su gran amor. Aquella mujer queda derrumbada, destrozada, sin alientos de nada. Tiene que explicarle a su hijo que su padre se ha ido.
Desde ese momento quedan ellos dos solos. Aquel joven era lo único que le quedaba, era su fuerza, su motor para continuar. Pasado el tiempo, ella cierto día se levanta de su lecho, recoge todos los pedazos que quedaron de aquella mujer cuando su esposo partió, se mira en un espejo, seca sus lágrimas y dice no más, de ahora en adelante ella será una mujer echada para adelante, triunfadora, emprendedora, y se dice a sí misma ¡yo puedo con todo! Decide dejar todo atrás y empezar un nuevo camino. Comienza a divertirse, salir, disfrutar, pensar solo en ella. Se sentía tan feliz como hacía mucho no lo estaba; volvía a ser ella, llena de ilusiones de virtudes y metas por cumplir, de nuevos propósitos. Solo eran ella y su hijo. Entonces decidió salir, conocer a alguien, darse una oportunidad, estaba ya lista para encontrar un nuevo amor.
Un sábado en la noche escuchó que timbraron, pero no se imaginó que su vida en ese momento iba a dar un giro de 180 grados. Bajó las escaleras, abrió la puerta y había dos hombres allí parados. Le dicen que tiene orden de captura. Empezaron a decirle un poco de cosas que ni tan siquiera escuchaba, menos prestaba atención a lo que decían, estaba tan aturdida, solo se preguntaba ¿yo que he hecho?, si siempre ha sido una mujer honesta, correcta e intachable, de buenos principios que ha hecho muy bien las cosas; no entendía que pasaba; pero lo más difícil de aquel momento fue cuando llegó su hijo. Tuvo que mirarlo a la cara sin poderle decir nada porque no sabía que sucedía; aquella mirada se lo decía todo: no entiendo madre por qué estás en esa situación. Tan solo lo abrazó muy fuerte y sintió derrumbarse, pero él le dio ese aliento que ella necesitaba para no caer y mantenerse en pie. Le dijo: madre no te preocupes que yo sé quién eres tú, qué clase de mujer siempre has sido; no hay por qué sentirse mal. Te amo.
Ella salió de su casa esa noche pensando que pronto regresaría, pero no fue así: la tenían de un lado para el otro, audiencias todo el tiempo y solo hablaban de una mujer a la que acusaban de cosas que la sorprendían, se dijo "esa no soy yo". Con un poco de risa pensó, "¿A qué horas hice todo eso?", pero no importaba porque sabía que era inocente. Luego la trasladan para la reclusión, estaba asustada, llena de miedo, no sabía que iba a suceder en aquel lugar. Para su sorpresa descubre que todo es diferente y que no es como lo han hecho creer; se encuentra con gente maravillosa de las cuales siempre aprende algo.
Ella en una celda separada de su familia y amigos, solo se entrega en oración y es ahí donde se da cuenta que Dios es todo en la vida, es perfecto en sus cosas, él sabe para qué es cada adversidad, circunstancia y situación que nos toca vivir, puede que algunos días enfrentemos mejor los retos físicos y emocionales que otros, sin embargo puede haber días en que sentimos que nuestra paciencia se acaba y que no tenemos ganas de continuar. Cuando nos sentimos tristes y frustrados lo que restaura nuestra esperanza, nuestra motivación, nuestro aliento es que acudamos a Dios por consuelo y fortaleza. Porque la fe debe estar puesta en él; al aferrarnos a nuestra fe, no perdemos la esperanza ni caemos en el temor, debemos creer en un tiempo divino, con Dios todo lo podemos, él hace de lo imposible algo posible, por eso debemos dejar todo en sus manos, él es el único que no nos deja y que a pesar de que le fallamos está ahí, en todo momento. La vida es hermosa con todo con sus altibajos, sus alegrías, sus tristezas, sus derrotas, sus victorias; con cada paso hay que agradecer, aunque sea bueno o malo, hay que dar gracias por todo y a toda hora: esa es la mejor arma: ser agradecidos.
Ahí sigue ella, sin poder definir su situación, siendo aún sindicada en una celda, en un patio, a la espera. No importa lo que vaya a suceder porque aprendió a no rendirse, a continuar, a vivir cada momento y esperar que cumpla su tiempo para poder salir a empezar una nueva vida. Si tan solo la justicia fuera justa, si ocurriera un milagro y saliera, piensa. Sabe que no importa el tiempo que haya pasado porque la espera un nuevo mundo lleno de muchas bendiciones, vivirá cada instante como si fuera el último sabiendo que todo en la vida es un aprendizaje y que no importa por lo que pase siempre que se cierra una puerta Dios abre una ventana de nuevas oportunidades.
“Has ganado después de pasar por las pruebas más duras“.
Sandra Mylena Lames Cadavid
¡Me gané el baloto! qué grata sorpresa, pensé, al fin podre realizar mi mayor anhelo. Dije Dios gracias, pues escuchaste mis suplicas, ahora iré a comprar un autobús, llevaré en él a toda mi familia rumbo al mar, pues sé que muchos de ellos, incluyéndome, no lo conocemos, en el recorrido pararemos en muchos lugares, haremos registros fotográficos, para que no solo quede plasmado en nuestros recuerdos, sino, también en esos papelitos que no mienten. Por fin podría ver a mi familia feliz, y más aún, sabiendo que yo era la causante de ello.
Como después del viaje me quedó tanto dinero, compré una empresa donde fabricaba ropa hermosa, hermosa y colorida, en esa empleé a mis hermanas y primas, le compré a mi madre una casa finca, con un gran jardín, para ella plantar sus flores, como desde niña lo soñó. Era hora de pagarle a mi madre lo mucho que hizo por mí y mis hermanas, ya que le tocó ser papá y mamá a la vez, ¡qué guerrera, ha sido mi ángel!
Bueno, es hora de despertar, ya es tarde para empezar mis quehaceres y tengo que trabajar más duro para comprar el autobús y conocer el mar. Claro está que despierto también se sueña, y haciendo mis labores diarias pensaba en vos alta, pensaba en montar mi café al paso, con un plasma gigante, los pocillos serán en forma de guitarra, y los platos en forma de cuchara, tendré secciones por separado, dependiendo del evento, también habrá espacio para reír, quiero regalarle a todos unas goticas de esas carcajadas que hoy me caracterizan, de nada sirve servir sin reír, hay que sacarle gusto a todo, pese a cualquier situación, pues no importa el lugar, lo importante es la actitud y hacer que la vida sea más grata.
Estando en este lugar, aprendí que puedes tener mucho, pero en cuestión de segundos, se te puede ir todo, como el agua entre tus dedos, es por ese motivo que decidí disfrutar al máximo mi día a día.
De mi duro trabajo había quedado un almacén de detalles. Cuando lo compré, estaba en un pésimo estado, puse todo mi empeño y corazón, e invirtiéndole dinero para remodelación y hacerlo más agradable, siempre pensé que ese sería mi sustento para cuando estuviera en una mala racha, como en esta, sin ponerle moños a la cárcel. Vaya sorpresa, en menos de un año quebró, y ahí estaba el dicho de mi abuela “lo que nada nos cuesta volvámoslo fiesta”. Eso pasó. De toda mi inversión quedaron solo las vitrinas vacías, y quizás una que otra tarjeta de presentación en la cual decía “TE QUELO Y MÁS” pero ahora le cambiaré el nombre, se llamará “TE AMO MÁS” . Como el sexo femenino suele ser testarudo, saldré con más ganas de comerme el mundo, ya mi almacén además de peluches tendrá cojines, pulseras, tulas, etc. El punto clave y el que marcará la diferencia será que su propietaria le marcará el detalle para ese ser que amas, de este desierto recogí conocimiento, me quité los zapatos para sentir las piedras que me tallaban en el camino. Antes, en mis famosos dichos, le pedí a papito Dios que me diera dinero, que el resto lo compraba yo, pero ahora solo le pido que nunca me suelte de su mano, y me ayude con esta cruz tan pesada, para que pueda seguir haciendo las cosas bien, y no volver a caer en la tentación y me ocurra que, lo que el agua me traiga mis errores se lo lleve.
Ahora espero con ansias locas que los días y los meses corran, para que esas rejas se abran para mí, y que cuando mire al frente, esté el hombre de mi vida, mi amor ideal, mi hijo Pipe, a quien tanto amo y anhelo con ansias locas de abrazarlo y pedirle perdón por tantas lágrimas derramadas, abrir mis alas para volar tan alto, que jamás nadie me pueda alcanzar, y así nuevamente el reloj de mi vida vuelva a funcionar.
Daniela Urrea López
28 de marzo de 2019. 3:30 de la madrugada.
Estando muy profunda logro escuchar dos golpes que suenan en mi puerta, me levanto y entre dormida me asomo por la ventana y solo puedo reconocer el color verde de unas chaquetas que alumbran mucho, y sus palabras: somos la Policía Nacional, abran la puerta; en ese momento no puedo entender que era lo que sucedía realmente, pues trataba de entender cómo era que la policía estaba en mi casa. Mi reacción fue inmediata, salí a la habitación a vestirme ya que me encontraba en ropa interior. En ese momento mis palabras fueron: “Amor, la policía está en la puerta”, pues los dos, mi novio y yo, nos encontrábamos durmiendo. La reacción de él fue desconcertante, pues tampoco lograba entender por qué la policía estaba en la puerta de la casa de su novia, la cual llevaba tres meses de conocer. Efectivamente, el señor policía reiteró tan fuerte el ¡abran la puerta ya! que ni tiempo tuve de vestirme, me devolví a abrirles para saber que sucedía, y en el instante que quité el pasador y abrí la puerta, entraron como cuatro o cinco uniformados apuntándonos con unas armas y unas luces y en voz muy alta decían: esto es un allanamiento, manos a la cabeza. Me sentí morir pues pensé que eso solo pasaba en las películas o a la gente realmente mala, pero en ese momento me estaba sucediendo a mí, me llené de miedo, de angustia, y de una tristeza que jamás podría imaginar, no lograba procesar que hacían ellos en mi casa haciendo un allanamiento. De inmediato le hago mil preguntas a mi conciencia. ¿Por qué? ¿A qué o a quien buscan?
Mi duda se fue directamente hacia mi novio, porque era evidente que por mí no era, pues apenas lo estaba distinguiendo. En ese momento el señor policía se dirigió a mi preguntándome el nombre y efectivamente leyó un papel con un mundo de palabras que en ese momento no supe entender. La desconcertada fue peor cuando me indicaron que tenía que subir a un carro esposada sin siquiera poder preguntar qué va a pasar. La pena, la tristeza que sentía me desgarraba el alma, pues los vecinos solo murmuraban. Esa madrugada experimenté el peor de los miedos, sin saber qué iba a suceder conmigo y mi libertad. Lo siguiente fue más tenebroso todavía, me llevaron a unos calabozos oscuros y muy fríos rodeada de personas desconocidas, fui tratada como la peor de las delincuentes, intenté dormir y casi fue imposible pues el llanto de las compañeras abrumaba mi tranquilidad. Al final, el llanto me venció y logré conciliar el sueño. Al cabo de las horas desperté y allí estaba él (mi novio), la persona que más felicidad me daba. Verlo en ese momento me daba la certeza de que no se iría, nos acabábamos de conocer, confiaba en mí y pensé que jamás iría a desaparecer. Sus palabras fueron: aquí estoy, confió en ti y vamos a salir de esta, y eso me dio paz por un momento. Pasaron las horas y entre audiencias y audiencias sentí un miedo mucho peor. ¿Cómo así que voy para la cárcel? ¿Y mi familia? ¿Mi trabajo? ¿Mi carrera? ¿Mi relación? Se me acabo la vida, pensé. Me daba terror entrar a una cárcel cuando en mi vida lo único que he hecho es escuchar cosas feas de ese lugar. Salgo de la sala de audiencia y ni un abrazo de despedida me dejan dar a mi familia. Me suben a un carro con más personas y voy custodiada por muchas motos, con policía judicial, hasta risa me daba, parecía una película de humor y terror.
Rumbo a la cárcel mis pensamientos son: ¿Qué pasará? ¿Cómo será? La duda vuelve y me da intranquilidad. Lo que me daba moral era que sin importar todo aquello de lo que me acusaban y de saber que un muro y unas rejas nos iban a separar, él decidió quedarse y acompañarme, me prometió que jamás se iba a alejar. Ahí entendí lo que es amar real e incondicionalmente, nos acabábamos de conocer y aun así se quedó para mí.
Pasan y pasan los días, los meses, los años y mi proceso aún no se resuelve, 32 meses (casi 3 años) sindicada en proceso de demostrar mi inocencia, pero pese a las circunstancias nos acostumbramos a amarnos así tal y como lo ofrecía la vida. De un momento a otro todo se tornó gris, vuelve otro miedo pero no solo para mí sino para el mundo entero. Llega una plaga, un virus que amenaza con acabar con medio mundo, la noticia ahora es que se cierra el único medio que tenemos para vernos, pues sí, la terrible noticia es que cierran las puertas de la cárcel. Al principio no lo vimos tan grave, era tan grande el amor que sentíamos que juntos cualquier prueba la íbamos a superar. Después de un año y medio sin un beso, un abrazo o tan solo una caricia, la distancia nos pasa cuenta de cobro, ya no somos capaces de creer en lo que no podemos ver y es así como en una milésima de segundo nos cambia la perspectiva. El miedo se apodera de nuestras mentes, ahora cada uno vive un mundo y una realidad diferente. Todo lo que parecía perfecto hoy desaparece, el mundo cambia y las personas trascienden. Cuando volteo a mirar mi realidad él ya no está, se ha ido sin pensar cuánto daño me hará; solo escucho el latido de mi corazón y un pitido en mis oídos, no logro entender como ha sucedido, unos días antes éramos los más felices del mundo, vivíamos en una burbuja que nunca antes había conocido, pero hoy me deja sola como cuando una madre deja su hijo.
Cuando empezamos todo era magia, no existía alguien más, solo éramos el uno para el otro, pero al pasar los meses todo se tornó oscuro, sin salida, de un momento a otro las cosas cambiaron, sus palabras ya no trasmitían lo mismo, ya todo era motivo de discusión; en esta soledad su brazo era el que sostenía el mío, ahora que ya no está me siento sola. Ya no estás más en mi presente, solo cierro los ojos y pido a Dios que los días corran a ver si logro recuperarte, pues no quiero a nadie más, lo único que hago es extrañarte, anhelo que vuelvas, que vuelvas a consolarme; y así pasan mis días y aún las visitas no se abren.
Han sido 32 meses en los que aprendí como amarte y jamás a juzgarte, antes tengo mucho que agradecerte, hoy solo tengo el recuerdo de aquellas cartas brillantes y espero que tú también logres extrañarme.
Hoy le pido al cielo que esta pesadilla de virus se acabe, para que pueda volver a abrazarte. Espero que este no sea un "hasta nunca"; espero más bien, un "nos vemos más tarde", pues no te alcanzas a imaginar cuanta falta me haces.
RISARALDA
ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO
DE MEDIANA SEGURIDAD Y CARCELARIO
DE SANTA ROSA DE CABAL
CRISTIAN VILLANUEVA
DIRECTOR DEL TALLER
Zosa (Seudónimo)
El día comenzó como cualquier otro. El chillido constante de mi reloj de mano me recordó inmediatamente que los sueños tenidos durante la noche no eran más que eso: solo sueños. Sueños de alegría, sueños de calle, sueños de familia, sueños a los que sin duda alguna se acostumbra un privado de la libertad.
Como sonámbulo, me reincorporo a la vida tan sólo para apreciar los innumerables barrotes que desfilan frente a mi cama y que acaban de aterrizarme de un solo golpe sobre mi dura realidad. Me dirijo a la ducha, donde el helado líquido se descarga sobre toda mi piel; me siento vivo, me recuerda que sigo aquí como el dinosaurio del cuento más corto del mundo. Me parece que han sido miles de años aquí petrificado.
Ese revivir, ese despertar también me recuerda que justo este día, y después de muchas batallas, muchas más quizás que las libradas por el Quijote, tengo que afrontar una más, no contra molinos y caballeros ni mucho menos pisando los verdes campos medievales, sino en los fríos estrados judiciales, en donde ya doy cuenta de doce derrotas. Pero solo necesito una victoria, una sola para volver a percibir con mis agudizados sentidos esa indescriptible felicidad que solo puede tener una persona que perdió algo y que en algún momento lo vuelve a recuperar. La mañana transcurre con normalidad, esa normalidad que se convierte en absurda monotonía. La audiencia de liberación programada para mediodía hace que poco a poco se apodere de mí una sensación de hormigueo, ansias, dolor de barriga. A primera vista pareciera que estuviera enfermo, pero fácilmente reconozco los mismos síntomas que antecedieron las otras doce audiencias en las cuales me negaron la posibilidad de abrir mis alas y volar lejos de esta jaula.
El revuelo general del patio donde me encuentro recluido aumenta aún más mis síntomas. Entre la bulla de dos radios mal sintonizados, un televisor a todo volumen y cincuenta personas que gritan, hablan, rumorean, ríen, rezan y lloran, intento que haya paz caminando de un lado a otro en los escasos cuatro metros de patio que ahora son mi mundo. El reloj parece haberse detenido inexplicablemente y es que el tiempo aquí es en extremo raro. El pasado fue veloz, el presente del doble y el futuro parece eterno. Faltando cinco minutos para la hora de mi llamado, que pareciera más bien una sentencia de muerte, escucho el grito del ordenanza, un hombre pequeño y medio calvo que sostiene sus pantalones con un peculiar cinturón hecho de dos lanzadas de cabuya y que remata con un nudo doble, haciéndolo ver como la imitación de un gran tamal tolimense. Sumado a esto, escasamente balbucea, y pareciera articular algún tipo de lenguaje fuera de este planeta:
-Jan Beto Cacasco: ¡uba ahoa mesmo!
Sé que soy yo, porque estoy esperando desde hace un siglo ese llamado. Mis pies que permanecían firmes al principio comienzan a trastabillar con un violento temblor. Mientras subo los diez escalones que me llevan a la puerta de salida del patio, que está dividida por una reja, recuerdo un consejo de un amigo que me dio recién inicié este viacrucis:
-Juan: tienes que tener tranquilidad y paciencia; ten presente que no estás en una cárcel con rejas de hierro, sino de papel.
Al recordar esto me doy cuenta de que lo que al principio me pareció la mayor estupidez del mundo, lleva tras de sí la más grande de las verdades y es que sólo necesito un papel del juez, esa hoja de celulosa amarillenta con su firma, para salir de aquí, y espero que este sea el tan anhelado día. Un guardia que me espera tras la reja me hace una seña para estirar las manos y me pone unas frías piezas de metal, las cuales ajusta firmemente, impidiendo desde ese momento batir al menos un poco mis alas ya debilitadas y marchitas. Me dirige por un oscuro corredor hasta una sala donde ya están conectados los equipos para dar inicio a la audiencia. Durante el recorrido me topo con hombre al que están reseñando para ingresarlo, quizás, al mismo patio de donde acabo de salir. A pesar de la tenue luz, alcanzó a ver algunas señales inequívocas de violencia sobre su rostro, a su brazo derecho le falta la mano, mientras que el izquierdo está totalmente vendado y sostenido por un cabestro que le impide mover su único brazo de respaldo. Lo miro y lo saludo, él esboza una sonrisa:
-¡Qué maj, compa- me dice.
Reconozco por su acento y apariencia que es oriundo de una parte de mi país en donde la burrita fue primero que la mujer. Con la gracia y el desparpajo que caracterizan a mi gente de esta región, se dispara en prosa y en menos de un segundo me cuenta parte de su vida:
—Ajá, compa: ejtoy que me jumo, ¿no tené algo por ahí? Llevo doce año encarcelao y aún me fadtan sei… acabo de llegá y no tengo ná…
Le hago una seña para indicarle que no, tratando de no hablarle para evitar que me cuente el resto de su vida. Pero a la vez acuerdo con él en conseguirle con alguien el anhelado cigarro, para que así pueda calmar los nervios de su llegada a una nueva prisión. Dejo tras de mí al colorido personaje, que a pesar del frío que normalmente hace en este hermoso municipio, se encuentra ataviado con una florida bermuda que le hace juego con la camiseta esqueleto color fucsia y unas chancletas verde amarillas de meter el dedo. Con el resto de mi escaneo, observo innumerables cortadas que marcan su brazo manco, y que hablan de muchos intentos de suicidio, todas ellas en perfecta alineación y que van desde su hombro hasta el borde de su muñón. Este último vistazo lo hace ver como si en vez de brazo tuviera una pata de cebra por extremidad. Por un momento la pinta del Mocho me hace olvidar hacia dónde voy, pero inmediatamente me aterriza la voz de mi carcelero que me llama y reencamina hacia el salón.
Acostumbrado ya a este tipo de suplicio, se da inicio a la audiencia en donde nuevamente los doctos en leyes desglosan las más extrañas expresiones del castellano, el griego, el latín, el árabe y hasta palabras que son sólo superadas por la jeringonza del ordenanza que hace tan sólo unos segundos balbuceó mi nombre y al cual no se le entiende ni pío. Transcurren dos horas en donde habla todo el mundo, menos yo. Me siento como muerto, como un espectador en un raro circo que sólo espera la palabra final del juez:
—Resuelve —dice su Señoría— negar la petición de libertad al sindicado Sr. Juan Alberto Carrasco...
El mundo detiene su giro tan sólo para tragar hasta su núcleo. Siento calor, luego frío... otra derrota. Me recompongo al cabo de unos minutos, me paro de la silla, me sacudo el polvo de la batalla recién perdida y sin fuerzas vuelvo a ser conducido hasta el patio donde llevo 32 meses recluido, esperando un acuerdo, un juicio, un vencimiento o un milagro, pero los tiempos de la justicia parecen ser tasados en siglos. Mientras paso nuevamente por el pasillo donde se encontraba aún el colorido personaje, recuerdo mi compromiso, ya que prometer algo y no cumplirlo puede ser un verdadero lío en la cárcel:
—¿Por quién pregunto ahora que te mande el cigarro?
—Por El Mocho —contesta.
Claro, obvio, El Mocho, pienso, no tiene pierde. ¿Y cómo va a fumar, si tiene las dos manos impedidas? Bueno, eso no es problema mío. Bajo el patio por los escalones que separan las oficinas del foso de la desesperación, y recuerdo que ha sido mi fe en Dios y el imbatible anhelo de regresar a mi hogar lo que me mantiene con esperanza en este lugar. Al final de las escaleras hay una curtida silla plástica en la cual me siento y me sumerjo en mis pensamientos. Los compañeros más cercanos, ven la tristeza en mi rostro y hacen un gesto que se enluta junto al mío. No preguntan nada, pero por mi cara se dan cuenta de la nueva derrota. Mientras aún estoy sentado y de alguna forma resentido con la vida, observo que comienza a bajar por las escaleras mi compa El Mocho. Viene con una gran sonrisa que ilumina su golpeado rostro, saltando y meneando la cadera; demuestra una felicidad indescriptible, parece que su gozo le transpira por todos los poros y esto a pesar de su lamentable estado. Ya con la luz del sol que ingresa al patio veo mucho mejor la pinta del compa. Parece un hijo de la mismísima Marimonda y el rey Momo. Su inexplicable alegría me hace aterrizar de inmediato. En los tres segundos que dura su llegada hasta el borde del último escalón recapacito, analizo, evoco y concluyo diciéndome:
—¡Qué desagradecido has sido! Mira todo lo que tienes: tus pies, tus manos, en general un excelente salud física y mental. Tienes todo eso a pesar de estos eternos 32 meses, ¿y sólo porque acabas de recibir una más de estas derrotas, te quieres morir? ¡Levántate y sigue luchando!
Antes de que mi compa pregunte por el cigarro, le digo:
—Mocho: ya te consigo el pucho, pero quiero antes darte las gracias por darme la lección de vida. Me dices que llevaa doce años en la prisión y que faltan seis más. Además, tu mano lastimada y la otra que no tienes, tus cortadas en el brazo hablan de cientos de batallas y aun así te veo bajar saltando, riendo jubiloso; mientras que yo estoy aquí, sentado, sintiendo autocompasión, triste por una simple derrota. Gracias, mocho, por mostrarme que la felicidad no se puede perder aún en las circunstancias más difíciles de la existencia.
Y el riposta con una frase que nunca olvidaré:
—¡Eche, compa, cuál alegría ni qué ná! ¿No ves que traigo una piquiña del putas en el culo?
Moraleja: al final, la felicidad en la vida es tan efímera como una profunda piquiña en el trasero, que no podemos o no tenemos cómo alcanzar, pero que está ahí y se puede sentir.
Mustafá (Seudónimo)
Eran los años 90 cuando don Carlos Arturo se compró una finca con los ahorros que tenía. Dicha finca era como de 26 cuadras y se encontraba ubicada en la vereda Tambores del municipio de Balboa, en Risaralda. La finca era cafetera, con cultivos de plátano y árboles frutales, tenía la carretera hasta la portada de la casa hecha una joya, bien arborada y limpia, con cafetales nuevos y en espera de una buena cosecha para esa época. Don Carlos tenía tres hijos varones y una niña; su esposa era ama de casa, una mujer muy dedicada a su hogar y a sus hijos. La familia de don Carlos era realmente una familia ejemplar de clase media que vivía en Pereira.
Don Carlos Arturo, en vista de que ese año hubo una buena cosecha, tomó la determinación de armar un paseo de finca con toda la familia y varios amigos. Lo hicieron un sábado, comenzaron a cargar el carro marca Toyota; lo cargaron con canastas de cerveza, guaro y comida en abundancia, pues la idea era pasar tres días de francachela. Cuando llegaron a la finca el agregado tenía un cerdo despresado y listo sobre el mesón en donde comían los trabajadores, mientras que en una olla estaba puesto el menudo con todos los entresijos. Nando era el hijo menor de don Carlos, la mano derecha de su padre; tenía 16 años y era un joven muy emprendedor que dedicaba su tiempo a ayudar a don Carlos en los procesos de mejoramiento de los cultivos frutales. En el barrio a Nando lo llamaban “El fruterito del pueblo”, porque cada ocho días bajaba de la finca a Pereira con el Toyota lleno de frutas y verduras para vender. Nando era muy buen negociante a pesar de su juventud y no le daba pena vender de puerta en puerta; tenía una cartera de clientes muy buena. Incluso vendía gallinas y huevos. Su padre estaba muy orgulloso de su hijo, ya que él era alguien muy rebuscador, ayudaba a tanquear el carro, mantenerlo muy limpio y además aportaba a los gastos de la casa.
La fiesta comenzó con la fritanga. A las 10 de la mañana, Nando y sus hermanos terminaron de rellenar la morcilla y montaron la paila al fogón. Estaban esperando la llegada de los familiares del administrador de la finca y a los vecinos amigos de don Carlos. Los muchachos estaban tomando cervecita para pasar el calor que hacía, porque el verano de ese año fue bastante fuerte. A lo lejos se escuchaban los chillidos de los chicharras en las guameras y el cielo de esa tarde comenzó a llenarse de estrellas. La luna llena se asomó y en la fiesta la rumba estaba entonada, todos bailaban. A eso de las 6:30 pm, don Carlos le gritó a Nando: “mijo, tráigase de la pieza una garrafa de guaro, que esto se prendió... reparta mijo que esto se puso bueno...”
Nando tomó una copa de vidrio grande, aguardientera, y se puso a repartir trago a todos en la fiesta. Como la familia del administrador había llegado y se habían ubicado lejos, Nando les armó una mesa al lado de todos para que se integraran. Allí vio a una joven de piel blanca, tenía una minifalda bastante atrayente. Nando se quedó mirándola fijamente a los ojos, eran negros y picarones, además tenía una cabellera larga que le llegaba hasta la cintura y unas piernas delgadas muy bonitas. Nando no le quitaba la mirada de encima, se sintió atraído por su cuerpo, tenía un buen par de nalgas y una blusa ceñida al cuerpo que resaltaba sus pezones, lo que provocó en Nando una rara sensación de deseo. A eso de las ocho de la noche, la rumba estaba en su punto más alto; todos estaban bebiendo guaro y cerveza, bailaban música carrilera, brincaban haciendo recocha unos con otros. Formaron un círculo en el patio de la casa que era grande y despejado, la música sonaba a todo volumen y, de un momento a otro, Nando sintió que le murmuraron al oído: Nancy es mi nombre. ¿Cuál es el tuyo? Nando sintió como un pringonazo, las hormonas se bajaron hasta los testículos. Nancy lo sacó a bailar, moviendo su cuerpo con gran sensualidad. Cuando podía, apretaba a Nando contra su cuerpo, lo que logró que el joven se mostrara más tranquilo. Con los guaros en la cabeza, Nando estaba ya bien entonado: Nando es mi nombre y de verdad que tú me encantas, le dijo a Nancy al oído. ¿Quién es tu familiar aquí? Cuéntame de ti. Soy la hermana de Ana, la esposa del administrador. Estoy aquí con mis primas de paseo hasta mañana, porque me tengo que ir para cuidar a mi madre que vive en La Virginia. Logré que me trajeran para cambiar de ambiente.
Nando la miraba con pasión, como si la conociera de tiempo atrás. Ella le correspondía con coqueteos, tomándole la mano como si fueran novios. Era como amor a primera vista. Nancy era mucho mayor que Nando, de unos 22 años más o menos, él nunca le preguntaría eso. Nando por su parte era de piel blanca, cabello negro, corte militar, bien parecido. Tenía puesto un poncho, no tenía camiseta, llevaba puesto un pantalón azul con tenis blancos y un sombrero aguadeño que le había regalado su tía Graciela el diciembre anterior. Se veía como el hijo de un ricachón, era musculoso pero delgado, con el cuerpo bien marcado por el ejercicio y el trabajo en la finca. Era muy atractivo a los ojos de las jovencitas.
Sobre las 8:30 de la noche, Nancy sacó de nuevo a bailar a Nando un merengue, apretándolo a su cintura y haciendo exaltar al joven, quien con nervios la tomó con mayor delicadeza y le robó un beso en la boca, evitando que los vieran. Dieron varios giros y ella vio esto con mucho halago y se puso mucho más coqueta con él. Nando le susurró al oído: ¿Quieres que estemos solos? ¿Nos volamos?” Nancy asintió con la cabeza, mirándolo fijamente a los ojos. Pero sal tú primero, le dijo, y me esperas en el portón para que no nos vean salir juntos. Yo saldré por la parte de atrás de la casa. Es que mi cuñado es muy cansón y chismoso.
Nando se acercó a su padre y le dijo al oído: viejo, me conseguí un peluche. Me pierdo un rato, no me busquen que no me demoro. Su padre lo miró, lo abrazó y sacó su billetera para entregarle un condón al joven. Lo abrazó de nuevo y le dijo: mijo, usted es mi orgullo. Hágale pues, arranque. Nando salió corriendo por unas escaleras de cemento al lado del corredor de la casa que lo llevaba al portón, y cuando llegó Nancy ya lo estaba esperando allí, como si fuera ella la ansiosa, la que tenía más prisa. Entonces Nando comprendió que el parche era completo. La tomó por la espalda y la abrazó fuertemente contra su pecho dándole un beso. Nando pensaba mucho en la sensualidad, en cómo tenía que besarla. La apretó contra su pelvis con suavidad para evitar que ella notara sus nervios; eran como dos luciérnagas brillando bajo la luna... ¿Ahora para dónde cojo yo?, pensó Nando; le apretó la mano y halándola suavemente le dijo: “ven, que te quiero mostrar un lugar muy tranquilo donde nadie nos puede ver”.
Se dirigieron a una explanada donde Nando tenía un cultivo de papayas que quedaba al lado de un broche que lindaba con el potrero del vecino y donde tenía una vaca lechera que pasaba por ese camino para pastar allí. Al llegar a ese lugar, Nando empezó a besar a Nancy en el cuello, mientras le murmuraba lo hermosa que era. Ella sentía muy halagada y excitada por los besos. Vio que Nando se quitó el poncho y el sombrero, lo acomodo en el piso al lado de un árbol para evitar las malezas. Nando tomó suavemente su mano y la sentó en el poncho, mientras la besaba suavemente por todo su cuerpo. Le subió la minifalda y muy despacio le quitó la tanga. Nando pegó un brinco y se quedó de pie para quitarse rápidamente los pantalones hasta el tobillo, mientras pensaba: Aquí fue. Me tocó hacer una buena faena. Para él, esta sería una de las experiencias más bonitas de la vida, pues él era novato en estas cosas del amor y solamente tres veces hasta ese momento había probado mujer. Tocaba a Nancy con fervor, mientras ella tambaleaba de excitación. Los dos explotaron en un momento de pasión, Nando derramó sobre su vientre todas sus aguas retenidas por mucho tiempo por falta de mujer, pues se acordó a último momento que tenía el condón que su padre le había entregado, pero tomó la decisión de no eyacular dentro de ella. La miró a los ojos, en donde vio los destellos de la luna, y la besó de nuevo. Nancy le correspondió el beso y Nando quería preguntarle si había sido un éxito, si él era un toro de casta en esa faena, pero de un momento a otro, Nancy empezó a gritar: ¡me pican me pican!. Saltando frenéticamente, agarró su blusa y se subió rápidamente la tanga. Las hormigas cachonas la estaban atacando vorazmente. Nando tomó el poncho y el sombrero, se subió los pantalones y comenzó a sacudir a Nancy con él, pero el poncho también estaba lleno de hormigas. Ella salió corriendo camino abajo en dirección a la casa. Mientras Nando sacudía el poncho, notó que lo había puesto sobre un cagajón de vaca a cuyo lado estaba el hormiguero que alguno de los dos aplastó. Al caminar hacia la casa, Nando se reía a carcajadas y pensaba: “¿será que también irá con las nalgas cagadas? Porque el poncho está vuelto mierda en toda la mitad”.
Manuel (Seudónimo)
Colombia, Risaralda, Santa Rosa de Cabal, año 2021. Esa historia comienza cuando llevaba ya un par de meses privado de mi libertad en el establecimiento penitenciario de mediana seguridad de dicho municipio. En este lugar todos los días son diferentes y ese día no sería la excepción, teniendo en cuenta la llegada de personas privadas de su libertad que acaban de salir de su cuarentena preventiva por el COVID-19 y se disponen a ser ingresados a los dos pabellones que conforman el establecimiento.
Pabellón número uno: conformado por personas que se suelen caracterizar por ser violentas, irritantes, consumidores de estupefacientes, pertenecientes a bandas criminales muy bien organizadas en su actuar delictivo, lo que genera el pabellón alta tensión y una convivencia difícil de manejar. Pabellón número dos: conformado en su gran mayoría por personas tranquilas, calmadas, sumisas, donde prima la buena convivencia y el buen vivir. Los pabellones son como una moneda, con dos caras una muy diferente a la otra. Una de las personas nuevas es ingresada al pabellón número uno, mientras que el resto son destinadas al pabellón número dos. De inmediato se rompe la tranquilidad y se escucha un grito: “¡Camarero!”, apodo que adopta la persona nueva en el pabellón. Su nombre es Oscar, era una persona tranquila, callada, tímida y en su cara se reflejaba la tristeza de estar privado de la libertad.
Al pasar los días, acoplándose a su realidad y al ambiente en el cual se encontraba, entró en confianza con otros presos y dio a conocer el delito por el cual se encontraba allí: su exmujer, con la cual tiene un hijo, lo había denunciado por incumplir sus cuotas alimentarias, lo que le valió una condena de 32 meses de prisión intramural; eso era lo único que él tenía claro hasta ese momento. Su comportamiento y su tranquila personalidad le dieron la afinidad para relacionarse con un preso llamado Jonathan, quien trabajaba en el establecimiento, lo cual le generaba un descuento en su condena, así como también le permitía acceder a información de cada PPL[*]. Esto le permitió a Oscar, por intermedio de Jonathan, darse cuenta de que su proceso reposaba en un juzgado de la ciudad de Bogotá. Esta fue una buena noticia para él, pero a su vez lo llevó a darse cuenta de que dicho proceso aún no había llegado a la región donde se encontraba recluido, lo cual le negaba la oportunidad de acceder a la información confidencial y de tener beneficios tales como la prisión domiciliaria o la libertad condicional; y quizás podría tardar hasta doce meses en llegar allí, según le informó Jonathan. Esto llevó a Oscar a desmotivarse un poco, situación que fue aprovechada por otro preso llamado Omar, conocido por ser una persona mentirosa y de dudosa reputación, quien le brindó ayuda contactándolo con su abogada privada. Omar le aseguraba que ella podía sacarlos de ese lugar. En su desespero y afán por solucionar su problema, Oscar la contacta sin tener conocimiento de que dicha abogada ya había timado a otros PPL usando el mismo modus operandi: atraerlos por medio de Omar ofreciéndoles la solución de darles la libertad. Oscar, desconociendo sus intenciones, contrató sus servicios, lo que aprovechó dicha abogada para comenzar a exigir dinero por cualquier diligencia que Oscar le pedía.
Pasaron los días y los meses sin que Oscar pudiese obtener ningún tipo de solución a su situación; por el contrario, se dio cuenta de que su abogada se había aprovechado de las situaciones de otros PPL para ganar dinero sin dar resultados, lo que lo llevó a desistir de seguir con sus servicios y volvió a pedirle ayuda a Jonathan, el mismo que le había brindado información sobre su situación y siempre, sin ningún interés, estuvo pendiente de él.
Luego de que Oscar estuviese siete meses privado de la libertad, Jonathan le dio la noticia de que el proceso ya estaba en la región donde él estaba pagando su condena, lo que le permitía tener acceso a toda su información confidencial y también brindarle la oportunidad, cuando cumpliera el tiempo, de obtener sus beneficios. Jonathan, quien lo había ayudado hasta ese momento, salió a prisión domiciliaria dejándolo con toda la información de su situación. Óscar, habiendo afrontado sus miedos en una cárcel y con cabeza fría, leyó detenidamente su proceso con otro PPL llamado Julián, quien deseaba ayudarlo. Al realizar esa lectura, llegaron a un punto fundamental de la sentencia condenatoria del juez que ordenó su captura y la cual decía: “Pagará con una multa o con prisión intramural...” En ese momento, en medio del asombro, lograron entender que Oscar fue una persona que tuvo un descuido al ignorar su proceso y esto le pasó factura pagando su condena, no con dinero, sino con cárcel.
Al enterarse de la solución tan compleja, Oscar se dirigió al área jurídica del establecimiento penitenciario, la cual se comunicó con el juzgado y confirmó lo que había leído con Julián. La alegría volvió su rostro y procedió a pagar la multa, que para mayor sorpresa de Oscar, tenía un valor de $113,000, suma muy fácil de pagar para Oscar. Al día siguiente, una vez pagado el valor de la multa, salió en libertad condicional con toda la motivación para ponerse al día en sus cuotas alimentarias con su hijo y su exmujer; además de haber aprendido una lección inolvidable luego de muchos ratos amargos, impotencia, frustración, desespero y lágrimas derramadas. Todo ello se habría podido evitar si hubiese sido más responsable y atento, afrontando su error, porque si hubiera pagado la multa desde un comienzo, no habría tenido que pisar la cárcel. Esto nos da a entender y está claro que Oscar siempre se desentendió de su problema y ese fue su error.
[*] PPL es una sigla que significa Persona Privada de la Libertad
SANTANDER
RECLUSIÓN DE MUJERES DE BUCARAMANGA
CÉSAR GORDILLO
DIRECTOR DEL TALLER
La Negra (Seudónimo)
El 23 de junio de 1980 en la ciudad de Barrancabermeja, en un caserío, me trajo al mundo mi señora madre, doña María Eugenia.
Pasé años de mi infancia en ese lugar donde, además de necesidades, sufrí maltrato y abusos de mi padrastro, Manuel Rojas.
Él era vigilante, mi madre enfermera. Ella salía a sus turnos de noche a trabajar y me dejaba al cuidado con mi padrastro y él aprovechaba para abusar sexualmente de mí, quitándose la ropa y me desnudaba también. Aunque nunca me penetró, si me morboseaba. Frotaba las partes íntimas de mi frágil cuerpo. Me amenazaba cuando llegaba mi mamá, le daba quejas para que me golpeara todos los días.
Incluso me acuerdo en una ocasión en la que ella sin piedad me sacó a la calle desnuda. Me crucificó a un palo. Pero en ese momento mi abuelo, que vivía cerca, cuando oyó que los vecinos estaban en una algarabía, salió. Y al ver que era yo la que estaba siendo maltratada, al ver esa escena, reaccionó y me rescató.
Entró a la casa, discutió y abofeteó a mi madre, reprochándola por sus actos tan crueles conmigo. Después de discutir fuertemente con mi madre decidió llevarme a su casa donde viví felizmente dos hermosos años.
Desafortunadamente mi abuela sufría de hepatitis b, mi abuelo era un pescador mayorista que le iba al comercio de pesca. Era una persona honorable y humilde. Para mi desgracia, mi abuelo salió a pescar de noche como era su costumbre y no volvió. Al cabo de tres días lo encontraron muerto, comido por los carroñeros.
Mi abuela, al saber no resistió la noticia y falleció a los nueve días y desafortunadamente me tocó volver a vivir con mis padres y como era de suponer volvieron los maltratos y los abusos. Hasta que no aguante más.
Hablé con mi profesora, quien me llevó a la comisaría de familia, y expuse mi caso. No me creyeron porque no hubo pruebas de penetración. Siguieron los abusos y me volé de la casa, llegaba de noche y entraba por el patio y comía debajo de la cama para que nadie me viera.
Mi mamá me pegaba y avisaba a las vecinas para que cuando me vieran me amarraran. Ellas efectivamente lo hicieron. Mamá llegaba y me maltrataba con rabia y cuando salía a trabajar me dejaba encadenada para que no me fuera a escapar. Una mañana encontré el modo de escaparme y lo hice para nunca más regresar a esa casa del terror.
Empecé a deambular por las calles donde por desgracia encontré un ángel, contrario a lo bueno, llamado Mara Helena, que me ofreció un empleo en una casa de familia en la ciudad de Bucaramanga. Pero todo fue un vil engaño de esa señora porque cuando llegué a la ciudad de Bucaramanga era todo lo contrario a lo que ella me había prometido. Me metió a un reservado, donde no podía salir, me sentía secuestrada, obligada a estar en un sitio todo pervertido.
Intenté muchas veces escapar de allí hasta que hablé con las autoridades, pero esa señora los tenía comprados. Me encerraron en una habitación a mí y otra compañera que fue encarcelada también. Nos dieron ropa para seducir a los clientes, pero nunca nos dieron ropa decente. No sabía si llorar, gritar. Estaba tan asustada que hubo un momento en el que entré en crisis y me desmayé.
De igual forma gritamos, pero ninguno se atrevía a ayudarnos. Llegó la noche y nos sacaron al salón vestidas muy mostronas. Yo no paraba de llorar, había luces de colores, música en alto volumen, cuando vi todos esos hombres alrededor, me asusté mucho más. Me obligaron a sentarme con un hombre que me pedía.
Al tomarme un trago de vino, algo nuevo para mí, vomité esa primera noche. Me obligaron a entrar a la habitación con un hombre y en ese momento le pedí que por favor me ayudara a salir de ahí, que no me hiciera daño, pero él enojado, alegó que ya había pagado у еmреzó a abusar de mí.
Fue tan espantoso que su rostro me recordaba a mi padrastro, me daba asco. Me sentía sucia, lloraba desconsolada. Quedé tan destrozada, que no quise salir más de la habitación. Le pedía mucho a Dios y le reprochaba por qué me había traído a este mundo a sufrir, por qué me había abandonado, por qué había tanta maldad. En ese momento quería morirme, pero era tan cobarde que no fui capaz de hacer nada. Empecé a obligarme para no sentir tanto dolor, a olvidarme de ese infierno que vivía. Pasaban los días y la misma rutina y nos encerraban como unas prisioneras. Sólo nos sacaban a comer y casi siempre el menú era sardinas.
Yo buscaba la manera de escaparme, pero no la encontraba. Todos los días era una rutina horripilante. Cada día me acostaba con más hombres, me sentía como una cucaracha espichada. Era asqueroso estar con esos hombres tan puercos, tan desalmados, no entendía por qué yo tenía que pasar por tanto sufrimiento y dolor con tan solo trece años, por qué si mi madre no me quería, ni me deseaba, ¿por qué me trajo al mundo?
Pasaron dos años, quedé embarazada y no supe de quién era esa criatura. Pero al final de estar embarazada encontré la forma de volarme de ahí. Un día como cualquiera, llegaron muchachas nuevas, muy hermosas, por cierto, hice amistad con ellas, algunas venían engañadas y otras ya sabían lo que les tocaba. Hice amistad muy fuerte con una de ellas y planeamos salir de ese infierno. Planeamos irnos. Como era bonita empezó a conquistar al portero. Lo llamábamos a la habitación de nosotras, él iba en las noches a coquetear a ver si lograba algo con mi amiga.
Una noche ya con confianza mi amiga lo tiró en la cama, yo como pude le robé una de las copias de las llaves de la puerta principal que tenía en la pretina de su pantalón. Mi amiga se acostó con él y se quedaron en la cama hasta que se quedó dormido.
Aprovechamos la situación y cogimos algunas de nuestras pertenencias y las echamos en fundas de almohadas. Salimos en la madrugada. Como nunca nos dieron dinero, dormimos en un andén. Mientras eran las cinco de la mañana y le pedimos casi llorando a un conductor de transporte público que nos llevara y nos dejó en un lugar donde pasaban buses que nos llevarían a Barranca.
Como no tenía a donde más llegar, volví a esa casa donde sufrí tanto, pues estaba que me mejoraba, ya tenía casi ocho meses. Mi mamá nos recibió, yo lloré mucho, y le conté las cosas tan horribles había pasado con mi con mi vida.
Al verme embarazada, ella me aceptó, de igual manera ella estaba preocupada porque no sabía nada de mí. Me quedé lo que me faltaba para dar a luz a mi hijo a quien llamé Juan. Nació el 16 de septiembre de 1995.
La Tache (Seudónimo)
El 5 de abril del 2021 me capturaron a las 10:30 de la noche. Llegué a la estación del centro donde un mes después conocí a una señora de 64 años llamada Martha, con quien en un principio tuve muchos inconvenientes, pero al llegar aquí a chimita limamos asperezas y entablamos una bonita amistad. Ella me compartió algunas de sus historias vividas que me parecieron interesantes.
Salí de mi casa antes de cumplir los once años para donde mi mamá porque con mi papá sufrí mucho maltrato físico. Con mi mamá la relación era muy regular. Me aburrí y a los 17 años me fui con una compañera de estudio para Bogotá. Dijimos que íbamos rumbo a nuestra propia vida.
Llegamos a Bogotá con la ropa que llevábamos puesta y empezamos a pedir limosna para comer. A los ocho días de estar pidiendo en las calles ya recogimos mucho dinero y nos fuimos a vivir a un hotel. En ese entonces la noche costaba 20 pesos, eso fue en el año 1974. Seguimos deambulando hasta que conocimos la carrera Séptima de la capital.
De ahí para acá empezamos a frecuentar cafeterías elegantes y como éramos un par de niñas bonitas nos empezaron a resultar amigos por montones. Luego empezamos a trabajar en varios nightclub por los pasajes de la séptima. Trabajamos en uno muy elegante llamado el Tu, donde hacían ‘Striptis’ y las mujeres salían a vagabundear con los clientes. Entramos ganando por turno. De 7 a 3 de la mañana 40 pesos fuera de las fichas por las copas, por cada una nos pagaban a 5 pesos.
Mi amiga ya había perdido su virginidad mientras que yo no; entonces yo trabajaba haciendo el turno, el cliente me llamaba y me brindaba mis copas y me invitaba a la habitación con él, y como yo era virgen pero no podía decirle a la gente que yo era virgen, le decía a mi cliente que yo tenía mi periodo. Mi amiga en cambio era loca, le gustaban las mujeres y aparte de eso hablaba de más después que se tomaba sus tragos. Ella tenía una amiga lesbiana con quien se la llevaba muy bien.
Entonces por problemas con el dueño del negocio, por no querer llevar a mis clientes a la habitación me corrió del negocio. Sin embargo, fui a trabajar al llamado el F.A.E.S, en la misma carrera séptima. Mi amiga también se aburrió de trabajar ahí donde estábamos, y llegó a trabajar donde yo estaba junto con su amiga lesbiana. Esa amiga que ella tenía resultó ser muy amiga del dueño del negocio dónde llegamos a trabajar. El señor se llamaba Carlos Arango, ese nombre jamás se me va a poder olvidar.
Nadie sabía de mi virginidad, a este señor le resultó muy extraña mi actitud y como ella sabía de mi secreto, se lo comentó al dueño del negocio y este me hizo cajón haciéndose una noche el borracho. Mis dos compañeras salieron del negocio antes que yo. Entonces este señor dijo que tenía el carro varado y que estaba muy borracho y que lo llevara al apartamento. Yo no quería hacerlo, pero ya que por tanta insistencia lo hice y pues era mi patrón. Llegando al edificio de su apartamento lo fui a dejar allí en la entrada, entonces dijo que lo ayudara a subir por las escaleras porque el ascensor estaba dañado, yo lo subí por las escaleras, pero cuando llegamos a la puerta de su apartamento sacó una pistola y me apuntó obligándome a que entrara, y ahí mismo me violó bruscamente, cosa que hizo que los hombres en ese momento me produjeran asco.
Después de eso, por vergüenza, yo no le hice comentarios a mi amiga y de ahí en adelante comencé a aburrirme en Bogotá y regresé de nuevo a Ocaña, mi tierra natal. Ahí pasé muchas necesidades en casa de mi mamá. Entonces me decidí a irme para Cúcuta, a trabajar, y estando en Cúcuta conocí al papá de mi primer hijo. En ese entonces mi primer marido me daba buen dinero, pero a mí no me gustaba acostarme con nadie, ni siquiera con él. En un principio no me interesaba como hombre, sino que me colaborara mucho, pero con el tiempo llegué a cogerle cariño ya que él se hizo cargo de mí y de mi familia, pero al término de cuatro años nos dejamos porque él era casado.
Fue entonces que empecé a prostituirme de verdad. Hice de mi una prepago por lo cual visité los mejores burdeles de las ciudades colombianas. Y empecé a sostener a mi familia. Conocí las ciudades principales de Colombia y cuando me aburrí viajé a Venezuela. Allá empecé a valorarme más como ser humano. Comencé a tener nuevas relaciones, no amorosas, relaciones que me enseñaron a crecer. Mis amigos siempre fueron por lo alto: médicos, ingenieros, abogados, gobernadores, alcaldes, etc. Recogía mucha plata, pero nunca la valoré, siempre botaba la casa por la ventana, la plata para mí siempre ha sido el momento y ya, pues en casa de mi papá nunca vi necesidades y a partir de entonces no me gustó ver necesidades. A los veintitrés años regresé a Colombia, viaje a Barranquilla, decidí ubicarme ahí, pero lo hice por poco tiempo ya que mi alma era vagabunda. Siempre soñé con conocer; así mismo, estuve en uno de los mejores burdeles de Barranquilla y empecé a conocer gente nueva que me incitó a salir nuevamente del país.
Fui a una agencia de viajes llamada VIASOL, recomendada por unas amigas que, por medio de esa agencia, ya habían salido del país. Llegué a la agencia y fui aceptada por la gerente, Yamile, que aparte de agencia trabajaban con trata de blancas. Yo le dije que no tenía cédula, ella me dijo que no importaba, que ella se encargaba de eso, por todo lo legal. Y así mismo me cogió de una mano, me dio una vuelta y me examinó.
Entonces me dijo que tenía tres chances para mi salida del país, uno era Japón, el otro era Alemania y el otro Surinam, a la capital, Paramaribo. Entonces yo le dije que me explicara cómo era el trabajo en Japón, ella me dijo que yo era la mujer ideal para los japoneses. Le pregunté cómo se trabajaba. Me respondió que se trabajaba tipo teatro, que cuando yo llegaba al negocio me maquillaban y me vestían con el atuendo. Y cuando ellos que me vieran dentro de esa jauría de lobos, llegaba a la tarima, me ponían el primer disco, estilo ‘striptis’. En esos momentos era cuando yo empezaba a desvestirme. Toda la gente empezaba la subasta, a gritar y tirar propinas, a partir de esto llegaba a ganar 1000 dólares semanales.
Cuando me desvestía comenzaba la subasta y el que más se elevará se quedaba conmigo, pero tenía que hacerlo con él delante del público. Y seguían las propinas, después venía el segundo y ya quedaba libre por esa noche. Le dije que no me gustaba el Japón por el método que se utilizaba allá. Le dije que me hablara de Alemania. Me dijo que yo no era el tipo de mujer para los alemanes, ya que les gusta es la mujer morena, y yo era una mujer blanca de mediana estatura, ojos cafés, delgada, cabello castaño claro. Sin embargo, le pregunté el método de trabajo alemán y me contestó que era para Hamburgo. Que se trabajaba tipo centro comercial, cada mujer desnuda en una vitrina, el cliente entra al centro comercial, mira las vitrinas y escoge la que más le gusta y la alquila por el momento. Tampoco me gustó pues no era la mujer indicada para ese país. Entonces le pregunté por Surinam.
Surinam, me dijo que para allá iba, para la capital, Paramaribo. Acepté un contrato, pero antes de eso ella me explicó el método de trabajo, me dijo que era tipo Colombia o Venezuela, que lo que ningún hombre hacía era llamar, la mujer tenía que mirar bien y tratar de sentarse con el hombre indicado. Mi contrato fue por cuatro meses.
Cleopatra (Seudónimo)
Era una dama muy bonita y apreciada por los que la rodeaban. Estaba felizmente casada con Nolberto. Pero su corazón estaba dividido en dos: Nolberto, su esposo, y Alberto, un novio que tuvo en su adolescencia. Lo quiso mucho y aunque estaba enamorada de Nolberto, nunca olvidó a Alberto, siempre guardó su sentimiento muy profundamente en su corazón.
Hasta que llegó el día en que volvió Alberto, que tampoco la pudo olvidar. Era un sentimiento como pocos. Aunque hubieran pasado años y vivencias, nunca se pudieron olvidar. Pero sí se olvidaron del Mundo. Por unas horas se dijeron lo mucho que se querían. Y fueron felices. Pero llegó el momento de la verdad, de pisar el suelo y contar la verdad. Alberto la aceptó con su relación, pues ella tenía dos hijos con su esposo y no podía pasar por encima de esa relación, pero tampoco quería perder la otra.
Hubo un triángulo de amor. El ofendido Nolberto no se dio cuenta de lo que estaba pasando, pues el amor de él era un amor ciego. Con el pasar del tiempo ella decidió darle fin a ese triángulo; sus hijos estaban creciendo y a veces en algunos momentos se sintió descubierta. Decidió terminar con Alberto, pues su vida con su esposo tenía muchas bases firmes y no podía seguir siendo tan egoísta y dejarse llevar por un sentimiento, que, aunque lindo y puro, no podía seguir.
Cuando llegó el momento de estar con Alberto, ella le comenté lo que estaba pensando. Él, lleno de rabia, ira, dolor, no quería perderla. Le dijo que primero la quería ver muerta, pues sabía que de esta manera no la podía tener o verla nunca más... Y hubo forcejeo, lágrimas, él la hirió con un cuchillo, lo que le dolió más a él que a ella, pero en un descuido, ella le arrebató el cuchillo para que no la siguiera lastimando. Alberto sintió tanta impresión de verla sangrando, que arrepentido por lo que había hecho, se le tiró encima y, sin darse cuenta ninguno de los dos, se enterró el cuchillo en el corazón y murió inmediatamente.
Ella estaba traumatizada y lo acariciaba. No podía dar crédito a lo que acababa de pasar. Cuando la detuvieron, el fiscal al escucharla, le prometió soltarla...pero fue tanto la publicación de lo ocurrido que no pudo hacer nada. La dejó en manos de un abogado de oficio de la defensoría. Nolberto no salía del asombro de lo que estaba pasando y no podía creer lo que estaba escuchando. Vendió todo y se llevó a sus hijos a otro país, para que nadie les contara la verdad de lo sucedido y siguieran queriendo a su mamá. Fue condenada a quince años, durante los cuales se encontró con el señor Jesucristo aceptando que se había alejado de él con lo que había hecho. Se aferró mucho a Dios, para que primero le perdonara todos sus errores. Durante ese tiempo, le vino una enfermedad a su mamá que no resistió y la mató.
Ella estaba muy dolida consigo misma: mató a alguien a quien quiso mucho, perdió a su otro gran amor y ahora perdía a su mamá también. Era un dolor muy grande el que estaba sintiendo. Solo podía vivir para pedirle perdón a Dios Todopoderoso, y pedirle que no le mande más pruebas. Solo quiere acabar de pagar su condena y buscar a sus hijos, que para entonces serán mayores. Solo quiere poder verlos y saber de ellos.
TOLIMA
ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA
SEGURIDAD Y CARCELARIO DE FRESNO
YOANA PINZÓN
DIRECTORA DEL TALLER
Andrés Arroyabe Castrillón
Palpitante y apasionante, late cada segundo, cada minuto y cada instante de mi existir. Es mi gran amigo, mi mejor amigo, podría decirse. Aunque en repetidas ocasiones me traicione. Se supone que es como yo, que me comprende y sabe lo que quiero, pero a veces soy yo quien no lo comprende.
Quiero que esté bien para yo estar bien, no tolero que sufra, siento cada uno de sus fracasos en mi propio pecho, dependo tanto de él que quisiera arrancarlo de mí, pero moriría con él, es que es parte de mí, y estamos destinados a ser uno solo hasta el día de la muerte.
Ella supo subirnos al cielo, qué hermoso recuerdo, él se acelera de solo pensarlo. Quisiera que fuera más fuerte, pero es todo lo contrario. La caída de aquel cielo que nos pintaron causó un holocausto en él. Está lleno de desolación, como aquel camino olvidado por el que ya nadie transita, como aquella promesa de volver que aquella silueta en el puerto ha esperado por años que se cumpla.
Su herida sangra como un manantial de agua, el cual se dirige a un profundo río hacia el mar. El mar de los desengaños, traiciones y agobio en el cual moriremos ahogados. Tal vez yo disimule todo esto, pero él no, él lo grita a los cuatro vientos, gracias a Dios no tiene voz.
Neymar (Seudónimo)
Ese día estaba almorzando, miraba un partido de la Juventus. Escuché ladrar a unos perros, mi madre salió y saludó. Una voz preguntó por mí. Eran dos hombres, el uno de unos 55 años y el otro de unos 25 años que medía como 1.90 cm. Me presenté, me dijeron: “a partir de este momento queda a disposición de la fiscalía”. Me llevaron a las instalaciones de la fiscalía de Fresno. De ahí me llevaron esposado a un calabozo de la estación de policía. No olvido que me dijeron: “pero usted no tiene cara de una mala persona”.
El calabozo era un muro frío y un baño sucio y maloliente. No había cobijas ni colchón. Pasé la noche mirando una reja que me impedía salir. Cuando amaneció al día siguiente mi familia me llevó desayuno, pero no quise comer, solo quería morir. Me sacaron para la audiencia de legalización de captura y me enviaron a la cárcel de Honda, Tolima. No había comido en todo el día, tampoco había tomado agua. Mi desazón era tan grande que sentía que las fuerzas me abandonaban. En la audiencia no acepté los cargos. Esto significó ir a juicio. Los del INPEC me metieron en una celda, le echaron candado a la reja y se fueron. Quedé solo, el calor era impresionante, mi cuerpo me pedía algo de beber, pero no había a quién pedir un vaso de agua.
Comencé un proceso que duró catorce meses para demostrar mi inocencia. En el juicio, el juez determinó que las pruebas de la fiscalía no eran suficientes para condenarme, por lo cual me dieron libertad inmediata. El fiscal no estuvo de acuerdo, apeló y enviaron mi caso al tribunal superior de Ibagué, donde decidirían mi futuro. En el tiempo que llevaron las audiencias pude ver cómo la fiscalía te crea un perfil, un perfil que uno mismo no sabe que tiene. Un perfil sádico, calculado y frío. La misión es condenar al violador.
Salí un jueves de la cárcel de Honda, eran las 6:20 pm cuando me abrieron la última reja. Por fin libre, después de catorce meses. Me paré y miré al frente, me sentí como una hormiga, demasiado pequeño para un mundo tan grande. Esta ahí pensando cómo era posible que siendo el mundo tan grande, pudiera terminar en un espacio de tan solo quince metros. No quise ver atrás, no quería pensar en volver a la cárcel.
Llegó mi hermano en una moto, me llevó a casa. Me recibieron con una comida increíblemente deliciosa. Al otro día decidí irme para Antioquia donde nadie me conocía, para tratar de reconstruir mi vida. Conocí a una mujer hermosa. Le conté los problemas que tenía con la justicia y me dijo que lo que importaba era lo que pudiéramos construir los dos. En el 2017 me fui para el sur del Tolima a coger café. Ella se fue conmigo, por fin me empezaba a ir bien. En mayo recibí una llamada diciéndome que me me habían condenado a dieciséis años de cárcel, que me presentara a la estación de policía más cercana. Mi esposa tenía dos meses de embarazo. La envié a casa de su mamá y seguí trabajando para enviarle dinero. Cuatro meses después pude ir a verla y me mostró una ecografía del bebé, una hermosa princesita. Le dije: quiero que se llame Sara Sofía. Era un bebé grande y debía estar en constante monitoreo. Me volví al Tolima para poder cubrir los gastos, la bebé nació a finales de abril, yo no pude estar, nació en Medellín a las 2 am.
Trabajé duro, gracias a eso pude cubrir todos los gastos. En septiembre decidí ir a conocer a mi bebé. Hasta entonces sólo la había visto en fotos. En la vía que de Fresno conduce a Manizales paré a orinar y a ponerme una chaqueta pues el frío era insoportable. De la nada aparecieron dos policías en una moto, me pidieron papeles, radicaron mi cédula, apareció en rojo en el sistema, me capturaron y me llevaron para el calabozo de Padua, Tolima. Eran las doce de la noche cuando le echaron candado a la reja. Le pedí el favor a un policía para que me pasara un tarro para orinar. No quiso, me tocó orinar en el calabozo donde iba a dormir. El calabozo no tenía baño.
Llevo tres años y dos meses. No conozco a mi bebé, sólo tengo el recuerdo de las fotos. Si hay algo de lo que sí soy consciente es que no violé a nadie. Vivo con el sinsabor de no poder conocer a mi hija y estar pagando dieciséis años de cárcel, extrañando de una manera como nunca había extrañado a nadie. Hay noches donde no puedo dormir, días en que no quiero comer. Pienso en mi hija, en cómo será su sonrisa, en cómo será cuando se enoja. He pensado en quitarme la vida, pero saber que tengo una hija me lo impide.
La nostalgia es algo que no puedo describir. El encierro te quita toda posibilidad en la vida. De mi hija sólo sé que tiene acento paisa y que le dice papá a otra persona, una persona que aprovechó mi desgracia para quedarse con mi familia. Cuando salga de este lugar mi bebé tendrá doce años. Pienso en ese día cuando la vea por primera vez. El llanto es inevitable.
No tengo dinero, solo cuento con el apoyo de mi madre y de mi viejo. Tenía entendido que la violación ocurría cuando uno tomaba a una mujer por la fuerza, la amenazaba con un arma, o bajo engaños obtenía beneficios sexuales, o cuando se usan medicamentos, pero nada de eso hice. Nunca pensé estar en la cárcel y menos por este delito. Es denigrante y vergonzoso. Ahora solo soy un violador y no tengo cómo demostrar mi inocencia.
William Rodríguez Motivar
La luz del sol te cubre con un brillo
esplendoroso en las noches, así yo te
observaba antes de perder mi libertad. Eres un
astro satélite de la hermosa tierra, lucífero
reflejándonos tu luz.
He perdido tu rastro, en mi entorno, cuatro
paredes, encerrado, clausurado, me encuentro y ahora
con este germen infeccioso que apareció,
me aparta de siquiera verte en las tardes
antes de ir a mi celda a descansar.
Aunque te encuentres a gran distancia, la humanidad
te puede divisar, así sea confusamente.
Algunos ignoran tu belleza, pero sé que blanqueas
las copas de los árboles, has iluminado con tus
rayos luminosos mis senderos y mis caminos.
Muchos han querido poseerte, tenerte, pero pocos
lo han logrado, en ocasiones te he visto cerca
otras muy lejos, llevas algunos animales hacia
su nuevo horizonte, eres inspiración de un poeta
o artista, eres musa, hasta los lobos aúllan
cuando estás llena de tu resplandor, tu nombre
es utilizado en casas, personas; encantadora
estrella, cuando será que te pueda volver a divisar.
Blanca como un copo de nieve, sutil visitadora de las
noches, al verte puedo escribir los versos mas
hermosos solo si tú estás allí.
Mi alma no está contenta, desde que te perdí
solo espero que se termine, o acabe este
virus que nos está agobiando, para que termine
este encierro y así en la tarde te pueda volver a ver.
Este aislamiento está perjudicando nuestra alegría, quiero
volver a divisar la más grande creación que Dios nos dio,
así una polisombra me obstaculice, impida mi visión
para llegar a verte, quisiera tener esa oportunidad u ocasión
ver tu grandiosa y hermosa luz, luz que por
lo menos alegra nuestro corazón.
Luna, astro satélite, que no se acabe tu iluminación
que no cierren los ojos, que por culpa de
un virus no vuelvan a ver la hermosura de tu luz.
Victor Hugo Rubiano Castaño
Agustín fue un hijo de una pareja de campesinos. Cuando tenía diecisiete años murió su padre y quedó su querida madre y sus dos hermanitas en una condición de pobreza que obligó a su madre a salir del campo y dejar a su hijo con una anciana que tenía una finca muy grande, vivía sola y no tenía quien le hiciera los mandados. Se quedó aquel joven hasta la edad de ventiséis años, fue un hombre muy trabajador y fue así cuando aquella anciana se enfermó y falleció, Agustín la llevó al cementerio y se percató de que no tenía hijos ni familiares.Un anciano de la región le aconsejó que se entrevistara con un tinterillo para que le dijera lo que debía hacer con la herencia que dejó la anciana, ya que no había herederos. Fue entonces que el tinterillo le dijo que procediera a levantar la sucesión de la finca y formularon los correspondientes edictos en la emisora del pueblo y la prensa rural. Al determinado tiempo de que ningún pariente compareció, ni quien reclamara la herencia, Agustín quedó como dueño.
Agustín empezó a trabajar aquella propiedad, que era muy grande. Trabajaba desde muy temprano hasta el atardecer.Una tarde, entre luz y noche, venía de regreso del trabajo con su hacha al hombro, y en el camino antiguo que baja hacia una quebrada la cual se llama El Chibato, de repente se le apareció una figura al lado del camino. La figura tenía aspecto como de una india y con sus manos le hacía señas para que fuera hacia ella. Agustín se quedó mirándola fijamente, pero como era un hombre valiente tomó la decisión de seguir la india hacia la cañada del Chibato y al llegar a la cañada la india desapareció y Agustín procedió a señalar con estacas de madera aquel lugar y se fue para su casa a descansar. Cuando llegó el domingo un anciano fue a visitarlo y Agustín le contó lo sucedido. Y el anciano que era de experiencia le dijo que posiblemente se trataba de una guaca o un encanto.
Entonces acordaron ir el día lunes a cavar y a buscar la guaca, pero después de hacer varios huecos no encontraban nada. Entonces el anciano le dijo a Agustín que había que traer una barra y bata para hacer un cateo en la cañada de Chibato, y al descubrir el primer bateazo empezó a pintar que en aquella cañada había oro. El anciano le dijo a Agustín que fuera a Ingeominas y declarara aquella cañada. La llamaron mina del Chibato y empezó Agustín a hacer que trabajaran muchas personas en aquel lugar y el oro era dividido en partes iguales.
Agustín acumuló mucho oro y luego lo vendió y empezó a comprar fincas hasta llegar a tener siete fincas. Cuando salía al pueblo, le hacían corrillo como unos sesenta trabajadores de todas sus fincas. Agustín ya se había casado con la joven Lorena, con la cual había procreado nueve hijos y él ya tenía cincuenta años. Empezó a sufrir del corazón y fue donde un mediquillo que le preguntó en qué trabajaba. Agustín respondió que trabajaba en la mina de oro, y el médico le dijo, entonces su problema del corazón es porque ha adquirido mucho frío por lo tanto, debe retirarse de ese trabajo, Agustín, por cuestiones de salud y como ya había visto que el oro se estaba escaseando, tomó la decisión de vender la finca con la cañada del Chibato.
La finca se la vendió a un rico llamado Narciso, el cual sabía mucho de minería y fue así como aquel rico trajo maquinaria y escavó la tierra más profunda y empezó a sacar oro en grandes cantidades. Agustín, por problemas con su esposa Lorena, tomaron la decisión de separarse. Hicieron una separación de bienes ante una notaría y firmaron el divorcio. Tenían nueve hijos. Agustín se quedó con cinco y Lorena con cuatro y así siguió el transcurso de la vida de Agustín.
Después de un tiempo formalizó un hogar con una joven llamada Luz Mery, la cual después de vivir con él, vio que Agustín era de mucha edad y se enamoró de otro hombre y planearon quitarle la vida para quedarse con su fortuna y fue así como el amante de Luz Mery le hizo un atentado propinándole un disparo afectándole el corazón. Agustín fue internado en una clínica donde gastó gran parte de su capital. Luego de su recuperación regresó a una de sus fincas y supo que Luz Mery se había marchado con su amante. Agustín viajó con su hija Martha hacia el Guaviare después de vender lo que le quedaba . Allá compró una hacienda muy grande de ganado y siguió con su tratamiento médico, ya que tenía secuelas a causa de las balas que impactaron su cuerpo. Le dijo a su hija Martha que le aseguraría la propiedad para que cuidara de él, ya que se encontraba en avanzada edad.
Agustín viajó a la ciudad de Bogotá para continuar con el tratamiento, regresó al mes y se llevó la gran sorpresa de que su hija había vendido la propiedad y desaparecido. Le dejó la maleta con la ropa, abandonándolo. Lo dejó pobre y solo. Agustín regresó a su tierra muy triste, se reencontró con un viejo amigo de su juventud y le contó lo sucedido. El amigo le dijo que le iba a prestar un dinero para que volviera a comenzar. Agustín tomó el dinero y se regresó para el Guaviare y se internó en la montaña a cultivar coca; recogió el producto y lo procesó y dijo en su pensamiento “al charco o a zaragoza”, lo cargaré yo mismo y lo venderé en la ciudad.
Inició el viaje con el cargamento, evadió el primer y segundo retén; pero llegando al tercer retén fue descubierto por un capitán del ejército que le manifestó que le va a iniciar un proceso por narcotráfico. Agustín sintió mucha tristeza y dolor en su mente y alma, le insistió al capitán que lo escuchara, que le iba a explicar la situación por la que estaba atravesando, inició contándole todo lo sucedido en su vida y le imploró que lo dejara trabajar por un tiempo, ya que lo que realmente deseaba era trabajar en el campo. El capitán del ejército convino en hacer un trato, pero le advirtió que debía darle el treinta por ciento de las ganancias. Pasado un tiempo prudente, Agustín recogió un buen capital y regresó a su pueblo con el dinero suficiente para comprar las tierras anheladas.
Después de recuperarse de la mala racha a lo largo de su vida, le pronosticaron una grave enfermedad. Salió positivo para COVID-19, se le complicó debido a su edad y sus antecedentes de enfermedad, y lo llevó a la muerte de la manera más inesperada y fortuita.
TOLIMA
CÁRCEL Y PENITENCIARÍA DE MEDIANA
SEGURIDAD DE MELGAR
GONZALO SABOGAL
DIRECTOR DEL TALLER
Héctor Horacio Piñeros B.
En las noches más oscuras te recuerdo
como aquella luz que ilumina mi sendero, llenando
de alegría a este apagado corazón, con las
ilusiones por el piso.
Levantando con un beso a quien estaba caído,
Brillando como el sol que brilla en el firmamento
Espantando la oscuridad que en la noche merodeaba.
Despertaste un sentimiento que yo desconocía,
haciendo florecer más de mil ilusiones donde habitaba
la tristeza y la soledad.
Ahora abunda la alegría de tu compañía.
Tú eres el ángel de mi guarda, ¡que vino a hacerme compañía!
Sol de mi vida, luz de la mañana, encanto del atardecer.
Decir que no te pienso sería decir mentiras,
porque a todo momento te llevo en mi pensamiento.
***
Porque no puedo olvidar aquellos besos que nos dimos que no se olvidarán, que quedarán grabados en mi pecho con el cincel y el martillo del amor, como lo hace un gran escultor que a cada martillazo va dando horma a su obra, porque cada beso es un martillazo más, un abrazo es un cincelazo que va grabando en lo más profundo de mí el deseo de tenerte a mi lado.
Solo tu estás en mi mente, llenándola de ilusiones y fantasías de flores de mil colores, allá donde el sol se oculta en el occidente, confundiéndose con el azul del cielo que se comparte con el azul del mar.
Donde la luna organiza un camino de estrellas para que camines sobre ellas en el mar con un pasamanos de cristal, y una silueta de palmeras que se contonea al ritmo de tu caminar, donde los grillos afinan sus violines a la luz de la luna para dar un flamante concierto al momento de tu llegada para recorrer tu piel callada, con pasión desbordada, en la intensidad de la noche esos violinistas utilizan una vieja tonada, donde dice que te amo de una forma de descontrolada.
Como el canto de las aguas cuando desciende de la inmensa cascada donde los cuerpos se unen, un corazón y dos almas entrelazadas y un corazón grabado diciendo:
Tú y yo para siempre.
D´Jerson Poesía (Seudónimo)
Hace un año que llegaste
con ganas de destruirnos
hace un año nos cambiaste
pandemia Coronavirus.
Hace un año estamos lejos
de familia y de amigos
nos quitaron las visitas
momentos tristes vivimos.
Esta pandemia nos deja
a todos muchas lecciones
querer a nuestra familia
y alegrar los corazones.
Muy duro el distanciamiento
para nosotros ha sido
tenemos que ser muy fuertes
si queremos seguir vivos.
No ser tan indiferentes
con los dolores ajenos
al prójimo hay que ayudarle
pues mañana partiremos.
A Dios hoy le suplicamos
perdone nuestros errores
haznos personas felices
cambia nuestros corazones.
Esta pandemia es de todos
pues Dios nos la ha enviado
para que dejemos los odios
en mi pueblo colombiano.
En los tiempos de pandemia
no ha sido todo tan malo
valoramos la familia
amamos más al hermano.
Ya sacaron la vacuna
para controlar el virus
ojalá sea efectiva
y llegue antes de morirnos.
El campesino es un héroe
con amor y con grandeza
pues es el que nos trae
la comida a nuestra mesa.
Hay que seguirnos cuidando
porque esto aún no termina
y si bajamos la guardia
el virus nos extermina.
Por cuidar y protegernos
gracias a los funcionarios
luchando como guerreros
en todos los escenarios.
Yo le pido al Dios del cielo
acabe con el contagio
para reunirnos en familia
y que no mueran más hermanos.
La pandemia pronto va a acabar
la reapertura y la normalidad
todos vuelven a empezar
por mi Colombia el virus exterminar.
(Poesía para ser cantada)
Darkman (Seudónimo)
Si para combatir el estrés debo contar hasta diez
mejor calzo mis pies cuento hasta tres y comienzo otra vez
Coronavirus pandemia mundial
ha puesto en nosotros
noticia radial
que tengamos fe
en un padre celestial
nos recomienda la iglesia
a este pueblo imperial.
Muchos creen que es puro cuento
lo que sucede en el momento
pero ¿quién le devuelve la vida
a los seres que ya están muertos?
un alto porcentaje de la sociedad
se contamina
sea rico o sea pobre
la mortandad predomina.
Algunos creen que se trata
del nuevo orden mundial
pero el cristiano predica
la profecía de un juicio final
opciones diferentes que por igual
deben ser escuchadas
al malo le importa un carajo
y hoy se ríe a carcajadas
pendejadas del Estado
cuarentena se ha inventado
el que tiene plata come
y el que no pide prestado.
El problema ahora persiste
en las cárceles de Colombia
si es aquí si es allá
es la misma colonia.
Coro
Quédate en casa
mientras que esto pasa
quédate en casa
recuerda a nadie abrazar
cuida tu vida
y la de toda tu raza
que esta pandemia no dura
algún día se pasa.
Algún día se pasa
esto se tiene que acabar
la solución una vacuna
y después a celebrar.