Fugas de tinta 15
Libertad Bajo Palabra

 

 

FUGAS
DE TINTA
15

CUENTOS, RELATOS
Y POEMAS
ESCRITOS DESDE LA CÁRCEL

 

 

“LIBERTAD BAJO PALABRA”
UN PROGRAMA DE RELATA

 

 

FUGAS
DE TINTA
15

CUENTOS, RELATOS
Y POEMAS
ESCRITOS DESDE LA CÁRCEL

2023

RELATA, RED DE ESCRITURA CREATIVA
Y DE
TERTULIAS LITERARIAS

 

FUGAS DE TINTA 15

CUENTOS, RELATOS Y POEMAS
ESCRITOS DESDE LA CÁRCEL

RED DE ESCRITURA CREATIVA Y DE
TERTULIAS LITERARIAS - RELATA 2023

 

MINISTRO DE LAS CULTURAS,
LAS
ARTES Y LOS SABERES

Juan David Correa Ulloa

VICEMINISTRO DE LAS ARTES
Y LA
ECONOMÍA CULTURAL Y CREATIVA

Jorge Zorro Sánchez

VICEMINISTRA DE LOS PATRIMONIOS,
LAS MEMORIAS Y LA GOBERNANZA CULTURAL

Adriana Molano Arenas

SECRETARIA GENERAL

Luisa Fernanda Trujillo Bernal

DIRECTORA DE ARTES

Ángela Beltrán Pinzón

COORDINADORA DEL GRUPO DE LITERATURA

María Orlanda Aristizábal B.

EQUIPO DE LITERATURA

Andrea Martínez Moreno

Andrés Giraldo Pava

Bibiana Parra Alzate

Clara Sánchez Mora

Daniel García León

Juan Felipe Martínez Cuéllar

Juan Laserna Botero

Mónica Alexandra Paz

Vanessa Morales Rodríguez

ASESOR DE LIBERTAD BAJO PALABRA

Cristian Valencia Hurtado

CORRECCIÓN DE ESTILO Y EDICIÓN

Janeth Posada Franco

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN

Paula Camila Cruz Fajardo

Grupo Eleva SAS

PRODUCCIÓN EBOOK

eLibros Editorial

© MINISTERIO DE LAS CULTURAS, LAS ARTES
Y LOS
SABERES, REPÚBLICA DE COLOMBIA

© RED DE TALLERES DE ESCRITURA CREATIVA
Y DE
TERTULIAS LITERARIAS - RELATA

© DERECHOS RESERVADOS PARA LOS AUTORES

MINISTRO DE JUSTICIA Y DEL DERECHO

Néstor Iván Osuna Patiño

DIRECTOR GENERAL DEL INPEC

Teniente Coronel

Daniel Fernando Gutiérrez Rojas (E)

DIRECTORA DE ATENCIÓN Y TRATAMIENTO

Martha Isabel Gómez Mahecha

SUBDIRECTORA DE EDUCACIÓN

Rocío Nataly Rincón Tobar

TEXTOS LOGRADOS EN LOS TALLERES
DE ESCRITURA CREATIVA DEL PROGRAMA

LIBERTAD BAJO PALABRA DEL AÑO 2023

Primera edición: diciembre de 2023

ISBN 978-958-753-582-2 (impreso)

ISBN 978-958-753-589-1 (epub)

ÍNDICE

 

Prólogo

Apartadó, Antioquia
Cárcel y Penitenciaría de Media
Seguridad de Apartadó

Anhelada noche

Dairo Luis Lozano Ramos

La zarzaleñita

Franklin Robert Sánchez Gavica

Amor y amistad

Yoheni Peña Pérez

Visita de mi hijo

Freddy López Calle

El humo que me habita

Joe Gómez

Arauca, Arauca
Establecimiento Penitenciario de
Mediana Seguridad y Carcelario de Arauca

La cárcel tiene cosas bonitas

Leidy Siniva

El camino de mi vida

Rosmary Herrera

El gato y el ratón

Yorleidis Cárdenas Peinado

Miedo a papá

Lina Aurora Pérez

Mi plan de fuga

Lina Aurora Pérez

Ibagué, Tolima
Coiba - Complejo Carcelario
y Penitenciario con Alta y Media
Seguridad de Ibagué Picaleña

Banquete

Martha Gómez

Premoniciones

Mercedes Carrillo

Un ave no puede ser enjaulada

Andrea Cuéllar

Neiva, Huila
Establecimiento Penitenciario de
Mediana Seguridad y Carcelario de Neiva

Mamá es mi nombre

Deisy Sansa Musse

Nada interesante en esta noche

Martha Lucía Ortiz Rincón

Poema de amor

Gres Goretty Álvarez

Sin madre uno no vale nada

Etelvina Arroyo Mulcué

Un día en el Paraíso

Nidia Patricia Triana Infante

Pamplona, Santander
Establecimiento Penitenciario de Mediana
Seguridad y Carcelario de Pamplona

Chapetones al asedio

Celestino Jaimes Daza

La bruja

Celestino Jaimes Daza

Cuando nos cierran las rejas

Juan Carlos Mora Cárdenas

La laguna encantada

Crisanto Ferrucho Silva

Mi primer amor

Jaime Villamizar

Mía

Jaime Rodríguez

 

APARTADÓ, ANTIOQUIA

CÁRCEL Y PENITENCIARÍA DE MEDIA

SEGURIDAD DE APARTADÓ

 

JOSÉ DANIS MORELOS PRIOLÓ

DIRECTOR DEL TALLER

ANHELADA NOCHE

Dairo Luis Lozano Ramos

 

Faltan quince para las cinco de la mañana. Es la hora en que siempre despierto para ir al trabajo, pero es domingo. Me levanto, doy media vuelta y miro cómo duermen mi esposa y mi hijo. Sonrío porque tengo la dicha de tener una hermosa familia.

Me dirijo hacia la otra habitación que está en la parte de atrás del apartamento. Quiero asegurarme de que mis otras hijas siguen durmiendo, dos hijas hermosas que adoro con todo mi corazón.

A las seis de la mañana me dirijo a la cocina a calentar agua para mi pequeño Lían, quien duerme con nosotros; es que apenas tiene un añito.

Hoy vamos a tener un día familiar, así que desayunamos temprano.

—¡Papá! —me llama Nicol, mi hija mayor, que muy emocionada me pregunta—: ¿Sí vamos a ir a piscina?

—Sí, hija, vamos a ir a piscina todos —respondo con una sonrisa.

Todos celebran emocionados, muy felices saltan porque van a ir al lugar que tanto anhelaban.

Nicol abraza a su hermana con mucha fuerza, trasmitiéndole esa felicidad que siente.

—¡Vamos para piscina! ¡Vamos para piscina! —grita María Ángel, mi otra hija.

A las diez de la mañana llegamos a Camacol, el lugar más concurrido en la zona. Yulissa, mi esposa, me abraza y yo contemplo su mirada tierna y su sonrisa fascinante, que siempre me encanta. Es, de cierta forma, la manera de agradecerle por todo.

Lían, mi pequeño hijo, emocionado me busca para que lo cargue, con el propósito de que me integre con él y así entrar al agua, pero a cada hora mi felicidad se perturba con una ansiedad extraña. Trato de hacer caso omiso, no debo distraer mi mente en ese momento de felicidad.

A las cuatro de la tarde la emoción que sienten mis hijos se convierte en cansancio por la gran jornada de diversión que pasamos en familia; regresamos al apartamento que queda a quince minutos.

Al llegar, los niños empiezan a jugar con su madre; los miro y pregunto:

—¿Ustedes no eran los cansados?

Pero al ver esa escena de felicidad solo me siento a admirar lo grandioso que es tener una familia, ya no tengo que pedirle nada a la vida.

De pronto vuelve la ansiedad y el desespero, mis manos sudan, pero vuelvo a ignorarlo por completo.

A las ocho y cuarenta y cinco nos dirigimos a dormir, agotados por el trajín del día y porque el lunes debemos seguir con nuestra rutina: las niñas para la escuela, mi esposa para el programa de primera infancia y yo para el trabajo.

Nicol me pide que le cuente un cuento para dormir más tranquila con su hermana, y lo hago. Mientras leo, mi señora esposa escucha atenta junto con el bebé en brazos y así nuestros tres niños se duermen.

Con el silencio de la noche y los niños dormidos, Yulissa me regala un beso en la mejilla y con una sonrisa de alegría me dice:

—Gracias por todo lo bello que haces con nuestros hijos y conmigo.

En ese preciso instante un ruido estremecedor daña la tranquilidad. Es como un golpe de una reja abriéndose. Mi corazón se acelera tan rápido que siento como si fuera a explotar. La vista se me nubla como si ya hubiese llegado mi hora de partir. Cierro mis ojos fuertemente para tratar de calmarme, pero al abrirlos de nuevo despierto en otro lugar.

Es como un cajón muy pequeño, todo está oscuro y me hago la pregunta: “¿Dónde estoy?”. Miro a los lados. Empiezo a llamar a mi esposa, pienso que es una broma de ella:

—Yulissa, ¿dónde estás?

A lo lejos escucho una voz delgada y masculina que grita:

—Amaneció, ¿viven o mueren? —Se me hace extraño escuchar eso, pero a mi lado izquierdo veo una claridad que está saliendo, es como una luz muy opaca por la cortina que la tapa. La muevo despacio a un lado y salgo del hueco donde me encuentro.

Me doy cuenta de que no estoy en el apartamento, es un lugar distinto. Doy dos pasos, miro todo a mi alrededor y solo veo muros blancos, en frente una reja que sella la salida. Empiezo a entrar en uso de razón y una lágrima empieza a rodar por mi rostro.

Los sucesos que sentí en mis sueños eran apagones constantes de energía, mis manos sudaban debido al calor que sentía mientras dormía. Mi corazón acelerado se debía a que el campanero había avisado que el guardia había subido, y aquel golpe que me sacó de ese gran sueño fue el guardia abriendo la reja; faltaban quince minutos para las cinco de la mañana.

Es domingo y debemos estar organizados antes de la contada, porque siempre es a las seis.

Agacho la cabeza con mucha decepción, cierro los ojos y mentalmente digo: “Gracias, Dios, por este nuevo día”. Vuelvo a abrirlos y camino hacia las duchas para seguir la rutina, que es esperar abajo mientras mis compañeros disfrutan de la compañía de sus esposas, amantes y amigas. Así transcurre el domingo, hasta llegar la noche, que espero con mucha ansiedad y fervor porque de esa manera vuelvo al hueco donde duermo para regresar al paraíso que solo es posible vivirlo tan real en mis sueños más profundos.

LA ZARZALEÑITA

Franklin Robert Sánchez Gavica

 

“Es domingo”, es lo primero que escucho al abrir mis ojos después de una larga noche de insomnio.

Le doy gracias a Dios por este nuevo día; un día más, un día menos.

Mientras tanto, escucho desde la zona boscosa el cantar de los pájaros, en especial el de la zarzaleñita, como llamo de cariño a la María Mulata, que se posa al frente de mi ventana con un concierto; no sé si canta o no para de llorar.

“¡Guardia!, ¡Guardia! abran, ¡es día de visita!”, gritan los perros, los chacales y los lobos desde sus manadas o jaurías en todos los lugares del penal.

“Es un gran día”, digo en lo profundo de mí. Hoy volveremos a ver a quienes la vida nos mostró que hacen parte de nuestro núcleo afectivo o familiar: mamás, hermanas, amigas, esposas, amantes, en fin. Aquí cada quien es un mundo en una galaxia de rejas y candados.

Ya listo y acicalado salgo al pasillo. Todos estamos sonrientes organizando los parches y cambuches que se convertirán en aposentos de amor.

“¡Visita adentro!”, grita el parlante, llamando así al primero en recibir a quien tanto espera.

El día avanza y todos tenemos un estado de ánimo alto, pues todos imaginamos escuchar nuestro nombre en el transcurso de la mañana. Una a una van llegando las visitas y el patio se va llenando con caras nuevas que salen de la monotonía y, entre cigarrillos y rosas, charlamos de cultura, de fútbol, de mujeres, de la guerra en Ucrania o el genocidio en contra del pueblo palestino a manos del Estado de Israel. Así sacamos la manzana de la discordia y abrimos un debate que nunca tendría final.

El tiempo transcurre y el pasado no perdona, y como lo que una vez empieza, un día tiene que acabar, este día no será la excepción.

“¡Sale la visita!”, grita el parlante. “¡Vamos a colaborar!”, vuelve a gritar.

Entro asombrado porque se me fue el día volando, como se me escapa el agua entre mis manos. Le doy gracias a Dios por este nuevo día lleno de bendiciones, porque sé que esto también pasará; aunque nadie me haya venido a visitar hoy, no le quito los créditos a la zarzaleñita que, como todos los días, con lluvia o sin lluvia, siempre me viene a visitar.

AMOR Y AMISTAD

Yoheni Peña Pérez

 

Un domingo sin tu visita

llega como una carta equivocada.

Y un domingo así

es como ir a buscar agua en un desierto;

entonces me pregunto:

—¿Para qué lámpara si no hay aceite?

 

Un domingo sin tu presencia

es como volar una cometa bajo la lluvia.

 

Cuando usted viene tan hermosa

es como una noche en el campo,

llena de estrellas;

y me siento volar en el espacio.

 

Eres tan hermosa como la vida,

y linda como la naturaleza.

 

Eres esa niña que llegó

en el momento más necesitado,

cuando todo se había derrumbado.

 

El día que yo te vi

no dije nada;

tu belleza me cautivó,

tu mirada hacia mí, fijamente,

me hizo sentir muy feliz;

y salió de tu boca

una palabra tan dulce como la miel.

 

Me di cuenta de la perfección

con la que Dios había hecho el mundo.

 

Eres mi niña,

la niña de mis ojos,

de ser mi amiga, eres una hermana.

Gracias por tu amistad.

VISITA DE MI HIJO

Freddy López Calle

 

Llegan mis años llenos de nostalgia, recordando los tiempos de correrías y tertulias en mi bello pueblo, Apartadó.

A la edad de cincuenta y cinco años todo era normal; los errores de nuestros actos nos cambian el rumbo de nuestras vidas, pero todo continúa mientras haya aliento, ganas, esperanzas de seguir viviendo.

Esperé treinta y cinco años para conocer mi sueño y mi gran ilusión. Fue ese 31 de marzo del 2001 que nació el gran Jared, sangre de mi sangre, mi primogénito; fue en ese momento donde empezó mi carrera como padre, la verdadera responsabilidad.

A los seis meses me lo entregó la madre, quizá por la economía que tenía tan dura en ese momento. Tocó enfrentar con mucha altura; fue muy difícil acoplarme a ese nuevo rol, pero logré mi objetivo. Cuidé de él, de tiempo completo, cumplí mi función de madre y padre al mismo tiempo. Ahora en mi presente me doy cuenta de que valió la pena mi gran empeño, ya que Jared hoy en día es un hombre hecho y derecho.

Tengo la ilusión de que mañana, 11 de noviembre del 2023, vendrá a visitarme después de veinte meses de no vernos por sus compromisos afuera.

***

Lleno de suspenso esperé la llamada, hasta que se dio. Corrí inmediatamente al encuentro, lo observé, lo abracé y lo besé. Esa fue una de las visitas más esperadas. Subimos al tercer piso, nos acomodamos al final del pasillo frente a mi celda, ahí se sentó. Empezamos a desatrasarnos de nuestras vivencias juntos. Hubo un momento de reflexión, miró a los lados y me dijo:

—Padre, esta cárcel está muy cambiada. Yo estuve aquí.

—¿Cuándo? ¿En qué momento? —pregunté muy asombrado.

—Estuve en un programa que se llama “La delincuencia no paga”.

Automáticamente llegó a mi memoria que Jared era muy indisciplinado, yo lo tuve que cambiar de colegio tres veces por su comportamiento, pero no sabía los motivos por los que estuvo acá. Gracias a Dios fue en su adolescencia y no en su vida actual. Me dolería mucho que se repitiera el karma.

Conversamos, compartimos, comimos, le regalé una mochila que hice con las bolsas de reciclaje de la basura, le empaqué unos panes, juguitos de leches saborizadas que le tenía guardadas.

Llegó la hora de su partida. Quizás un día muy lejano, aunque espero que cercano, lo volveré a ver.

EL HUMO QUE ME HABITA

Joe Gómez

 

Las dos enormes veraneras florecidas, que tal vez sobrepasaban los dos metros de altura, formaban un túnel antes de entrar a mi casa.

A mis diez años imaginaba que eran dos guerreros protegiendo mi hogar. A mi madre y a mí, el colorido de las flores nos parecía que contrastaba con el gris blanquecino de la fachada aún sin pintar; sin embargo, era mi lugar favorito.

Vivía solo con mi bella madre, lo tenía todo, el gran amor de ella que se esmeraba con todos los detalles y con mis comidas favoritas. Me levantaba muy temprano para ir a la escuela del pueblo. Antes que mi madre se pusiera en pie, me bañaba y me vestía con la ropa que ya estaba ordenada en mi mesa de noche, una camisa blanca manga larga, un pantalón verde de cuero y zapatos negros; me peinaba, y luego el aroma del café colado rodeaba mi cuarto para ir a disfrutar del rico desayuno que mi madre había servido.

La saludaba y ella me correspondía con todos sus gestos y palabras de amor que tal vez ningún otro niño tendría, entre miradas siempre me recordaba mis responsabilidades escolares.

Eran casi las seis de la mañana del 3 de abril de 1999 cuando escuché el toque de la puerta y de inmediato fui a abrir. Mi madre ya estaba en la cocina.

La imagen de tres hombres enfrió el calor de mi casa. Me hicieron a un lado y entraron llamando a mi madre por su nombre. Ella contestó, pero vi su carita con temor; mi corazón comenzó a latir muy veloz cuando vi que estos hombres tenían armas de fuego en la cintura, en la parte de atrás. No recuerdo qué hablaron con mi mamá y no sé cuánto tiempo pasó, solo la escuché decir:

—Aquí no, voy donde ustedes digan.

Luego de eso, algo como el sonido de los truenos me ensordeció.

Vi cómo mi madre caía al suelo. No volví a escuchar el humo de los disparos que opacaron mi mente. Me quedé inmóvil, como una estatua; el tiempo se detuvo, no sé por cuánto.

Cuando sentí los brazos lánguidos de mi abuelo, que vivía a dos horas de camino, me abrazó y me sacó de la casa; aunque escuchaba sus palabras, solo callé, pero el humo de los disparos siguió en mi mente y ya jamás volvió a salir.

No regresé a mi casa. Vivía donde mi abuelo, pero nada sería igual; después, pese a los esfuerzos de él, no volví a la escuela y adopté la calle, conocí la droga y me refugié en ella.

A los quince años me reclutó la delincuencia y milité en varios grupos. Ahí enfrenté una condena de treinta y tres años en prisión y el humo de la pólvora se apoderó completamente de mi mente como un cáncer que está en mi cerebro.

En memoria de todos aquellos que no decidieron ser bandidos, pero a quienes el destino los obligó.

Cali, 2023

 

ARAUCA, ARAUCA

ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA
SEGURIDAD Y CARCELARIO DE ARAUCA

 

NELSON PÉREZ MEDINA
DIRECTOR DEL TALLER

LA CÁRCEL TIENE
COSAS BONITAS

Leidy Siniva

 

Yo trabajaba en un bar en Paz de Ariporo, Casanare, ahí conocí a Wilson; bueno, eso me dijo él. Nos conocimos y me pareció un hombre sincero. Pero no era así, fijarme en él fue mi peor error, pues tuvimos una relación muy acelerada.

Nos hicimos novios y un mes después nos fuimos a vivir juntos sin saber qué era lo que hacía o en qué trabajaba.

Teníamos cinco meses viviendo cuando, el 2 de marzo de 2022, caímos presos. En ese momento sentí que todo se me acababa, y lo peor era que mi pareja ni siquiera se llamaba como yo creía, su nombre era Nelson. Eso fue peor, me sentí engañada, pues el hombre que decía que me amaba me había mentido.

Nos llevaron a la estación de policía, y ahí duramos dos meses hasta que nos trasladaron para la cárcel de Arauca, donde estoy pagando un delito de extorsión. Pero no todo ha sido malo, acá conocí a un hombre maravilloso, se llama Juan Pablo Gutiérrez, de quien estoy muy enamorada. Hasta me propuso matrimonio y yo, como toda una mujer enamorada, acepté.

Bueno, nuestra relación ya lleva un año, en el que yo me he sentido amada, respetada y protegida. Mi amor es correspondido, nos queremos mutuamente, yo lo amo y él a mí. La verdad, no me imagino qué sería de mí si mi relación llegara a fracasar, porque amo a ese hombre tanto que no sé qué haría si lo nuestro se acabara. Siento que nunca en los años que tengo había sentido por alguien lo que he sentido por él.

Por eso le pido a Dios que lo nuestro dure muchísimo tiempo y que cuando salgamos de este lugar podamos hacer una familia; que las condenas por las cuales estamos acá no sean impedimento para disfrutar de nuestro amor y que mis hijos se terminen de criar en un matrimonio feliz y amoroso como el que yo he querido, para que se sientan amados, protegidos y que tengan el respaldo de un hombre en el hogar, de un padre, porque por más que sea, en un hogar siempre hace falta el calor de un hombre.

Pero bueno, voy a seguir contándoles: mi relación con Juan Pablo Gutiérrez no ha sido tan perfecta; como todas las parejas, hemos tenido altas y bajas, hemos discutido mucho. Él es un poco celoso, pero nuestro amor ha sabido superar todo esto. Acá hay mucha envidia, hay personas que no soportan que otra persona sea feliz, pero no les hemos dado el gusto de que nos separen.

Yo a Juan Pablo lo amo mucho y él ha sido mi apoyo incondicional; ha estado a mi lado en las buenas, en las malas y en las peores. Estuvo cuando me enfermé, cuando casi pierdo la vida por una obstrucción estomacal (significa que una tripa se pega a la pared abdominal y es un dolor horrible); me tuvieron que operar y él nunca me dejó sola, todo el tiempo está pendiente de mí, de cómo estoy y cómo me siento. Eso ha causado mucha envidia y han tratado de que termine conmigo, pero no lo han logrado porque, en lugar de dejarnos, más nos amamos, tanto que ya no discutimos, al contrario, me demuestra cada día que me ama.

Esa es mi historia: que en medio de una decepción encontré el amor y gracias a Dios es correspondido.

EL CAMINO DE MI VIDA

Rosmary Herrera

 

Éramos dos niñas inocentes, crecimos en una familia muy estable económica y emocionalmente. Como sucede con la mayoría de hermanos, había rivalidad, y en algunas ocasiones envidia; por lo general, yo sentía muchos celos, pues siempre miraba a mi madre con mucha preferencia hacia mi hermana, puesto que muy rara vez mi madre la castigaba; en cambio a mí no había día que no lo hiciera, siempre tenía miedo de que al día siguiente me fuera a dar con una correa o con algún palo de escoba; en cambio mi padre me defendía y eso ocasionaba problemas en la relación de ellos. ¡Pero me sentía tan protegida y tan amada por mi padre!

Así fuimos creciendo. Mi hermana era una persona muy buena, noble y amorosa conmigo, pero mis celos y mi rencor no me permitían disfrutar de esos momentos que ella dedicaba para mimarme y consentirme por ser la menor de las dos.

Recuerdo cuando me daba besos por la espalda mientras estaba acostada, decía que yo era la niña consentida de ella y que me amaba mucho. Yo, como siempre de rebelde, la despreciaba, odiaba que me besara y sentía pena cuando me abrazaba.

Pasaron los años, ya ella tenía veinte años y yo doce, ella estaba comenzando la universidad y yo la secundaria… Si antes era rebelde, a esa edad era peor, pero siempre juiciosa en los estudios, sacaba las mejores calificaciones.

De un momento a otro mi hermana comenzó a enfermarse, le dio parálisis facial, se le dormían las manos, y yo con bronca hacia ella porque pensaba que hacía eso para llamar más la atención de mi madre; entonces comenzaba a burlarme y a decir que ella era mentirosa, que se comportaba así para que todos hicieran lo que ella quería, y casi lograba que mi madre me creyera, pero no, todo fue empeorando, mi hermana se desmayaba muy continuamente, perdía la fuerza del cuerpo, y supe que en realidad le pasaba algo. Ella fue llevada al médico, donde solo le diagnosticaron parálisis facial, y le mandaron tratamiento y terapias. Al pasar un año más ella empeoró; los médicos la controlaron con medicamentos hasta estabilizarla. Mi madre acudió a diferentes médicos y especialistas, pero nadie daba en realidad con lo que ella tenía. Como segunda opción acudió a brujos y, como cosa rara, para ellos uno siempre tiene un daño: fue gaste y gaste plata en ellos, hasta viajamos a las montañas del pescado en la mula (Barinas, Venezuela). Allá, con solo trece años, vi tantas cosas que jamás imaginé y menos con mi corta edad, como personas caminando descalzas en brasas; gente que se transformaba en otras personas, y hasta niños a los que les hacían “trabajos” y esos pobres se paraban en la punta de los pies y se torcían feo; una cosa es contarlo y otra estar allá y verlo.

Supuestamente mi hermana iba a ser sanada. Pero mera mierda, a los días empeoró tanto que la trasladaron al hospital de Mérida, Venezuela, donde fue Intubada y remitida a UCI. Por primera vez pensé que mi hermana iba a morir.

Mi madre y yo viajamos a Mérida a cuidar de ella; a pesar de que en ese estado vivía la familia por parte de mi padre, tratábamos de no molestarlos mucho.

Nos turnábamos, mis padres se quedaban en el día con ella, ya que a veces la sacaban para hacerle estudios o exámenes, mientras yo les hacía el almuerzo para hacerlo llegar con algún familiar. Y tipo 6 p. m. ya iba llegando yo al hospital a quedarme con mi hermana y ellos a descansar. Por ratos, yo dormía sobre unos cartones, ¡con un frío tan hijueputa! Sola con muchos desconocidos, pero sin demostrar miedo, hasta que me adapté. Así pasaron los meses y se recuperó mi hermana; le dieron de alta, pero al tiempo decayó.

Pasaron los años, hasta que le diagnosticaron miastenia gravis, una enfermedad muscular que le afectaba las vías respiratorias, el paladar y el rostro. Por la dificultad respiratoria no oxigenaba muy bien y convulsionaba continuamente. Por el problema en el paladar no podía alimentarse bien. Fueron tantas las ocasiones en las que decayó durante varios años que fue intubada quince veces, y estuvo en coma.

Fueron años de sufrimiento, tanto para ella como para nosotros; yo perdí dos años de estudio, mi madre perdió el empleo, vivíamos solo del sueldo de mi padre y de lo poco que la familia nos colaboraba, ya el hospital era nuestra casa, casi todos los médicos nos conocían y prácticamente la enfermera era yo, pues ayudaba a bañar viejitos o personas en coma que acompañaban a mi hermana; así me ganaba una malta y un ponqué. Conocí gente buena, pero también con malas intenciones, de verdad con muy malas intenciones; una vez casi fui abusada sexualmente por un hombre de más o menos treinta años, y yo con catorce. Se aprovechó de la confianza de mis padres y, como yo cuidaba a mi hermana por las noches, una de esas noches bajaba por las escaleras de un octavo piso y él me alcanzó y me acorraló para besarme y tocarme; yo grité y como pude lo empujé, por suerte no pasó nada más.

Otra cosa que recuerdo de ese lugar fue que vi morir gente a diario: niños, jóvenes y ancianos; ver sangre era ya una rutina, cuando había tiroteados yo corría a verlos. Yo creo que ahí fui creciendo con una mente cruel y con pocos sentimientos.

Mi padre, por la angustia de ver a mi hermana agonizar, intentó suicidarse desde un segundo piso. Ya no nos daban esperanzas de vida para ella, yo lloraba rogándole a mi padre que no lo hiciera, él decía que estaba cansado de verla sufrir y que él se iba a morir junto con ella. Mis tías llegaron y lo calmaron, lo tuvieron que sedar.

Yo decía que mi hermana tenía más vidas que un gato; siempre los médicos nos mandaban a preparar todo lo fúnebre y, como un milagro, zas, se estabilizaba tanto que le quitaban los tubos, era increíble. Regresamos a nuestra casa, pero mi hermana no hablaba bien. De tantas veces que la intubaron le dañaron las cuerdas vocales. En una de sus recaídas optaron por realizarle una traqueotomía; por tres veces se la hicieron hasta que se la dejaron de por vida.

Ya no estábamos bien económicamente; nos tocó vender las cosas del hogar, nos quedamos solo con las camas y la cocina. Era frustrante porque uno sin plata no vale nada. No me da pena decirlo, en ocasiones pedí dinero en tiendas del centro para poder comprarle el tratamiento a mi hermana, y también robé para alimentar a mis hijas y mi familia.

Viajé a Arauca, Colombia, buscando un futuro mejor para poder ayudar a mi familia. Mi hermana no quería que me fuera de su lado. Lloró hasta más no poder y me dijo que mi pareja me iba a hacer sufrir y no iba a tener a nadie que me ayudara, que me iba a abandonar como a ella la abandonaron en su peor momento, pero no le hice caso; no tenía de otra. Fue en ese momento de mi vida en el que conocí las drogas y un poco más, comencé a vender bazuco en papeletas y me iba bien, ganaba dinero muy rápido y fácilmente. Empecé a ayudar a mi familia y a comprar mis cosas en Arauca.

Fueron transcurriendo los meses, y una vez, de la nada, se fue la señal telefónica. Yo amanecí con una tristeza muy grande ese día, algo horrible. Recuerdo como si fuera hoy que acostada llorando respiré profundo y dije: “Dios, todo sea tu voluntad”. Sentí un poco de tranquilidad. Me duché para salir a vender bazuco y ya por la tarde acudí a un cyber a revisar mi Facebook, abrí la bandeja de mensajes y, sorpresa, encontré un mensaje de una prima que decía: “Ros, Nolita se murió”. Salí de ese lugar como una loca para la casa, a buscar a mis hijos e irme a Venezuela esa misma noche. Llegué al día siguiente, pensé que era una pesadilla. Toqué el timbre y salió mi madre diciéndome que a buena hora había llegado, que mi hermana ya estaba muerta, que me necesitó y no estuve, que por culpa mía murió. Esa fue la frase que más me dolió.

Es cierto que ya era tarde, ya la habían enterrado y no me pude despedir. Me sentí como una basura, como lo peor del mundo. Me transporté a los momentos en los que discutía con mi madre, cuando me decía que se arrepentía de haberme dado la vida, que yo era lo peor que a ella le había pasado, que de haber sabido que iba a ser así me habría regalado. Me quería morir, pensé en irme para no volver más nunca, pero pensé en mi padre sufriendo solo, así que me quedé a consolarlo.

Le pregunté a Dios por qué a mi hermana le tocó sufrir tanto sin ser mala persona, ¿por qué Dios se la llevó a ella y no a mí? ¿Por qué mi madre nunca me quiso? Preguntas que aún me atormentan. Sé que es egoísta no querer que un familiar parta de este mundo, más si ha sufrido tanto como mi hermana sufrió por trece años.

Luego retorné a Arauca, seguí trabajando en lo mismo, pero pensando más en mi estabilidad y la de mis hijas. Pasaron los años; dejé el trabajo con bazuco para seguir con marihuana y blanco. ¡Uf! Hacía mucha más plata, plata que agarraba muy rápido y rápido me gastaba. Pude darles muchos gustos a mis hijas, viajé a Venezuela, perdoné a mi madre después de una triste conversación y del arrepentimiento. Mi papá se estaba enfermando, comenzó a vomitar sangre; por suerte tenía plata para hacerme cargo de ellos y que no les faltara nada. Llevé a mi padre a los mejores especialistas; le diagnosticaron enfisema pulmonar, que es casi un cáncer de pulmón. ¡Hijueputa! Sale uno de Guatemala para caer a Guatepeor.

Hablé con ellos y les dejé a mis hijas allá, les aclaré que me venía a Arauca a vender droga, que iba a hacerlo para que a ellos no les faltara nada. Ellos se mentalizaron que en cualquier momento yo podía caer presa o me podían matar, pues ese es el destino de un jíbaro.

Así fue como cada vez trabajé con más y más cantidad de droga. Me hacía los millones en solo una semana, y los mandaba de una para Venezuela, para ir equipando nuestra casa y comprar insumos médicos para mi padre. Le tengo un minihospital con máquinas de oxígeno y todo lo necesario. Recuperamos todo lo que un día vendimos por la enfermedad de mi hermana; hasta compré de más. Acomodé la casa en su totalidad. Mercado tras mercado no les podía faltar, aunque cada día sentía que me iba a llegar la hora de dejar de trabajar en eso. Yo vivía con una pareja y mi hija menor, hija de esa pareja. Éramos socios, pero la que vendía, o mejor dicho, la que se rayaba era yo, aunque la ganancia era para los dos, millón para él, millón para mí. Como sabía, ya mi día llegaría. Días después de una pelea que tuve con una vieja me encontraron droga y dinero… y así terminé aquí, presa. Gracias a Dios pronto voy a salir…

EL GATO Y EL RATÓN

Yorleidis Cárdenas Peinado

 

Era la madrugada del 28 de junio del 2021, yo estaba acostada con mi esposo y mi hija. Eran las tres de la mañana cuando escuché ruidos extraños fuera de la casa. No entendía qué era ni qué estaba pasando. Golpearon fuerte la puerta; era la Sijín, el ejército y hasta la policía. Estábamos rodeados.

Antes de que entraran a la habitación, di un salto como un gato y corrí a la peinadora y, en medio de la oscuridad, saqué de un cajón la gramera con la que pesaba la droga y los empaques en los que la vendía. Y otra vez salté a la cama de la niña y metí todo eso dentro de su pañal. ¡Uy, Dios mío! Estaba tan asustada, ya no había nada que hacer, empezaron a revisar toda la casa. La niña tenía parálisis cerebral, entonces la pusimos en su silla de ruedas y, gracias a Dios, no me encontraron la caleta donde estaba la droga. Tal vez fue obra de Dios que metió su mano por mí, porque eran tres perros buscando por toda la casa.

Sentí vergüenza con mi mamá, que en ese entonces vivía conmigo.

Y se llegó el momento en el que una patrullera de la policía empezó a revisarnos a mí, a mi mamá y a la niña; mi corazón latía a mil. Le pedía a Diosito que no revisaran a la niña.

Y bueno, dicen que cada uno tiene un ángel que lo cuida. Yo creo que a mi pobre ángel esa madrugada lo puse a trabajar más de lo que acostumbraba. Pero gracias a Dios no encontraron nada de lo que tenía la niña dentro del pañal, sino la pena hubiera sido más grande. De todas maneras me capturaron junto con mi esposo; fuimos condenados a cincuenta y tres meses por evidencia en el celular.

Me han pasado muchas cosas en todo este tiempo que he estado recluida en el centro carcelario de Arauca, como la pérdida de mi hija, a quien ese día cargué con la gramera y los empaques dentro del pañal. Hoy día ya tengo dos años y medio de estar privada de la libertad, sigo con mi esposo, mi Capocho, y ya casi estaremos libres. Quiero hacer las cosas bien, no quiero seguir jugando al gato y al ratón.

MIEDO A PAPÁ

Lina Aurora Pérez

 

Era una niña cuando mamá y papá se separaron. Mamá se fue y dejó a mi papá, ya que él solía golpearla mucho y ella tenía hijos de otro hogar. Mi cucho les daba mala vida a mis otros hermanos y mamá se cansó de tantas humillaciones.

Un día, mamá no aguantó más, recogió sus cosas y se fue de la casa… Mejor dicho, nos fuimos para la casa de mi abuela. Y como suele suceder, los primeros días, bien, pero ya después de un tiempito, uno empieza a aburrir.

Entonces mi mamá se consiguió una habitación y nos fuimos. Al transcurrir el tiempo, mamá se consiguió otro marido, y resultó peor de borracho y golpeador. Ahí la que se aburrió fui yo y me fui para la casa de mi papá.

Vivíamos mi hermano, mi papá y yo. Imagínate, yo era la única mujer de la casa, apenas tenía diez años y me tocó empezar a hacer todo lo de la casa como si fuera una mujer grande, ¿ya me entiendes? Tocaba lavar, cocinar, hacer aseo y los otros dos me llamaban la gran mujer.

De la casa al colegio mi papá no nos daba desayuno, ni para las onces ni nada. En el colegio me daba hambre, y mirar a mis compañeros comiendo me daban ganas de llorar y salir corriendo para donde mi madre.

Mi padre tenía una tienda; él solía esculcarme las cosas antes de ir al colegio. Empecé a robarle la plata para comer algo, se me hizo fácil, y todos los días le robaba algo de platica, pero como él me esculcaba hasta los zapatos, me tocaba darme mis mañas para esconder bien el billetico.

Papá empezó como a darse cuenta, y se llegó el día en el que fue al colegio y me preguntó: “¿Aurora, tú me estás sacando plata a escondidas?”. Yo le respondí: “¡Papá, claro que no!”. Me dijo: “¡Hágase la pendeja, en la casa arreglamos!”. Yo sabía que la golpiza era dura y me puse a llorar.

En el tiempo que estuve con él nunca me dejó hablar con mamá, pero era tanto el miedo que ese día decidí que no me aguantaría más esa vida tan dura y al salir del colegio me fui para el terminal de autobuses, pero como era tan niña no me querían llevar y empecé a llorar mucho más, pues ya era la hora de estar en mi casa y yo no había llegado ni me vendían el pasaje, no sabía qué hacer: si llegaba a casa, la pela sería dura.

Como cosas de Dios había un señor que yo nunca había visto; él me vio llorando, se me acercó y me preguntó por qué lloraba, le dije lo que pasaba y me compró el tiquete, me embarcó en el bus y me envió al pueblo donde estaba mamá.

Llegué al pueblo, pero no sabía dónde estaba ella. Fui a un restaurante donde trabajaba mi vieja y salió la dueña llorando, le pregunté por mi mamá. Las casualidades sí existen, pues ella estaba trabajando en una finca con el hijo de la dueña del restaurante; sentí un gran alivio por el momento.

A los días, mi papá estaba en el mismo pueblo buscándome, peleando con mi mamá. Yo no me quise ir con él, bueno, ya me entenderá, la mala vida aburre, comprobé que es mentira el dicho: la buena vida cansa y la mala vida amansa.

MI PLAN DE FUGA

Lina Aurora Pérez

 

Todo comenzó una tarde muy lluviosa en la que me dieron muchas ganas de estar en mi casa y no en estas celdas de mierda. No tengo que decir que estaba muy aburrida de este encierro. Ese mismo día comencé a planear cómo fugarme de estas cuatro paredes. La idea se me ocurrió porque como estaba embarazada los dragos no desconfiaban de mí y me creían incapaz de hacer cualquier movimiento fuerte. Pero también era que yo los trabajaba de psicología y de teatro para que no me jodieran tanto.

La primera parte del plan era contar con ayuda desde afuera. Llamé a mi casa y pedí que me ayudaran a hablar con un amiguito mío que en la calle había sido la mera firmeza. Y sí, a los dos días hablé con el man, le hablé en clave pero el man me copió todo, le dije que si se sentía mal que se fuera para urgencias, que fuera desde las dos de la tarde y que no se moviera hasta que lo atendieran, que por ahí tenían que haber unos dos o tres médicos y si acaso una enfermera que lo revisaran, pero que le hiciera, que eso sí, se llevara la moto bien tanqueada y bien fina, y que llevara un casco de más por si alguien lo acompañaba; y que se pusiera las pilas, que fuera dispuesto a que si le hacían cirugía no se arrugara, que le hiciera con confianza, como siempre. El man se reía y me dijo que de una, ahí supe que sí, que no me iba a fallar.

La otra parte del plan era mía. Me hice la enferma, la que tenía mucho dolor, y pedí que me llevaran al área de sanidad; allá aproveché mi habilidad de sedita y me robé una jeringa, llegué otra vez hasta el patio, entré en mi celda y cogí una tira de brasier. En ese momento apareció una de las compañeras; sentí un poco de miedo, pero le dije que pilas, que en la buena, y la vieja me dijo “¡Hágale!” y me dejó sola. Me apreté el brazo con la tira y me saqué un jeringado de sangre, me lo regué por encima de la totona y comencé mi teatro. Gritaba y lloraba y llamaba a la guardia: “¡Auxilio, mi bebé, pierdo a mi bebé!”. Ahí mismo llegó la seño de turno y me sacó en silla de ruedas hasta la reja uno, me llevaron de una a urgencias; yo iba pendiente de ver a mi parcerito, pero sin dejar de actuar. Cuando lo vi se me alegró todo y por poco celebro de felicidad, pero aún no era el momento, porque iban tres dragoneantes conmigo. Cuando me sacaron para pedir la camilla, yo aproveché y le quité la pistola a uno y le apunté. Mi amigo de una se movió y llegó en la moto, fue todo en cuestión de segundos, los agarré descuidados porque ninguno esperaba algo así. Hice un tiro al aire y los que se pierden en pura.

Pero la cagada fue el tiro, que alertó a unos tombos que estaban en una patrulla cercana y en menos de nada se nos atravesaron y nos pararon la carrera…

Ahora mi hijo está en el bienestar, mi parcerito está aquí mismo en el patio de enseguida y yo pagando un nuevo proceso por intento de fuga.

 

IBAGUÉ, TOLIMA

COIBA - COMPLEJO CARCELARIO Y PENITENCIARIO
CON
ALTA Y MEDIA SEGURIDAD DE IBAGUÉ PICALEÑA

 

EDER GIOVANI CERVERA MARTÍNEZ

DIRECTOR DEL TALLER

BANQUETE

Martha Gómez

 

Ha caído bastante granizo y, como siempre, tengo frío. No hay muchas prendas que entibien mi cuerpo. Tengo como estrategia abrazar a mi hermanita, así le jugamos sucio a este maldito frío. Mientras pasan las horas, mi hermanita, cansada, con hambre, se queda dormida. La miro y no puedo dejar de sentir pena por ella. Quiero protegerla. Saco del viejo cajón un pedazo de cobija y la cubro. Miro hacia la única ventana que tiene el cuarto, hacia la única media luz que viene de afuera del patio. Camino hacia ella y me quedo allí, esperando. Pasan los minutos. No llega. Siento rabia, muchas ganas de llorar. ¿Por qué hoy tarda tanto?

Veo una sombra y tengo ansias. Temo que sea un espejismo, una mala jugada de mis ojos. Sé que esas cosas pasan, uno se engaña a uno mismo. Parpadeo y mis manos, acalambradas de frío, las froto en mis ojos. Miro de nuevo para no ir a equivocarme. Con felicidad veo que no me equivoco, está la señora Rosa. Por fin viene, así que escondo la cabeza. Ella no debe verme, debo acecharla y esperar con cautela.

Cruza con paso firme, pero apurado. Ella también se ha dado cuenta de que hoy, más que cualquier día, viene tarde. Trae una bolsa y no puedo evitar sonreír. Empiezo mi conteo: uno, dos, tres… No tengo idea de cuánto es eso en un reloj. Lo que sí sé es que, para mí, es el tiempo exacto, el que necesito. Cincuenta y ocho, cincuenta y nueve, sesenta. Abro la puerta descolgada del cuarto y salgo corriendo, sin importar que aún caen gotas grandes de lluvia. Me emociono tanto que ya no siento frío. Doy pisadas en el patio encharcado y salpico agua por doquier. Estoy segura de que la señora Rosa ya salió y no regresará. Corro hasta el otro patio y llego al cajón de madera, que con su malla bien puesta parece mejor cuidada que nuestro cuarto. Tiene una puerta con seguro, pero para mí es muy fácil abrirla. Tomo con mis manos mojadas eso que la señora Rosa dejó hace segundos. Abrazo la bolsa con todo el amor del mundo. Es mi botín. Lo estoy robando y no me importa. Cierro los ojos y mirando al cielo digo: gracias, Dios mío.

Miro para todos los lados, me aseguro de que nadie me haya visto, que nadie me pueda descubrir. No hay nadie. Solo yo y mi valioso botín. Aprovecho la noche. Me regreso caminando muy rápido, quiero llegar lo más pronto posible. Quiero la seguridad de mi feo cuarto, de mi hogar.

Entro corriendo. Cierro la puerta descolgada y atravieso un palo que sirve de tranca. Vuelvo a mirar por la ventana. Nadie me ha seguido. Todo está bien. Me dirijo a donde duerme mi hermanita. La llamo: “Hermanita, hermanita, ¡despierta! Parece que vamos a comer. Ven, por favor, vamos a comer. Pude robar las cáscaras y desperdicios de los conejos de la señora Rosa”. Ella se levanta y muy efusiva rompe la bolsa. Le digo: “Mira, hay cáscaras y pedazos de papa, rodajas de arracacha, trozos de tomate y habichuela. También hay cáscaras de plátano maduro, que son nuestras preferidas. Espera, espera, no me das tiempo para quitar los gusanos que se mueven en nuestra cena”.

PREMONICIONES

Mercedes Carrillo

 

Siempre me ha dado temor sentirme sola. Mi hijo se fue al colegio, con su morral negro y sus libros desgastados. César, mi esposo, se fue en su moto al trabajo. Sin nadie más en casa, me acosté en la cama. Me quedé dormida. Pasado un tiempo empecé a escuchar un ruido suave. Era la ventana. Me desperté. Miré. Era una mariposa grande, con alas azules, verdes y naranja. Tenía unos ojos grandes, parecían bolas navideñas. Yo la miraba y ella abría sus ojos, parecía observarme. No le presté más atención y volví a dormir.

Al escuchar de nuevo el ruido me desperté. Pero no estaba la mariposa. Supuse que se había ido, así que me paré a bañarme. Desayuné. Empecé a barrer toda la casa y cuando llegué a la cocina la vi. Estaba pegada a mi cuadro de la última cena. Me inquietó saber por dónde había entrado, las ventanas y las puertas estaban cerradas. Pensé: “¿será otra mariposa?”. Pero por sus colores, estaba segura, era la misma. A medio día llegaron mi esposo y mi hijo. No pude evitar contarles. La mariposa seguía en casa, así que les mostré. Con sus alas azules, verdes y naranja seguía posada allí, en el cuadro de la última cena, en la cabeza de Judas Iscariote. Pero ellos solo se rieron, empezaron a jugar bromas, a decir que la mariposa tenía una hermana gemela. Se reían y decían que seguía dormida, que de seguro nunca estuvo afuera, que estuvo todo el día en el mismo lugar.

Después de tres días la mariposa volvió. Con sus ojos, que parecían bolas navideñas, se posó en el crucifijo de la casa. Al verla sentí un escalofrío, se me erizó la piel. Ahí se la pasó todo el día, mirándome, hasta que llegó la noche y me acosté. Esta vez preferí no contar nada.

Tenía por costumbre levantarme al baño a las diez. La mariposa ya no estaba. Pasaron quizá cinco días. Volví a verla, pero esta vez estaba en el atril, cerca de la Biblia. Empecé a preocuparme, era obvio, algo me quería revelar.

Una tarde recibí la llamada de Diana, la sobrina de César:

—Quiero contarle algo, pero no sé, me preocupa meterme en problemas, porque usted sabe, yo la quiero mucho.

—¿Qué pasa con César? —le respondí. Quizá ella no se esperaba tal respuesta. Se enredó un poco, daba vueltas en oraciones de disculpas sin sentido. Me dio mal genio—. Cuénteme —le dije—, lo que hablemos se queda entre las dos.

—Lo vi con una mujer en el centro, una vieja culona y bajita, morena.

Solo atiné a decir:

—Mucho hijueputa. Maldito. —Ella se volvió a disculpar, me dijo que no quería problemas, pero no le parecía algo justo. Yo le agradecí.

Esa noche, cuando él llegó, le serví la comida. Aunque quise disimular, no pude. Él me preguntó, un poco despectivo:

—¿Qué tiene?

La ira me pudo y lo confronté.

—Mentiroso, falso, usted tiene moza.

—Usted está loca —me respondió e intentó callarme.

—Usted no es más que un cínico, se atreve a negarlo, cuando yo ya sé todo lo de esa negra culona con la que anda. —Al escuchar eso, se puso rojo, sudaba. Las palabras se le empezaron a enredar.

—Es una amiga —dijo. No tuvo más qué responder.

—Quédese con esa perra, hasta hoy soy su esposa.

Él intentó abrazarme, me dijo que no era lo que estaba pensando, que yo era su esposa, que me amaba mucho. Luego empezó el show, se arrodilló y me dijo que no creyera en chismes. Le dije que no fuera ridículo, yo no quería escuchar nada. En la noche, cuando estuve sola, pensé en la mariposa.

Pasaron quince días. Estaba barriendo cuando vi un camino de hormigas. Las seguí y en un rincón estaban todas reunidas. Cada una mordiendo y llevándose una parte de la mariposa. Vi sus azules, verdes y naranja palidecidos. Vi sus enormes ojos comidos por las hormigas. Entonces lo entendí, mi amor estaba muerto.

UN AVE NO PUEDE
SER ENJAULADA

Andrea Cuéllar

 

Ese muchacho se enamoró de mí y yo de él.

Un día mi hermana llevó a un amigo. Mis padres no me dejaban tener novio, así que él me propuso que nos viéramos en las canchas, debajo del árbol de pomarrosa. Esa tarde, mis padres se fueron a hacer mercado y yo aproveché para volarme. Cuando nos encontramos le conté lo aburrida que estaba; nunca me dejaban salir para ningún lado. Era la primera vez que alguien me escuchaba.

Él me enamoró con sus detalles: me llevaba chocolatinas, dulces, gomas, afiches… Cuando cumplimos un mes, él me dijo que fuéramos a su casa. Yo le pregunté que en dónde estaban sus padres. Me respondió que se habían ido para la finca, que volvían al día siguiente, que podíamos estar tranquilos, sin miedo a que nos vieran mis papás. Nos fuimos caminando a su casa. Hablamos mucho. Me propuso que me juntara a vivir con él, que todo sería diferente.

Llegamos a la casa. Había besos, abrazos, caricias. Tuvimos sexo. Paramos para salir y comprar empanadas, pasteles, ají y dos gaseosas. Volvimos a la casa para seguir nuestro romance. Estábamos sudando demasiado. Cubrimos la noche de pasión. A las dos de la madrugada nos fuimos a la ducha, nos refrescamos bien rico y nos acostamos a dormir. Le dije que durmiéramos una hora y que luego me llevara a la casa, que me dejara cerca, una cuadra antes, para que papá no lo viera.

Los planes nos salieron al revés. El cansancio y el sueño nos vencieron. Unos rayos de sol nos despertaron. Era tarde y estaba asustada; la mamá de él podría llegar en cualquier momento, de seguro ya venía de la finca. Me vestí de prisa y me asomaba por las rendijas de la casa, para ver si ya estaba llegando. Por un instante pensé que tenía la excusa perfecta para decirle a mis padres. Me fui caminando. Sentí que no tenía el valor de llegar y decir un chorro de mentiras.

Cuando entré, mi madre estaba preocupada, se le derramaba el llanto y en su cara se notaba lo mucho que yo le importaba. Cuando me vio se alegró, pero con voz de mando y firme me preguntó dónde había estado, dónde me había quedado toda la noche. “¿Por qué no me pidió permiso para salir?”, dijo. No le contesté nada. Me regañó hasta el cansancio. No aguanté más. “Porque ustedes nunca me hubieran dado el permiso —dije—, por eso me fui sin avisar”. Ella me contestó que ya no me iba a dar permiso para salir ni a la puerta de la calle, mucho menos a la tienda. Yo no le contesté nada más. Solo la escuché. Esperé a que terminara de hablar. Me fui a bañar. Me cepillé. Lavé mi ropa y luego le di una buena limpieza a la casa. Cuando papá llegó, me quería matar; se notaba en la mirada. Llamó a mi mamá y ella le contó lo que habíamos hablado. Le dijo que había amanecido en la casa de una amiga. Desde ese día mis papás estuvieron más pendientes de mí. No me dejaban sola. Pero podía ir al colegio.

Así empecé a levantarme más temprano. Hacía todos los oficios: barría, tendía la cama, lavaba la ropa, dejaba limpia la cocina y dejaba el almuerzo hecho. Me iba a estudiar, entraba a las doce del día. Aprovechaba una hora para verme con él. Para no levantar sospechas cambiamos las citas de horario. Salía a las cinco del colegio, pero empecé a decir muchas mentiras para que no me descubrieran. Que me castigaba la maestra, que un trabajo, una exposición. Cualquier excusa era buena. Él me esperaba bajo los árboles de pomarrosa. Nos abrazábamos, me escuchaba, me besaba. Y luego caminábamos hasta una cuadra cerca de mi casa. Un día mi padre nos descubrió. Me arrastró hasta la casa y me dio una pela de locos. En ese momento me di cuenta de que no me importaba nada. Me gustaba el amor, sin importar las consecuencias.

 

NEIVA, HUILA

ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA
SEGURIDAD Y CARCELARIO DE NEIVA

 

ESMIR GARCÉS QUIACHA
DIRECTOR DEL TALLER

MAMÁ ES MI NOMBRE

Deisy Sansa Musse

 

Mamá es mi nombre

y está llena de lágrimas,

como yo también lo estoy en su ausencia.

La luz como los minutos y

las horas suman tras estas rejas,

levantan un inventario de dolor.

Hace mucho tiempo que no veo a mamá, ella como yo

también quiere ver las estrellas, pero

el universo se ha apagado para nosotras,

aunque nos esforcemos por imaginar

aunque sea una estrella de hojas,

no sabemos dónde está.

Mamá siempre me está esperando

en algún rincón de su corazón.

Entre ella y yo guardamos una pequeña luz

para nuestro encuentro.

NADA INTERESANTE
EN ESTA NOCHE

Martha Lucía Ortiz Rincón

 

Nada interesante en esta noche. Hoy como siempre, sola, no tengo nada, solo mis profundos sueños en los cuales me veo libre, viajo en una nube hacia las estrellas. Alguien pone unas alas a mi vida como si fuera una mariposa de papel, un pequeño viento que vuela hacia la niña de pelo dorado, hacia mi esencia repetida, y me acaricia mi cara con sus manos de luz. Despierto y siento un dolor que quema mis huesos tras estas encontradas paredes, tras estos húmedos y amargos barrotes. Caen mis lágrimas como agitadas lluvias desde el fondo de mi alma, me pregunto: ¿alguien detrás de estos muros se sentirá tan sola como yo estoy ahora? Por un instante, siento que el mundo se detiene, que el tiempo juega a esconderme las horas tras estos oscuros pasillos. Quisiera que mis pies fueran una escapada sombra y fueran tras mi amado, y llevaran una pequeña palabra de amor a tus oídos, ya que mis labios siguen secos, sin pronunciar una apretada sílaba. Me siento sola en este cementerio de los vivos, donde nadie quiere a nadie, donde todos tienen apagada la llama de su corazón.

POEMA DE AMOR

Gres Goretty Álvarez

 

Este poema de amor, palabra a palabra,

miembro a miembro,

yace en el surco de este día.

Si lo leyese un hombre ajeno a esta vida,

ajeno a estas rejas

como otra herida más sumada a mi pecho,

como si atravesara la roca y emergiera del aire limpio

a través del tallo de mi memoria.

Porque mi palabra quiere llegar hasta tu centro,

tibio y sosegado como el canto de una alondra,

como si esta diminuta música fuera la luz del mundo

que se derrama sobre un vaso,

vaso de luz que se acerca a mi boca para apagar la sed de mi condena.

Este poema de amor, palabra a palabra,

miembro a miembro,

escrito para tus ojos, para tu voz y tus oídos,

solo sería un acongojado ruido, una esperanza inútil,

un montón de escombros y de sombras como cadáveres

ocultos dentro de tu pecho.

SIN MADRE UNO
NO VALE NADA

Etelvina Arroyo Mulcué

 

Toda prisionera tiene una luz de libertad.

Mi papá se llamaba Bertulfo Arroyo y mi mamá Antonia Mulcué; fuimos dos hermanos de este matrimonio. Mi madre era de origen indígena, yo me siento orgullosa de llevar esta herencia ancestral.

Cuando yo tenía cinco años, mi hermanito tenía dos y mi madre estaba embarazada; tal vez fueron los momentos más difíciles que pasó ella, puesto que mi padre era un hombre borracho e irresponsable, nunca estuvo pendiente de nosotros, mucho menos de mi mamá. Ella todos los días nos llevaba, mi hermanito iba sujetado en su espalda y yo iba tras de ella siguiendo sus pasos, y regresábamos en horas de la noche. Mi madre, aparte de traer a mi hermanito en la espalda, montaba en sus hombros algunos víveres y un tercio de leña.

Mi abuela, es decir, la mamá de mi papá, era tan odiosa con mi mamá que a ella no le gustaba que mi madre entrara en su cocina, incluso le negaba la comida. Mi papá solo le creía a mi abuela, ella le decía que mi madre era una mentirosa, le hacía pegar a mi mamá, incluso estando embarazada. Un día, cuando mi madre estaba parada, observé que por sus piernas bajaba mucha sangre; yo le pregunté por qué tenía tanta sangre. Mi madre me respondió: “Hija, es que me he cortado”, y la vi coger para la quebrada a bañarse. Cuando llegó mi papá, ella le dijo que estaba muy enferma y él le respondió que se estaba haciendo la pendeja. Entonces mi madre se sentó en el corredor de la casa y se puso a llorar; nos abrazó muy fuerte y en medio de su llanto nos decía: “Qué será de mis hijos si a mí me llega a pasar algo”.

Cuando llegó la noche, mi papá, si así se le puede llamar a ese hombre que fue despiadado con mi madre, impidió que mamá se acostara a su lado, le dijo que ella era una cochina porque estaba sangrando mucho, que para ella no había cama. Mi madre, al sentir el desprecio, cogió un machete y se fue al cultivo, cortó unas hojas de plátano, regresó y las tendió en el suelo, y sobre ellas se acostó. Mi hermanito y yo nos acostamos a su lado.

El desprecio de mi padre hacia mi mamá fue muy cruel, al punto de que no le daba de comer, también la maltrataba verbal y físicamente; ese día anterior la había golpeado tan fuerte que le provocó el aborto y por eso era el sangrado que le bajaba por sus piernas; el bebé ya estaba muerto. Al otro día, mi papá seguía borracho y mi abuela estaba cogiendo café, cuando mi mamá me llamó y me dijo que fuera a llamar a mi abuela Amalia. Yo salí corriendo y le dije: “Lilita, que vaya que mi mamá la necesita”. Ella me dijo: “Para qué me necesita esa porquería, dile que ahora voy”. Llegó al rato y malgeniada. Mi mamá le dijo: “Suegra, yo sé que no me quiere, pero lo único que quiero es que cuide a mis hijitos”. La abuela contestó: “Pues cuídelos usted, haragana, que no está haciendo nada”. Mi mamá le respondió: “Suegra, por favor, cárgueme que estoy muy cansada”. Mi abuela se sentó en el borde de la cama, la cogió de los brazos y la cargó. Luego mi mamá le dijo: “Suegra, me voy, pero nunca la odié como usted me odió a mí. Usted siempre me ha tenido rabia, siento que mis hijos van a sufrir sin mí, pero me voy, adiós a todos. Me da pesar porque mis hijos se van a quedar solos en este mundo. Maldigo a ese hombre al que le di unos hijos”. Descansó un poco, respiró profundo y luego continuó: “Suegra, cárgueme bien”. Ella lo hizo y mi mamá se fue doblando. Yo pensé que se había quedado dormida, pero luego la llamé y ella no me contestaba, miré a mi abuela que lloraba y luego nos miró a nosotros y con tono agresivo nos dijo: “Su mamá se murió”. Yo no sabía qué significaba la palabra muerte. De pronto llegó otra gente, tomaron una mesa y la cubrieron con una cobija, sobre esta acostaron a mi mamá. Mi hermanito y yo seguimos angustiados, escuchando a las personas, que decían: “Pobrecitos esos niños, ahora sin mamá y el papá que es todo un sinvergüenza”. De pronto, llegaron otras personas con una caja, nosotros no sabíamos qué era eso y me di a la tarea de preguntar; una de las vecinas que había llegado y que se llamaba Juanita me dijo: “En esa caja van a meter a su mamá, porque ella está muerta. Ella no se vuelve a parar y mañana la van a meter en un hueco dentro de ese cajón. Ustedes se tienen que portar juiciosos”. Yo seguía pensando que ella estaba dormida.

Al otro día la cargaron y se la llevaron a la iglesia y de allí al cementerio; con anterioridad unos hombres habían abierto un hueco en la tierra. Mi madrina me sostenía y me dijo: “Mamita, su mamá ya no vuelve”. Yo me puse a llorar, en ese instante bajaron el cajón al fondo de ese hueco, yo gritaba y llamaba a mi mamá y decía que no la taparan, que eran hombres malos. Entonces mi madrina me sacó del lugar.

Mi padre se puso a tomar y no nos daba comida, llorábamos de hambre; mi abuela nos pegaba, no nos dejaba dormir, incluso nos mandaba a robar a las casas de los vecinos. Ella era tan descarada que tenía amante y dormía con nosotros. Una noche, ese señor empezó a tocarme mis partes íntimas; yo le conté a mi papá y él me dijo que dejara de ser tan chismosa y decidí no volver a decir nada, porque también mi abuela me maltrataba horrible. Entonces decidí dormir en el monte, incluso soportando el frío o la lluvia, no me importaba que la ropa se secara en el cuerpo.

A los pocos días mi padre consiguió otra mujer. Era igual o más mala que mi abuela, también nos negaba la comida; yo cogía maduros para asarlos en el fogón y esa señora me los sacaba y me los botaba. Al ver que no podía cocinar, decidí comer caña, mora, naranjas, guayabas y otras frutas que encontraba en el campo. Hubo algunos vecinos que nos dieron de comer. Cuando llegué a los nueve años me fui de la casa. Tomé la carretera, no sabía a dónde me dirigía, lo importante era salir de ese infierno. Recuerdo que caminé todo el día y en la tarde llegué a un pueblito donde había otros niños. Me dieron un pan y luego me preguntaron por mi nombre; estando en ello, llegó una señora con un niño en la espalda, los niños le dijeron que me llevara para la casa. Entonces esa señora me preguntó por mi mamá y yo le contesté que no tenía, que se había muerto; luego me preguntó por mi papá, yo le dije que ese hombre se mantenía borracho y que no nos daba de comer, incluso que nos maltrataba. Entonces ella tomó la decisión de llevarme para su casa, esa mujer también era indígena, era buena conmigo. Recuerdo que me compró ropa y zapatos. Tenía tres niños y estaban estudiando. Donde ella iba, me llevaba, no me dejaba sola en la casa. Luego me mandó a vivir a la casa de una de sus hermanas, allí duré hasta cuando cumplí los diez años. Esa señora peleaba con su marido, y yo lloraba mucho y me daba miedo; ese hombre también me andaba buscando para abusarme.

Yo ya tenía más conciencia de la vida; decidí huir con otras muchachas que nunca me dejaron sola, me compraron ropa y zapatos, y luego me dejaron ubicada en una finca cerca del municipio de La Plata, Huila. Allí estudié y me preparé para la primera comunión. Gracias a esa familia que me acogió con agrado, aprendí a defenderme, a valerme por mí misma. Ahora pienso que sin madre uno no vale nada.

UN DÍA EN EL PARAÍSO

Nidia Patricia Triana Infante

 

Mi esposo se llama Jhon Jair, y me decía que nunca iba a venir a una cárcel. A veces hay pensamientos que es mejor no decirlos porque la vida da muchas vueltas. Un poco resignado, mi esposo decidió acudir a la primera cita conyugal a petición mía y tal vez por necesidad de él.

Esa noche deseé con todas las ganas del mundo que el tiempo transcurriera lo más rápido posible, no puedo negar que me sentía nerviosa, ansiosa, y algo de pena corría por mi cuerpo, por hacer el amor en un lugar que no era nuestra casa, ese espacio privado, casi íntimo, con la oscuridad y el tiempo. Ese día me desperté temprano, me duché con un poco de agua que había guardado el día anterior en una caneca de cinco galones, porque aquí el servicio del preciado líquido escasea o a veces no hay. Mis compañeras me prestaron un bronceador dizque para que oliera rico, me arreglé el cabello; estando en ello, llegó una compañera y me vendió un beibydol de color negro para que me volviera más sexi, confieso que me sentía extraña con esa prenda, pero comprendí que era algo romántico.

Yo, que nunca había utilizado esa clase de prendas, no me había imaginado ponerme sexi para ayudar a despertar la libido de mi esposo; había que hacerlo porque no era fácil para él, tampoco para mí, tener un momento de placer. Sentí que estaba bonita; como se dice en el argot popular, “no hay mujeres feas, sino mal arregladas”. Yo seguí esperando a mi esposo con muchos deseos; con el paso de las horas, se me agudizó la ansiedad por verlo. Cuando ya estuve lista, me dirigí a las rejas a la espera del amor, no lo veía desde hacía seis meses. Eran las nueve de la mañana cuando entró, nos saludamos de beso y luego conversamos un largo rato en el patio. Recuerdo que él temblaba de miedo y sudaba, yo le pregunté: “Mi amor, ¿qué tienes?”, él me dijo que se sentía nervioso porque pensaba que aquello, refiriéndose a su pene, no iba a funcionar. En ese momento, dijo la seño: “Los de la conyugal de la 23”. De la celda, era la única que ese día tenía visita amorosa y mis compañeras desde muy temprano habían esparcido Suavitel en los rincones de la celda para que oliera agradable.

Yo me puse nerviosa porque era la primera vez. Nos dirigimos a nuestro nicho de amor, él se quedó parado y apenado frente a la celda; entonces yo tomé la iniciativa, le quité el buzo, lo senté sobre la colchoneta y le dije que se relajara. Me dirigí a la ducha, me quité la ropa y me dejé solo unas tanguitas, eran pequeñitas, me puse el beibydol y salí. Él me miró muy sorprendido, me dijo: “Vieja, estás muy bonita”. Entonces prendí el radio que me había prestado una compañera y busqué un tema musical para el momento. Comencé a bailar sensualmente y a su vez me fui aplicando por todo mi cuerpo el aceite y la loción que también me había conseguido otra compañera. Me había convertido en un divertimento sexual, rozaba su cuerpo, su parte íntima. Una de las compañeras de celda me había regalado una bolsita de lecherita, la destapé con los dientes y escupí el pedazo plástico sobre el piso. Empujé a mi esposo contra la cama, lo desnudé y luego poco a poco comencé esparcir ese dulce elixir. Comencé desde la boca hasta los pies y luego con mi lengua empecé el recorrido, como si la sed del amor entrara primero por el sentido del gusto. El resto, ustedes se lo podrán imaginar. Ese día hicimos el amor como nunca lo había experimentado, como si hubiese sido la primera vez, un momento que no vamos a olvidar, como si hubiésemos estado un día en el Paraíso.

 

PAMPLONA, SANTANDER

ESTABLECIMIENTO PENITENCIARIO DE MEDIANA
SEGURIDAD Y CARCELARIO DE PAMPLONA

 

JOHANNA MARCELA ROZO

DIRECTORA DEL TALLER

CHAPETONES AL ASEDIO

Celestino Jaimes Daza

 

Aquella noche, apenas tocó su c ama, Juan cayó en el laberinto del sueño. Estuvo cansado, muy cansado; aquel día había caminado nueve horas y había llegado a una fiesta muy alejada del casco urbano de Finlandia, municipio del Norte de Santander, con temperaturas muy altas y palúdicas. Allí en su cama dormía plácidamente, cuando unas picaduras muy dolorosas lo despertaron, sentía que entre sus ropas y su piel caminaba una especie de insectos, no sabía qué cosa era ni de dónde venían estas nuevas picaduras. En aquel lugar no había luz eléctrica y la noche era oscura. Se incorporó sobre la cama y sintió sobre sus manos esas nuevas mordeduras.

Recordó que en el día, cuando venía por el sendero caminando, escuchó una historia de brujas que le chupaban la sangre a los humanos; ¿estaría siendo atacado por brujas?, pensó. Su corazón casi se paraliza; no llamaba al dueño de la casa porque estaba en otro aposento y le daba pena molestarlo. Otra y otra picadura y ahora sentía ardor en todo su cuerpo, ¿acaso era esto una pesadilla? Empezó a llover y a tronar, los relámpagos alumbraban el recinto fugazmente. Sí estaba siendo atacado por una bruja, se decía. Ella había desatado esta tormenta, ahora menos podía pedir ayuda. Se sentía desfallecer, su boca se resecaba, su cuerpo se paralizaba, empezó a sentir calor a pesar de que llovía a torrenciales.

La fiebre lo absorbió, sudaba copiosamente y empezó a temblar; deliraba, una bruja lo abrazaba y lo inmovilizaba, estaba petrificado y aquellos pinchazos lo seguían atormentando. De pronto se vio librado de aquel entumecimiento, se bajó de la cama y salió corriendo de su aposento, hasta llegar a donde don Tito, el dueño de la finca; tocó su puerta violentamente y vio cómo esta se abría. Se asomó allí don Tito con una linterna en la mano.

—¡Me está atacando una bruja! —gritó Juan con una cara de espanto y los ojos desorbitados—. Mira lo que me ha hecho —le dijo, mostrándole sus manos y brazos llenos de picaduras y ensangrentados. Tito llegó al aposento de Juan y alumbró su cama; estaba toda revuelta y desordenada. Se acercaron a ella y volvió a alumbrar. No podía creerlo, estaban por todas partes unos animales diminutos, llenos de sangre, que salían de la estera sobre la que dormía Juan.

—Son solo los chapetones —dijo don Tito.

LA BRUJA

Celestino Jaimes Daza

 

Las primeras horas de la noche transcurrían y yo me desvelaba dando vueltas y vueltas en mi cama; no podía dormir, me encontraba en una finca alejada de la ciudad, aunque el cuarto donde yo estaba era realmente cómodo.

Pasada la media noche escuché un ruido, algo se había parado sobre el techo de la casa, un viejo tejado. Pensé que era un gato que deambulaba por allí, pero nuevamente sentí que se iba. Alcancé a oír que era exactamente el ruido del vuelo de un ave y me quedé pensando si era un búho o qué animal nocturno sería aquel. De pronto llegó, ahora sí clarísimo, que era un ave. “Es grande —me dije— un chulo”. Pero a esa hora un chulo no podía ser; sentía sus movimientos, caminaba allí sobre el caballete del techo. “Qué raro”, se sentían pesados sus pasos.

Allí estaba, sumido en estos pensamientos, cuando sentí que alguien empujaba la puerta de mi apartado cuarto. Me levanté y abrí; era mi sobrino. Con la claridad de la luna lo vi pálido, espantado; con una voz casi indescifrable me dijo:

—Tío, una bruja.

—Cálmese —le dije—. Qué es lo que quiere decirme.

Ya más calmado, continuó:

—Tío, tío, hay una bruja.

—¿Dónde? —le pregunté.

—En el techo, ha estado molestando ya hace rato y no deja dormir.

—Sí, yo la sentí, entonces es una bruja, pero callémonos y escuchemos si todavía está en el techo.

—Ahí está, ¿qué hacemos? —me dijo.

Me acordé de que alguien me había dicho que rezando un salmo de la Biblia se podía tumbar o correr a las brujas. Prendí la linterna y revisé una mesa de la habitación; como en toda casa antigua, había una biblia. La cogí apresuradamente, la abrí en los salmos, busqué el 92 y le dije a mi sobrino:

—Leamos en voz alta. —Y así lo hicimos, empezamos a leer en voz alta y mirando al techo en cada pausa, cuando de repente sentimos que algo se cayó estrepitosamente en el patio. Rápido salimos y casi quedamos paralizados cuando llegamos allí: había una mujer joven totalmente desnuda; estaba agachada y sumisa, sorprendida, parecía despertar de un sueño.

CUANDO NOS CIERRAN
LAS REJAS

Juan Carlos Mora Cárdenas

 

Cuando eso sucede, empieza a trabajar mi mente; sabiendo aun que debo cambiar, es fuerte, muy fuerte, el rencor. La desesperación, la angustia por estar encerrado. Me dicen que debo perdonar, sabiendo que no lo voy a olvidar, y me dicen que las heridas con el tiempo sanarán y que no hay que guardar rencor, tan fácil decirlo, pero la verdad sé que me quedará la cicatriz de todo ese tiempo de encierro y olvido tan caótico…

Se siente una tristeza tan rara, una tristeza que te pone a pensar en todo y en nada a la vez… Quisiera llorar, pero no hay lágrimas, solo hay rabia y muchas ganas de vengarme de esas personas que me tienen aquí; la justicia no averigua bien los hechos, dicen que solo basta con que hable dizque la víctima y con eso lo condenan a uno sin piedad. Ni con mi abogado, al que le pago, se puede hacer nada y, por lo que he escuchado, con muchos la justicia terrenal colombiana ha sido injusta. Esto aquí es como el fin. Como si las cosas buenas me las hubiera quitado el juez cuando me sentenció.

Cuando me cierran la reja, todo eso empieza a proyectarse en mi mente, necesito estabilizarme para poder tener paz mental y ver las cosas claras. Gracias a Dios no soy de consumir drogas, ni siquiera fumo cigarrillos, porque estoy seguro de que si lo fuera ya hubiese cometido un error y de seguro sería más condena para mí. La humildad es la que necesito para tener esa paz mental y no embarrarla, para que no me hagan informes que me dañen la conducta; y con esos errores pasados, debo aprender a confrontarlos en el futuro para no volver a cometerlos, para no hacer sufrir más a mi familia y a los que creyeron en mí. Quiero resocializarme porque deseo tener una vida útil cuando salga, tener una familia y trabajar por ella. Pero debo concientizarme de que mi resocialización es por mí, porque debo cambiar, no cambiar por otras personas, es por mí, por mi vida…

Con eso siento que tendré un gran futuro. De verdad que es indispensable estar cerca de mi Dios. Estoy seguro de que si aún respiro es porque Dios me dio una segunda oportunidad y esta vez no le voy a fallar. Ay, mi Diosito… perdóname por haber pensado y sentido que tú me abandonaste, hoy sé que fui yo el que me alejé de ti. Perdóname.

También he escuchado que, cuando uno sale a la libertad, muchas veces lo discriminan allá afuera; cuando buscamos trabajo, los vecinos del lugar donde vivimos… Le pido mucho a mi Dios que me dé sabiduría para poder manejar con inteligencia esos comentarios y no ir a cometer otro error que me haga volver a estar tras las rejas.

Gracias a Dios aquí vienen las psicólogas, que me han enseñado muchas cosas buenas para ser mejor persona, me han concientizado sobre discriminar los malos pensamientos, esos que durante todo este tiempo de encierro y olvido me han hecho ser un hombre triste y amargado, y siento que me han servido sus enseñanzas. Hoy, a pesar de esta situación para mí, no comparo mi vida con la de los demás; es como el sol y la luna, para mí tampoco hay comparación porque sé que al final ambos brillan cuando los necesito.

A veces escucho en el patio a mis compañeros de prisión recriminar y recriminar a los más débiles, que chirretes, que ladrones, que violos, que paracos, que guerrilleros. Los escucho casi todos los días; quisiera decirles que asumamos la responsabilidad por estar aquí privados de la libertad, sin mirar, sin criticar ni discriminar el mal ajeno, pues todos hemos cometido errores y por ellos estamos aquí igualmente presos. Que más bien nos comportemos como verdaderos hombres y seamos responsables con nuestra vida y no volvamos más por acá, y cuando estemos en la calle y veamos personas que van a cometer estos errores que hoy nos tienen aquí, podamos decirles con honestidad la realidad: que delinquir no paga, para que ellos no se sientan tristes como nosotros y más como yo cuando me cierran la reja.

LA LAGUNA ENCANTADA

Crisanto Ferrucho Silva

 

Por allá en 1980, mi padre, el señor Jacinto Ferrucho, y su esposa e hijos llegamos a un pueblito de Arauca, guiados por una cuñada suya, en busca de suerte. Cuando se vieron se saludaron muy amablemente. Mi tía dijo:

—¿Qué los trajo por acá?

Mi hermano adoptado respondió:

—La tierra por acá es muy buena.

—Sigan y hablamos —dijo mi tía—. Por aquí lo que hay es que fundar fincas, hay mucha tierra virgen.

Pasaron cinco meses y mi papá ahorró cinco mil pesos y compró un fundo con mucha montaña. Mi papá, preocupado por la situación y afanado por trabajar en el terreno, no se percató de lo que había comprado. Cien hectáreas, solo terreno montañoso, bichos, varios zancudos, culebras, mucha agua, animales salvajes. María del Carmen, mi madre, preocupada, le dijo a mi papá:

—Hola, Jacinto, ¡a dónde trajo a sus hijos!

—No, mija —exclamó él—. ¡Yo voy a hacer una gran finca!

Mi viejo estaba agotado: todos los días tumbando montaña y árboles grandes.

Pasó el tiempo, casi los años; para los pequeños era bueno, pero en la tarde se sentía mucho miedo, se escuchaban animales cantando horrible. Mi mamá le preguntó a la vecina doña Ana por qué llovía alumbrando el sol, ella respondió:

—Lo que pasa es que estas fincas son encantadas y hay que tener cuidado, sobre todo con los niños.

Mi madre se preocupó:

—En la noche cantan y se oyen gritos.

—Eso es el zorrocuco, la surrumaca, la lechuza, el perico y hasta el silbón. Después de las siete de la noche hay que estar acostado porque también se escucha la Llorona.

Nosotros éramos seis hermanos y no podíamos soltar palabra de miedo; llegamos a la casa y se le contó todo a mi papá. El viejo fingió ser fuerte, pero se le notaba el pánico en su rostro.

—Hay que rezar para que no pase nada.

Un día lluvioso y en el que alumbraba el sol salió el arcoíris desde el patio de la casa y cayó en la montaña; sus colores eran muy hermosos, cogíamos los colores con la mano, pero era invisible.

Después llegó un venado de color amarillo, nos causó curiosidad porque se dejaba tocar. Así pasó aquella tarde. Al día siguiente, mi madre fue a traer leche a la finca vecina y narró lo que pasaba.

—Figúrese, doña Oliva, que allá cuando llovía y al tiempo alumbraba el sol salió un arcoíris del patio de la casa y apareció un venado amarillo.

—¿Qué hicieron? —preguntó doña Oliva.

—No, pues cuando yo le dije al viejo, lo íbamos a amarrar, pero no lo volvimos a ver. —Ella suspiró. Doña Oliva se reía:

—Caramba, doña Carmen, ese venado era oro, por qué no le echó agua bendita, pero uno qué sabe —contestó.

Mi madre dijo:

—Doña Oliva, yo estoy aburrida; me provoca agarrar los chinos y largarme lejos. —Era por todo eso. Y continuó—: Pero para dónde se larga uno, no sabe uno ni para dónde coger. Toca agachar la cabeza, como yo, darle al monte, sí, eso toca.

De regreso a casa, como a las once, estaba mi padre trabajando, y mi madre en la cocina.

—Muchachos, llamen al viejo para almorzar, toca comer yuca y arroz; en la tarde vayan a pescar ustedes.

Tiempo después la finca ya producía, había ganado, algunos terneros y asnos, gallinas criollas, algunos cerdos. Bien arriba de la finca, mi papá descubrió un río pequeño, lo llamamos Caño Piedra. Había: mojarra, coroncoro, bocachico y otros peces. Tumbando una montaña encontramos un lago grande y le pusimos el nombre de Laguna del Potrero; esa laguna provocaba miedo. Pero no más.

Al tiempo volvió a llover y salió de nuevo el arcoíris. Esta vez mi papá quiso averiguar en la montaña y se topó con sorpresa con una laguna grande de aguas claras y tranquilas, como si no existiera. Le puso por nombre Laguna de la Charca.

Los viejos se iban al pueblo, pero nosotros nos quedábamos siempre. Cierto día, pescando en Caño Piedra, escuchamos en la isla de arriba una bullaranga como de orquesta; el agua se movía y escuchamos una música inigualable y difícil de entender. Cuando se fue acercando poco a poco, nos llenamos de pánico y corrimos; los perros también sentían miedo y corrían. Mi papá decía que era producto de la imaginación o que estábamos delirando por hambre, así que nosotros no le prestamos mucha atención al asunto.

Días después, en la tarde, nos dijo:

—Muchachos, báñense porque mañana se van a estudiar. Rodrigo, Lucio Ángel, Jacinto y Crisanto se van con Juancho, el hijo de doña Oliva.

Entramos donde doña Oliva. En el patio había un animal amarrado; era pequeño pero abrumador, con rabo y cara de niño feo. Gruñía, lo confundimos con un monstruo maligno, pero era tan solo un miquito tití. Hubo clase ese día, jugamos, corrimos de camino, comimos guayaba y otras frutas.

Pasó el tiempo. Una mañana mi madre nos dijo:

—Muchachos, se quedan un rato, yo voy a pescar a ver qué consigo para la olla.

Se fue con el más pequeño, el mono José. En la pesca, muy alegre, la laguna se movía demasiado y mi madre sacó mucho pescado. Después de media hora, a las once de la mañana, todo empezó a oscurecerse, a tronar y relampaguear; llovía espantoso.

Mi mamá quiso agarrar a su hijo para salir corriendo, pero algo la detenía; cuenta ella que bejucos la maneaban de los pies y de la cintura, que ella corría y se caía. Pero el chino no la soltaba. Olvidó el cuento de los pescados, solo quería salvarse a sí misma y a su hijo; escuchaba voces que no entendía, los truenos, los relámpagos le hicieron perder el camino, una simple trocha hecha a machete. Tantas luchas por sobrevivir, gritando, llorando, rezando, pidiendo a la Virgen del Carmen que le ayudara para que no le quitara al niño.

Salió con asombro de la montaña, pero por otro lado, hasta que llegó a la casa sin pescado, pero con el muchacho y el susto. El viejo ya había llegado, mi madre y mi hermano no pudieron hablar hasta un buen rato después; ella contó todo lo que había pasado, pero el viejo le dijo que se calmara, que viera cómo estaba todo; que no había llovido y tronado y que tampoco hubo relámpagos, que por qué decía eso.

Doña Oliva vino en la tarde a visitarnos. Se lo contó todo, ella le creyó y dijo:

—¡Ay, doña Carmen! El encanto de la laguna, casi le roban el hijo. Pero por suerte el chino está bautizado.

—Sí, señora, así es —dijo mi madre.

El lunes siguiente, para ir a clase, otra vez entramos por nuestro amigo Juan.

—Buenos días —saludamos. Nosotros miramos y el bicho raro ya no estaba ahí—. ¿Y el animal dónde está?

—Ese se fue, es que odia mucho a los niños y mordió a Juan, y el patrón lo cascó. El mico se pierde por temporadas y después vuelve.

Esta vez el animal no volvió.

Teníamos que cruzar por una montaña pequeña para llegar a la escuela, cuando un día, pasando por allí, escuchamos un ruido tenebroso en los árboles y de repente vimos bajar el animal de la vecina. Nosotros corrimos para salvarnos porque siempre pensamos que era un monstruo o un animal salvaje, cuando en realidad era inofensivo. Otro día nos pasó lo mismo, pero esa vez no corrimos. Nos llenamos de valor y cogimos ramas; claro, éramos tres, esta vez el correteado fue el animalito.

Lo golpeamos duro, pero sin matarlo. Se asustó mucho y se dejó coger; lo echamos en un costal y lo llevamos a casa. Dijo mi madre:

—Es un mico sinvergüenza, de esos titís que son malos.

Pero fue grato, todos lo queríamos. Lo llamábamos mico lores porque jugaba mucho con nosotros. Así, poco a poco, el tiempo fue pasando. Los miedos también fueron pasando y el mico parecía solo un niño con patas y rabo; solo era un inocente animalito.

Los gemidos feroces que se escuchaban y atemorizaban solo eran monos aulladores, garzas de pescuezo largo que gruñían feo. El silbón, la zurrumba y el pescado ligero solo eran cuentos imaginarios. La Llorona nunca se vio. Los mayores se fueron de la casa por situaciones de aventurar y después me fui yo. De regreso, con el tiempo volvimos donde el viejo, ya más viejo. Mi madre enfermó por la edad; las esteras se canalizaron, las compañías petrolíferas pasaron, “Caño Piedra ya no existe”, dijo la patrona, la laguna encantada se secó, el encanto se terminó. El arcoíris no volvió a salir, el mico tití se murió. Solo queda la nostalgia de lo que un día nos hizo vivir.

MI PRIMER AMOR

Jaime Villamizar

 

No sé si es amor. Tenía dieciséis años, era tímido y vivía en una vereda. Zenaida era la niña alegre de la escuela. Nos mirábamos, jugábamos… Las compañeritas decían: “están enamorados” y yo sabía que era eso. Cuando se iba para su casa, yo la pensaba, soñaba con ella. Solo nos dimos un beso y salimos corriendo. Después de cinco años volvimos a vernos; ya tenía novio, yo todavía la quería y pensaba en cómo conquistarla.

Me fui lejos, ella siguió estudiando y se graduó de profesora. Después de tantos años nos encontramos otra vez. El amor surgió y de un te quiero pasamos a dormir juntos. Me dijo una noche: “Lo nombro en mis sueños y tuve que contarle a mi esposo”. El esposo de ella dijo que tranquila, que lo presentía y que él no la iba a dejar por eso.

Decidimos cambiar de vereda para no vernos tanto, pero vaya suerte la que tuve, pues fue nombrada profe en la escuela del pueblo donde yo vivía con mi esposa. Decidimos ser amantes otra vez, duró algún tiempo. Se terminó todo; lo hice por mi esposa, ya se había enterado de que andaba con alguien, aunque no sabía quién era. Nos habíamos separado un año. Un día le escribí a mi esposa que no podía vivir sin ella y sin mis hijos, y volvimos a ser nosotros.

Ella se separó de su marido, que también se llama Jaime. Después de tanto tiempo todavía me extraña, eso me dice cuando nos cruzamos. Hicimos una fiesta y les contamos a todos nuestra historia de amor, sin más mentiras. Fue un éxito porque el amor existe. Fue hace treinta años; ella estaba pensando en mí desde la infancia y yo en ella. Pero ahora todos somos amigos, incluso ella y mi esposa son comadres.

MÍA

Jaime Rodríguez

 

Como de costumbre, después de la contada de las 6:00 p. m. en la celda 13 del segundo piso del patio 2, sus ocupantes se disponían a descansar, a orar, escuchar la radio y dormir, pero en silencio póstumo ellos advirtieron la presencia de un ser que, en el frío de la noche, irrumpía la celda, y así pasó todas las noches de octubre, hasta que en una de esas, armados de valor, decidieron enfrentar a la criatura, fuera o no de este mundo.

Agónicos minutos pasaron esa noche del 22, eran las 9:00 p. m. cuando se escuchó en la penumbra un leve susurro, una corta respiración, un caminar silencioso y terrorífico… De pronto, un ruido, arañazos cerca de mi cama; sentí cómo mi alma me abandonaba, mi corazón se quedaba al punto de parar, mi cerebro no entendía nada; sudaba y no podía moverme.

Luego, eso se acercó a mi cara en la penumbra y pude ver una sombra muy diminuta, eso acarició mi cara. Cerré los ojos, me encomendé a Dios y, como una corriente fría de viento, escuché en mi oído derecho un suave ronroneo.

Eso era una pequeña gata, negra con una mancha blanca en el pecho y unos ojos grandes y hermosos. La llamé Mía.

Talleres de escritura creativa vinculados al
Programa Libertad Bajo Palabra en 2023

ANTIOQUIA Cárcel y Penitenciaria de Mediana Seguridad de Apartadó

José Danis Morelos, Director de taller

ARAUCA Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad y Carcelario de Arauca

Nelson Pérez Medina, Director de taller

HUILA Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad y Carcelario de Neiva

Esmir Garcés Quicha, Director de taller

NORTE DE SANTANDER Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad y Carcelario de Pamplona

Johanna Rozo Enciso, Directora de taller

TOLIMA Complejo Carcelario y Penitenciario con Alta y Media Seguridad de Ibagué - Picaleña

Eder Cervera Martínez, Director de taller

Fugas de tinta 15